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Fadrique de Castilla

Biografía

Castilla, Fadrique de. Guadalajara, 1223 – Burgos, IV.1277. Infante de Castilla y León, hijo de Fernando III.

Segundo de los hijos varones de Fernando III, rey de Castilla y León, y su esposa Beatriz de Suabia, hija del emperador Felipe Hohenstaufen y la princesa bizantina Irene Angelos.

Desde su nacimiento, su madre le destinó a heredar el ducado de Suabia, que le pertenecía por linaje. Por eso, en 1240, fue enviado a Italia para solicitar un reconocimiento de este derecho de estirpe al emperador Federico II. Durante un lustro, hasta 1245, permaneció en Italia sin obtener otro resultado que las buenas palabras de su poderoso pariente, más comprometido en los asuntos con el Papado que condujeron a un enfrentamiento abierto durante esa misma etapa. En recuerdo de esta vinculación de linaje, siempre portó en sus armas las águilas de los Hohenstaufen cuarteladas con los emblemas paternos.

A su vuelta de Italia, participó en las empresas militares de su padre al frente de su propia mesnada, al igual que sus hermanos Alfonso y Enrique. En 1248, después de la toma de Sevilla, recibió un extenso patrimonio, tal y como figura en el posterior Repartimiento en Sanlúcar, La Algaba, Albaida, Cambullón, Gelves, Gicirat, Brenes, Rianzuela, La Isla, Chozas, Puslena, la Torre de Alpechín, y, por supuesto, diversas propiedades sitas en la propia ciudad de Sevilla, en su parte norte. Señor de Guadalajara, su ciudad natal, allí residió durante varios años.

A la muerte de su padre se mantuvo fiel al sucesor, Alfonso X, especialmente en 1255 mientras duró la revuelta de su hermano el infante Enrique, que capitaneaba a un amplio sector de la nobleza en el que se encuentra a los últimos mayordomo mayor y alférez del difunto Fernando III y aún al señor de Vizcaya.

Durante esos años, don Fadrique ordenó traducir el Sendebar, llamado en Castilla El libro de los engaños y de los ensañamientos de las mujeres, una colección de cuentos árabes de raíz persa o hindú. Si de su interés por el mundo de la cultura resta el ejemplo antes referido, de sus inquietudes arquitectónicas han sobrevivido a los siglos la torre hispalense llamada de don Fadrique que forma parte de las posesiones del convento de Santa Clara de Sevilla así como las ruinas de otra que se conserva en Albaida del Aljarafe.

Junto a Alfonso X permaneció hasta 1260, fecha en la que desaparece de los diplomas de la cancillería real, aunque tampoco se rastrea su presencia en las Cortes de Toledo de 1259. De ambas situaciones se desprende que las pretensiones al Imperio de su hermano mayor, gestadas durante esos mismos años (1256-1260), fueron consideradas por el infante como una intromisión del Monarca en sus derechos hereditarios, pues no en vano la madre de ambos, Beatriz Hohenstaufen, había cedido los suyos aFadrique respecto al ducado de Suabia y la herencia alemana.

En 1260 le encontraremos como mercenario junto a su hermano menor don Enrique al servicio del califa de Túnez. Junto a él, participa en la toma de la ciudad de Miliana. Los beneficios obtenidos por estos servicios permitieron a ambos príncipes gozar de suficiente fortuna para mantener a sus mesnadas e, incluso, optar a intervenir en el reino de Sicilia pocos años más tarde.

En 1265, Manfredo, hijo ilegítimo del emperador Federico II, se hace con el trono de Sicilia. El Papa, ante el creciente poder del Soberano y sus apoyos gibelinos, se inclina por un aliado capaz de enfrentarse a éstos con garantías de éxito: el conde Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia, a quien corona como nuevo Monarca de Sicilia. Los partidarios de ambos contendientes buscaron la ayuda de los dos infantes castellanos en Túnez, aunque con diferentes resultados: si el dinero de don Enrique ayudó a pagar las pretensiones de Carlos, el infante Fadrique con sus hombres, conocidos como los caballeros de la muerte en las crónicas italianas que registran estos episodios, optan por acompañar a Manfredo, causa que apoya el señor de Túnez con el envío de arqueros. El 26 de febrero de 1266, en Benevento se enfrentan ambos ejércitos y consta la presencia de Fadrique de Castilla entre las huestes de su pariente Manfredo, que es derrotado y muerto en el campo de batalla.

Después de unos meses de prudente regreso a Túnez, el infante volverá a reaparecer en el teatro de operaciones italiano, si bien en esta ocasión compartiendo suerte con su hermano Enrique. Éste, deseoso de recuperar el dinero prestado a Carlos de Anjou u obtener en contrapartida por el mismo un feudo digno, obtuvo sendas negativas del ahora único Monarca de Sicilia, por lo que optó por solicitar la intervención del Papa, que le nombró senador de Roma.

Mientras Enrique afianza su posición en el centro de Italia, don Fadrique, en 1267, es reclamado por Conrado Capece y otros nobles del partido gibelino para que invada Sicilia. Con sus propios caballeros, a los que se sumarán teutones, toscanos y tunecinos, amén de los propios sicilianos favorables a la causa gibelina, el infante castellano se hace con Palermo, Mesina y Siracusa.

Entretanto, su hermano Enrique el Senador abre las puertas de Roma a las tropas de Konrad, nieto del emperador Federico II, y se suma a su deseo de recomponer la herencia italiana de los Staufen. Ambos infantes, Enrique y Fadrique, son excomulgados por el Papa.

Carlos de Anjou, empujado por el norte, invadido por Sicilia, se enfrentará en Tagliacozzo a Enrique en 1268, capturando a sus adversarios en el campo de batalla o en su huida. Pero si en Tagliacozzo concluye el desafío gibelino peninsular, en Sicilia será necesario enviar a Guillermo de Stendardo, senescal de Carlos de Anjou, para que expulse a los gibelinos comandados por don Fadrique, a cuyas órdenes se suman los supervivientes alemanes e hispanos de la desafortunada batalla. Después de diversos encuentros, el infante castellano, ante la imposibilidad de recuperar el dominio de la isla, decide cruzar de nuevo a Túnez, no sin antes cobrarse venganza dando muerte a Stendardo y muchos otros caballeros franceses en 1269.

Al servicio, de nuevo, del tunecino, don Fadrique se convierte en el jefe de la mesnada cristiana gibelina y castellana. Junto a él encontraremos a nobles destacados defensores de los Staufen como el conde Federico Lancia, entre otros.

En 1270 el rey de Francia convoca una nueva Cruzada para luchar contra los musulmanes, siendo su objetivo el Monarca de Túnez. Su hermano, Carlos de Anjou, rey de Sicilia, se sumará a su empeño, participando en la empresa africana, al igual que otros príncipes y nobles europeos. Entre los defensores, don Fadrique, quien, reunido con el señor de Túnez, aconseja que no se llegue a una confrontación armada so riesgo de sufrir una derrota. Entretanto, mientras las negociaciones siguen su curso, en el ejército cristiano invasor se propaga la peste, que causa estragos entre los franceses, falleciendo su mismo Soberano.

El consejo del castellano es aceptado por los musulmanes y, a cambio de la entrega de ciento cinco mil onzas de oro, los cruzados abandonan para siempre Túnez.

Meses después, don Fadrique regresa a Castilla, junto a su hermano Alfonso X, que le devuelve parte de su patrimonio original y de quien ha de convertirse, hasta la víspera de su muerte, en uno de sus más leales vasallos. Pero si el rey sabio supo recuperar la lealtad del infante y le regaló el perdón, no ocurrirá lo mismo con el Papa de Roma, que renovará en dos ocasiones más su excomunión a don Fadrique, en recuerdo de los turbulentos episodios vividos pocos años antes.

Quedaba por resolver, además, un complicado asunto que implicaba tanto al Pontífice como al señor de Castilla: la cuestión del Imperio. En 1275Alfonso X decide acudir a entrevistarse con el Papa para revocar el nombramiento reciente de Rodolfo de Habsburgo.

En lugar del Rey se encontrará al infante heredero: Fernando de la Cerda. Junto a él, don Fadrique, uno de sus pilares más sólidos.

La prematura muerte del joven príncipe, en 1275, abrirá la difícil cuestión sucesoria, que ha de marcar los años finales del reinado de Alfonso X, dividido entre la tradición hereditaria, representada por el infante Sancho, y las nuevas costumbres que desea imponer y que transmiten los derechos de Fernando de la Cerda a sus vástagos.

Se desconoce qué papel exacto jugó en esta compleja situación el infante Fadrique, mas lo cierto es que, apenas unos meses después del retorno del Monarca castellano, los recelos hacia su hermano aparecen en el horizonte político. Suspicacias que, en 1277, conducen a la fulminante ejecución del príncipe y su yerno, Simón Ruiz de los Cameros, sin juicio previo ni explicación de motivos, pues las fuentes se limitan a caminar de puntillas sobre las órdenes del Monarca, que mandó prender a Simón Ruiz y quemarle vivo y ese mismo día de la captura, envió a Diego López de Salcedo a apresar a don Fadrique, a quien, por decisión de Alfonso X, se ejecutó por ahogamiento en Burgos, donde su cadáver, después de ciertos episodios, recibiría sepultura en el convento de la Trinidad de dicha ciudad castellana.

La dureza de ambas muertes ha despertado múltiples interpretaciones que oscilan desde el supuesto castigo a la descubierta homosexualidad de ambos reos hasta el escarmiento por sus actividades conspiradoras contra el Rey. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos por encontrar cierta racionalidad en estos hechos, sólo se puede suponer un cierto apoyo a la segunda de las hipótesis mencionadas, ya que varios magnates castellanos optaron por extrañarse del reino apenas tuvieron noticia de esta muestra de contundencia jurídica del Monarca.

Gil de Zamora nos dejó una descripción del infante Fadrique, a quien califica de discreto, ingenioso, astuto en los negocios, valiente en la lid, sereno y reflexivo en todas las situaciones militares y civiles. A este esbozo psicológico se suma el perfil que se debe, según es tradición, al mismo Alfonso X cuando, en 1258, hubo de desposar a la princesa Cristina de Noruega y elegir a uno de sus hermanos para tal menester.

Afirmaba el Monarca que Fadrique era valiente, gran jinete, amante de la justicia, buen cazador y que tenía el labio partido por culpa de un desafortunado incidente venatorio. Su trayectoria vital, como se ha comprobado, no desmerece de tales calificativos coevos.

Por lo que respecta a su vida familiar, se sabe que, en 1258, o bien se encontraba viudo o todavía no había desposado, pues su mano es una de las que se barajan para unir a la de la infanta noruega. El exilio en 1260 le alejará del reino los años necesarios para que sobre su matrimonio y descendencia existan algunas lagunas y dudas de difícil resolución.

Pellicer y otros genealogistas posteriores aceptaron su enlace con una dama de nombre Catalina Dukas, hija del déspota del Épiro, aunque más recientes investigaciones localizan este desposorio en el seno de la familia Malaspina, concretamente en una de las hijas del marqués Conrado Malaspina, destacado gibelino italiano cuyo patrimonio se apoya en posesiones de la Toscana y vinculado espúreamente por parentesco con Federico II. Esta dama, de nombre Beatrice, se habría unido al infante durante sus estancias discontinuas en Italia. Sea de un linaje o de otro, lo único que se puede aseverar con certeza es que don Fadrique hubo de este matrimonio una hija de nombre Beatriz, mujer en primeras nupcias de Alfonso Téllez de Meneses y, en segundas, de Simón Ruiz de los Cameros.

Durante su vida italiana se sabe que mantuvo el príncipe castellano al menos una relación amorosa que generó prole en la estirpe di Troia. Un hijo de Fadrique, de nombre Alfonso, le acompañará a su regreso desde Túnez, y, en tiempos de Enrique III de Castilla, a las costas hispanas arribó un tal Lancelotto, hijo de Federico di Troia, que era biznieto del infante Fadrique y como a tal se le reconoce en 1394.

 

Bibl.: G. del Giudice, Don Arrigo, infante di Castiglia, Napoli, Stamperia della Regia Università, 1875, págs. 169-173; B. de Neocastro, Historia Sicula, Bologna, Nicola Zanichelli, 1921, pág. 7-10; J. González, Repartimiento de Sevilla, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1951 (reed. facs. del COAAT de Sevilla, Sevilla, 1993, págs. 235 y ss.); A. Ballesteros Beretta, Alfonso X El Sabio, Barcelona, Salvat Editores, 1963, págs. 77, 88, 104, 185, 192, 262, 270- 271, 546-547 y 818-827; M. Amari, La guerra del Vespro Siciliano, ed. de F. Giunta, vol. I, Palermo, S. F. Flaccovio Editore, 1969, págs. 79 y 86-87; A. D. Deyermond, “The Libro de los engaños: its social and literary context”, en G. S. Burgess y R. A. Taylor, The Spirit of the Court: Selected Proceedings of the Fourth Congress of the Internacional courtly Literature Society, Cambridge, D. S. Brewer, 1985, págs. 158-167; S. de Vajay, “From Alfonso VII to Alfonso X, the first two centuries of the Burgundian dynasty in Castile and Leon. A prosopographical catalogue in social genealogy, 1100-1300”, en Studies in Genealogy and Family History in tribute to Charles Evans. Association for the Promotion of Scholarship in Genealogy Ltd, Occasional Publication, 2 (1989), págs. 366-417 y 393-394; M. Torres, Enrique de Castilla, Barcelona, Plaza y Janés Editores, 2003.

 

Margarita Torres Sevilla

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