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Hernando de Zafra

Biografía

Zafra, Hernando de. Señor de Castril. Zafra (Badajoz), m. s. XV – Granada, V.1507. Secretario de los Reyes Católicos y oligarca granadino.

Poco se sabe de Hernando de Zafra antes de que alcanzara notoriedad como secretario de los Reyes Católicos, si se exceptúa que era de familia plebeya y que abandonó muy joven su localidad natal para buscar fortuna en la Corte. Su origen humilde no fue un obstáculo para que escalara puestos en la burocracia regia. El talento y el espíritu de servicio habían contribuido a que, reinando Enrique IV, hombres de condición semejante a la de Zafra como Alfonso de Robles y, sobre todo, Alvar Gómez de Ciudad Real, lograran promocionarse y ganar consideración social al convertirse en secretarios reales.

Hernando de Zafra estuvo con el Rey Católico a lo largo de la guerra de Granada según ponen de manifiesto las numerosas cédulas reales refrendadas por él en distintos lugares del territorio granadino. En un grueso libro, hoy perdido, fue recogiendo las capitulaciones acordadas con los musulmanes durante la contienda, amén de otros asientos y cartas. Como contador de relación fue asimismo responsable del abastecimiento de los ejércitos castellanos en la campaña de 1489, la más larga y costosa de todo el conflicto, y que concluyó con la toma de Baza, Almería, Guadix y sus demarcaciones respectivas. Pero la fama le sobrevendrá al ser nombrado por los Reyes, junto con Gonzalo Fernández de Córdoba, representante plenipotenciario para tratar con los granadinos las condiciones bajo las cuales se había de entregar Granada. El 11 de septiembre de 1491 Fernando e Isabel autorizaban sus gestiones, dándole por negociador único y genuino con Abulcacim el Muleh y, más adelante, Abencomixa y el alfaquí Pequeñí. Al principio eran los musulmanes quienes acudían clandestinamente al real castellano. Sin embargo, para concluir el negocio será preciso que Hernando de Zafra vaya a la Alhambra en diferentes ocasiones, acompañado por Gonzalo Fernández de Córdoba. En una de ellas tardaron más de la cuenta en volver y se les creyó presos. El propio secretario alude a esto en un memorial de servicios que redactó posteriormente, donde apunta que las negociaciones con los granadinos tuvieron un final feliz gracias a su perseverancia, pues los monarcas habían estado a punto de desistir alguna que otra vez. Y añade que gastó bastante dinero en el empeño, extremo que confirma un documento coetáneo según el cual Zafra había regalado a los negociadores granadinos granas, sedas y otros paños por un valor superior a los 300.000 maravedís.

Granada se entregó el 2 de enero de 1492 y los Reyes hicieron su entrada triunfal en la ciudad cuatro días más tarde, mientras que Boabdil se retiraba al señorío que le habían concedido en la Alpujarra. Las capitulaciones recién firmadas permitían, sin embargo, que los nuevos vasallos mudéjares conservaran sus armas a excepción de las de fuego. Tanto los notables de la ciudad como las autoridades cristianas eran conscientes del peligro que suponían esas armas en poder de una población, humillada y, sobre todo, hambrienta. Gracias a la habilidad de Zafra, el 31 de enero se llegaba a un acuerdo con el cadí Pequeñí, cabeza visible de la comunidad mudéjar, el cual se comprometió a entregar todas las armas en un plazo máximo de seis días a cambio de ocho mil cadaes de trigo.

Antes de marcharse de Granada, en mayo de 1492, los Reyes confiaron la gobernación de la ciudad y su reino a tres personas fundamentalmente: don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla y alcaide de la Alhambra; fray Hernando de Talavera, arzobispo de Granada y el secretario real Hernando de Zafra. Sobre este último recayó en principio la resolución de todas las dudas que pudieran plantearse en la interpretación de las capitulaciones. Sus servicios serán requeridos especialmente a la hora de dirimir por la vía legal algunos de los conflictos surgidos entre los mudéjares y los repobladores cristianos, que estaban acudiendo masivamente a tierras granadinas. La correspondencia que sostuvo con los Reyes muestra que actuaba en buena sintonía con el conde Tendilla y con el arzobispo, especialmente con el segundo. Sigue con atención los progresos de la colonización y previene a los monarcas sobre el número excesivo de mercedes que estaban concediendo, porque podría comprometer el éxito de la repoblación en muchas zonas del reino. También se muestra contrario a que cristianos y musulmanes vivan juntos en algunos lugares; en una carta escrita a principios de 1493 dice: “pareçeme que es buen consejo tener antes al enemigo lejos que çerca”.

Hernando de Zafra tenía conciencia de la precariedad del dominio castellano mientras Boabdil y sus parciales permanecieran en suelo peninsular. Por eso seguía con atención las actividades aparentemente inocentes a las que se dedicaba el Rey Chico en su retiro alpujarreño. Zafra fue el principal artífice de la ida del último emir nazarí al otro lado del mar, convencido como estaba de que era necesario descabezar a la sociedad islamogranadina, privándola de sus líderes naturales. Esto se aprecia con claridad en una carta del 9 de diciembre de 1492 donde, tras hacer alusión a la marcha inminente de algunos caudillos Abencerrajes con sus familias, añade exultante “que venido el verano no quedará aquí, ni creo que en las Alpujarras, sino labradores y ofiçiales”. El secretario real presumiría más delante de la astucia y diligencia con las que organizó el pasaje de Boabdil a Marruecos en octubre de 1493. Entre otras cosas, porque administró de tal manera el dinero destinado a la empresa que, con el sobrante, pudo pagar algunos de los navíos que llevaron a Gonzalo Fernández de Córdoba y su ejército a Italia, al año siguiente.

La marcha del Emir vino seguida de una reducción sustanciosa de los efectivos militares destacados en muchas fortalezas del reino granadino. Ésta fue otra de las tareas emprendidas por Zafra, convencido de que la presencia de los repobladores hacía innecesaria muchas de esas guarniciones. También propondría a los Reyes el derribo de algunos recintos castrales, lo que no se llevará cabo hasta la primavera de 1498. En cambio, la inseguridad del litoral a causa de la piratería norteafricana obligaría a crear un complejo sistema de alerta costera, labor en la que Zafra desempeñó un papel no desdeñable. Por eso dedicó bastante atención a lo que estaba sucediendo en el Magreb, donde reinaba por esas fechas la descomposición política más absoluta. Sus tratos con los régulos locales por medio de exiliados judíos o granadinos se fueron intensificando hasta desembocar en el intento de conquistar Melilla en 1494, que se vio frustrado por el estallido de la primera guerra de Italia. Posteriormente, Hernando de Zafra se mostraría un firme partidario de la intervención militar en África del Norte desde el momento en que supo de la presencia de navíos turcos en aguas de Bugía y Túnez. No está de más añadir que colaboró con el arzobispo Talavera en las pesquisas hechas para averiguar la naturaleza de alguno de los impuestos que integraban la fiscalidad nazarí, de acuerdo con la cual seguían pagando los mudéjares granadinos.

Dotado de indudable talento, y gozando de la entera confianza de los Monarcas, Hernando de Zafra fue adquiriendo poco a poco una sólida fortuna. Siendo contador de relación, a poco de conquistarse Ronda (1485) recibía el cargo de regidor del concejo con el salario correspondiente, pese a que nunca manifestó interés por residir en aquella ciudad. En 1490 era nombrado, junto con Diego de Buitron, escribano mayor de rentas de la ciudad de Almería y, al año siguiente, sus facultades como tal se extendieron, por decisión regia, a los partidos de Purchena, Baza y Vera. En todos ellos cobraba el uno por ciento de las rentas devengadas por la Corona. Pero, como señalaría en su momento Gonzalo Fernández de Oviedo, Zafra se enriqueció gracias a las posesiones y heredamientos que le dieron los Reyes. Antes de que terminara la guerra fue agraciado con mercedes de vecindad, sin obligación de residir, en Ronda, Marbella, Málaga y Vélez Málaga. Aunque la merced más importante la va a recibir en febrero de 1490. Se trataba de la fortaleza y lugar de Castril, en término de Baza, que los Reyes Católicos le entregaron por juro de heredad, para él y sus sucesores, con sus términos, dehesas, prados, montes, ríos y pesca, pudiendo disponer de todo como “término redondo e cortijo çerrado”. Hernando de Zafra otorgó una carta puebla el 13 de septiembre de aquel mismo año con objeto de traer inmigrantes al lugar. Según parece, se proponía asentar allí a doscientos vecinos que durante los primeros cuatro años de residencia le pagarían el diezmo de lo que produjeran en concepto de terrazgo, más tarde un quinto; les prestaba, además, 200.000 maravedís para labrar sus casas. Aparte de esto, el arrendamiento de los pastos de la sierra de Castril a compañías de ganaderos de Úbeda y Baeza le reportaría al secretario regio alrededor de 130.000 maravedís al año.

El patrimonio inmobiliario de Zafra va a aumentar considerablemente una vez terminada la guerra. En las capitulaciones de rendición los Reyes Católicos se reservaron el derecho de prelación en la compra de las alquerías y heredades de la Vega pertenecientes a miembros de la familia real nazarí y a diferentes miembros de la “jassa”, o elite, en caso de que sus dueños decidieran venderlas. Sin embargo, muchos cristianos poderosos se adelantaron y adquirieron parte de estos bienes a sus propietarios, que deseaban emigrar al Magreb. Hernando de Zafra advirtió sobre lo que estaba ocurriendo en una carta a los reyes fechada a 22 de octubre de 1492. Pero no pudo o, lo que es más probable, no quiso evitarlo, pues los Monarcas validaron muchas de las compras efectuadas en esos momentos y su secretario fue uno de los beneficiarios. El 16 de abril del año citado, Fernando e Isabel confirmaban la compra hecha por Zafra a un alcaide granadino de varias casas y un horno en Granada, de ciertas viñas y de la mitad de las alquerías de Casis y Arenales, aparte de otras heredades. El 6 de noviembre le autorizaban a recibir de Boabdil la alquería de Tojutor como regalo.

El rápido enriquecimiento del secretario real dio pábulo a diversos comentarios e insinuaciones acerca de su falta de honestidad. En una carta que Zafra escribió a los reyes el 3 de junio de 1493 se defiende de las calumnias vertidas por otros miembros de la burocracia regia —el doctor Alcocer, o acaso Villalón— en el sentido de que él había recibido numerosos regalos en especie y en dinero de los notables granadinos con los que había negociado su marcha al norte de África; y niega haber aceptado “dobla, florin, ni cadena de oro, ni pieça de plata” de ninguno de ellos. No obstante, en Granada todo el mundo comentaba que por esa vía Zafra se había convertido en dueño de la casa-palacio de Daralcotola, en la Alcazaba vieja, anteriormente propiedad de Soraya, la segunda esposa de Muley Hacén, de origen cristiano. Según unos se la había regalado Boabdil. Según otros, había sido la propia Soraya quien se la entregó a Zafra con ciertas joyas y perfumes con objeto de que éste evitara que sus hijos fueran bautizados, como de hecho lo fueron. Los rumores sobre la venalidad del secretario real no hicieron que mermara la confianza que en su persona tenían depositada tanto los Monarcas como el arzobispo Hernando de Talavera. Una vez ido Boabdil a Marruecos, el prelado granadino asegura en una de sus cartas a la Reina que el mérito de esta empresa recae sobre Zafra, que lo ha “muy bien trabajado mente et corpore”, y pide que se le recompense por ello. Doña Isabel responderá que “pues tan bien lo haze en todo”, el rey y ella han decidido concederle la alquería de Huete de por vida y, más adelante, cuando sea posible, la contaduría de cuentas de Alonso de Quintanilla. El alcaide Juan de Haro había comprado Huete —en la actualidad, Huétor Santillán— en septiembre de 1492 a la princesa Umm al-Fath por 450.000 maravedís, suma cuyo pago hizo efectivo en sedas, rasos, paños, especias y una cadena de oro. Hernando de Zafra consiguió que la Corona recuperara la alquería después de entregar a Haro lo que éste había pagado, alegando que valía casi el doble. El 12 de enero de 1494 los reyes otorgaban con carácter vitalicio las tierras y término de Huete a su secretario, junto con los diezmos y rentas que solían contribuir sus vecinos, reservando la jurisdicción civil y criminal para la ciudad de Granada. Parece, no obstante, que Zafra tuvo facultad para designar los cargos del concejo.

Terminado el pasaje de los moros y pacificada la ciudad de Granada, los Reyes reclamaron la presencia de Zafra en la Corte. Aquí volverá prestar servicios destacados, sobre todo en el verano de 1496, cuando acompañó al rey Fernando a Gerona y se ocupó de abastecer al ejército que defendía el Rosellón. A principios de 1498 recibía la orden de volver a Granada para atender diversos asuntos. Pocos meses después Hernando de Zafra propuso una serie de medidas a tomar, de acuerdo con los notables mudéjares, para asegurar la antigua capital nazarí, a donde los reyes habían manifestado su intención de volver en un plazo breve. Aparte de expulsar a todos los moros forasteros, Zafra recomendaba que la población nativa se concentrara en el Albaicín a excepción de medio millar de comerciantes y artesanos, los cuales deberían instalarse en una morería sita cerca de la puerta de Bibarrambla. De este modo y “plaziendo a Dios” —escribe nuestro secretario— “quedará todo seguro para agora y para sienpre”.

Antes de que acabara el siglo Zafra se había convertido en un auténtico oligarca granadino. Coincidiendo con su nombramiento como regidor de la ciudad, los Reyes le otorgaban un escudo de armas en enero de 1498, donde aparece la torre de Comares como recuerdo de haber venido subrepticiamente a ella para negociar la rendición de Granada. Aparte de sus propiedades en la ciudad y la Vega, Zafra poseía heredades en Marbella, Málaga, Vélez Málaga y Guadix por un valor total de 495.700 maravedís, cifra de la que un 85 por ciento correspondía al valor de las fincas sitas en término de Guadix. Era, además, un hombre influyente que contaba con parientes y criados colocados en diferentes ámbitos de la administración del reino. De su hermano Pedro de Zafra, alcaide de Mondújar, se sabe que contrajo matrimonio con Guiomar de Acuña, prima segunda de la esposa del conde de Tendilla. En cuanto a su sobrino Lorenzo de Zafra, avecindado en Granada, fue capitán de la armada real y actuó como alfaqueque en el norte de África. Andrés de Torres, hermano de la esposa de Hernando de Zafra, Leonor de Torres, fue receptor de las rentas mudéjares de Baza y escribano del repartimiento de esta ciudad, donde ocupará una regiduría vitalicia a partir de 1508. Este Andrés de Torres casaría en segundas nupcias con Isabel de los Cobos, hermana de un criado de Zafra, Francisco de los Cobos, que recibirá de éste la contaduría mayor de Granada. Otros servidores destacados del secretario real fueron Juan de Vozmediano, escribano del repartimiento de Guadix, y Alonso Núñez de Madrid. Ambos se encargarían de recaudar el servicio extraordinario impuesto a la población mudéjar en 1499.

La revuelta mudéjar de 1499-1500 golpeó duramente a Hernando de Zafra, tanto en el terreno personal como en el de sus intereses económicos. Mientras que en Mondújar los rebeldes mataban a su hermano Pedro, junto a varios deudos y criados suyos, el secretario real perdía bienes en el valle de Lecrín por valor de 600.000 maravedís, los cuales no pudo recuperar debido al perdón otorgado por el Rey a los rebeldes alpujarreños después que depusieran las armas el 22 de marzo de 1500. Llegado el verano, Zafra se dedicó a captar las voluntades de los alguaciles musulmanes que, desde distintas partes del reino, vinieron a Granada para discutir con los Reyes los términos de su conversión al cristianismo. Según confesará años después, gastó dinero de su peculio en ropa y otras dádivas entregadas a estos alguaciles y actuó como padrino en el bautizo de muchos de ellos que, en lo sucesivo, llevarían su nombre. En septiembre encontraría tiempo para encargarse del despacho de la flota que condujo al ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba a Italia, por segunda vez. Antes de que concluya el año van a sublevarse los mudéjares del área de Almería, que se concentraron en Níjar, Belefique, Huebro e Ynox. Zafra se encargará de negociar con ellos los términos de su rendición, obteniendo 25.000.000 de maravedís gracias a la venta de muchos de los rebeldes como esclavos, y sus enseres. También tuvo que tratar con los mudéjares sublevados en Sierra Bermeja y Villaluenga, en la zona occidental del reino, a los que se permitió pasar al otro lado del mar llevando sólo lo puesto. En el caso de la alquería de Daidin, último bastión de la resistencia mudéjar, Zafra logró que sus vecinos aceptaran comprar su libertad. De unos y de otros el secretario sacaría otros 6.000.000 de maravedís para el erario regio.

La conversión general de los musulmanes de Granada y su reino vino acompañada de una remodelación del aparato eclesiástico instalado después de la conquista. Por este motivo, Hernando de Zafra tuvo que entregar Daralcotola a la Reina, que se la había pedido para instalar allí el Monasterio de Santa Isabel la Real, regentado por monjas franciscanas. En compensación recibió casas en la carrera del Darro, alguna de las cuales destinó para fundar el llamado Convento de Zafra, bajo la advocación de Santa Catalina de Siena, mientras que en las otras instaló su nueva residencia. Con fecha 18 de octubre recibía, además, dos medios molinos, varios baños y doscientos marjales de tierras otrora pertenecientes a diversos miembros de la familia real nazarí. Pero lo que más satisfará a Hernando de Zafra será la jurisdicción sobre la localidad de Castril que los Reyes le conceden el 29 de febrero de 1502. Como disfrutaba ya de la tenencia de la fortaleza y poseía todos los términos y tierras del lugar, la nueva merced se limitaba a conferirle la jurisdicción civil y criminal, así como la facultad para proveer los oficios públicos. La merced tenía en principio un carácter vitalicio pero, una vez muerto Zafra, la Corona permitió que sus herederos continuaran disfrutándola. El documento fundacional nada dice de las razones que impulsaron a los Reyes a conceder este señorío, si bien es posible que desearan premiar así el esfuerzo que Zafra había hecho para repoblar Castril. Ese mismo mes de febrero Fernando e Isabel autorizaban a su secretario a añadir nuevos emblemas a su escudo de armas.

La revuelta mudéjar en Sierra Bermeja había puesto de manifiesto que era necesario incrementar la presencia de repobladores en el extremo occidental del litoral malagueño, la zona más próxima a Berbería y sobre cuya falta de seguridad ya había dado Zafra aviso a los Reyes en 1493. Tras una visita de inspección que el secretario real hace a la zona en 1502, la cual viene a coincidir con el retorno de Gibraltar a la jurisdicción realenga, los Reyes Católicos le encargan que ponga en marcha los repartimientos de Gibraltar, Estepona y Fuengirola. En este sentido, Zafra va a actuar más como supervisor que como repartidor propiamente dicho: en el caso de la repoblación de Fuengirola, delegaría en el escribano malagueño Antón López de Toledo, que tenía una larga experiencia en ese tipo de trabajos.

La actividad de Hernando de Zafra irá menguando a partir de 1503 por lo que dan a entender las fuentes conocidas. Después de la muerte de la reina Isabel, cuando se reanude la expansión territorial en África del Norte, intentará atraer al régulo de Vélez de la Gomera al servicio de la Monarquía hispánica. Conquistada Mazalquivir en septiembre de 1505, nuestro secretario se encargará de gestionar la adquisición de cereal en Loja para abastecer el nuevo presidio. Al mismo tiempo entabla, sin éxito, negociaciones para obtener la sumisión pacífica de Orán. Sería entonces cuando se asoció con Francisco de los Cobos y un alfaqueque tetuaní para importar cuero y calzado de Berbería.

Hernando de Zafra dedica los últimos años de su vida a gestionar con eficacia su patrimonio inmobiliario, tanto rústico como urbano. La explotación del mismo se llevaba a cabo, preferentemente, por medio de contratos de arrendamiento. Esta es la modalidad a la que recurre para sacar provecho de alquerías como Casis, Calicasas —hoy término municipal— y Cájar. Los arrendatarios eran moriscos residentes en las cercanías y la duración de los contratos de cinco a seis años. La renta a pagar consistía en una parte variable de la cosecha de cereal y unas cargas de paja, si bien en Cájar el agua se arrendaba aparte. El arrendamiento fue, asimismo, la forma de explotación dominante de los inmuebles urbanos (tiendas, baños) y medios de transformación de la producción agrícola (molinos, batanes y hornos) que Zafra poseía en Granada— en la plaza del Hatabin y en torno a la puerta de Bibarrambla— y en los lugares de Churriana y Huétor Vega. Pero también se hace uso del censo perpetuo enfiteutico en el caso de algunos baños, molinos y sitios de horno sitos en la capital y en las alquerías de Gotajar y Dílar.

No parece, sin embargo, que Hernando de Zafra estuviera del todo satisfecho con el bienestar que había conseguido para él y para su familia. Como buen oligarca, quería asegurar el señorío de Castril para sus herederos y sucesores. Por ese motivo había pedido a la Reina que legitimara a su hijo Hernán Sánchez de Zafra, habido fuera de su matrimonio con Leonor de Torres. Pero la insatisfacción iba más lejos por lo que da a entender un memorial ácrono pero redactado, sin duda, después de la muerte de la reina Católica. En él recuerda Zafra que Isabel, “que santa gloria aya”, había escrito años antes a fray Hernando de Talavera, con motivo de la concesión de Huete a su secretario, que llegado el momento le darían asimismo la contaduría mayor de Alonso de Quintanilla, la cual —se lee en el memorial citado— “nunca se me dio nin equivalençia por ella”. Cabe la posibilidad de que Zafra aspirara a ocupar uno de los altos cargos de la Hacienda Real de Castilla. Sea como fuere, la última merced regia que va a recibir el secretario será la tenencia de la fortaleza de Bácor, con efectos del 1 de enero de 1506 en adelante.

El testamento de Hernando de Zafra, otorgado a 12 de abril de 1507, fue abierto el 28 de mayo del mismo año, pocos días después de su muerte. En él dispone que su esposa Leonor de Torres, sea heredera universal y que, fallecida ésta, la herencia pase a su hijo Hernán Sánchez de Zafra. Pero si su legitimación fuera insuficiente, la hacienda iría a parar entonces a manos de Francisco de Zafra, su sobrino, o al hijo mayor de su hermano Juan de Zafra. Al margen de quien heredase sus bienes, Hernando de Zafra deseaba que la transmisión se hiciera por “vía de mayorazgo”, para lo cual solicitaba a la Corona la facultad correspondiente. El testamento incluye otras mandas para el resto de su familia y criados, repartiendo —sin contar los bienes inmuebles— alrededor de 1.500.000 maravedís en efectivo. No se menciona para nada la alquería de Huete, que el 22 de noviembre de 1507 era otorgada al regidor granadino Gómez de Santillán.

La viuda de Zafra sobrevivió a Hernán Sánchez, por lo que no llegó el caso, ni de que éste heredara, ni de que surtiera efecto la legitimación. La fortuna la heredó finalmente su nieto Hernando de Zafra, hijo de Hernán Sánchez y de María de Ayala, sobrina de Leonor de Torres, que contrajo matrimonio con Catalina de los Cobos. Ambos fundaron un mayorazgo sobre las tierras que habían heredado de su abuelo, que sería confirmado por la Corona. El 30 de octubre de 1539 otorgaban escritura haciendo mayorazgo y donación a Hernando de Zafra, su hijo, de la villa de Castril, así como de las casas que tenían en Granada y el cortijo de Tojutor, las tierras de Santafe y Pulianas, los bienes de las alquerías de Cortes, Padul, Adra y Deifontes y las demás fincas rústicas y urbanas que poseían en Granada. Los herederos sólo podrían ser varones y llevar el apellido Zafra. Como se lee en el documento: “y traygan sus armas y se hagan llamar así”.

 

Bibl.: D. Clemencín, Elogio de la reina católica doña Isabel, Madrid, 1821; G. Fernández de Oviedo, Batallas y Quincuagenas, vol. I, Madrid, 1880; J. Durán y Lerchundi, La toma de Granada y caballeros que concurrieron a ella, vol. II, Madrid, 1893, págs. 219-238; M. A. Ladero Quesada, Castilla y la conquista del reino de Granada, Valladolid, Universidad, 1967; M. Garzón Pareja, “Hernando de Zafra, cortesano y hombre de empresa”, en Cuadernos de Estudios Medievales, IIIII (1974-1975), págs. 121-147; M.ª A. Moreno Olmedo, Heráldica y genealogía granadinas, Granada, Universidad, 1976; M.ª D. Guerrero Lafuente, El convento de Zafra, Granada, Universidad, 1982; F. Bermúdez de Pedraza, Historia eclesiástica de Granada, Granada, Universidad, 1989; M. Garrido Atienza, Las capitulaciones para la entrega de Granada, estudio preliminar de J. E. López de Coca Castañer, Granada, Universidad, 1992; E. Pérez Boyero, “Hernando de Zafra: secretario real, oligarca granadino y señor de vasallos”, en Miscelánea Medieval Murciana, XVIII (1993-1994), págs. 175-207.

 

José Enrique López de Coca Castañer