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José Joaquín Montealegre y Andrade

Biografía

Montealegre y Andrade, José Joaquín de. Marqués de Salas (I), duque de Montealegre (I). Sevilla, 7.III.1692 – Venecia (Italia), 16.VI.1771. Político, secretario de Estado y del Despacho y consejero de Estado del Rey de las Dos Sicilias (1734-1746), consejero de Estado y embajador ordinario en Venecia del Rey de España (1748-1771).

Fueron sus padres Jerónimo Clemente de Montealegre y Serrano y Ana María de Andrade y Aguilar, “no save si de ilustre, mediana o ínfima esphera”, tal y como un informe de la secretaría de Estado de 1722 ilustra. Tuvo sólo una hermana, Susana Margarita, que estuvo casada con Fernando Triviño y Figueroa, diplomático español que fue secretario de embajada en París (1715-1719) (1730-1737) y ocupó cargos en los Consejos de la Monarquía. Recibió una formación sólida en letras, conociendo bien varias lenguas y dominando sobre todo las clásicas, lo que le proporcionó el puesto de bibliotecario supernumerario (1720) y después titular (1722) en la Biblioteca Real. Fue también miembro de número de la Real Academia de la Lengua Española al menos desde 1719.

De sus iniciales inquietudes estrictamente intelectuales, pasó a interesarse por la carrera política a través de una vacante dejada en la Secretaría de Estado y del Despacho de Estado. Era éste un órgano administrativo de creación reciente que sería una de las principales catapultas administrativas para una nueva generación de altos funcionarios y estadistas que tienen en José Patiño su más ilustrativa figura. Gracias a una recomendación doble del padre Ferreras —bibliotecario mayor de la Real Biblioteca Pública— y del padre Daubenton —jesuita confesor del Rey—, consiguió el puesto de traductor de latín en esta Secretaría (18 de noviembre de 1722). Un informe del secretario de Estado Grimaldo a Felipe V del otoño de ese año sintetiza perfectamente su perfil profesional para la fecha: “Diceme D. Juan Ferreras, de quien me he informado (porque yo no le conozco), es un mozo de hasta treinta años, muy modesto, y de buenas costumbres, buen rethorico y philosofo, que entiende la lengua griega y se ha aplicado a la arabiga, posee la francesa y la italiana, y que sabe la latina, la traduce con habilidad y con la misma pone en latín qualquier papel, y que es muy aplicado a la historia y philosofia”. Sus buenos oficios le valieron el 26 de noviembre de 1726 la plaza de oficial de tercera en ese mismo organismo administrativo, ascendiendo el 14 de mayo de 1730 al puesto de oficial de segunda.

Fue allí, bajo la sombra, sobre todo, de José Patiño, cuando comprendió no sólo los mecanismos de funcionamiento de la política de Estado de la Europa del momento, sino el interés que un gran estadista debía poseer sobre otros asuntos de Gobierno, como la actividad comercial, las ciencias aplicadas y la formación de los funcionarios públicos. Además, “se supo merecer en pocos años con su talento, aplicacion, reserva y continuas fatigas los primeros adelantamientos de aquella carrera y hacerse digno en el concepto de Su Majestad de tan señalada confianza”, según reza el informe de concesión del título nobiliario que le fue otorgado en 1736. El ejemplo de su mentor Patiño, que para 1730 poseía las carteras de Hacienda, Marina-Indias y Guerra y que comenzó a ocuparse del despacho de Estado por enfermedad de su titular, Orendain, causó una indudable influencia sobre Montealegre.

No obstante, el apoyo de Patiño no sólo se materializó en su formación, sino también en su misma carrera política. Fue el secretario español el que le proporcionó, con el total asenso de Isabel de Farnesio, que siempre lo apoyó en sus aspiraciones políticas, el puesto que le lanzaría a la fortuna. En septiembre de 1731 se contempló la inminente salida para Italia del infante Carlos de Borbón para tomar posesión de los ducados de Parma y Piacenza y asumir el puesto de heredero del gran ducado de Toscana. Con tal motivo se organizó el cuerpo de servidores que acompañarían al infante. Junto a la constitución de la Real Casa, dirigida y diseñada por el conde de Santisteban del Puerto, Montealegre fue nombrado secretario particular del infante. En principio, el oficio era de carácter menor y reducido, con responsabilidades limitadas al despacho y las correspondencias privadas del príncipe. Sin embargo, a partir de fecha temprana, en marzo de 1732, el conde de Santisteban dejó de llevar personalmente el despacho de los asuntos de Gobierno a causa del progresivo crecimiento de sus tareas, pasándoselo a Montealegre. El conde castellano sería consultado en cada una de las iniciativas importantes, pero el manejo diario de los papeles y la organización general de la Secretaría de Estado sería responsabilidad ya de José Joaquín Montealegre.

Ello implicaba en la práctica el aumento de su relieve público.

Fue, sin embargo, la conquista española del sur de Italia la que provocó su definitivo ascenso político y la culminación de su cursus honorum. En mayo de 1734 Felipe V renunciaba al reino de Nápoles en favor de su hijo Carlos de Borbón, que lograba a su vez la conquista del Reino de Sicilia en 1735. Se constituía así la Monarquía de las Dos Sicilias y la fundación de un reino independiente con dinastía propia. El séquito que el infante español traía de Parma se integró entonces en su nueva Monarquía formando el nuevo cuadro administrativo del estado napolitano.

No obstante, la política gubernativa de conciliación antes que de confrontación promocionada por el conde de Santisteban permitió la subsistencia hasta 1737 de algunos mecanismos administrativos del aparato institucional con que se había organizado el virreinato napolitano. Desde abril de 1734 y hasta el verano de 1737, Montealegre desempeñó el cargo de secretario de Estado —con competencias enormes sobre todos los asuntos de guerra y política interior y exterior—, mientras Bernardo Tanucci lo era de Justicia, tal y como funcionaban al tiempo de los virreyes.

Sin embargo, tras las reformas de los tribunales y otros organismos de Gobierno, el conde de Santisteban escribió a España en 1737 pidiendo autorización para modificar sustancialmente la planta de las secretarías imitando el diseño español.

El permiso fue concedido y el noble castellano organizó en menos de dos semanas la nueva planta, enviándola a España, que la aprobó en su totalidad sin una sola enmienda. En ella se especificaban puntualmente sus responsabilidades: “Don Joseph Joachin de Montealegre, secretario de Estado y del Despacho, por lo que toca a Estado, Guerra, Marina, Casa Real, Sitios Reales, Cazador Maior de Corte, Montero maior de este Reyno, Junta de Guerra, Auditores Generales de Guerra y de Marina, Grande Almirante, Audiencia General del Ejército, Superintendencia de los Correos, excepto lo que toca a administrar la Real Hacienda que procede de ellos. Mercedes de Pensiones sobre el producto de los Castillos y lo que toca a su Administración y recaudación; como tambien lo perteneciente a los intereses que Su Majestad tiene en los Estados de Parma y Placencia, llamados comunmente Alodiales; como tambien los demas intereses que por la misma razon tiene S. M. en Roma. Correspondencia con los Ministros de S. M. que residen en las Cortes extrangeras y con los que de ellas residieren en la de S. M., con los quales quando se haya de tratar o comunicar negocio, aunque sea perteneciente a las otras tres Secretarias, los secretarios de estas, examinado y digerido que hayan el negocio, lo pasaran al secretario de la negociacion, y correspondencia con los Ministros extrangeros, para que este lo trate y comunique con ellos, y despues dar quenta a S. M. a fin de que examinando en su consejo de Estado, pueda tomar la resolucion que fuere servido”. Ello, como puede comprobarse, le dotaba de una gran capacidad de gestión y le proporcionaba una posibilidad institucional inmejorable para convertirse en el hombre político del momento. La sombra de Patiño parecía ser el ejemplo a seguir. Junto a él, Bernardo Tanucci fue nombrado secretario de Justicia, Giovanni Brancaccio responsable de la Secretaría de Hacienda y Gaetano Maria Brancone titular de la de Asuntos Eclesiásticos.

Todo ello se aprobó y fue hecho público el 30 de julio de 1737.

La fijación estrecha de las funciones de Montealegre parecía una merma en su fulgurante carrera política, pues algunos estudiosos han notado justamente que la presencia de más secretarios de estado y del despacho reducía su capacidad de acción política.

Sin embargo, esta visión es sólo aparente, pues tras la salida de Nápoles en agosto de 1738 del conde de Santisteban, Montealegre se hizo con el control no sólo del Consejo de Estado, al ser el miembro decano del mismo, sino también de la Real Casa. Todos los nombramientos y cambios administrativos que a partir de entonces se produjeran en ella debían pasar por el canal de su secretaría. Esa responsabilidad le permitía de facto controlar las ambiciones políticas de los cortesanos del Rey de las Dos Sicilias y torpedear cualquier iniciativa de poder que surgiera en el seno de la Corte. La obtención además del cargo de secretario de la Reina el 11 de febrero de 1738, aunque sin sueldo, le ayudaba también a mantener vigilado el círculo de personas que rodeaban a la nueva Soberana de las Dos Sicilias.

Todas estas ventajas fueron las que ayudaron a Montealegre a convertirse, en poco tiempo, en el visir del que habla Bernardo Tanucci en su correspondencia.

El conde Monasterolo, enviado del Reino de Cerdeña en Nápoles, da un vívido retrato de su figura para 1741, “d’ettà d’anni 46 circa, di statura mediocre, viso tondo, capigliatura bionda, occhi oblonghi, fisionomia spiritosa, bocca ridente alla sardonica”, al tiempo que informa de su magistral capacidad para controlar la tónica política de la Corte y mantener a raya a los cortesanos. No dejan de ser elocuentes las quejas públicas del duque de Sora, mayordomo mayor del Rey desde agosto de 1738, lamentándose de su escaso relieve político y la estrecha maniobra gubernativa que le proporcionaba su cargo. Tanucci en su correspondencia permite comprender y analizar cómo a partir de la marcha del conde de Santiesteban del Puerto y hasta 1746, Montealegre controló no sólo el diseño de la acción de gobierno interior y exterior del reino, sino el tono de la cultura política de su época.

Una maniobra que se había producido diez años antes en España, cuando Patiño con la ayuda de Isabel de Farnesio había logrado fundamentar el régimen de secretarías y que la política de Gobierno fuera diseñada sólo a través del canal de los secretarios de Estado y del Despacho, desplazando con ello paulatinamente a los grandes títulos nobiliarios de los puestos de decisión política. Lo que estaba intentando realizar Salas en Nápoles no era sino, con el asenso de nuevo de la Reina de España, la misma estrategia de poder.

De hecho, y gracias a ese ministerio, Montealegre pudo desde 1739 a 1741 desarrollar una política de Estado inspirada en los principios novedosos de las nuevas teorías políticas, económicas y sociales, tal y como ha estudiado Raffaele Ajello. En realidad, el marqués de Salas debe de ser incluido en el listado de personajes que con Pietro Contegna, Bartolomeo Intieri y Celestino Galiani promovieron en Nápoles la introducción de la nueva ciencia y los nuevos principios filosóficos que se estaban desarrollando en la Europa de primera mitad del siglo XVIII.

En primer lugar, propuso y creó el Supremo Magistrato del Commercio (26 de noviembre de 1739), un órgano con jurisdicción propia relativa a los asuntos comerciales con los que el secretario quiso estimular el intercambio económico entre el Reino de las Dos Sicilias y el resto de estados europeos. Ideada en su constitución administrativa por Pietro Contegna, fue presidida por el magistrado Francesco Ventura, los dos ligados íntimamente a Montealegre. Tenía como fin evitar el complejo entramado administrativo y judicial del reino, que impedía el desarrollo ágil de la actividad portuaria, y lograr con ello una independencia institucional con la que desarrollar de forma autónoma y eficaz el intercambio comercial. Ello implicó, como así se hizo, la restructuración de los consulados y la total dependencia de éstos del nuevo Magistrato.

Conectada a esta iniciativa, el marqués de Salas promovió otras políticas de carácter económico que encontraban fundamento en el nuevo pensamiento mercantilista con el que estaba familiarizado. Permitió el retorno y establecimiento de los judíos en el Reino de Nápoles (3 de febrero de 1740), negoció y logró el establecimiento de un tratado de comercio con el Imperio Turco (7 de abril de 1740) y con Trípoli (3 de junio de 1741) y propuso y alentó la creación de un catastro general (4 de octubre de 1740, aunque las instrucciones de realización no se publicaron hasta el 17 de marzo de 1741) con el fin de saber los recursos reales con los que contaba el reino. Además, había concluido el difícil concordato con la Santa Sede, ventajoso en ciertos aspectos para el Reino de las Dos Sicilias, en mayo de 1741, al tiempo que fue reorganizando el sistema diplomático proveyendo las plazas de embajadores y personal subalterno necesarias a los intereses de la nueva Monarquía.

No obstante a todo ello, el poder terminó por desgastar a Montealegre y desde 1742 se produjeron fricciones que fueron en aumento entre el propio Soberano —y la Reina— y el primer ministro. La creciente opinión pública contra su gestión —especialmente contra la política favorable a los judíos—, el malestar de buena parte del personal administrativo de algunas instituciones, las quejas cada vez mayores de los cortesanos y la pesada y asfixiante vigilancia con que tenía sometidos a la joven pareja real fueron algunas de las causas que terminaron por provocar su caída en junio de 1746 y su retorno a España. Caída en todo punto generosa, porque el Rey le concedió varias mercedes y le confirmó todas las que le había otorgado anteriormente.

De hecho, había sido nombrado consejero de Estado de España por Felipe V el 3 de febrero de 1746 en recompensa a sus servicios, nombramiento que refrendó más tarde Fernando VI. La influencia del marqués de la Ensenada, de quien era amigo, le proporcionó su siguiente y último destino en la carrera administrativa: el puesto de embajador ordinario en la República de Venecia. Declarado como tal el 9 de octubre de 1748 y nombrado el 10 de noviembre de ese mismo año, llegó a la urbe veneta el 4 de abril de 1749. Estuvo en el puesto hasta el mismo día de su muerte, el 16 de junio de 1771, dejando al estado español el palacio Frizier que había adquirido para que en lo sucesivo fuera la sede de la embajada española ante la Serenísima. Fue enterrado en la iglesia de San Jeremías de la ciudad veneciana.

Montealegre fue nombrado caballero de la Orden de Santiago en 1730, aunque tomó posesión de la encomienda de Oreja el 30 de octubre de 1739. Fue ennoblecido con un título de marquesado el 27 de mayo de 1736, aunque no comenzó a usarlo hasta febrero de 1738 con la denominación de marqués de Salas.

Con esa merced le fue otorgada una pensión anual de 3.000 ducados de por vida, al margen de los sueldos y mercedes que recibiera por otras partidas. El título de duque de Montealegre le fue concedido en septiembre de 1740, después del nacimiento de la primera infanta napolitana y en una promoción general de mercedes que con tal motivo realizó Carlos de Borbón.

Los dos personajes mejor pagados en ese momento fueron precisamente Montealegre y José Fernández de Miranda y Ponce de León, que fue nombrado duque de Losada.

Casado en 1732 con María de O’Brien y O’Connor, que había nacido en Málaga hacia 1710, no tuvo hijos de ésta, que falleció en París en 1747. Sin embargo, fue su mujer, que vivió en Madrid largas temporadas mientras su marido residía en Nápoles, la que le proporcionó uno de sus mejores apoyos en la Corte española. Camarista de Isabel de Farnesio, la correspondencia que tuvo en 1738 con el duque de Sora, mayordomo mayor de la Reina de las Dos Sicilias desde febrero de ese año y flamante mayordomo mayor del Rey tras la marcha de su titular, el conde de Santisteban del Puerto en agosto de 1738, demuestra el acceso directo que poseía al círculo íntimo y estrecho de la Reina católica. Fue ella sin duda la que garantizó durante ese tiempo la buena opinión que Isabel de Farnesio mantuvo siempre de Montealegre.

No obstante, y junto a su mujer, los mejores valedores y garantes de la influencia y crédito del marqués de Salas en la Corte de España fueron el marqués Annibale Scotti y el marqués de la Ensenada, Zenón de Somodevilla. El primero se encontraba perfectamente integrado en la Casa de la reina Isabel a través de diversos cargos y gozaba de la mayor confianza de la Soberana, siendo su más leal e íntimo confidente.

El segundo había crecido gracias a los alicientes administrativos de la misma Reina, y poseía una fuerte y consolidada posición en el sistema de secretarías defendido por Isabel de Farnesio. Se sabe que Montealegre fue amigo de ambos y que se escribió personalmente con ellos.

La figura de Isabel de Farnesio fue, por tanto, la garante de su posición política y la defensora más firme de las políticas emprendidas por el marqués de Salas.

De hecho, fue el apoyo de la soberana española la que le permitió permanecer en el puesto de secretario de Estado y del Despacho de Estado del rey de las Dos Sicilias desde 1742 hasta 1746, cuando las desavenencias con Carlos de Borbón comenzaron ya a ser notables. De forma bastante elocuente fue la Reina católica la que desaconsejó a Carlos de Borbón, que desoyó la advertencia, el alejarlo de su servicio en mayo de 1746. Y fue ella la que le consiguió, ante la inevitable caída en desgracia de Montealegre que se respiraba ya desde 1745, el puesto de consejero de Estado de España en febrero de 1746.

Montealegre fue conocido también por su fama de hombre licencioso y gozador y de sus devaneos amorosos fue fruto una hija, llamada Margarita, cuya madre se llamaba Nicolasa García Morel. Rechazada en principio (Montealegre señala en su primer testamento que “es reputada por hija mía natural, pero yo no la he declarado, ni la declaro por tal”), fue, sin embargo, aceptada por legítima en la recta final de su vida, tal y como viene reconocida en el último testamento de Salas (27 de abril de 1771). Casada con Francisco de Acosta, tuvieron cinco hijos que llevaron el apellido del abuelo.

Finalmente, ha de ser al menos citada la función de Montealegre como protector de pintores y artistas y como mecenas y coleccionista de obras de arte.

Una función que permanece hoy todavía inexplorada, pero que ha de ser tomada en cuenta. De hecho, un testimonio inédito propio de Montealegre escrito al marqués de la Ensenada en junio de 1754 desde Venecia permite descubrir algunos rasgos de ambos personajes: “Nada sabía de la obra que Vuestra Merced ha emprendido en su casa de Barquillo, ni sé en lo que consiste. Tengo solo presente que su situacion es la mas bella de Madrid para un sumptuoso Palacio y me consta también que el genio de Vuestra Merced no se paga de vagatelas y no se sabe ocupar sino de cosas grandes. Yo tambien amo las fábricas y he aumentado algunas comodidades a mi casino [en Quattro Cantoni di Mestre, Venecia] que no es despreciable.

En esto se consume el dinero de Napoles, que me procura mis bendiciones de estas gentes, me divierte inocentemente y dexare aqui una memoria que no hay de otro algun embaxador de España y quien sabe sino acabare aqui mis dias en la tranquilidad de la vida privada, que prefiero a todas, y en la observacion de las cosas naturales, cuya regularidad y constancia manifiesta visiblemente al Criador”.

La fortuna historiográfica de Montealegre ha sido incomprensiblemente escasa tanto en España, donde sigue siendo un completo desconocido, como en Italia, recuperado sólo recientemente. Es gracias a los empeños intelectuales del historiador napolitano Raffaele Ajello que se ha podido ir comprendiendo en los últimos años la trascendencia histórica de su figura y la importancia que tuvo en la progresiva introducción del pensamiento ilustrado moderno de la Nápoles del siglo XVIII. Su perfil de funcionario y estadista de gran relieve permite comprender, junto a Patiño y Ensenada, el fermento político que se estaba produciendo en la España de primera mitad del siglo XVIII bajo la tutela de Felipe V e Isabel de Farnesio, así como la cristalización definitiva del secretario de estado como el gran orquestador con los soberanos de la política de gobierno de la Monarquía. Las iniciativas gubernativas operadas en Nápoles, con varios años de antelación a las que se desarrollaran en España, merecen ser tomadas en consideración por los historiadores españoles no sólo para aclarar el cariz y el talante del movimiento reformista español sino el profundo significado que la experiencia italiana tuvo en la posterior Monarquía de Carlos III.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Órdenes Militares, Santiago, Pruebas de Caballeros, exp. 5449; Estado, leg. 2499 y 4771; Sección Nobleza, Fondo Montealegre de la Ribera, legas. 1-12; Archivo General de Simancas, Estado, legs. 5806-5846 y 7690-7748; Archivio di Stato di Torino, Negoziazioni, Due Sicilie, mazzo 1.

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Pablo Vázquez Gestal

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