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Pedro de la Hoz y la Torre

Biografía

Hoz y la Torre, Pedro de la. Espejo (Córdoba), 17.V.1800 – Madrid, 17.XII.1865. Abogado, escritor, periodista y defensor de la rama carlista española, Caballero de la Real Maestranza de Ronda.

Su padre Vicente Manuel de la Hoz Gómez, corregidor de Espejo, alcalde mayor por nombramiento de la villa de Torrelavega y caballero maestrante de Ronda, se casó en Anaz, el 23 de septiembre de 1796, con María Antonia Tecla de la Torre Quintanilla. Su ascendencia cántabra representaba a dos familias ilustres en la provincia, nobles hidalgos, notorios de sangre, cristianos viejos y rancios, con casas solariegas, escudo de armas y sello. Su abuelo paterno, Domingo de la Hoz Cayón, natural de Penagos, fue hidalgo en padrones de 1765, 1780, 1794 y 1801 y procurador, y su abuelo materno, Francisco Antonio de la Torre de la Vega, fue procurador síndico, regidor y diputado general de la Merindad de Trasmiera.

Fue el segundo de ocho hermanos, donde el mayor, José María, destacó como decano del Colegio de Abogados de Santander; otra hermana, Benigna, fue la madre de Luis María de la Torre y de la Hoz, jefe del negociado eclesiástico en el Ministerio de Gracia y Justicia y diputado a Cortes, y su tío político, Manuel García de la Cotera, ejerció como ministro del Supremo Tribunal de Justicia.

Con cinco años, la familia regresó a Santander y en 1808 comenzó sus estudios en el colegio de Villacarriedo, pasando después a la Universidad de Valladolid, en la que cursó Jurisprudencia hasta el año 1818. En 1820 fue nombrado secretario del Gobierno político de León, por Jacobo María de Parga, y posteriormente, director de La Gaceta de Madrid y juez conservador de las oficinas de la Imprenta Real. En 1831 se le confió la Fiscalía General de Correos, de la que dimitió el 10 de enero de 1833. La muerte de Fernando VII motivó su emigración voluntaria a Francia, donde permaneció en La Vendeé, en el castillo de su cuñado el conde de Liniers. En París escribió en varios periódicos, consiguiendo perfeccionar su francés, y comenzó una obra, que no concluyó en vida y que continúa inédita. En 1840 regresó a España, estableciéndose en Burgos, donde desarrolló la abogacía. Allí le ofrecieron la dirección de La Esperanza, diario que pretendían iniciar algunos defensores del Antiguo Régimen. En una primera instancia rechazó la oferta, pero, tras el fallecimiento de su hijo pequeño, decidió cambiar su residencia para evitar el sufrimiento y se instaló en Madrid, en la calle de la Luna, n.º 40, 4.º 3.º de la derecha. A su llegada se le volvió a ofrecer la dirección del diario, accediendo esta vez y consiguiendo ser su único propietario.

Sus escritos sobresalieron por su lucidez, perspicacia y distinción, cuidando tanto la forma como el fondo. Destacó como defensor de la Religión y la Monarquía, estandartes de la ideología carlista que sustentaba el diario. Su pensamiento político guió su vida y marcó su carácter personal e imagen social. Su sentir monárquico y religioso le hizo participar en varias asociaciones benéficas. Fue miembro y visitador de la Junta General de Beneficencia, tomó parte en la Comisión de las Hermanas de la Caridad Hijas de San Vicente Paúl y participó en el Consejo Central en Madrid de la Obra de la Santa Infancia en 1853.

Intervino como socio honorario del Círculo Económico Español, y su gran actividad social le proporcionó la posibilidad de relacionarse con personajes como Claudio Moyano, Carlos Llauder, Agustín Alfaro, el duque de Rianzares, el arzobispo de Toledo, el patriarca de las Indias, el conde de Santa Olalla, el marqués de Vallgomera, Gómez de la Serna, el conde de Pino Hermoso, el duque de la Conquista, el marqués de Remisa, el marqués de Someruelos y el marqués de Casajara. Por el origen de su nacimiento, gozó de la amistad del conde de la Concepción, el marqués de Viluma, el conde de Isla, el marqués de Molins y el marqués de Valbuena. Por su pensamiento, intimó con Balmes, Donoso Cortés, Antonio Aparisi y Guijarro, León Galindo, Cándido Nocedal, Gabino Tejado, el conde de Orgaz, el conde de Canga Argüelles, Francisco Navarro Villoslada, Caixal y Estradé, Antonio María Claret, Miguel Sanz, Pérez Calvo, Gutiérrez de la Vega, Antolín Monescillo y Ramón Vinader; y por erigirse en el decano de la prensa, se relacionó con todos los directores y redactores de la segunda mitad del siglo xix.

Durante toda su vida padeció una enfermedad gástrico- nerviosa, que le retiró en varias ocasiones de su vida laboral y que acabó con su existencia. El 10 de diciembre de 1865 recibió el santo viático y la bendición del Pontífice. El 18 de diciembre fue enterrado en el cementerio de la sacramental de San Martín.

Tras su muerte, su figura fue alabada por diarios de la época de muy diferentes ideologías, como La Patria, La Correspondencia de España, El Pueblo, La Razón Española, El Reino, La Discusión, La Época, La Iberia, Las Novedades o La Soberanía Nacional. Se le rindió tributo por su experiencia, su instrucción, su conocimiento, su pluma, su manejo de la sátira, su vasta memoria por la que recordaba obras en prosa y verso de clásicos españoles y franceses, por su conversación y trato dulce y por su influencia en la “historia política contemporánea”. Diarios como El Pensamiento Español, La Regeneración, La Cruz de Sevilla o La Perseverancia de Zaragoza, alabaron la vida ejemplar del finado y especialmente su dedicación y abnegación para la causa carlista.

El marqués de Santa Cruz de Inguanzo e Isidoro Ternero promovieron la apertura de una suscripción para perpetuar su memoria con un mausoleo encargado a los señores Pozas. La propuesta fue aceptada por la familia consiguiendo 28.930 reales.

 

Obras de ~: Un monárquico al señor Martínez de la Rosa, Madrid, Miguel de Burgos, 1844; Un monárquico a los parlamentarios, Madrid, Miguel de Burgos, 1844; Tres escritos políticos de Don Pedro de la Hoz, Madrid, La Esperanza, 1855.

 

Bibl.: J. M. Carulla, Biografía de Don Pedro de la Hoz, Madrid, imprenta de La Esperanza a cargo de don Antonio Pérez Dubrull, 1866; M. Ossorio y Bernard, Ensayo de un Catálogo de periodistas españoles del siglo xix, Madrid, J. Palacios, 1903; Enciclopedia Universal Ilustrada, Madrid, Espasa Calpe, 1967; M. Ferrer, Historia del tradicionalismo español, Sevilla, Editorial Católica Española, 1979; B. Urigüen, Orígenes y evolución de la derecha española: el neocatolicismo, Madrid, CSIC, Departamento de Historia de la Iglesia, Centro de Estudios Históricos, 1986; A. Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera, La primera guerra carlista, Madrid, Actas, 1992; E. Hartzenbusch, Apuntes para un catálogo de periódicos del siglo xix, Madrid, Biblioteca Nacional, Ollero y Ramos, 1993; A. Wilhelmsen, La formación del pensamiento político del carlismo, 1810-1875, Madrid, Actas, 1998.

 

Esperanza C. Bergareche

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