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Ernesto de Habsburgo

Biografía

Ernesto de Habsburgo. Viena (Austria), 15.VI.1553 – Bruselas (Bélgica), 21.II.1595. Archiduque de Austria, gobernador de los Países Bajos.

Hijo de Maximiliano II y de la emperatriz María, hermana de Felipe II. Este joven archiduque fue educado en la Corte del Rey Católico entre 1561 y 1571. De regreso al imperio fue nombrado por su hermano mayor, el emperador Rodolfo II de Habsburgo, gobernador de la Alta y Baja Austria y a la muerte del archiduque Carlos heredó el gobierno de la Austria interior. En la gestión de estos cargos Ernesto ganó prestigio como buen administrador al tiempo que recibió importantes distinciones tanto por parte del Rey Católico como del papado. En 1573 y 1575 fue candidato al trono de Polonia y ya en 1576 se pensó en él como gobernador de los Países Bajos. En 1585 se propuso, por parte de la poderosa familia Guisa, casar al archiduque con la entonces prisionera María Estuardo, pero los equilibrios políticos del imperio hicieron que el Emperador desechara la idea.

Sus relaciones con la rama hispánica de los Habsburgo se reforzarían durante la década de 1590. Ante la pérdida de confianza que el Gobierno de Madrid tenía en Alejandro Farnesio se consideró desde septiembre de 1592 que el archiduque Ernesto era un sustituto ideal para consolidar la política dinástica en Occidente. Como príncipe contrarreformista y con educación española Ernesto parecía idóneo para cumplir los designios de su tío: por un lado, buscar la pacificación de los Países Bajos como gobernador de sangre real que teóricamente contaba con el apoyo diplomático de Rodolfo II; por otro, estar disponible para apoyar el reconocimiento en forma de elección de los derechos de la infanta Isabel Clara Eugenia al trono de Francia. Como miembro de la rama austríaca de los Habsburgo Rodolfo II podía esperar que en tanto que gobernador general de los Países Bajos, Ernesto mejorara la posición internacional del imperio, una posición muy comprometida por la beligerancia con los turcos en Hungría. De hecho, Isabel I de Inglaterra había iniciado con Rodolfo conversaciones preliminares por las que ofrecía sus contactos diplomáticos con la Sublime Puerta a cambio de que el Emperador presionara a Felipe II para que accediera a una paz negociada con ella. Con todo, la posición del Emperador respecto al nombramiento de su hermano fue bastante ambigua por razones políticas y personales.

Bajo las presiones del Rey y de su embajador en Praga Guillén de San Clemente, el archiduque terminó por aceptar su nuevo nombramiento a principios de 1593. La situación que debía enfrentar era muy compleja. El gobierno de Bruselas tenía que responder a los tres problemas mayores que habían caracterizado la época final del gobierno de Alejandro Farnesio y que se habían recrudecido en los meses posteriores a su muerte en diciembre de 1592. El primero era la intervención en Francia para sostener a la Liga Católica en la guerra que ésta mantenía contra los partidarios de Enrique IV. En los meses siguientes a la aceptación del gobierno por Ernesto fracasaron los intentos de los representantes españoles (sobre todo el duque de Feria y Diego de Ibarra) en los Estados Generales reunidos por la Liga en París para que éstos reconocieran a la infanta como reina de Francia, una Soberana que tendría por consorte precisamente al propio Ernesto. Esta política de atención a Francia, hacia la que se destinaba una parte importante del ejército y notables recursos económicos, era directamente responsable del segundo elemento que debería confrontar Ernesto: el continuado avance de las tropas de las Provincias Unidas que iban recuperando desde 1590 el territorio que al norte de los Grandes Ríos había ocupado Farnesio. Finalmente, la crisis política del final del gobierno de Farnesio había dejado un importante vacío de poder tanto civil como militar. En la corte de Bruselas diversos grupos se disputaban la gestión de los asuntos públicos. El partido español encabezado por los agentes que Felipe II había enviado para intentar retomar el control de la situación (Pedro Enríquez de Acevedo, conde Fuentes, y Esteban de Ibarra) estaba en abierto conflicto con el gobernador interino el conde Pierre-Ernest de Mansfeld, el duque de Aerschot y gran parte de la nobleza del país. Por otro lado, la dispersión de recursos y su mala gestión hacía que el ejército fuera cada vez menos operativo tanto por falta de medios como de un liderazgo con autoridad suficiente. Mal pagados los soldados habían comenzado a amotinarse, en tanto que la población, sobre todo los campesinos, era presa de los saqueos de las propias tropas del Rey y los vrijbuters holandeses. Para terminar de empeorar la situación los años centrales de la década de 1590 fueron de malas cosechas, con lo que el hambre se vino a sumar a una coyuntura de por sí casi desesperada.

En este contexto la llegada a los Países Bajos de Ernesto fue saludada con verdadero entusiasmo por una población que esperaba que el nuevo gobernador pudiera acabar con la guerra y devolver su antiguo esplendor. Así, tanto su entrada en Bruselas, el 30 de enero de 1594, como posteriormente en Amberes, el 14 de junio, fue acompañada de grandes festividades y muestras de alegría. Ernesto se presentaba como un príncipe amable escoltado de un brillante acompañamiento y que resultaba bastante generoso a la hora de conceder mercedes. Un príncipe cuyas cualidades personales anunciaban un gobierno de pacificación, precisamente lo que una gran parte de la población deseaba desde hacía tiempo. Gobernante ilustrado, Ernesto escribió anotaciones a las obras de Salustio, Cicerón o César. Además gustaba, como su hermano Rodolfo II, coleccionar obras de arte, libros y objetos variados. El nuevo gobernador era consciente de las limitaciones de su situación y, sobre todo, de la falta de recursos para afrontarla, así que envió diversos agentes a Madrid a representar al Rey las necesidades de su cargo. Delegados como su mayordomo el barón de Dietrichstein o, a principios de 1595, Diego Pimentel.

Intentando la pacificación de los Países Bajos el 6 de mayo de 1594 ofreció por carta un armisticio a los Estados de las Provincias Unidas. La respuesta fue una misiva de 27 de ese mismo mes por el que éstos no sólo rechazaban la oferta del nuevo gobernador, sino que reafirmaban su decisión de continuar la guerra negándose a someterse. Al mismo tiempo se había acusado a Ernesto de conocer los planes de magnicidio que, según el testimonio de Michel de Renichon, el conde Berlaymont e Ibarra habían preparado contra Mauricio de Nassau. El fracaso de esta negociación se vio seguido por el de la aproximación con Inglaterra; tras haberse abortado en octubre la misión que sir Thomas Wilkes iba a desarrollar cerca el archiduque en nombre de Isabel I.

En su gestión política Ernesto basculó entre sus favoritos alemanes, el partido español y la nobleza belga. Paulatinamente la posición del gobernador se fue plegando cada vez más a las instrucciones del Rey. Esto reforzaba su dependencia hacia Esteban de Ibarra como secretario y restaba poder al Consejo de Estado. El resultado fue un seguimiento de la política real que daba prioridad a la intervención en Francia respecto a la defensa de los Países Bajos. Esta opción, así como su fracaso en pacificar el país, enajenó complemente las simpatías iniciales con que contara el archiduque. A lo que contribuyó también la sucesión de fracasos militares que se dieron bajo su gobierno.

A diferencia de otros gobernadores generales, Ernesto no tenía la aspiración de ser un jefe de guerra. Era un príncipe cortesano al que ni su inclinación, ni su corpulencia, ni su salud invitaban a que tomara el mando de los ejércitos reales. Esto reabría el amargo debate sobre a quién correspondía comandar el ejército. El conde de Fuentes, el candidato español obvio, no aceptó el mando al no concedérsele el título de capitán general que Ernesto consideraba que le correspondía privativamente. De esta forma fue al conde Charles de Mansfeld a quien se encargó de dirigir el ejército que debía mantener a la Liga Católica en Francia. Era un ejército próximo a la descomposición y de pequeña envergadura pese a las reclutas hechas a principios de 1594. Peor aún, la indisciplina se fue generalizando entre unas tropas que no tenían confianza en sus comandantes y que hacía tiempo no habían cobrado sus sueldos. Si se logró controlar el descontento de los tercios españoles, pronto tropas italianas, alemanas y wallonas se amotinaron reclamando sus atrasos y tomando como base la villa de Sichem. El intento de represión de este motín dio lugar a la deserción de estas tropas apoyadas por Mauricio de Nassau. Finalmente se logró llegar a un acuerdo dándoles como base la villa de Tirlemont que controlarían hasta que se les hubieran satisfecho sus atrasos. De esta forma se abría un ciclo de motines que durante los siguientes años restaría mucha eficiencia al ejército de Flandes.

Frustrado ante la falta de recursos, de éxitos militares y de una dirección política clara, el conde Charles de Mansfeld consiguió ser descargado de su misión para la segunda mitad del año, tras lo cual terminó por partir a servir en el ejército del Emperador que luchaba contra los turcos en Hungría. Las discusiones sobre si su sucesor debería ser Agustín Messía o Charles de Varambon contribuyeron a hacer inoperativo un ejército de campo cada vez más reducido.

Mientras en el gobierno de Bruselas se recrudecían los conflictos internos, los holandeses se mostraron especialmente activos. El 24 de julio de 1594 el ejército de Mauricio de Nassau, en connivencia con el burgomaestre de la villa, entró en Groninga. Esto ponía fin a la resistencia que las magras fuerzas del militar- cronista Francisco de Verdugo en Frisia. La toma de esta plaza era un suceso mayor; de hecho, significaba que las Provincias Unidas habían roto el cerco al que las sometían los españoles y habían entrado en contacto directo con otros territorios del Imperio. A partir de ahora estaban en condiciones de reducir el frente a la zona de los Grandes Ríos. La base para una posible conquista de las Provincias Rebeldes que tanto había costado conseguir a Farnesio se había perdido definitivamente.

Estos desastres se debieron a las instrucciones reales que ordenaban dar prioridad a la política francesa. Sin embargo, la situación militar se desarrolló incluso peor en el frente sur. La tregua que la Liga mantenía con Enrique IV expiró simultáneamente a la llegada de Ernesto. A partir de este momento las ciudades rebeldes francesas comenzaron a pasar al bando realista. El propio Soberano entró en su capital el 22 de marzo sorprendiendo a la guarnición que mantenía Felipe II. Ante la marea borbónica y la desintegración de la Liga el gobierno de Bruselas se mostró especialmente ineficaz. Ni las pequeñas campañas lanzadas en el norte de Francia (conquista de La Capelle en mayo, fracasado socorro de Laon a finales de julio), ni las negociaciones desarrolladas con la nobleza, entre las que destaca la visita del duque de Mayenne a Bruselas ese verano, no influyeron decisivamente en el desarrollo de los acontecimientos. Cuando Amiens, capital de Picardía, abrió sus puertas al Rey a principios de agosto, la situación había dado un vuelco completo en menos de seis meses: las posiciones de los aliados de Felipe II al sur del Somme quedaban aisladas, y el rey de Francia podía acceder fácilmente a la ciudad de Cambrai, localidad que era controlada por su aliado, el señor de Balagny. Esto amenazaba directamente a los Países Bajos españoles, por lo que un ejército de bloqueo al mando de Agustín Messía se colocó frente a la ciudad ya en el verano. Los Estados Provinciales de Artois concedieron un servicio para asediar la ciudad, pero el ejército de Flandes se limitó a saquear el Cambrésis para luego retirarse a las tierras de Felipe II.

Si a comienzos de su gobierno Ernesto aún podía tener ilusiones sobre un futuro político en Francia donde la Liga Católica aún controlaba gran parte del país, al principio del invierno de 1594 éstas se habían desvanecido y lo que se hacía cada vez más presente era la posibilidad de una ofensiva francesa contra los propios Países Bajos. En ese momento en el norte de Francia los españoles apenas si controlaban La Capelle, en tanto que mantenían como aliados al gobernador de Ham (Gomeron) y al de La Fére (Colas de Montélimar), mientras que el gobernador de Picardía por la Liga, Charles de Lorena duque de Aumale, se había tenido que refugiar en Bruselas. La situación era especialmente complicada ya que el violento y simultáneo retroceso de las posiciones hispanas en el frente norte y sur podía permitir a Enrique IV y a Mauricio de Nassau operar conjuntamente y cortar el camino español. Las intenciones de rey de Francia quedaron aún más claras cuando escribió en diciembre a los Estados de Artois y Hainaut amenazando con una declaración de guerra si no cesaban las incursiones hispanas en el Cambrésis.

Para intentar poner remedio a la situación de desintegración que vivía el régimen y recuperar el apoyo local, el archiduque convocó a principios de diciembre una Asamblea de prelados, nobles y personajes prominentes. En ella, prolongada hasta enero, se volvieron a expresar las quejas contra la guerra, la presencia de tropas extranjeras y los abusos que ello implicaba. Se decidió enviar un representante a Madrid a informar al Rey de las demandas de la Asamblea para, en el fondo, pedir el retorno a una política de pacificación.

Ésta no llegaría. Enrique IV declaró finalmente la guerra al Rey Católico el 17 de enero. Como el gobierno de Felipe II no reconocía a Enrique como rey de Francia, la respuesta del archiduque fue una proclamación invitando a las ciudades francesas a abandonar la obediencia hacia el primer Borbón y prometiendo mantener su apoyo al partido de la Unión de los Católicos. Casi simultáneamente recomenzaron las operaciones militares. Fuerzas francesas invadieron el sur de Luxemburgo para operar conjuntamente con las tropas de Felipe de Nassau. Por su parte, los holandeses al mando del gobernador de Breda, el activo señor de Hérauguier, tomaban por sorpresa la villa de Huy; una importante posición neutral dentro de las tierras del obispo de Lieja. De la defensa del Luxemburgo se encargó al coronel Francisco Verdugo, en tanto que una columna de rescate fue enviada para evitar que los holandeses se hicieran fuertes en Huy.

Mientras estas operaciones militares comenzaban a desarrollarse el gobierno de Ernesto tocaba a su fin. Su salud había empeorado progresivamente desde mayo y sus ausencias en la atención de los asuntos públicos se hacían cada vez más notables. Su muerte en la noche del 20 al 21 de febrero dejaba el gobierno de los Países Bajos en una situación política muy comprometida. Gracias a las cartas que había enviado previamente Felipe II, el gobierno interino recayó en el conde de Fuentes hasta la llegada del cardenal-archiduque Alberto hermano del finado. La imagen que Ernesto dejó entre sus contemporáneos fue la de un príncipe devoto y culto, pero que carecía de las cualidades necesarias ni para el gobierno, ni para la guerra. La historiografía nacionalista posterior le ha reprochado haber antepuesto los intereses dinásticos y personales a la búsqueda del bien del pueblo con un gobierno más personal y menos dirigido desde Madrid.

 

Bibl.: C. Fernández Duro, Don Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes. Bosquejo encomiástico, Madrid, Imprenta Manuel Tello, 1884; J. Fuentes, El conde de Fuentes y su tiempo: estudios de Historia militar. Siglos xvi y xvii, Madrid, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Administración-Militar 1908; Ph. Van Isacker, “La situation politico-économique des Pays-Bas catholiques sous le règne de Philippe II”, en Annuaire de l’Université Catholique de Louvain (AUCL), 72 (1908), págs. 333-341; “Les mutineries militaires aux Pays Bas à la fin du xvie siècle”, en AUCL, t. 73 (1909), págs. 469-480; “Pedro Enríquez de Azevedo, graaf van Fuentes en de Nederlanden (1592-1596)”, en Annales de la Société d’émulation de Bruges, t. XL (1910), págs. 205-236; “La défense des Pays-Bas Catholiques au xvi siècle”, en Mélanges d’Histoire offerts a Charles Moeller (Lovaina), vol. II (1914), págs. 263-277; L. Van Der Essen, “Un ‘Cahier de Doléances’ des principaux Conseils des Pays-Bas concernant la situation des ‘Provinces Obeisantes’ sous le gouvernement de l’archiduc Ernest (1594-1595)”, en Bulletin de la Commission Royale d’Histoire, t. LXXXVIII, n.º 4 (1924), págs. 291-309; a. doutrepont, “L’Archiduc Ernest d’Autriche, gouverneur général des Pays Bas 15941595”, en Miscellanea Historica L. van der Essen, t. II (1947), págs. 621- 642; H. de Schepper, “Una reacción —criptográfica— sobre la toma de posesión del gobierno de Fuentes”, en Archief en Bibliotheekwezen in België/Archives et Bibliothèques de Belgique, t. XL, n.º 3-4 (1965), págs. 174-185; R. B. Wernham, “Queen Elizabeth I, the emperor Rudolph II and archiduke Ernest 1593-1594”, en Politics and Society in Reformation Europe, London, 1987, págs. 437-451.

 

José Javier Ruiz Ibáñez