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Luis I de Navarra y X de Francia

Biografía

Luis I. El Hutín. París (Francia), 4.X.1289 – Vincennes (Francia), 5.VI.1316. Rey de Navarra (1305) y de Francia (1314), conde de Champaña y de Bria.

Hijo primogénito de Felipe I el Hermoso y de Juana I de Navarra. A la muerte de su madre apenas contaba dieciséis años y, según las costumbres de la tierra, la mayoría de edad no se alcanzaba hasta los veintiuno. El joven príncipe debía, por tanto, permanecer aún bajo la tutela de su padre, quien seguiría gobernando el reino de Navarra. No había razón alguna para que sus atribuciones sobre el regimiento de los dominios de su mujer quedaran interrumpidas por la muerte de su titular. Sin embargo, amplios sectores de la sociedad navarra creían que, desaparecida la Reina propietaria, era al heredero a quien correspondía el ejercicio de la realeza. Y para ello exigían la presencia de Luis en su reino. Con ello acabarían las prolongadas ausencias del Monarca y el tan odiado régimen de los gobernadores. Las primeras en reaccionar fueron las buenas villas, constituidas de nuevo en Hermandad, y a las que se unieron poco después los prelados. Ambos sectores dirigieron un escrito al Rey y al príncipe heredero, instándole a una pronta venida para ser recibido como su Rey y señor.

En París no comprendían el contenido de semejante petición. Nadie negaba los derechos del primogénito: únicamente debía esperar a cumplir la mayoría de edad. Para entonces Luis había contraído matrimonio con Margarita, hija de Roberto II, duque de Borgoña, y de quien nacería su hija Juana; en Navarra se sucedieron numerosas y acaloradas asambleas que incitaban a la rebelión. Para acallar los ánimos fueron enviados mensajeros, al frente de los cuales figuraba el conde de Bolonia. Esta delegación destituyó al gobernador y nombró a uno nuevo, en calidad de lugarteniente y en nombre de Luis, “señor y heredero del reino”. En las Cortes de Estella (21 de septiembre de 1306) se alcanzó el compromiso por parte de la embajada del conde de Bolonia de garantizar la venida del Rey para la Pascua (26 de marzo de 1307).

La firmeza de los navarros hizo cambiar de opinión al rey de Francia y a su Consejo, iniciándose con gran celeridad los preparativos del ansiado viaje real. Al objeto de realzar la llegada de su hijo, el rey Felipe pidió al Papa el levantamiento del entredicho que pesaba sobre la catedral de Pamplona desde el asalto de 1276.

Clemente V, que todavía no había abandonado el Arzobispado de Burdeos, accedió a lo solicitado, pero sugirió al Rey que aplazase el viaje del príncipe heredero, ya que en su condición de tal era aconsejable su presencia en la entrevista de Poitiers, en cuya agenda figuraba la cuestión del Temple, los preparativos de la nueva Cruzada y, en definitiva, el diseño de una Europa capeta.

Fue el propio Papa el que envió una carta en la que se hacía responsable de la demora del heredero, al tiempo que prometía su pronta puesta en camino. Por fin, tras consumir nuevos retrasos y ante la tensa situación, Luis hizo su entrada en Navarra a finales del mes de septiembre de 1307. Poco después —el 1 de octubre, domingo— juró los Fueros y fue ungido y coronado. En un principio, sólo la nobleza le recibió el juramento; pocas semanas más tarde, en las Cortes de Estella, los procuradores del resto de los estamentos le juraron como señor y Rey. En esta jura se reconocía a Luis su condición de primogénito del rey de Francia y, por la gracia de Dios, rey de Navarra, conde de Champaña y Bria.

Cumplido el ceremonial de la coronación era casi obligado girar una visita a las cabeceras de merindad y demás buenas villas del reino. En su recorrido cumplió con las formalidades de confirmar privilegios y franquicias, así como la promesa de guardar los Fueros.

Mantuvo una política de favor hacia las comunidades judías, que contrasta a todas luces con la mantenida por su padre en el reino de Francia. Éste, como es sabido, expulsó a esta minoría de sus territorios en 1306. Gran parte de estos emigrados buscaron refugio en tierras de Navarra. Todo parecía indicar que se había plegado a las exigencias de sus nuevos súbditos, pero castigó con dureza a los cabecillas de la rebelión y a las banderías urbanas, prohibiendo la creación de cofradías. Con todo, su estancia fue corta —de algo más de dos meses—, pues a mediados de diciembre ya había traspasado la muga de los Pirineos. Es posible que el arresto de los templarios, acusados de herejía y horrendos crímenes, y la posterior propuesta de disolución de la Orden en toda la cristiandad latina requiriese su presencia en la Corte parisina. Conviene recordar los intentos de fusión de las dos Órdenes (el Temple y el Hospital), utilizada como fuerza militar en la próxima Cruzada, al frente de la cual se situaba a Luis I de Navarra. En el Concilio General de Vienne (16 de octubre de 1311) se consumaba el proceso incoado contra el Temple al decretar el Papa la disolución de esta Orden de monjes soldados y adjudicar sus bienes a los Hospitalarios. El rey de Navarra, conforme a las disposiciones pontificias, ordenó (a mediados de 1313) a su gobernador que ejecutase lo dispuesto por el Papa.

Imbuido de la ideología de su padre, introdujo una serie de reformas, encaminadas a reforzar el poder de la Monarquía. Una de ellas fue la sustitución de las merindades por otras circunscripciones llamadas senescalías.

Éstas fueron tres (Pamplona, Estella y Tudela), al frente de las cuales figuraba un senescal con las mismas atribuciones que el merino, más las hasta entonces reservadas a los gobernadores. Esta institución francesa no tuvo arraigo entre nosotros. Apenas duró dos años (1307-1308) y sus titulares fueron siempre enviados desde París. Mayor vigencia tuvieron los llamados reformadores e inquisidores, también enviados desde la ciudad del Sena. Estos altos oficiales reales, en número de tres a cinco, desempeñaban funciones similares a las del lugarteniente del Rey, pero concluida su misión inquisitiva y reformadora abandonaron el reino para informar al Monarca del alcance de su cometido. Gozaban de la plena capacidad de convocar a las Cortes Generales. Periódicamente aparecían nuevos reformadores y a los que se les había encargado, además de la supervisión del buen gobierno del reino, misiones concretas, ya fuesen tendentes a la mejora en los sistemas de percepción de las rentas reales o en la aplicación de los necesarios reajustes del gasto militar, poniendo especial énfasis en la dotación y equipamiento de los mesnaderos.

Pero las más de las veces, el objetivo esencial era de disolución de las Juntas y la represión de los integrantes de las mismas, ya que, con sus exigencias, habían demostrado una insolencia intolerable para un Monarca cuya sacralidad en el desempeño de su función nadie podía poner en duda.

Con los reinos vecinos no existía ningún litigio pendiente y la paz era un bien que había que preservar.

El sobrenombre del Hutín o pendenciero no parece que estuviese muy justificado, al menos por su presencia en los campos de batalla, pero sí por su firmeza y tozudez en las negociaciones mantenidas con los burgueses y eclesiásticos de la ciudad de Lyon. En las zonas fronterizas siempre surgían escaramuzas y eran espacios propicios al bandidaje. Al objeto de reforzar la defensa de las tierras fronteras, en especial las de Guipúzcoa y Gascuña, se crearon las villas de Echarri-Aranaz y Labastide-de-Clairance.

Por su condición de heredero al trono de Francia y miembro del Consejo Real, acompañó a su padre en las más solemnes celebraciones de la Monarquía capeta.

Asistió —junto a sus hermanos, tíos y demás familia— a los fastos que acompañaron a la conclusión de las obras, en 1313, del nuevo palacio de la Cité. Y en este mismo año, Felipe el Hermoso solicitó una ayuda feudal con destino a la Caballería del rey de Navarra. Con todo, en vida de su padre siempre desempeñó un discreto papel, pues el Rey nunca dejó de ocupar el centro en la intrincada maraña de poderes de la Monarquía de los últimos capetos directos.

El escándalo de las “nueras del rey” conmocionó a todo el reino. Las tres nueras del Rey fueron condenadas y llevadas a prisión por adulterio. Margarita de Borgoña estaba casada con el rey de Navarra, hombre de carácter difícil, y debió de recibir de él más de un desaire. Ella tuvo un amante (Gautier d’Aunay). Su ejemplo fue seguido por su cuñada Blanca de Borgoña, esposa del tercer hijo del Rey (Carlos de la Marche). Y la hermana de ésta, Juana, y mujer de Felipe de Poitiers, estaba enterada de las acciones de su cuñada y de su hermana, pero no participó en tales aventuras. Estos sucesos, recogidos como materia literaria, fueron deformados por la ficción y la leyenda.

Pero no cabe duda de que para muchos parisinos y otras gentes del reino, tales comportamientos, y sus consiguientes incertidumbres de filiación, podrían socavar los más firmes pilares de una Monarquía hereditaria.

La reina de Navarra murió (abril de 1315) a causa de las duras condiciones de su prisión, y el Rey, después de una ansiada espera, contrajo un segundo matrimonio con Clemencia de Hungría, una angevina, que ceñiría doble Corona: la de Francia y la de Navarra. Su hijo, Rey de apenas cinco días, sería Juan I el Póstumo.

Celebrado este matrimonio, los Reyes se trasladaron a la ciudad de Reims, en cuya catedral el rey de Navarra fue ungido, el 15 de agosto de 1315, e iniciaba así un reinado corto, de apenas dieciocho meses. Durante este tiempo prestó especial atención a las ligas feudales. Los principados territoriales mostraron su rechazo a los progresos crecientes del poder real. En la primavera de 1315, Luis el Hutín cedió a las presiones de los barones de Borgoña, Champaña y Picardía, comprometiéndose a incluir las pretensiones nobiliarias a la Asamblea General del reino, donde recibirían la adecuada respuesta por parte del Soberano. Estas grietas en la estructura del poder real pronto fueron restañadas.

El malestar creado contra los legistas ya en los años finales del reinado de su padre apareció ahora con toda su crudeza. Esta reacción aristocrática contra los consejeros reales hizo de Engerran de Marigny el blanco de sus iras, al que llegaron a acusar de traidor, malversación y brujería. En la magna asamblea de Vincennes, presidida por el Rey, se acordó su exilio a Chipre y la confiscación de sus bienes. Tales decisiones serían recurridas por familiares del condenado y el Monarca mostró su debilidad de carácter al remitir a su tío la resolución de ese delicado asunto. Marigny sería ahorcado en Montfaucon el 30 de abril de 1315.

Asimismo, las secuelas del conflicto con Flandes ensombrecieron los últimos meses de su vida. Anuló la orden de expulsión de los judíos que había decretado su padre y favoreció en gran medida el retorno de los mismos. En los primeros días de junio de 1316 moría el Rey. Quedaba abierto el problema de la sucesión en ambos reinos, pero en el de Francia la ley sálica —con la exigencia de la masculinidad del heredero— llevaría a su hermano Felipe V al trono, en detrimento de su hija Juana. De acuerdo con la tradición, su cuerpo fue inhumado en Saint Denis.

 

Bibl.: J. Favier, Philippe le Bel, Paris, 1978 (ed. rev., 1998); J. R. Streyer, The Reign of Philip the Fair, Princeton, 1980; Gran Enciclopedia Navarra, t. V, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990; J. Favier, Dictionnaire de la France médiévale, Paris, 1993; J. Gallego Gallego, Enrique I, Juana I y Felipe el Hermoso, Luis I el Hutín, Felipe el Largo, Carlos I el Calvo (1270-1328), Pamplona, Mintzoa, 1994; L’Art au temps des rois maudits. Philippe le Bel et ses fils, 1285-1328, Paris, 1998; F. Menant, H. Martín, B. Merdrignan y M. Chauvin, Les Capetiens, historie et dictionnaire, 987-1328, Paris, Robert Laffont, 1999.

 

Juan Carrasco Pérez