Pruna, Juan Bautista. Juan Bautista de Arenys de Mar. Arenys de Mar (Barcelona), 25.III.1809 – 23.VII.1890. Capuchino (OFMCap.), predicador y restaurador.
El 8 de septiembre de 1825, cuando contaba dieciséis años, ingresó en los Capuchinos. Un año más tarde, el 15 de septiembre de 1826, emitió su profesión religiosa y fue destinado al Convento de Olot, para comenzar los estudios de Filosofía bajo la dirección del padre Jerónimo de Barcelona. En 1831, con la intención de proseguir los estudios conducentes a la ordenación sacerdotal fue trasladado al Convento de Villanueva y al año siguiente a Barcelona, donde concluyó sus estudios. En 1833 fue ordenado presbítero y tuvo su primera experiencia como predicador.
Automáticamente fue destinado al Convento de Blanes y, unos meses más tarde, fue trasladado al de Mataró, donde se dedicó a prepararse para la tarea de predicador popular, haciendo ya sus primeros pinitos a lo largo del año litúrgico. Esta vida tranquila y un tanto retirada no duró para él demasiado tiempo. El 25 de julio de 1835 se produjo en Barcelona, en palabras suyas, “el degüello de frailes e incendio de conventos”. La noticia la recibió el padre Juan Bautista a primeras horas de la mañana del día siguiente, cuando salió a predicar a la parroquia. Concluido el sermón, se refugió en casa de una viuda de la parroquia, de allí se trasladó escondido a la casa rectoral hasta el día 30 en que se vio obligado a ocultarse en la casa de otra señora.
Ante el peligro a ser descubierto en uno de los registros, solicitó pasaporte bajo un nombre falso y, en compañía del padre Agustín de Barcelona, salió de Mataró el día 2 de agosto, ocultando su personalidad, camino de Francia. En Arenys de Mar vivió una experiencia dura al no poder siquiera despedirse de su madre y hermanas, por el miedo a ser descubiertos. De camino pasaron por Calella y se detuvieron en el Convento de Gerona, donde todavía estaban los frailes. En Figueras ni se pararon en la casa a la que iban recomendados, por miedo a que en un saqueo los descubrieran y los asesinasen. Llegaron a Castelló donde pasaron la noche, precisamente en el momento en que echaban fuera de su convento a las monjas. Así, el día 5 llegaban a la Selva de Mar, con intención de embarcarse para Francia, pero fueron descubiertos y los prendieron como a criminales. Los llevaron a presencia del alcalde, quien medio borracho los interrogó e insultó. Por su parte, el padre Juan Bautista y sus compañeros tuvieron conciencia de estar ante la última noche de su vida, por lo que éste se dirigió a sus captores para que dejasen de increparlos. Los llevaron a la cárcel, y gracias a la atención de una buena mujer, lograron colchones y algo de alimentos, incluso luz para cumplir con sus rezos. Al día siguiente, a las cinco de la mañana, tomaron el camino de Figueras y, después de innumerables ruegos, lograron que no los introdujesen en la villa, a donde se desplazó el comandante de armas, para informar al gobernador. Decidieron que los llevasen nuevamente a la Selva de Mar y que tuvieran por cárcel toda la villa.
Fueron acogidos en la llamada Casa Picó, con una aceptación general de las gentes del lugar, hasta que con las revueltas en Barcelona vieron nuevamente peligrar sus vidas y solicitaron poder pasar a Francia. El 14 de agosto salieron del pueblo pasando por Cervera, y llegaron a las siete de la mañana del día siguiente a Bañuls. De allí fueron acompañados con tres religiosos observantes hasta Port-Vendres por gendarmes en condición de prisioneros. El día 15 pasaron escoltados por el Boló, donde fueron nuevamente insultados y gracias al buen hacer de un gendarme no fueron asesinados.
Al día siguiente, les acompañaron hasta Ceret, donde el subprefecto les facilitó salvoconductos por los que quedaban libres, pasando inmediatamente a Perpiñán donde recibieron pasaportes para pasar a Italia.
En Narbona se encontró con la experiencia de hallarse con religiosos españoles fugitivos por todas partes. El día 20 se embarcó para Montpellier. Allí fue recibido con sus compañeros en el Hospital de San Eloy. El día 27, después de diversas gestiones y no logrando ser acogidos, se trasladaron a Lunel y dos días más tarde a Nimes, donde fueron acogidos en el Seminario. El 1 de septiembre salió para Aix, llegando a Antibes el día 5, donde se encontró con un grupo de trece capuchinos que esperaban ir a la cuarentena para poder pasar a Italia. Hacia mediados de mes, regresó a Montpellier con sus compañeros, donde se encontró con su hermano, el padre Ramón.
Allí les cedieron una casa de campo, donde permanecieron hasta el 18 de noviembre en que se decidieron a emprender viaje para Italia. El día 21 llegaban a Niza, momento que aprovechó el padre Arenys para explicar los acontecimientos vividos hasta aquel momento: “Cuando estuvimos a la mitad del puente de Var, que divide la Italia de la Francia, dimos una burlesca serenata y desdeñosos ‘adiós’ a todos los protestantes y revolucionarios de Francia, causa original de nuestras presentes calamidades, pues jamás a no haber venido con su caudillo Napoleón a desmoralizar la España, hubiesen llegado los españoles a cometer tamaños excesos”.
Por falta de espacio no se pudieron alojar en el Convento de los capuchinos, puesto que ya había un gran número de españoles acogidos, por lo que el día 24 de noviembre emprendieron viaje en dirección al Piamonte, donde fueron acogidos con gran afecto. El día 28 de diciembre, el provincial trasladó al padre Pruna al Convento de Ceva. A primeros de año, logró que fueran trasladados a aquel convento también los tres coristas catalanes y su hermano. Debido a lo duro del clima y a que la situación en España no cambiaba, el padre Arenys se decidió a impulsar el paso de los capuchinos españoles a América, aunque diversos motivos fueron retrasando que se pudiera hacer realidad.
Poco a poco, su vida se convirtió en un continuo deambular con la única intención de lograr retornar a España y recuperar la vida claustral. En 1837, de Italia regresó a Francia, donde desempeñó diversos servicios ministeriales. En 1839 comenzó en Marsella a predicar a los españoles expatriados, tarea que se convirtió en una constante en sus años en tierras francesas. El 24 de mayo de 1842, por fin, se embarcó en Marsella un grupo de capuchinos españoles como misioneros para Venezuela, y entre ellos se encontraba su hermano Ramón. El padre Juan Bautista tuvo que seguir a la espera, ya que el padre Fermín de Alcaraz, comisario apostólico, no permitió su paso a América, y reservó para él otros ministerios.
Por fin, el 17 de octubre de 1844, llegó a Barcelona con los papeles de un religioso mercedario. Después de innumerables negociaciones y gestiones logró licencia para ejercer el sacerdocio por diez años, predicando por primera vez en su pueblo natal. Un año más tarde se trasladó con toda su familia a Arenys, continuando en el ejercicio del ministerio, hasta que se vio obligado a abandonarlo, aunque siguió dedicándose a la predicación y al confesionario como tareas prioritarias. Por fin, después de innumerables gestiones, en 1851 el Gobierno le concedió la pensión de exclaustrado. En 1854, ante la epidemia de cólera en Barcelona, se ofreció para toda tarea necesaria recibiendo del obispo como recompensa licencias perpetuas.
En 1863 comenzó la ardua tarea de la refundación en su pueblo natal de un convento de capuchinos, levantó el convento en un terreno de su propiedad y, poco a poco, el cenobio fue tomando forma. Progresivamente a él fueron llegando otros religiosos exclaustrados en Francia. En la Pascua de 1871 concluyó la edificación de la iglesia. Los años siguientes, aunque fueron bastante crispados en el campo político, permitieron a la exigua comunidad religiosa vivir en paz. Por fin, en 1885 en aquel convento se promulgaban los decretos por los que las provincias capuchinas españolas quedaban unidas en un comisariato apostólico bajo la persona del padre Joaquín María de Llevaneras. Pocos meses después, el convento fue consagrado. Los pocos años que le quedaban de vida al religioso estuvieron marcados por la alegría de la restauración y las faenas de la misma. El 23 de septiembre de 1890 falleció en dicho convento siendo acompañado en el funeral por todo el pueblo.
Obras de ~: “Memoria de lo acaecido en este convento desde el año 1835”, en Libro de las cosas memorables de los PP. Capuchinos de la Madre de Dios de Cataluña, y particularmente en nuestro convento de Arenys, s. l., s. f. (en Archivo Provincial de los Capuchinos de Cataluña); “Notas autobiográficas del P. Juan Bautista de Arenys, fundador del actual convento”, en J. C. Vives y Tutó, Biografía Hispano-Capuchina. Memorias, Barcelona, Miguel Casals, 1896, págs. 621-639.
Bibl.: Libro de las cosas memorables de los PP. Capuchinos, op. cit.; J. C. Vives y Tutó, op. cit.; Basili de Rubí, Necrologi dels frares menors caputxins de la província de la Mare de Déu de Montserrat de Catalunya i Balears (1578-1944), Barcelona, Convent dels Caputxins, 1945; V. Serra de Manresa, Els framenors caputxins a la Catalunya del segle xix. Represa conventual, exclaustracions i restauració (1814-1900), Barcelona, Facultat de Teología de Catalunya, 1998.
Miguel Anxo Pena González, OFMCap.