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Juan Pérez de la Serna

Biografía

Pérez de la Serna, Juan. Cervera del Llano (Cuenca), c. 1573 – Zamora, 8.VIII.1631. Arzobispo de México y obispo de Zamora.

Nació en el lugar de Cervera del Llano en la diócesis de Cuenca en torno al año 1573. Ingresó como colegial en el Colegio de San Antonio de Portaceli de la Universidad de Sigüenza el 28 de mayo de 1586, y allí cursó hasta obtener el grado de doctor. Con fecha 25 de abril de 1595 se trasladó al Colegio Mayor de Santa Cruz de Valladolid, donde fue catedrático de Durando en 1596.

Su carrera eclesiástica comenzó en diciembre de 1597 como canónigo magistral de Zamora, hasta que “fue nombrado por su Yglesia a la Congregación que se hace en la Corte” ya en 1608. Allí le llegó su nombramiento para un destino en Indias en 1612, el de arzobispo de México, que ejercería desde 1613 hasta 1627.

Convertido en el séptimo arzobispo de México, se puso al frente de la máxima prelatura de la Nueva España en 1613 y muy pronto tuvo fama de docto y celoso, estando salpicado su mandato de graves incidentes con el trasfondo de la pugnas entre peninsulares y criollos y entre frailes regulares y clero secular, que culminaron con los sucesos de la rebelión de 1624, en la que estuvo implicado directamente.

El arzobispo propició el culto mariano a la Virgen morena de la villa de Guadalupe para intentar fusionar la población criolla e indígena, que estaban bajo la influencia del clero regular. Por su parte, los virreyes raramente se ocupaban de este culto, a cuyo progreso se oponían los frailes regulares.

La conflictividad en el terreno político se originó por la venta de cargos en la administración colonial a algunos criollos enriquecidos. Esto llevó al padre Gómez, jesuita peninsular, a pronunciar el 13 de agosto de 1618 un sermón en la capilla del Hospital de San Hipólito de México denigrando a los criollos y declarándolos incapaces de desempeñar tales cargos, lo que originó un tumulto. El arzobispo Pérez de la Serna se vio en una situación difícil y hubo de prohibir al jesuita la predicación, y más tarde encarcelarle en la prisión arzobispal, por lo que la Compañía de Jesús apeló ante la Audiencia. Finalmente hubo acuerdo, y los jesuitas volvieron a su tradicional postura proclive a la causa criolla. En el fondo del asunto estaba el cuestionamiento de la calidad humana de los criollos.

En el fragor de esta polémica apareció la obra de Diego de Cisneros, médico criollo formado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá de Henares, donde obtuvo el grado de bachiller en 1603, titulada Sitio, naturaleza y propriedades, de la ciudad de Mexico: Aguas y vientos a que esta sujeta; y tiempos del año.

Necessidad de su conocimiento para el exercicio de la medicina su incertidumbre y difficultad sin el de la astrologia assi para la curacion como para los prognosticos, México, en casa del bachiller Ioan Blanco de Alcaçar, 1618, en la que defendía científicamente las cualidades intelectuales y físicas de los habitantes blancos de la Ciudad de México, cediendo así ante cierta presión popular.

En 1619, con la intención de evitar desórdenes, el arzobispo impulsó la excomunión de quienes transitaran del Convento de San Francisco al Humilladero después de las oraciones de la noche de los viernes de Cuaresma, medida que fue considerada de orden civil por la Audiencia, que entró en conflicto con Pérez de la Serna. La tensión social y la animosidad de los poderes llevó a que en 1621 el virrey marqués de Gelves advirtiera al arzobispo para que no concediese anulaciones con excesiva facilidad, ni recibiera regalos, ni se vendiera a altos precios en una carnicería pública de su propiedad que arrendaba por 1.200 pesos anuales y carne de balde para sus criados.

Las irregularidades cometidas por grandes propietarios, por los oficiales reales en complicidad con algunos oidores, por los jesuitas e incluso por el propio arzobispo, eran las que ocasionaban la carestía y el deficiente aprovisionamiento de granos en la capital del virreinato, pero también de carnes y otros bastimentos.

Los beneficiarios de esta situación eran los poderosos y los más perjudicados los pobres y naturales, por lo que el propio virrey marqués de Gelves intervino para la realización de inventarios de bienes de las autoridades de la Nueva España, haciendo el suyo el 2 de agosto de 1622.

La Real y Pontificia Universidad de México también estaba “con necesidad de reparo en muchas cosas”, sobre todo por los escándalos en la provisión de las cátedras, “con públicos sobornos y perjurios, ventas de votantes, y de parte de los religiosos pretendientes gran rotura, bandos y parcialidades”.

Los frailes eran los grandes benefactores de las poblaciones de las poblaciones indígenas, teniendo las parroquias bajo su jurisdicción. En cambio, el clero secular, con fuertes lazos en las realidades locales, se veía privado de esa gran población tributaria. Así, las distintas órdenes y religiones también se agitaban por el poder con rivalidades y banderías que llevaron a una situación extrema y finalmente a la ruptura violenta.

El virrey se mostró muy enérgico en las reformas a realizar, como las relacionadas con la desaparición de los monopolios de alimentos, que junto a la conflictividad social, política y religiosa llevó a que se produjese un gran tumulto en toda la Ciudad de México a lo largo del mes de enero de 1624, en el último año de su administración.

El detonante del tumulto fue el juicio contra el comerciante Melchor Pérez de Veraiz, alcalde mayor de Metepec y al mismo tiempo corregidor de la Ciudad de México, y amigo del arzobispo, quien acusado de monopolio y granjerías ilícitas se refugió en el Convento de Santo Domingo cuando iban a apresarlo.

Los jueces pusieron guardias para vigilar, pero el arzobispo, invocando la inmunidad eclesiástica, excomulgó a los jueces, al escribano y a los soldados. El notario de la arquidiócesis y un grupo de clérigos armados irrumpieron en la Sala de Acuerdos exigiendo la entrega de los actos judiciales. El arzobispo excomulgó al juez que había procesado al comerciante, al escribano que dictó el castigo y a los centinelas que lo vigilaban por mandato del virrey.

La Audiencia de México acudió al arzobispo de Puebla, quien siendo juez apostólico para estos casos, confió a un fraile dominico la tarea de absolver a los excomulgados. Y también, a instancias del marqués de Gelves, dio órdenes para que el arzobispo fuera apresado y llevado al destierro a San Juan de Ulúa.

Cuando el prelado se enteró de la orden, excomulgó al virrey y a los miembros de la Audiencia, mandó tocar entredicho general en todos los templos de la ciudad por varios días, cerró los templos, envió clérigos que recorrieran a caballo las calles de la capital a los gritos de “¡Viva Cristo!” y “¡Muera el mal gobierno del hereje luterano!”. Finalmente, el 11 de enero de 1624 movió a todos sus incondicionales y se hizo conducir en silla de manos al Palacio Virreinal al frente de una multitud que, amotinada y enardecida, lanzó piedras contra los vidrios del palacio pidiendo la destitución del marqués de Gelves. Tres oidores de la Audiencia revocaron la orden del destierro del arzobispo y Pérez de Veraiz fue absuelto, pero el marqués de Gelves los tomó presos, por lo que el 14 de enero de 1624 la multitud incendió el palacio. Al día siguiente el tumulto finalizó, pero el virrey tuvo que disfrazarse, salir del palacio, refugiarse en el Convento de San Francisco y permanecer oculto varios meses hasta el mes de octubre de ese año, para entregar el mando directamente al nuevo virrey, siguiendo las instrucciones del marqués de Cerralbo, y regresar a la Corte para informar al Rey.

Las relaciones de los acontecimientos enviadas por la Audiencia y por el Ayuntamiento de México habían movido al rey Felipe IV a la destitución del marqués de Gelves y al rápido nombramiento del marqués de Cerralbo, quien viajó a la Nueva España acompañado del inquisidor de Valladolid, Martín Carrillo, en calidad de visitador y con la misión de averiguar los sucesos.

Con la llegada del nuevo virrey el 3 de noviembre de 1624, el arzobispo Pérez de la Serna recibió trasladado como obispo de Zamora y partió a la Corte para informar al Rey.

El visitador Martín Carrillo rindió al Rey su dictamen en el sentido de que la conspiración había sido fraguada por clérigos en complicidad con casi todos los vecinos. Mandó ejecutar la última pena en cuatro de los instigadores inmediatos del motín, condenó en galeras a cinco clérigos y cesó a dos oidores.

El tumulto, en apenas unas horas, había provocado el derrocamiento de un virrey por primera vez en las Indias y ocasionado más de medio centenar de muertos y heridos. Y además supuso la paralización del programa de reformas planteado desde la Corte y el retraso en la aplicación de nuevas medidas impositivas, como en el caso del incremento del dos por ciento de las alcabalas para la Unión de las Armas, labor que hubo de acometer el virrey marqués de Cerralbo a partir de 1629.

Durante su mandato como arzobispo de México, Pérez de la Serna realizó una quincena de fundaciones de conventos, iglesias, hospitales y ermitas, y “dotó a muchas doncellas pobres”, gastando más de dos millones de pesos en ello. En la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en la Catedral de México se conserva su retrato, firmado por Basilio Salazar, un famoso pintor de su época.

Tras su regreso a la Península, Pérez de la Serna fue obispo de Zamora de 1627 a 1631 y donó a su antiguo Colegio Mayor de Santa Cruz de Valladolid “una fuente de plata, en vida, quando vino de Indias”, ciudad en la que murió el 8 de agosto de 1631, siendo enterrado en la Capilla Mayor de la Catedral.

 

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Manuel Casado Arboniés

Relación con otros personajes del DBE