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Miguel Gómez y Damas

Biografía

Gómez y Damas, Miguel. Torredonjimeno (Jaén), 5.VI.1785 – Burdeos (Francia), 16.VI.1864. General carlista.

De noble y acomodada familia, Miguel Gómez abandonó en 1808 la carrera de Derecho y se presentó en Jaén al duque de Montemar para combatir contra los franceses, siendo, según el mencionado duque, “el primero que se me presentó en Jaén en defensa de S. M.”. El 9 de junio ingresó como subteniente en el Ejército y como tal tomó parte en la batalla de Bailén. Posteriormente participó en diversas acciones hasta que el 21 de julio de 1812 fue hecho prisionero en Castalla. Conducido a Francia, se fugó del depósito de Autum y se presentó al general en jefe del 2.º Ejército, Francisco Javier Elío, quien le hizo comparecer ante el Consejo permanente, que justificó su conducta y le revalidó en los cargos de subteniente y teniente que le había concedido la Junta de Jaén. El 11 de septiembre de 1812 fue graduado de capitán, retirándose del servicio activo el 8 de mayo de 1816.

Durante los últimos años de su primera estancia en el Ejército Gómez pasó a Huete con su Regimiento, alojándose en casa de Mercedes de la Encina, viuda de Diego de Parada, con cuya hija Vicenta contrajo matrimonio en la madrileña iglesia de San Martín a principios de diciembre de 1815, enlace del que no tuvo hijos.

Una vez separado del Ejército, Gómez marchó a Jaén, donde poseía tierra y desempeñaba el puesto de administrador de bulas. Desde el momento en que se produjo la sublevación de Riego conspiró contra el régimen constitucional, y en abril de 1822 —notando que sus maquinaciones para sublevar a favor del Rey el Regimiento provincial de Jaén eran conocidas— decidió salir de la capital, vendiendo su hacienda y viéndose obligado a abandonar a su mujer, que se refugió en casa de sus suegros.

A principios de junio de 1822 se presentó al duque de Montemar en el Palacio Real de Aranjuez para que le pusiese en contacto con las tropas realistas. El 18 del mismo mes se puso a las órdenes de su antiguo coronel en el Regimiento de Tiradores de Sigüenza, Nicolás de Isidro, con el fin de promover la sublevación de Cuenca y Guadalajara, hacia donde salió el 9 de julio. Hecho prisionero a causa de una delación en la localidad de Buendía, sobornó al juez que había de procesarle y fue puesto en libertad el 25 de agosto. El 18 de octubre se presentó en el 2.º batallón ligero del Ejército Real de Navarra, mandado por el coronel Tomás de Zumalacárregui, y fue nombrado capitán de la compañía de granaderos. Estuvo presente en la desastrosa acción de Nazar, y tras combatir en diversos lugares fue ascendido a 2.º comandante el 23 de febrero de 1823. El 3 de mayo, Quesada le encomendó el mando del 2.º batallón de Álava, con el que continuó la campaña anticonstitucional en Extremadura.

El 9 de agosto de 1824 le fue reconocido el grado de comandante, poniéndose al frente del 3.er batallón del Regimiento de la Lealtad. Posteriormente mandó diversas columnas volantes en Andalucía hasta 1827, año en que regresó a su casa, aunque es de suponer que por muy breve período, pues poco más tarde era nombrado comandante del 3.er batallón del Regimiento del Rey. En 1831 se encontraba de guarnición en Cádiz cuando los liberales asesinaron al gobernador de la plaza, Antonio Hierro y Oliver. Su rápida actuación logró controlar la revuelta, obligando a las tropas que se habían sublevado en San Fernando a abandonar dicho punto con la mayor celeridad para tratar de unirse con los restos de la columna que, al mando de Manzanares, había desembarcado en Getares. Gómez actuó con celeridad y logró derrotarle antes de que se verificara el encuentro, servicio por el cual fue nombrado coronel y condecorado con la Cruz de San Fernando. Puesto al mando de la Comandancia de Algeciras fue destituido, al igual que otros muchos, por ser partidario de don Carlos, después de los sucesos de La Granja, por lo que se estableció en Madrid con su familia.

Al enterarse de la sublevación de Santos Ladrón, dejó la capital sin pasaporte y llegó a Navarra, donde se puso a las órdenes de Zumalacárregui. Nombrado por éste jefe de su Estado Mayor, tomó parte en numerosas acciones de guerra, distinguiéndose en la expedición contra la fábrica de armas de Orbaiceta. El 9 de julio recibió el encargo de ir a recibir a don Carlos a Elizondo, servicio que fue recompensado con el ascenso a brigadier. En octubre de 1834 propuso al ministro Cruz Mayor la formación de una columna que apoyara a las fuerzas que, al mando del brigadier Villalobos, combatían en Castilla, proyecto que no se llevó a término. El 7 de diciembre de 1834 batió en Gorbea a las divisiones de Espartero e Yriarte, y el 30 de agosto de 1835 a las tropas de Evans y Jáuregui en Hernani, acción por la que se le concedió el grado de mariscal de campo. Durante el mando del general Eguía fue nombrado jefe de la 3.ª división del ejército de operaciones, y el 1 de junio de 1836 elevó una exposición a don Carlos contra la que consideraba escasa actividad de su jefe. Poco después se produjo la dimisión de Eguía, que alegó motivos de salud, pero que en el fondo parece que debe relacionarse con su oposición al sistema de expediciones que muchos preconizaban en el campo carlista.

Gómez, que era uno de los más ardientes preconizadores de este sistema, que consistía en enviar columnas militares al interior de la Península para que establecieran la guerra en otros lugares en el mismo pie que ya se hallaba en el Norte, recibió el encargo del nuevo general en jefe, Bruno de Villarreal, de ponerse al frente de dos mil setecientos infantes y ciento ochenta jinetes para dirigir la guerra en Asturias y Galicia, por lo que su fuerza adoptó el nombre de Ejército Real de la Derecha. La expedición salió de Amurrio el 26 de junio de 1836, derrotó a las tropas del general Tello que trataron de detenerle en Baranda, y penetró en Oviedo, en cuyas cercanías batió al general Pardiñas, el 5 de julio. Pese a la buena acogida que halló entre sus habitantes, la persecución de que era objeto por las tropas de Espartero le obligó a abandonar la ciudad y dirigirse a Galicia, penetrando en Santiago el 18 de julio de 1836. Ante el acoso de los liberales tampoco allí pudo mantenerse, y poco más tarde hacía su entrada en León, desde donde trató de regresar a Asturias, pero un encuentro desfavorable con Espartero en el puerto de Tarna le impidió su propósito y, puesto en la disyuntiva de regresar a sus bases o internarse en el interior de la Península, optó por la última de estas posibilidades. El 20 de agosto entró en Palencia, el 30 derrotó en Matillas a las fuerzas del brigadier López, haciéndole prisionero con cerca de dos mil hombres, y el día 11 de septiembre se reunía con Cabrera en Utiel, quedando de acuerdo para marchar juntos en campaña.

Tras un fracasado intento de apoderarse de Requena, la expedición entró en Albacete, y de allí parecía dirigirse sobre Madrid cuando fue sorprendida por Alaix en Villarrobledo (20 de septiembre). Aunque la prensa liberal anunció la aniquilación de los expedicionarios, tal aseveración distaba mucho de ser cierta, como demostró el hecho de que se apoderaran al asalto de la ciudad de Córdoba (30 de septiembre), acontecimiento que dio lugar a que buena parte de la provincia se sublevara a favor de don Carlos, revuelta que no fructificó debido a que la gran cantidad de tropas concentradas sobre Gómez le obligaron nuevamente a emprender la marcha. El 23 de octubre se apoderaba de Almadén, donde derrotó a los brigadieres Puente y Flinter, a quienes hizo prisioneros con cerca de dos mil hombres. El 31 de octubre entraba en Cáceres con propósitos de volver a acercarse a la Corte, pero, sabiendo que el camino se hallaba ocupado por fuerzas liberales, decidió regresar a Andalucía y tratar de establecer allí la guerra usando como base la serranía de Ronda. Acosado por más de veinticinco mil hombres, Gómez, que llegó hasta Gibraltar, inició un rápido regreso hacia las provincias del norte y, pese a las pequeñas pérdidas experimentadas en Majaceite y Alcaudete, hizo su entrada en las provincias el 19 de diciembre de 1836 tras una correría que había sido seguida con el máximo interés en todos los países de Europa, y que había dejado en evidencia la incapacidad del ejército cristino, así como lo difícil que resultaba para una pequeña columna alejada de sus bases establecer la guerra en otros lugares ante la persecución de fuerzas muy superiores. Mientras que para algunos autores el fracaso de la expedición sería la prueba de la falta de apoyo popular hacia el carlismo, para otros, incluido el propio Gómez, el que menos de tres mil hombres hubieran podido campar a sus anchas durante cerca de seis meses en el territorio cristino evidenciaba que “la guerra de España es la de una nación contra un ejército, y si aquélla pudiese sucumbir en la lucha, sería necesario que, a la máxima de que ‘un pueblo no necesita para ser libre más que quererlo’, sustituyésemos esta otra: El tirano más odioso, con tal que una vez invada el poder, puede mantenerse en él contra todos los esfuerzos del pueblo tiranizado”.

Al regreso de su expedición, Gómez fue encarcelado en Urquiola, abriéndosele una sumaria por diversos cargos, y allí recibió en 1837 la visita del barón von Rahden, quien cuenta que residía en una habitación de menos de treinta pies cuadrados. Algunos años después Rahden haría la siguiente descripción: “La imagen exterior de Gómez contradecía del todo su origen; cabello de cabeza rubio y fino, ojos azules, configuración de la cara algo ancha, más bien corriente, barba sólo escasa; la expresión de bonachón y la corpulencia aparente de la constitución muy carnosa más bien daban la impresión de que se trataba de un alemán [...] En sus costumbres de la vida cotidiana Gómez era de lo más amable y su manera de ser suave, siempre dispuesto al compromiso y al entendimiento, se consideraba casi proverbialmente como ‘demasiado buena’. En el marco de sus obligaciones del servicio, sin embargo, la obediencia más puntual para las órdenes de sus superiores, la fidelidad más estricta en cuanto a su propio honor y mantenimiento invariable de disciplina y subordinación que le eran leyes sagradas”.

Puesto en libertad poco antes del convenio de Vergara, se negó a acogerse a él y marchó a Francia, siendo uno de los generales que protegió la entrada de don Carlos en el país vecino. Establecido desde el final de la guerra en Burdeos, mantuvo estrechas relaciones con los demás jefes carlistas exiliados, y en octubre de 1842 publicó una Contestación a las memorias de Barres, en la que hizo frente a las acusaciones que contra su actuación militar había formulado aquel antiguo oficial del ejército carlista.

En 1846, cuando Carlos (VI) huyó de su confinamiento en Bourges, fue detenido y llevado a la ciudad de Blaye. Una vez puesto en libertad, recibió del nuevo pretendiente la orden de sublevar Andalucía, para lo cual marchó a Inglaterra y desde allí, acompañado por el mariscal de campo José María de Arévalo y otros jefes de menor relevancia, embarcó en el bergantín Queen Elisabeth, que —aunque oficialmente marchaba a Oporto— llegó hasta Gibraltar. No encontrando allí al agente con quien debían entrar en contacto, Arévalo pasó a las Alpujarras disfrazado y, viendo que no existía en Andalucía la organización esperada, regresó a Gibraltar, desde donde embarcaron hacia Lisboa. Gómez, que viajaba con un pasaporte falso, fue detenido a petición de las autoridades españolas y conducido al castillo de San Jorge. El marqués de Fronteira quedó entonces asombrado de que, habiéndosele encargado de una comisión tan importante como la de sublevar Andalucía, tuviese tal escasez de medios que fuera necesario proporcionarle una pensión para sobrevivir, pues “le llegaron a faltar aún los recursos para tener el pan diario”. Fronteira recibió el encargo del Ministerio español, presidido por el general Narváez, de ofrecer a Gómez el puesto de mariscal de campo, y sus sueldos atrasados de muchos años si reconocía a Isabel II: “Todo lo rehusó, declarando que mientras viviese el Pretendiente e incluso después de muerto, si sus hijos no reconocían a la Reina Isabel tampoco él la reconocería. ¡Cosa notable! No tenía el menor entusiasmo ni por D. Carlos ni por su familia; reconocía la incapacidad de todos y contaba mil anécdotas ocurridas durante la lucha para fundamentar su juicio. Tenía aversión al absolutismo, pero detestaba de tal manera a los exaltados españoles que ello contribuyó mucho para que no aceptara las honrosas propuestas que le hacía el general Narváez”.

Permaneció, pues, Gómez en Lisboa hasta el 7 de octubre de 1849, fecha en que, previa autorización española, el Gobierno portugués le proporcionó los medios necesarios para embarcar hacia Inglaterra, primer paso para reunirse con su mujer en Francia. Durante su estancia en la capital lusa, el 9 de septiembre de 1849 Montemolín le concedió el grado de teniente general.

En 1849 formó parte de la junta de generales que decidió dar permiso a quienes lo desearan para acogerse a la amnistía dada por Isabel II. Gómez no se acogió a ella, siendo la causa, según Meyer, cónsul general de Nápoles en Burdeos, del ofrecimiento hecho por los isabelinos de darle una fuerte cantidad de dinero si lo hacía y permitía que su nombre encabezara la relación de amnistiados. A través de las noticias que Meyer facilitaba a Rahden, se sabe que Gómez se movía en Burdeos dentro de la mayor estrechez, pues el cónsul ni siquiera descartaba la posibilidad de que pasara hambre y a ello se debiera su declive físico. Su situación empeoró aún más cuando a finales de los años cincuenta los manejos de los agentes isabelinos hicieron que fuera deportado a Inglaterra, donde “hubiera muerto bastante rápidamente, víctima de la miseria indecible en la que cayó como hombre viejo que tenía que vivir en un país de costumbres extrañas para él y cuyo idioma desconocía, si no hubiera podido despertar la compasión de la emperatriz francesa, una compatriota suya, por un escrito directo a ella. Inmediatamente fue perdonado y devuelto a Burdeos, donde nuestro héroe todavía hoy respira en su buhardillita, ya querida por él, en el mayor aislamiento del mundo y soporta dignamente su infeliz suerte”.

El 11 de junio de 1864, cinco días antes de su muerte, Gómez escribió una representación a Isabel II reconociendo sus derechos al trono de España y solicitando permiso para regresar a España y ser reintegrado en el Ejército, petición que parece que hay que vincular con el deseo de que su mujer, después de su muerte, pudiera recibir una pensión que le permitiese subsistir, pensión que —pese a haberse cursado fuera de todos los plazos— fue concedida por gracia expresa de la reina Isabel.

 

Obras de ~: Copia del Diario de operaciones de la expedición del jefe carlista Gómez a través de toda España, el año de 1836 (ms. en Servicio Histórico Militar); Contestación de las memorias de Barres, Burdeos, Imprenta de Balazac el joven, 1843.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), exp. personal de don Miguel Gómez y Damas.

Historia de la Expedición del rebelde Gómez escrita por el Gobernador de su Cuartel General y cogida a un prisionero en la acción de Huerta del Rey, Madrid, Miguel de Burgos, 1839 [es, con algunas variaciones, la obra que luego sería publicada íntegra de J. M. Delgado, Memorias militares de la valiente División expedicionaria que al mando del intrépido Don Miguel Gómez, Mariscal de Campo de los Reales Ejército de S. M. C. el señor Don Carlos V de Borbón, recorrió el interior de la Península en los seis últimos meses del año de 1836, Madrid, Imprenta de El Correo Español, 1914, cuyo texto coincide también en lo fundamental con el ya mencionado Diario de operaciones atribuido a Gómez]; J. de Mazarrasa, Expedición de Gómez, o Historia exacta, verdadera y crítica de la expedición que bajo las órdenes del mariscal de campo D. Miguel Gómez recorrió en menos de seis meses toda la península, y regresó a las provincias vascongadas en diciembre de 1835, Paris, Garnier Frères, 1843; W. von Rahden, Miguel Gómez, ein Lebenslichtbild, Berlin, Decker, 1859; L. Lavaur, “La expedición del general Gómez”, en Revista de Historia Militar, 42 (1977), págs. 106-152; A. Bullón de Mendoza, La expedición del general Gómez, Madrid, Editora Nacional, 1984.

 

Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera

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