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Luis de Valdivia

Biografía

Valdivia, Luis de. Granada, 1561 – Valladolid, 5.XI.1642. Misionero jesuita (SI), teólogo, catedrático, gramático, escritor.

Sin duda, una de las personalidades más interesantes de los trabajos de los jesuitas en Indias fue Luis de Valdivia, sobre todo en el desarrollo de la estrategia de la “Pax Hispánica en las Indias Occidentales”, o más bien, en la adopción de la guerra defensiva como estrategia de pacificación y control de las tribus de indios que se encontraban enfrentados con la Monarquía hispánica. Granadino de nacimiento, su entrada en la Compañía se produjo después de haber concluido estudios científicos en Salamanca. Como era habitual en el Instituto, fue primero maestro de Gramática en Logroño (1584), para continuar su formación en Filosofía y Teología en Valladolid, obteniendo el grado de bachiller en Derecho Canónico. Tras su ordenación sacerdotal, fue enviado al virreinato del Perú, alcanzando Lima a finales de noviembre de 1589. Por breve tiempo, permaneció en Cuzco y en la doctrina de Juli, la primera de los jesuitas en Indias, para ser después profesor de Filosofía y maestro de novicios en el Colegio de San Pablo de Lima, entre 1591 y 1593.

Se integró en la primera expedición de la Compañía que se dirigió a Chile, al frente de la cual se hallaba el padre Baltasar Piñas. Según recordaba el propio Valdivia, lo primero que hicieron sus compañeros jesuitas y él mismo fue aprender la lengua de los indígenas. Fundado el Colegio de Santiago, enseñó Filosofía en sus aulas. Pronto destacó como cabeza visible del Instituto en aquellas latitudes, ejerciendo el oficio de rector de la nueva casa, entre 1594 y 1601. Tanto él como sus primeros compañeros se percataron de las prácticas vejatorias cometidas contra los indios, las cuales se presentaban como una barrera al trabajo de evangelización, conduciendo a la resistencia armada. Díaz Blanco define el servicio personal como una “pervivencia ilegal de antiguas formas de explotación personal, permitidas por la corona”. De aquel tiempo fueron las misiones de Valdivia en La Imperial —conocida como Concepción—, Villarrica, Tucapel y Angol. Tras seis años de gobierno en Chile, con algunas tensiones dentro de la Compañía, la obediencia le condujo como profesor al mencionado Colegio de San Pablo de Lima, abandonando los trabajos activos en la vanguardia y ejerciendo la docencia en Teología. Este cambio de orientación le llevó a solicitar a su general Aquaviva el regreso a su tierra natal. Creía que su trabajo tendría sentido si contribuía a la pacificación de los indios chilenos. Aquaviva no hizo caso de esta petición, prolongándose el paréntesis hasta 1604. Cuando el virrey Luis de Velasco, futuro marqués de Salinas, se ocupó del asunto de Chile, necesitaba las explicaciones de un experto y éste fue el padre Valdivia. Su sucesor, Gaspar de Zúñiga, conde de Monterrey, también contaba en su agenda con la pacificación de Chile, debiendo aprobar las medidas que había propuesto Luis de Valdivia y formándose una Junta que estudiase el plan a realizar.

Tras el final de la gobernación sobre Chile de Alonso de Ribera, la paz que se extendía por estas tierras era considerada efímera y provisional por su sucesor Alonso García Ramón. El padre Valdivia no comulgaba con esta opinión al creer que los logros habían sido seguros. Se empezó a desarrollar un debate entre las armas y la palabra predicada, la conquista militar y la espiritual —como había titulado Antonio Ruiz de Montoya su obra—. Valdivia afirmaba que la violencia desarrollada por una guerra ofensiva y expansionista, dificultaba el avance de la evangelización y consideraba que el final de esa violencia por parte de los indios, significaba acabar con las situaciones de injusticia. Si los indios rebeldes comprobaban que no se alcanzaban esas circunstancias, abandonarían las armas y se lograría la paz. El virrey Zúñiga había sido benefactor de los planes de Valdivia pero su sucesor, el marqués de Montesclaros, Juan Manuel de Mendoza y Luna, destacó como su “mecenas” político en la definición de la guerra defensiva, por la cual se renunciaba a la expansión y se trataba de conservar lo que ya se tenía.

El gobernador de Chile no estaba de acuerdo con la nueva política que se estaba trazando entre Lima y Madrid. Por eso, envió a la Corte a un capitán del Ejército, Lorenzo del Salto, para negociar su posición, mientras que Luis de Valdivia fue igualmente remitido, a finales de 1608, por el marqués de Montesclaros. El jesuita, para el desarrollo de esta “embajada”, contaba con mayores ventajas puesto que su hermano, Alonso Núñez de Valdivia, era secretario del Consejo de Hacienda, accediendo más fácilmente y a través suya, a la Secretaría de Indias. Por otra parte, Montesclaros era un hombre del duque de Lerma y el jesuita contaba con cualidades de polemista. La Junta de Guerra de 1610 aprobó el 8 de diciembre lo que Luis de Valdivia había propuesto, debiendo escoger convenientemente quién habría de llevar a efecto los nuevos planes para Chile.

En 1604, Chile se había integrado administrativamente para la Compañía en la provincia del Paraguay. Ante el alejamiento del provincial, residente en la ciudad de Córdoba, se consideró oportuna la constitución de la viceprovincia de Chile, siendo superior de la misma el padre Valdivia desde 1611. Se pensaron distintos papeles para este jesuita granadino, especialmente el gobierno de la diócesis de La Imperial-Concepción, vacante después de la rebelión mapuche que sufrió su anterior prelado. Se trataba de la segunda sede episcopal de Chile, tras la de Santiago. El propio Valdivia fue el impulsor de la fundación del colegio de La Concepción y de algunas residencias de frontera, necesarias en la infraestructura de evangelización llevada a cabo por los jesuitas. Felipe III solicitó para el nombramiento episcopal de Valdivia, la opinión del hasta ahora administrador apostólico de la diócesis de La Concepción y obispo de Santiago, fray Juan Pérez de Espinosa, hostil en sus actitudes con la Compañía. Regresaba, pues, Valdivia a Chile en 1612, tras cinco años de ausencia y acompañado de una decena de jesuitas. El virrey Montesclaros puso las bases legales de la política de la guerra defensiva, siendo el líder de la misma el propio Valdivia, que se convirtió en visitador general del Reino, así como en embajador de Felipe III ante los indios mapuches. Sin embargo, como destaca Díaz Blanco, Valdivia se sintió “atosigado” por la concentración de autoridad, ya que incluso el obispo de Santiago le había confirmado como prelado de La Imperial, aunque él rechazó esa mitra.

Todo ello iba a despertar resistencias muy duras. Desde esa soledad política, Valdivia contempló cómo el cuerpo social dominante se oponía a la abolición del servicio personal. Resistencias originadas cuando se trataba de hacer frente a los militares, a los intereses económicos de la guerra, a las cuestiones de honor que parecía violar la guerra defensiva. Valdivia sufrió, como visitador y en 1612, con una clara “demonización”, un rechazo generalizado hacia sus planes, una falta de apoyo desde las instituciones del reino, además de claros ataques hacia su persona. Entró en la tierra de guerra para iniciar su misión pacificadora, pecando en ella de optimismo exarcebado y de una confianza desmedida en los indios, sobre todo tras la pacificación de Arauco, Tucapel y Catiray. Sin embargo, la muerte violenta de tres jesuitas (uno de ellos primo de Valdivia, Martín de Aranda) al adentrarse en las tierras de Elicura fue un duro golpe al prestigio de esta política. Triunfaban, utilizando aquel aparente fracaso, los opositores a la guerra defensiva. Le acusaban de haber subestimado el visitador los avisos bélicos de los indios, aunque en el envío de aquella misión fracasada, Valdivia no actuó como visitador, sino que la decisión se tomó en una reunión de jesuitas donde se aprobó el proyecto. El martirio de un misionero no se consideraba una vida perdida.

No obstante, el virrey Montesclaros se empezó a percatar de lo condicionante que estaba siendo el carácter de Valdivia a la hora de pacificar Chile. Encontraba en él un “mesianismo desaforado y una casi ridícula ingenuidad”. Por el contrario, el gobernador de Chile solicitaba al virrey del Perú que fuesen enviados desde España contingentes militares, preparados para no correr riesgos innecesarios en el desarrollo de esta política. Cuando el gobernador se enfrentó públicamente con Valdivia, éste manifestó duros cambios de ánimo. Eran sus “melancolías”. Se creó del jesuita una imagen de soberbio y de tirano. Se le acusaba de haber rentabilizado para sí y para la Compañía de Jesús los beneficios de esta política. Parecía que Valdivia había convertido a Chile en monopolio de los jesuitas. El proyecto se intentó revocar en Madrid, remitiendo Valdivia a la Corte, y como procurador, al también jesuita Gaspar Sobrino. Pero, el duque de Lerma no estaba dispuesto a cambiar de política, pidiendo al nuevo virrey, Francisco de Borja, que continuase en la misma línea.

Valdivia, al sentirse diariamente perseguido, expresó su deseo de abandonar las funciones encomendadas. Al comprobar que sus relaciones con el provincial del Paraguay no eran buenas, consideró que debería regresar a España. Tampoco el prepósito general Mucio Vitelleschi le comprendió como lo había hecho Aquaviva. Salía definitivamente de Chile en 1619. La guerra defensiva llegó poco más allá de la presencia de Valdivia en Indias, plasmándose su final en la Real Cédula de Aranjuez de abril de 1625. Unos años antes, Felipe III ya le había retirado la confianza. A la Pax Hispánica le sustituía una política belicista y reputacionista. La Monarquía reconoció los servicios prestados por este jesuita, intentando su residencia en el Colegio de la Compañía en Madrid. Incluso Felipe IV, le quiso nombrar consejero del de Indias. El general Vitelleschi se opuso a todo ello, siendo destinado al Colegio de San Ambrosio de Valladolid, donde a partir de 1621, ya como prefecto de estudios, escribió la historia de la provincia de Castilla, tomando como base la anteriormente realizada por Pedro de Guzmán. Cuando aquella ciudad y sus colegios de jesuitas se convirtieron en un exilio, Valdivia pensaba que le restaban unos pocos meses de vida. Cifra que se prolongó por espacio de veinte años. Entre 1628 y 1641 fue director de la congregación de sacerdotes en el Colegio de San Ignacio, también de Valladolid. Junto al Pisuerga, que era una de las capitales jesuíticas de España, vivía con cierta tranquilidad de anonimato. Todavía en su ancianidad pudo conocer las conversaciones de paz que había iniciado el marqués de Baides con los mapuches. Se consideraba un fruto tardío de lo que había propuesto Valdivia.

Su dimensión política no puede hacer olvidar los frutos doctrinales y lingüísticos de sus trabajos, a través de sus catecismos y sermonarios en lengua araucana, además de las gramáticas y diccionarios menos difundidos en las lenguas allentiac y milcayac, utilizadas hasta el siglo xviii por los indios huarpes en tierras argentinas actuales de Mendoza.

 

Obras de ~: Arte y Gramática general de la lengua que corre en todo el reino de Chile, con un vocabulario y confesionario, Lima, por Francisco del Canto, 1606 (edición facsímil por J. Platzmann, Leipzig 1887); Doctrina Cristiana y catecismo con un confesionario arte y vocabulario breves en lengua allentiac, Lima 1607 (reimpreso con una reseña de la vida y obras del autor por J. Toribio Medina, Sevilla, Imprenta de E. Rasco, 1894); Fragmentos de la Doctrina Cristiana en lengua milcayac, Santiago 1918; Sermón en lengua de Chile de los misterios de nuestra santa Fe católica, Valladolid 1621; Nueve sermones en lengua de Chile, Santiago, Imprenta Elzeviriana, 1897 (incluye reproducción facsímil de la ed. de Valladolid de 1621).

 

Bibl.: J. E. Nieremberg, Honor del Patriarca San Ignacio de Loyola, Madrid, María de Quiñones, 1645, págs. 761-762; A. de Ovalle, Histórica relación del Reyno de Chile y de las missiones y ministerios que exercita en el la Compañía de Jesús, Roma, Francisco Cavallo, 1646; F. Enrich, Historia de la Compañía de Jesús en Chile, vol. I, Barcelona, Imprenta de F. Rosal, 1891, caps. 30-31; B. Mitre, Lenguas americanas: estudio bibliográfico-lingüístico de las obras de Luis de Valdivia sobre el araucano y el allentiak, con un vocabulario razonado del allentiak, La Plata, Talleres de Publicaciones del Museo, 1894; P. Hernández, El Padre Luis de Valdivia con nuevos documentos, Santiago, Imprenta y Encuadernación Chile, 1908; W. Hanisch, “La familia del Padre Luis de Valdivia en Granada”, en Boletín Academia Chilena de la Historia, 77 (1967), págs. 129-146; H. Zapater, La Búsqueda de la Paz en la guerra de Arauco: el Padre Luis de Valdivia, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1992; E. García, “Luis de Valdivia, nuestro primer catequeta”, en Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, vol. 13 (1995); R. Foerster, Jesuitas y Mapuches 1593-1767, Santiago, Editorial Universitaria, Franciscus Xaverius, 1996; J. M. Díaz Blanco, La Pax Hispánica en las Indias Occidentales. Razón de Estado y Evangelio en la guerra de Arauco (1598- 1626), memoria de licenciatura, Universidad de Sevilla, 2005.

 

Javier Burrieza Sánchez

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