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Baltasar Patiño y Rosales

Biografía

Patiño y Rosales, Baltasar. Marqués de Castelar (I), Conde de Belveder (I). Milán (Italia), c. 1666 – París (Francia), 19.X.1733. Político, militar y diplomático.

Nació en el seno de una familia de origen gallego, pero afincada en Italia al servicio de la Corona al menos desde mediados del siglo XVI. Su tatarabuelo, Antonio Patiño, fue colegial del Real Colegio de España de San Clemente en Bolonia (1541), y falleció siendo regente del Consejo Colateral de Nápoles. El hijo de éste, Luis Patiño, fue sargento mayor de Alexandría de la Palla y teniente del Castillo de Lodi. Establecida definitivamente la familia en el Milanesado, el hijo de Luis y abuelo de Baltasar, Diego Patiño Díaz de Mendoza, fue bautizado en Milán (15 de noviembre de 1601) y dedicó su vida a la administración militar como contador y veedor general del Ejército en aquel territorio, en el que fue también miembro del Consejo Secreto de Su Majestad. Diego Patiño casó en 1626 con Isabel de Ibarra Spínola, hija de Lucas de Ibarra, también contador principal del Ejército, y de Margarita de Spínola. De este matrimonio nació Lucas Patiño e Ibarra, señor de Castelar, consejero secreto de Su Majestad en Milán y veedor general del Ejército del Milanesado.

Estos antecedentes familiares de Baltasar Patiño en el ámbito de la administración militar determinaron en buena medida su vida, en una época en la que los oficios públicos se heredaban con harta frecuencia.

Lucas Patiño casó en 1664, en la iglesia de San Esteban de Milán, con María Beatriz de Rosales, hija de Mateo de Rosales, conde de Baylate y marqués de Castel León, caballero de Santiago. Fruto de este matrimonio fueron seis hijos, el mayor, Baltasar, hacia 1666, y luego otros cinco también varones, de los que destacó José, cuya figura constituyó un hito en el gobierno de la Monarquía católica de Felipe V.

Así pues, Baltasar se crió en el seno de una familia de la pequeña nobleza española, con tradición de “honestidad y limpieza al servicio al Rey”, y últimamente dedicada a la gestión y el control fiscal de la Hacienda Real en el ámbito del Ejército destacado en Milán.

Habiendo fallecido su padre en los últimos días de 1678 o primeros de 1679, el abuelo, ya un anciano, hubo de recurrir a sus influencias para conseguirle a su nuera socorros de la Corona que le permitieran atender al mantenimiento y educación de sus hijos, y de hecho consta que en 1679 le fue concedida una ayuda de 1500 escudos. Poco después (24 de septiembre de 1681), Su Majestad concedió a Baltasar una pensión de 22 escudos para estudios. Tras todo ello destacó la mano protectora del conde de Melgar, por entonces capitán general y gobernador de Milán, y el reconocimiento del Gobierno de Madrid de adeudar la Hacienda Real al fallecido veedor general la importante suma de 16.000 ducados, en razón de sueldos y pensiones atrasadas.

Así pues, los hermanos Patiño siguieron sus estudios en Italia protegidos por su abuelo Diego, quien parece que transitoriamente, tras la muerte de su hijo, volvió a desempeñar funciones como veedor general del Ejército de Milán. Sin embargo, su fallecimiento dio lugar a que en 1689 María Beatriz de Rosales hubiese de poner en conocimiento del Rey que su pensión había quedado reducida a 4 reales para ella y cada uno de sus hijos, lo que la privaba de poder darles una educación regular “para servir a S. M. a imitación de sus antepasados”, y que subsistiendo la deuda que el Consejo estimaba en 10.546 libras, y habida cuenta de las dificultades de la Hacienda Real para saldarla, solicitaba a cambio dos títulos de marqués.

No obstante, triunfó el criterio de una minoría del Consejo que convenció al Rey para rechazar momentáneamente la petición.

Entre tanto, y mientras su hermano José iniciaba estudios eclesiásticos, Baltasar, siguiendo la tradición familiar, entró al servicio de la administración militar, destacando pronto, tanto por su destreza y aplicación, como por sus conocimientos de idiomas. Milán, como los Países Bajos, constituía una excepción a la autonomía de que gozaban otros territorios de la Corona española, como Nápoles y Sicilia; eran puntos clave para la seguridad militar de aquélla, enclaves de concentración de tropas, factorías de armamento, etc.

En un momento de absoluta decadencia de los Ejércitos del Rey de España, que apenas podía mantener en la Península algunas compañías de milicias, totalmente insuficientes para su defensa, en la década de 1680 de aquel siglo XVII, Milán aún estaba protegido por un Ejército de unos diez mil hombres. De ahí la importancia del cargo de veedor general del mismo, para el que Baltasar parecía destinado como sucesor de su padre y de su abuelo.

El 6 de abril de 1689, Baltasar Patiño fue admitido en la Congregación noble de San Juan Degollado de Milán, y el 21 de agosto de 1690 ingresó en la Orden de Santiago; pero aún resultaba demasiado joven para ocupar el puesto de veedor general. Consta en una consulta del Consejo de Estado de 15 de abril de 1692, suscitada por el marqués de Leganés, que, fallecido en 1688 el abuelo, Diego Patiño, y luego Diego de Araziel que lo había sustituido provisionalmente en las funciones de veedor, el gobernador de Milán había recurrido al joven Baltasar para pasar muestra o revista a las tropas, misión prioritaria de aquel cargo; sin embargo, el Consejo advierte que “aunque su aplicazión es mucha no cave en sus años la inteligenzia que requiere aquella ocupazion y más en tiempo de guerra”, con 13.060 soldados de Infantería y 3952 de Caballería.

A pesar de todo, y aunque se desconoce la fecha exacta en que se concedió a Baltasar el empleo en propiedad, consta que ya en 1694 pasó revista a las tropas de Milán en calidad de veedor general de aquel Ejército. Para entonces el Rey ya había atendido los ruegos de su madre y concedido a Baltasar los títulos de marqués de Castelar y conde de Belveder (24 de febrero de 1693). El título de marqués se concedió sobre la tierra o feudo de Castellar y sus adherencias en la provincia Limulina del principado de Pavía, y en él se le reconoce ya como veedor general del Ejército de Milán. El condado de Belveder procedía de la primera esposa de su padre, Lucrecia Ghilino, que había fallecido sin descendencia, dejando a su esposo sus bienes y el señorío de Belveder.

También, el 19 de abril de 1694 había contraído matrimonio con María Hipólita Attendolo Bolognino Visconti, hija del conde Galeazzo Attendolo Bolognino y de Teresa Visconti. Un año más tarde, en 1695, nació su primera hija, María Teresa, que en 1716 casó con el conde de Fuenclara. Poco a poco consiguió ir obteniendo para sí los honores que habían ostentado sus antepasados, entre otros el título de consejero secreto de Milán, que le fue concedido el 20 de enero de 1699. Con el inicio del siglo xviii llegó también, en 1700, el que iba a ser su único hijo varón, Lucas Fernando, que andando el tiempo le sucedió en el título de marqués de Castelar y alcanzó el cargo de capitán general de Aragón.

La muerte de Carlos II y la llegada a España de Felipe V abrió una nueva etapa ante la familia Patiño.

La reivindicación del Trono español por el archiduque Carlos y la inmediata Guerra de Sucesión obligaron a Baltasar y su hermano José a tomar partido, cosa que hicieron a favor del Borbón. También se vieron obligados a trasladarse a España cuando, a partir de 1706, se produjo el colapso de la Monarquía hispánica, y, concretamente ese año, los éxitos del Ejército austríaco determinaron la evacuación del Milanesado y de Turín. Un año antes se habían reconocido la inteligencia y los servicios de Baltasar, nombrándole consejero de Guerra (11 de marzo de 1705).

Transcurrieron así los años de la Guerra de Sucesión, durante los cuales los conocimientos militares de Baltasar Patiño iban a ser tenidos muy en cuenta. Felipe V había conocido a los hermanos Baltasar y José con motivo de su viaje a Milán en 1702 para ponerse al frente de los ejércitos franceses, y no quiso desaprovechar su talento. En efecto, el 26 de enero de 1707 el marqués de Castelar fue nombrado intendente general de los Ejércitos de Felipe V, en un momento difícil para las tropas del Borbón, que no consiguieron dar un giro favorable a la contienda hasta la posterior victoria de Almansa. Desde las Ordenanzas de 1704 y 1705 ya aparecía la figura del intendente en las planas mayores de las unidades españolas, a imitación de lo que era tradicional en el Ejército francés, y con un sueldo equivalente al de un mariscal de campo. A Castelar se le encomendó la intendencia general de todo el Ejército, con la función de administrar el Ejército en campaña, ordenar los gastos, cuidar el aprovisionamiento y alojamiento de tropas, así como supervisar la actividad de los restantes empleados de la administración militar.

Entre estas labores cabe destacar las negociaciones que llevó a cabo con el duque de Noailles para acordar el pago de los gastos correspondientes a los batallones franceses que habían quedado en la Península después de 1709; negociaciones que culminaron con la firma en Zaragoza de un acuerdo entre ambos, de fecha 14 de abril de 1711, por el que España se comprometía a pagar veinte batallones y quince escuadrones franceses.

Pero parece que en ese primer momento aún no tuvo a su cargo funciones de administración civil.

Esto surgió después, cuando en junio de 1712, y tras una misión secreta en París desempeñada con gran acierto, sucedió a Macanaz como superintendente del Ejército y Reino de Aragón. Desde diciembre de 1711 se había hecho realidad el proyecto de crear intendencias con funciones a la vez militares y civiles, en palabras de Domínguez Ortiz, “la innovación administrativa más importante de los Borbones”, y, desde un punto de vista político, uno de los primeros pasos de la Corona para apoyarse en figuras de la pequeña nobleza militar frente al poder tradicional de los Grandes de España. Habiéndose implantado la intendencia de Aragón, como en las demás provincias que contaban con un gran contingente de tropas por ser zonas de guerra o fronterizas, aquélla pasó a ser un instrumento para imponer una identificación absoluta de las estructuras administrativas aragonesas con las castellanas.

A partir de la abolición de los fueros de Aragón, el 29 de junio de 1707 la administración de los impuestos pasó a manos de funcionarios político-militares (comisarios de guerra, tesoreros, etc.), y desde 1711 Macanaz gobernó de hecho la administración militar y civil aragonesa con amplios poderes discrecionales, estableciendo las líneas generales de una política que luego consolidó el marqués de Castelar, desde su nombramiento ya oficial de 1 de julio de 1713, sobre todo a partir de la Ordenanza de Intendentes de 1718, fruto de la iniciativa de Alberoni, Rodrigo Villalpando y Fernández Durán, y redactada por José Patiño.

Castelar pasó a tener dependencia directa de los secretarios de Despacho de Hacienda y Guerra, y a ostentar una autoridad inmediatamente posterior a la del capitán general de Aragón. Sus competencias militares se extendían a todo lo relativo a subsistencia, economía y policía general de las tropas, constituyendo el vértice de la pirámide corporativa dedicada a gestionar y controlar la administración militar.

Pero en el ámbito de la provincia de Zaragoza se hizo cargo también directamente de funciones de Hacienda, Justicia y Policía. Singularmente atendía a la exacción de los ingresos de la Tesorería General y de los pagos o libramientos; a vigilar el cumplimiento de sus funciones por parte de los alcaldes y justicias ordinarias; procurar el orden y tranquilidad en las poblaciones y campos, recibiendo los correspondientes informes de los administradores, corregidores y subdelegados, y, finalmente, a preocuparse de la administración de fomento, es decir, de las obras públicas, ganadería e industria.

Si a ello se añade que a partir del 10 de agosto de 1718 se hizo cargo además del corregimiento de la capital, cabe deducir la ingente tarea que recayó sobre Baltasar Patiño. No fue la menor la de introducir en Aragón la única contribución, primero con un impuesto único de 8 millones de reales, que luego se redujo a 5 ante la imposibilidad de poder hacer frente la región a tan elevada cantidad, que, por otra parte, no incluía las exacciones por los monopolios del tabaco, la sal, el papel sellado y otros.

Su buena gestión y posiblemente la ya destacada influencia política de su hermano José, por entonces intendente general de la Marina, llevaron a Baltasar Patiño a ser nombrado secretario de Estado de Guerra (14 de enero de 1721) para suceder a Miguel Fernández Durán. Coincidió su nombramiento con la definitiva reorganización de las secretarías del Despacho, que habían adquirido en dos decenios su definitiva madurez, y quedaron establecidas en un número de cinco. La antigua de Fernández Durán se descompuso en dos: el marqués de Castelar asumió la de Guerra y Andrés Pez la de Marina.

En sus nuevas funciones pasó a tener a su cargo toda la correspondencia con los oficiales generales, gobernadores y los oficiales de la administración militar; atender a la regularidad de las revistas de tropas mensuales, reclutas, descuentos en las pagas de las tropas, y control de los libramientos y pagos por parte de los tesoreros; así como la política de alojamientos, remontas, vestuario, guarniciones, almacenes, hospitales, artillería, armamento y fortificaciones. De todo ello tenía despacho “a boca” con el Rey los lunes y miércoles.

Tras el breve paréntesis del reinado de Luis I, durante el que Castelar se mantuvo en su puesto, la vuelta al Trono de Felipe V supuso la aparición en la Corte de una nueva figura política, el barón de Ripperdá, que en poco tiempo consiguió la confianza de los Reyes y controlar las Secretarías del Despacho de Estado, Guerra y Marina por encima de sus titulares.

A pesar de su buena gestión en Guerra, que hizo decir al marqués de San Felipe que era “hombre en esa materia inteligentísimo”, pronto las malas relaciones entre el nuevo favorito y los hermanos Patiño, cuyo ascenso aquél veía con desconfianza, provocaron consecuencias concretas.

Ripperdá pretendió deshacerse de ellos enviando a José a Bruselas y a Baltasar a Venecia, ambos como embajadores plenipotenciarios. Mientras que el primero logró retrasar indefinidamente su marcha, el marqués de Castelar, separado del cargo el 5 de enero de 1726, hubo de cumplir el mandato real, anunciado en la Gaceta del 15 de enero, y marchar a Venecia con el bagaje de experiencia que acreditaban sus orígenes italianos y su conocimiento de aquella república.

Su estancia en Venecia fue muy breve. Ya en abril de 1726 recibió una muestra del favor real al ser nombrado gentilhombre de cámara con llave de entrada, y sin ejercicio; y, al caer Ripperdá en el mes de mayo, Baltasar Patiño recuperó su antiguo cargo (Gaceta del 21 de mayo), mientras que su hermano José era nombrado secretario del Despacho de Marina, Indias y Hacienda.

El cargo de secretario del Despacho lo siguió desempeñando Castelar hasta septiembre de 1730, en que de nuevo se le confiaron misiones diplomáticas.

Un asunto preocupaba profundamente al Rey y, sobre todo, a la Reina, hasta el punto de decidirse a recurrir a los buenos oficios diplomáticos del marqués de Castelar. El 9 de noviembre de 1729 se había firmado en Sevilla entre España, Francia y Gran Bretaña, un tratado en el que, tras varias concesiones, Isabel de Farnesio conseguía para su primogénito Carlos, futuro Carlos III, el reconocimiento de sus derechos a los ducados de Parma y Piacenza, y asegurarlos introduciendo en los mismos una guarnición de seis mil soldados. La ocupación debía realizarse dentro de los seis meses siguientes a la firma del tratado de Sevilla, y había de ser respaldada, si fuese necesario, por las potencias firmantes, a las que luego se sumó también Holanda. Pero la negativa de Austria a autorizar tal guarnición, y la política pacifista del cardenal Fleury por parte de Francia y de Walpole por la de Gran Bretaña, estaban haciendo fracasar de hecho el tratado.

En tales circunstancias, el marqués de Castelar fue nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Corte de Francia (5 de septiembre de 1730). Aunque sin un cese oficial, abandonó de hecho la Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra, que pasó a manos de su hermano José, junto con las que ya desempeñaba. De inmediato se incorporó Castelar a su puesto en París, a fin de cumplir una doble misión: la oficial de conseguir que se cumpliera lo pactado, y otra secreta consistente en acabar con la influencia de Fleury, a quien se hacía responsable del incumplimiento francés. Sin embargo, las negociaciones no fueron fáciles, y Fleury, presionado por el marqués, insistió en su buena fe y responsabilizó a Gran Bretaña y Holanda de los retrasos en adoptar medidas bélicas.

El hecho es que la embajada de Patiño no consiguió los efectos deseados, por lo que desde Madrid se le ordenó presentar un escrito por el que se declarase a España totalmente liberada de los compromisos contraídos por el Tratado de París. Cumpliendo lo ordenado, Baltasar Patiño redactó y firmó el 28 de enero de 1731 la que fue llamada “Declaración de Castelar”, por la que España daba por roto el Tratado de Sevilla y se declaraba no obligada desde entonces por ninguna de sus cláusulas. “El embajador de España”, decía en su párrafo final, “declara asimismo por lo que a él personalmente toca, que desde luego se aparta de la negociación que se está actualmente tratando, y que no se detendrá en esta corte sino para aguardar las demás órdenes que el rey su amo fuere servido darle”.

El fracaso de su gestión hizo que fuera llamado urgentemente a Sevilla, donde se hallaban los Reyes, y donde a duras penas pudo capear la indignación de Isabel de Farnesio, que veía peligrar sus planes. De hecho perdió definitivamente la Secretaría del Despacho de Guerra y hubo de regresar a Versalles.

Allí continuó, al tiempo que otras gestiones diplomáticas entre Gran Bretaña y Austria llevaban a la firma en Viena, el 16 de marzo de 1731, de un tratado de alianza entre Austria, Gran Bretaña y Holanda, por el que finalmente el Emperador aceptaba la introducción de tropas españolas en Italia. Todo ello llevó a que España, satisfecha en sus pretensiones, aceptase de nuevo la vigencia del Tratado de Sevilla mediante un manifiesto firmado por Patiño, Benjamín Keene y Orendain el 6 de junio de 1731.

A pesar de este feliz resultado final del contencioso diplomático, su larga experiencia política y militar, y su conocimiento de idiomas, algo no usual en España, parece que aconsejaron su permanencia en Francia con un sueldo de 12.000 doblones al año.

Por otro lado, era la persona de máxima confianza para su hermano José, convertido ya prácticamente en un primer ministro.

En 1733 este último negociaba con Francia el Primer Pacto de Familia y la posible alianza con el rey de Cerdeña, tendente todo ello a desalojar de Italia las tropas austríacas. Si las negociaciones en Madrid las llevaban José Patiño y el embajador francés conde de Rottembourg, en París el papel del marqués de Castelar era fundamental. A lo largo del año, la correspondencia entre ambos hermanos desgrana el desarrollo de los acontecimientos y las conversaciones mantenidas por Baltasar Patiño con vistas a una conquista de Nápoles y Sicilia.

A finales de octubre de 1733, Baltasar Patiño, aquejado de un tumor en el hígado, hubo de dejar los negocios en manos de Fernando Treviño, secretario de la embajada de España en París. A éste se dirigió José Patiño en carta de 26 de octubre de 1733, inquieto por el “estado penoso en que quedaba mi Hermano por la frecuencia con que los accidentes le repetían”.

La muerte del marqués de Castelar, ocurrida el 19 de octubre de dicho año de 1733, obligó a que la adhesión de España al Tratado de Turín, convenido entre Francia y Cerdeña, se firmase a su vez no en París, sino en El Escorial entre Patiño y Rottembourg. En nueva carta de José Patiño a Fernando Treviño, de fecha 9 de noviembre de 1733, se hace eco de las noticias recibidas de éste último sobre “la solemnidad y pompa con que se enterró el cadáver de Sr. Marqués de Castelar” en la iglesia parisina de los Carmelitas descalzos.

 

Obras de ~: Ramillete de varias flores y compendio de los sucesos más memorables que han acaecido en Europa desde el año 1700 hasta el de 1720, Madrid, 1722; Comunicación que dirige al Señor Don Lucas Spínola, para hacerla extensiva a los Governadores de Plazas y demás personas de su jurisdicción, dándole cuenta de la nueva proclamación de Felipe V como Rey de España, Madrid, 1724.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Alcalá de Henares, Marina, leg. 126; Archivo General de Simancas, Estado, legs. 3416 y 3420; Dirección General del Tesoro, inv. 24, leg. 267; Tribunal Mayor de Cuentas, leg. 1873; Archivo General Militar (Segovia), Celebres, caja 128, exp. 8; Archivo Histórico Nacional (Madrid), Estado, leg. 4167; FC Mº Hacienda, leg. 6630; Órdenes Militares, Alcántara, exp. 1148; Santiago, exp. 6289; Casamientos, Ap. 580.

C. Fisamen, Tiernos panegíricos lamentos que en las exequias por el Excmo. Señor don Balthasar Patiño, Marqués de Castelar, hizo celebrar en el convento de religiosas Geronymas de la ciudad de Guadalajara, el día 21 de noviembre del año 1734, Don [?], Madrid, 1735; A. Rodríguez Villa, Patiño y Campillo, Madrid, 1882; A. Baudrillart, Philippe V et la Court de la France, Paris, Librairie de Firmin-Didot et Cia, 1890; E. Sarrablo, El conde de Fuenclara, t. I, Sevilla, G.E.H.A., 1955; V. Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios a la Guerra de España e historia de su rey Felipe V el Animoso, t. XCIX, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1957; H. Kamen, “El establecimiento de los intendentes en la administración española”, en Hispania, t. XXIV, n.º 95 (1964), págs. 368-395; F. Abbad y D. Ozanam, Les intendants espagnols du XVIIIe siécle, Madrid, Casa de Velázquez, 1992; A. de Bethencourt y Massieu, Relaciones de España bajo Felipe V. Del Tratado de Sevilla a la Guerra con Inglaterra (1729- 1739), Las Palmas, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1998; H. Kamen, Felipe V, Madrid, Temas de Hoy, 2000; C. Pérez Fernández-Turégano, Patiño y las reformas de la Administración en el reinado de Felipe V, tesis doctoral, Universidad San Pablo CEU, 2000 (inéd.).

 

Juan Miguel Teijeiro de la Rosa

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