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Pedro Fernández de Lugo

Biografía

Fernández de Lugo, Pedro. Sevilla, 1475 – Santa Marta (Colombia), 13.X.1536. Segundo adelantado de Canarias, gobernador de las islas de Tenerife y La Palma, y gobernador de Santa Marta.

Nació en Sevilla y fue hijo de Alonso Fernández de Lugo, conquistador y primer adelantado de las islas de Canaria, y de Beatriz de Fonseca. Llegó a Gran Canaria de niño y vivió las conquistas paternas contra los guanches, acompañándole luego en las expediciones a la Berbería. En 1509 Pedro Fernández recibió de su padre Alonso Fernández parte de sus derechos y facultades en la costa de África, adquiridos por las capitulaciones de 1499. Participó en incursiones de “rescate” a la Berbería, conquistó la torre de Santa Cruz de Mar Pequeña (Ifni) y estuvo en expediciones de ayuda a los portugueses, como la de 1527, que fue muy sangrienta. En 1519 Alonso Fernández de Lugo solicitó a favor de su hijo el título de adelantado de Canarias, que se le otorgó. Pedro Fernández de Lugo fue, así, el segundo adelantado de Canarias, gobernador y justicia mayor de Tenerife y Palma y capitán general de la costa africana comprendida entre el cabo de Aguer y el de Bojador. Su gobierno fue bastante arbitrario y originó muchas quejas de los vecinos, por lo que el Emperador dio en 1526 una cédula de garantía para los mismos. Un hecho escandaloso fue la ejecución de Pedro Hernández de Alfaro en la Orotava. Su viuda reclamó ante la Corte, y en 1529 Fernández de Lugo fue sustituido por otro gobernador y residenciado, pero logró recobrar su cargo al año siguiente.

Otras arbitrariedades y la persistente denuncia de la viuda de Alfaro motivaron una nueva residencia y su suspensión como gobernador de Tenerife y Palma en 1536, aunque siguió conservando su título de adelantado, que era hereditario. Fue el último de esta familia, pues a partir de entonces el título pasó a ser de simple designación de la Corona. Lugo construyó la iglesia de la Candelaria y consiguió muchas exenciones de impuestos para los vecinos. Realizó varias expediciones a la costa africana y en 1524 tuvo que reconstruir, por mandato real, la Torre de Santa Cruz de Mar Pequeña, que habían destruido los moros.

Uno de los problemas de la biografía de Pedro Fernández de Lugo es su súbito viraje a conquistador indiano, su solicitud del gobierno del Río de la Plata y luego, al negársele éste, su petición de gobernador de Santa Marta, pues parecen ser actuaciones de una persona voluble, cosa que no es cierta. Los descubrimientos americanos le impresionaron profundamente y trató de conseguir una capitulación para conquistar el Río de la Plata a fines de 1530 o principios de 1531, cuando conoció las noticias de las supuestas riquezas de dicha región, difundidas por los hombres de las expediciones de Sebastián Gaboto y Diego García de Moguer, regresados a España el 22 y 28 de julio de 1530. La Corona también estaba interesada en capitular su conquista ante las noticias alarmantes de que la armada portuguesa de Martín Alfonso de Sousa trataba de adueñarse de la costa platense para evitar la intromisión castellana. Pedro Fernández de Lugo presentó en la Corte un Memorial y una Súplica capitulada en la que se comprometió a dicha conquista, pero con la condición de que la Corona prorrogase una vida más el gobierno de Tenerife y La Palma, que tenía a título personal y que deseaba traspasar a su hijo Alonso. Pidió también otras mercedes que el Emperador accedió a otorgarle, tal como que se le entregaran los rescates de la expedición que debía haber salido a las Molucas y no lo había hecho por haberse firmado el Tratado de Zaragoza de 1529, pero se negó a transigir con la prolongación de una vida en el gobierno de Tenerife y La Palma.

Este asunto estancó la firma de la capitulación durante más de tres años, hasta 1534, cuando Pedro de Mendoza se ofreció a conquistar el Río de la Plata sin ninguna condición onerosa para la Corona. Obvia decir que la Corona aceptó esta última oferta, convirtiendo a Mendoza en el gran conquistador del Río de la Plata y fundador de Buenos Aires y a Lugo en un gobernador indiano frustrado. Mucho más, cuando supo de la llegada a España del tesoro de Cajarmarca y las noticias de las riquezas del oro que había en otras regiones americanas, como Santa Marta, de las que le informó ampliamente Francisco Lorenzo, un soldado de Bastidas en Santa Marta que vivía entonces en Tenerife. Los conquistadores de esta provincia de Santa Marta creían que estaban cerca de la Mar del Sur (ruta que persiguieron sobre todo los conquistadores alemanes), y que subiendo el río Magdalena se llegaba a una provincia próxima al Perú, donde había grandes riquezas de oro, que habían tratado de localizar los gobernadores que sucedieron a Bastidas, como Palomino, Vadillo y García de Lerma. El último de éstos llegó a realizar doce entradas hacia el sur y en su carta del 9 de septiembre de 1532 escribió que los bergantines que había enviado por el río Magdalena “podrán subir los navíos y bergantines muy arriba, porque subiendo ciento y cincuenta leguas, se pone por debajo de la línea (ecuatorial) y están en el mismo paraje que está ahora Pizarro en el Perú, y corriendo siempre al sur, pónense en la mejor tierra y de más ricas cosas que hay en lo descubierto, y desvíase mucho de Pizarro”. Pensaba así que el río Magdalena iba hasta el hemisferio sur, debajo del Perú y se comunicaba con el Río de la Plata. García de Lerma murió poco después cuando preparaba su gran expedición al Magdalena, pero sus ideas movieron a Pedro Fernández de Lugo a solicitar el gobierno de Santa Marta en la segunda mitad de 1534. En su Memorial petitorio, escarmentado de lo que le había ocurrido con la negociación platense, pidió únicamente el cargo de teniente de gobernador en La Palma para su hijo, aparte de las mercedes usuales. Convencido luego de que la Corona tendría un gran interés en otorgar esta capitulación, reiteró la petición del gobierno de Tenerife y La Palma para su hijo Alonso. La Corona volvió a rechazar su pretensión y finalmente, ante el temor de perder la capitulación, Lugo aceptó retirar la solicitud para su hijo Alonso. La Corona accedió entonces y firmó la capitulación el 22 de enero de 1535, pero sin que en dicho documento figurase ninguna cláusula sobre el gobierno de la Palma y Tenerife que pretendía el hijo del adelantado. La Capitulación para Santa Marta contenía, entre otras cosas, las preocupaciones del nuevo gobernador, excepto lo relativo al Perú, que acababa de otorgarse a Francisco Pizarro (incluso su parte meridional a Almagro). Se le precisaba así que podría conquistar el territorio comprendido entre las provincias de Cartagena y Venezuela “y de allí hasta llegar a la Mar del Sur”. La Capitulación le obligaba a descubrir las tierras samarias, pero en la súplica capitulada se había concretado que “hará a su costa para el descubrimiento del Río Grande seis bergantines, aderezados de velas y remos y todo lo necesario en su tiempo”.

Pedro Fernández de Lugo organizó una gran expedición; para subvencionarla tuvo que pedir ayuda a comerciantes italianos, como Juan Alberto Gerardini, natural de Florencia y residente en Tenerife desde 1510, y Cristóbal Francesquini. Los italianos pusieron dos tercios de los gastos, corriendo por cuenta del gobernador el tercio restante. Cada uno de ellos recibiría el tercio de los beneficios durante los tres primeros años. El adelantado mandó luego a su hijo Alonso a Sevilla para que fletara las naves necesarias.

Fueron el galeón San Cristóbal, cuyo maestre y piloto era Men Rodríguez de Valdés; la nao Santa María, cuyo maestre era el italiano Nicolao di Napoli, y la nao Santi Spiritus cuyo maestre era el italiano Alesandre Cortese. La armada embarcó hombres y mercancías en Sevilla y en Sanlúcar y los terminó de cargar en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Zarpó de esta última población el 28 de noviembre de 1535 y llegó a Santa Marta el 2 de enero de 1536. Figuraban en ella hombres importantes, tales como Lázaro Fonte, hijo del mercader catalán Rafael Font, que fue primero regidor de Cádiz y luego de Tenerife, el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, el que luego sería famoso cronista Juan de Castellanos, etc. La enorme fuerza militar de mil quinientos hombres contrastaba con la mísera ciudad de Santa Marta a la que llegaron, formada por unos bohíos y un fuerte capaz de alojar sólo a unos cientos de ellos, pero todos sabían que estaba destinada a realizar operaciones de descubrimiento y conquista en el interior del país. Lugo dirigió la primera entrada contra los indios Bondas, que ya eran famosos por su resistencia a los españoles. Logró algunas victorias dudosas y un precario botín de oro, con el que volvió a Santa Marta, donde dispuso que las siguientes penetraciones a los indios taironas las dirigiera su hijo Alonso. Éste tuvo mejor fortuna, sobre todo en lo relativo al botín, pues logró una gran cantidad de oro, pero se embarcó secretamente con él para España. Pedro Fernández de Lugo se indignó y reclamó al Monarca, pero no logró nada, pues fue absuelto de todas las acusaciones.

La siguiente y última empresa de Pedro Fernández de Lugo fue alistar la expedición que iba a descubrir a las cabeceras del río Magdalena. La confió a Gonzalo Jiménez de Quesada, a quien nombró general de la fuerza el 1 de abril de 1536. Partió el 6 del mismo mes y año, dividida en dos grupos; unos seiscientos soldados por tierra y cuatrocientos por mar. Sabido es que Quesada incumplió las órdenes y descubrió y conquistó el riquísimo país de los Mwiska o Chibchas, donde fundó el Nuevo Reino de Granada, pero ésta es otra historia que no alcanzó a vivir Pedro Fernández de Lugo, muerto poco después en Santa Marta el 15 de octubre de 1536, según señaló el cronista Flórez de Ocáriz y ratificaron Castellanos, Simón, Zamora y Piedrahita. En Santa Marta le sucedieron Jerónimo Lebrón y luego su hijo Alonso. En cuanto a la figura de Pedro Fernández en la historia de Colombia no ha contado con muchos detractores, pese a las atrocidades que cometió durante la conquista de los indios Bondas. Ernesto Restrepo señaló que fue “un hidalgo a carta cabal y su pérdida fue generalmente sentida, pues supo captarse el cariño y la estimación de cuantos le rodeaban. No fue menos valiente que sus heroicos compañeros de conquista...

De corazón bondadoso, compartía los sufrimientos de sus soldados y trataba de aliviarlos con sus dineros y asistiéndolos en sus enfermedades. No fue cruel con los indígenas, aunque, acosado por tanto enemigo, se vio obligado a quemarles sus poblaciones para tratar de someterlos, obedeciendo a las necesidades de la guerra y a las costumbres de la época. Desprendido y generoso, gastó casi toda su hacienda en cumplir con las capitulaciones y engrandecer los dominios de la Corona”.

 

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Manuel Lucena Salmoral