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Enrique de las Morenas Fossi

Biografía

Morenas Fossi, Enrique de las. Chiclana de la Frontera (Cádiz), 3.V.1855 – Baler (Islas Filipinas), 22.XI.1898. Comandante de Infantería, caballero Laureado de San Fernando y héroe de Baler.

Hijo del abogado Enrique de las Morenas Costadoat, y de Cecilia Fossi Mingueo. Al morir su padre, se trasladó a Cabra, donde residió hasta que, con diecinueve años, obtuvo plaza de cadete en la Academia Militar de Castilla la Nueva, ubicada en el palacete de la Moncloa.

El 2 de abril de 1875 ascendió a alférez y fue destinado al Regimiento de Infantería Lealtad n.º 30, encuadrado en una de las brigadas del Ejército mandado por Martínez Campos, con el que participó en la campaña contra las partidas carlistas de Cataluña que culminó el 26 de agosto con la ocupación de La Seo de Urgel, acción que le valió el grado de teniente.

En diciembre, decidido Cánovas a asestar el golpe definitivo a los carlistas, las tropas liberales se constituyeron en dos Ejércitos, denominados de la Derecha y de la Izquierda, para operar en Navarra y Vascongadas.

La unidad de Las Morenas, adscrita al de la Derecha, mandado por Martínez Campos, marchó a Pamplona, donde, finalizada la guerra, permaneció prestando servicio de guarnición hasta el 30 de julio de 1877, fecha en que solicitó el pase a la situación de reemplazo para reunirse en Cabra con su familia.

Tras ser rechazada su solicitud de ingreso en la Guardia Civil, fue destinado a los batallones de Depósito de Montilla y Lucena y, en 1882, al Disciplinario de Melilla, donde ascendió a teniente con veintiocho años. La remota posibilidad de progresar en la milicia, unida a sus continuos ataques de ciática y a su matrimonio con la baenense Carmen Alcalá Buelga, le movieron a pedir por segunda vez el pase a la situación de reemplazo para cursar una carrera civil. Una vez obtenida plaza de notario en Baena, solicitó el ingreso en la Escala de Reserva Retribuida, creada en 1886, quedando adscrito a la zona de Reclutamiento y Reserva de Jaén.

Diez años después, el 14 de enero de 1896, ascendió a capitán de la Escala de Reserva y en septiembre pidió destino al Batallón Expedicionario de Cazadores n.º 9, uno de los quince enviados por Cánovas a Filipinas para hacer frente a la insurrección tagala, iniciada un mes antes. Superado un nuevo ataque de ciática y tras un mes de travesía, desembarcó en Manila el 2 de febrero de 1897 e inmediatamente marchó a incorporarse a su unidad, desplegada en la provincia de Nueva Écija, en la zona centro-oriental de Luzón.

Inicialmente, no participó en combate alguno porque la acción principal se desarrollaba muy lejos de allí, en la provincia de Cavite, donde las tropas de Polavieja batieron a las de Aguinaldo en el mes de abril.

Después, durante los siete meses de inactividad que imponía la estación de lluvias, el agravamiento de su enfermedad le mantuvo postrado en cama. Por ello, en noviembre, ante la inminente reanudación de las operaciones, fue evacuado a Manila, donde conoció la capitulación de Aguinaldo. El 29 de enero de 1898, al mes de firmarse el Pacto de Biacnabató, el Tribunal Médico de Manila le dio de alta y el capitán general Ramón Blanco Erenas le nombró comandante político- militar del distrito del Príncipe, con capital en Baler, en la costa oriental de la provincia de Nueva Écija, adonde llegó el 12 de febrero.

En Baler llevaban prodigándose incidentes armados desde el mes de agosto de 1897, cuando la situación era bastante estable en el resto de la isla. El entonces responsable del distrito, el capitán Antonio López Irizarri, que sólo contaba con cinco guardias civiles indígenas, se vio obligado a pedir refuerzos y el anterior capitán general, Fernando Primo de Rivera, le envió por tierra cincuenta soldados del Batallón de Cazadores Expedicionario n.º 2, al mando del teniente José Mota.

El 5 de octubre, cuando sólo llevaban allí quince días, los tagalos atacaron el destacamento, los guardias desertaron con sus fusiles, Mota y nueve soldados murieron en el encuentro, y otros ocho fueron apresados. La tripulación del cañonero Manila, que patrullaba la costa, acudió en su auxilio, pero los supervivientes y los doce marineros desembarcados se vieron forzados a refugiarse en la iglesia del pueblo.

Conocido el incidente en Manila, se ordenó que un capitán del citado batallón, Jesús Roldán Maizonada, embarcara hacia Baler con cien hombres. López Irizarri y los supervivientes del primer destacamento fueron evacuados y Roldán se encerró en la iglesia con su compañía, atacada diariamente y cortada la comunicación terrestre con Manila.

El 13 de noviembre, el crucero Don Juan de Austria logró avituallar el destacamento, no sin antes tener que dispersar a los rebeldes con el fuego de sus cañones.

Nada más perderse de vista el crucero, la iglesia volvió a quedar cercada. En enero de 1898, firmado ya el Pacto de Biacnabató, el vapor Compañía de Filipinas no pudo desembarcar los víveres que transportaba para el destacamento, y se envió una nueva columna de socorro, mandada por el comandante Juan Génova Iturbe y formada por cuatrocientos soldados del Batallón de Cazadores Expedicionario n.º 2, que llegó a Baler el mismo día en que, al conocer la capitulación de Aguinaldo, los insurrectos levantaron el cerco.

Fue en ese momento cuando se nombró comandante político-militar al capitán Las Morenas, quien marchó hacia Baler escoltado por un destacamento de cincuenta soldados del citado batallón, mandados por el teniente Juan Alonso Zayas, secundado por el 2.º teniente Saturnino Martín Cerezo y auxiliado por el médico militarizado Rogelio Vigil de Quiñones Alfaro.

El 12 de febrero llegaron a su destino y el 15 la fuerza del comandante Génova emprendió camino de regreso a Manila.

En abril, declarada la guerra por Estados Unidos, la insurrección volvió a cobrar bríos y Las Morenas fue informado de la formación de algunas partidas en el territorio de su demarcación. El 20 de mayo, el mismo día que conocieron la derrota de la escuadra en Cavite, una de las partidas rodeó el pueblo. Los cinco soldados enviados a Manila para alertar de su precaria situación, fueron capturados, aunque lograron evadirse, y el 26 de junio la población local abandonó sus viviendas, llevándose consigo los uniformes de repuesto de la tropa, almacenados en la casa parroquial. Al día siguiente, Las Morenas decidió recluirse en la iglesia con el destacamento, dando también cobijo al párroco. Las puertas fueron tapiadas y las ventanas se acondicionaron como puestos de tirador.

El 1 de julio, al día siguiente del desembarco de una división norteamericana en la bahía de Manila y mientras veintidós mil insurrectos cercaban la capital, Las Morenas fue conminado por primera vez a rendirse, advirtiéndole el cabecilla de la partida sitiadora que su situación era desesperada. Rechazada la propuesta, el cerco se estrechó, excavándose una línea de trincheras a menos de veinte metros de los muros de la iglesia. Durante el mes de julio, el intercambio de disparos fue continuo, y dos soldados españoles y los dos sanitarios indígenas desertaron.

En agosto, tras capitular Manila, los tagalos intentaron incendiar el edificio, y al no lograrlo enviaron a dos sacerdotes indígenas a intimar su rendición, que fueron retenidos por Las Morenas. En septiembre, la carencia de alimentos frescos provocó una epidemia de beriberi, cuya primera víctima fue el párroco.

Poco después, los sitiadores hicieron llegar a Las Morenas la copia de una carta del gobernador políticomilitar de Nueva Écija, Dupuy de Lome, en la que reconocía que España había perdido Filipinas. Las Morenas no le dio crédito, esta vez acertadamente, pues, aun cuando no estuviera en condiciones de saberlo, el archipiélago no se cedió a Estados Unidos hasta el mes de diciembre.

El 18 de octubre, el beriberi mató al teniente Alonso y un mes después, el 22 de noviembre, tras cuatro meses y veintisiete días de asedio, Las Morenas fue víctima del mismo mal. Martín Cerezo, que se había hecho cargo del mando del destacamento al morir Alonso, hubo de asumir también el cargo de comandante político-militar del distrito, ocultando celosamente a los sitiadores la muerte del titular. Aparte de él, sólo quedaban vivos el médico y un sanitario, tres cabos, un corneta y treinta y cinco soldados.

La aislada guarnición aún defendió otros siete meses, hasta el 2 de junio de 1899, aquella reliquia de la presencia española en Filipinas. Su gesta fue reconocida y ensalzada por los propios filipinos, y supuso el único lenitivo del desastre ultramarino para los españoles.

En septiembre, al llegar a Barcelona los supervivientes, el Ministerio de la Guerra abrió el preceptivo juicio contradictorio para concederles la Cruz Laureada de San Fernando y ascendió a comandante de la escala de reserva al capitán Las Morenas. Un mes después, su viuda solicitó la apertura de otro juicio contradictorio para él, pero el Consejo Supremo de Guerra y Marina decidió incluirlo en el que se tramitaba colectivamente, que fue resuelto favorablemente el 27 de febrero de 1901.

En 1904, sus restos, junto a los de los demás soldados fallecidos en Baler, fueron repatriados y Alfonso XIII dispuso que se depositaran en el Panteón de Hombres Ilustres que se estaba construyendo en la basílica de Atocha. Olvidada la regia disposición al concluirse la obra, fueron inhumados definitivamente en el panteón de los Héroes de Cuba y Filipinas del madrileño cementerio de la Almudena.

 

Bibl.: F. de Monteverde y Sedano, Campaña de Filipinas. La División Lachambre, 1897, Madrid, Hernando y Cía., 1898; M. Sastrón, La insurrección en Filipinas y Guerra Hispano- Americana en el Archipiélago, Madrid, Imprenta de los Sucesores de M. Minuesa de los Ríos, 1901; S. Martín Cerezo, El Sitio de Baler (Notas y recuerdos), Guadalajara, Taller Tipográfico del Colegio de Huérfanos, 1904 (5.ª ed. corr. y aum., pról. de Azorín, Madrid, Ministerio de Defensa, 2000); R. Vigil de Quiñones Alonso, “España en Filipinas. La muy heroica defensa de Baler”, en Revista de Historia Militar, 56 (1984), págs. 159-185; A. Mas Chao, “La guerra hispano-norteamericana en Filipinas”, Revista de Historia Militar, 83 (1997), págs. 227-256; M. Velamazán, M. Menéndez y V. Velamazán, “Rogelio Vigil de Quiñones, un médico militar entre los últimos de Filipinas”, en El Lejano Oriente español: Filipinas (siglo XIX) (VII Jornadas Nacionales de Historia Militar, Sevilla, 5-9 de mayo de 1997), Sevilla, Cátedra General Castaños, 1997, págs. 691-703; F. Puell de la Villa, “La insurrección en Cuba y Filipinas”, en Revista Española de Defensa, 127 (1998), págs. 38-45; F. Puell de la Villa, “El Ejército en Filipinas”, en M.ª D. Elizalde Pérez-Grueso (ed.), Las relaciones entre España y Filipinas. Siglos XVI-XX, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 2002, págs. 189-206; J. A. Martín Ruiz, Una historia olvidada. Baler (1898-1899), Zaragoza, Pórtico, 2010; J. A. Martín Ruiz, Los últimos de Filipinas. El manuscrito del franciscano Minaya, Málaga, Genal, 2017; J. Valbuena García, Más se perdió en Filipinas. La épica resistencia de los héroes de Baler, Madrid, Ediciones Encuentro, 2021.

 

Fernando Puell de la Villa

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