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Pedro Cebrián y Agustín

Biografía

Cebrián y Agustín, Pedro. Conde de Fuenclara (V). Luceni (Zaragoza), 30.IV.1687 ant. – Madrid, 6.VIII.1752. Caballero de la Orden de Alcántara, comendador de la puebla, consejero de Hacienda, virrey de Nueva España, diplomático (embajador en Venecia, Viena, Dresde y Nápoles), grande de España.

Bautizado el 30 de abril de 1687, era el sexto hijo de los diez que tuvo el matrimonio formado por José Cebrián y Alagón, IV conde de Fuenclara, y Lorenza Agustín Martínez de Marcilla, poseedora de varios señoríos (Luceni) y de cuantiosas haciendas. Su madre murió cuando él tenía poco más de cuatro años y su padre abrazó entonces la carrera eclesiástica quedando Pedro y sus hermanos a cargo de la abuela materna.

Su preceptor fue el presbítero José Capulla y Lucera, beneficiado de la iglesia metropolitana del Pilar (Zaragoza).

Heredó también los títulos de señor de Luceni y Boquiñeni.

Durante la Guerra de Sucesión al trono de España Pedro Cebrián sirvió a su costa en el Ejército Real en el sitio de Barcelona (abril-mayo de 1706). La fidelidad de su Casa a la causa del primer Borbón motivó que la Junta de Secuestros integrada por partidarios del archiduque Carlos en Zaragoza le confiscara los bienes a su padre. Contrajo matrimonio (1716) con María Teresa Patiño Attendolo, hija del marqués de Castelar, Baltasar Patiño y Rosales, entonces superintendente general del reino de Aragón y desde 1720 secretario del Despacho Universal de Guerra y hermano de otro gran ministro de Felipe V, José Patiño. En 1718 nacería su única hija, María Hipólita.

A partir de 1725 comenzó el ascenso social de Pedro Cebrián, ya que atendiendo el primer Borbón a sus méritos, a los de su Casa y a los de su suegro, le concedió una plaza supernumeraria de capa y espada en el Consejo de Hacienda. Al fallecer su padre (1726), heredó el título condal de Fuenclara como V conde. Obtuvo el hábito de caballero de la Orden de Alcántara con la encomienda de las Pueblas (Cáceres) por diez años (1728) y la propiedad en 1737.

Entre 1730 y 1732 estuvo con la Corte en Sevilla.

Desde 1734 hasta 1740 ejerció funciones diplomáticas en Europa y recibió importantes distinciones. Fue embajador de España en Venecia, Viena, Dresde y Nápoles. Se encargó de que Venecia hiciera expresa su neutralidad en la guerra de Polonia y, aunque no prosperaron sus trámites para casar a don Carlos, rey de las Dos Sicilias y posterior Carlos III de España, con una de las archiduquesas de Austria, fueron fructíferas sus negociaciones para que se desposara con la princesa María Amalia de Sajonia, hecho muy ventajoso para los intereses españoles y napolitanos. En recompensa, se le impuso en Nápoles (1738) el Collar del Toisón de Oro y fue investido caballero de la Orden de San Genaro. Felipe V le nombró (1739) mayordomo mayor de su hijo el infante Felipe. De regreso a Madrid (1740), pasó a La Granja para solicitar del monarca que, en deferencia a los servicios prestados y a sus cortos haberes, se le designara mayordomo mayor de la Reina con el correspondiente salario, pretensión que no logró. Por estas fechas obtuvo el honor de grande de España.

En febrero de 1742 se le eligió para el puesto de virrey de Nueva España. Dadas las difíciles relaciones entre España e Inglaterra (Guerra de Sucesión Austríaca, 1740-1748), le fue sancionada una real disposición de 10 de diciembre de 1739 para que pudiera valerse de cualquier caudal de la hacienda novohispana incluidos el de la renta de la Bula de la Santa Cruzada y parte de los de la Casa de la Moneda de México, siempre que los aplicara a las urgencias de la guerra o los remitiera a la metrópoli para mitigar la escasez del Erario. Se le facultó para ejecutar lo contenido en las instrucciones reservadas que se le entregaron con total inhibición de la Audiencia y demás tribunales.

Por estas circunstancias bélicas, el viaje de Fuenclara se vio rodeado del máximo sigilo y precaución.

Los rumbos que se tomaron fueron distintos y menos arriesgados que los ordinarios y tuvo que disfrazarse para evitar ser reconocido y capturado por los adversarios como sucedió con su antecesor el duque de la Conquista. La estrecha alianza entre las dos coronas borbónicas logradas con el Primer Pacto de Familia en 1733 facilitó el embarque del electo mandatario en el puerto de Rochefort (julio de 1742) en la fragata francesa El Delfín. No le acompañaron ni su esposa ni su hija, sólo varios servidores y el secretario del virreinato, Francisco Fernández Molinillo, gran conocedor de los asuntos de ese territorio por su condición de secretario del virrey Casafuerte (1722- 1734). Este cargo, que tenía como novedad el ser de elección real para prevenir abusos, limitó el poder de los virreyes.

Llegó Fuenclara a Veracruz en octubre e hizo la usual revista a las tropas y el reconocimiento de sus fortificaciones emprendiendo luego la ruta tradicional (Jalapa, Tlaxcala, Cholula) en la que se recibía a los virreyes con gran ceremonia. En Otumba le hizo entrega del bastón de mando el oidor decano de la Audiencia de México y capitán general en funciones, Pedro Malo de Villavicencio. El 3 de noviembre estaba en la capital mexicana donde tomó posesión formal del gobierno. La entrada solemne no se efectuó hasta el 16 de enero del año siguiente.

Uno de los primeros asuntos en que intervino, que no le acarreó buena fama, fue el relacionado con el italiano Lorenzo Boturini. El hecho se le presentó cuando a su paso por Jalapa, el alcalde mayor, Adrián del Aya, le entregó una circular firmada por Boturini en la que pretendía recoger donativos para la coronación de la Virgen de Guadalupe alegando tener un breve. Fuenclara fue estricto en aplicar la legislación vigente al conocerse que este extranjero, de ilustre familia, había viajado a Nueva España sin licencia y el breve carecía del pase obligado del Consejo de Indias habiendo obtenido sólo el de la Audiencia de México.

Al italiano se le encarceló (1743) y se recogió su museo y archivo compuesto por manuscritos, papeles y objetos que fue reuniendo sobre la historia antigua de ese reino. Revisada la causa por el oidor Domingo Valcárcel, declaró que en el italiano no había delito punible, sino una “indiscreta devoción”. Al virrey se le aprobó lo obrado en esta materia (1744) y a la Audiencia se le reprendió por su ligereza en dar el pase al breve. Una vez en España, el Consejo de Indias absolvió a Boturini y le compensó nombrándole cronista en Indias con un salario de 1.000 pesos al año.

Encontrándose Fuenclara con que las Cajas Reales sólo tenían un caudal de 326.703 pesos, se vio precisado, para pagar sueldos atrasados de la gente de la armada de Barlovento y enviar parte de los situados que se debían a las principales plazas y presidios, a pedir al consulado y al comercio mexicanos un préstamo de un millón de pesos y se valió de los fondos de los Bienes de Difuntos, los de las Cajas foráneas y otros.

A los comerciantes no les era fácil efectuar el empréstito por la falta de caudales como consecuencia de la dificultad del tráfico marítimo con la metrópoli, además, habían contribuido últimamente con un donativo voluntario de cien mil pesos para las urgencias de la Corona. Buscando el dinero a rédito el consulado en nombre de los comerciantes mexicanos pudo anticipar 1.200.000 pesos, señalándole el virrey para su devolución el producto de la renta de las alcabalas que tenía alquiladas. A Fuenclara se le autorizó a beneficiar treinta y dos reales títulos de mercedes y grados y se le ordenó que suspendiera el pago de pensiones y sobresueldos por dos años. A fin de reducir gastos, disminuyó el número de soldados de la guardia virreinal, las tropas de Veracruz y Acapulco, así como la tripulación de la armada de Barlovento.

Auxilió a los gobernadores de las principales plazas para la defensa del territorio proyectándose con el de Campeche y La Habana (Salcedo y Güemes) una expedición de desalojo a los establecimientos ingleses en Centroamérica (Belice, Roatán) para combatir la piratería.

La proximidad de Jamaica y el reciente ataque de Vernon a la Guaira y posterior repliegue a Puerto Cabello incidieron en que el virrey centrara su vigilancia en Veracruz. En el Pacífico no cesaban desde 1740 los embates del comodoro Jorge Ansón contra los barcos españoles y su acecho al galeón de Manila.

En 1743, a la altura del cabo del Espíritu Santo en la isla de Sámal (Filipinas) y después de una reñida batalla, Ansón llegó a apresar con su navío El Centurión al patache Nuestra Señora de Covadonga que había salido de Acapulco, tras verificarse la feria comercial, rumbo a Manila al mando del general Jerónimo Montero. El botín conseguido sólo en efectivo fue de 1.313.843 pesos en plata acuñada y 4.463 marcos en barras. El suceso ocasionó una gran crispación en México y los afectados culparon al virrey y al consulado de esta pérdida por su falta de cautela al haber permitido que zarpara en solitario. El comercio con Filipinas quedó interrumpido hasta nueva orden del monarca y, el temor a los corsarios enemigos, hizo que en 1746 los escasos barcos procedentes de esas islas anclaran en Matanchel, practicándose aquí la feria en vez de en Acapulco.

Al estorbar las escuadras adversarias la carrera de Indias a los españoles, en el virreinato se dejaba sentir la carestía de géneros y el aumento de los precios. La pérdida de población tributaria por las epidemias de años anteriores y las plagas de las plantas del Magüey, de las que se extraía el pulque, vinieron a agudizar aún más el desequilibrio económico existente. Fuenclara se esforzó porque las rentas de la nieve, pólvora, juego de gallos y otras se remataran al mayor postor.

Trató de armonizar los intereses de los comerciantes españoles y los mexicanos fijando el modo de vender los géneros y el pueblo de Jalapa como residencia de cargadores y comerciantes.

Ante la escasez de azogues para la explotación de las minas, ordenó el virrey que se hicieran pruebas en los yacimientos de mercurio recién descubiertos en Temascaltepec (Cuernavaca). Autorizó el que las barras o tejos beneficiados pudieran alcanzar hasta quince marcos más de los ciento veinte permitidos. En los cuatro años que gobernó se extrajo plata por un valor de 5.754.000 marcos.

Para atender los considerables gastos de la Corona en sostener los ejércitos de Italia y Saboya, las escuadras del Mediterráneo y las fuerzas marítimas y terrestres de Indias se necesitaba mucho numerario.

Benedicto XIV había concedido a Felipe V un préstamo de dos millones de escudos sobre las rentas eclesiásticas de América. En 1743, el marqués de la Ensenada censuró a Fuenclara sus excesivos desembolsos en el virreinato y la falta de remesas de caudales a España en coyunturas graves, instándole a reducir gastos y a ir enviado cincuenta mil pesos en los navíos de registro. El virrey celebró tres juntas en las que se acordó aumentar un 2 por ciento el derecho de alcabalas durante cinco años, el precio de las barajas en dos reales y autorizar al comercio de Filipinas un cargamento a aquellas islas hasta de un millón y medio de pesos abonando por esta merced un 10 por ciento. Este último recurso fue desestimado por el rey. Fuenclara pidió que se le adelantara el importe de los arbitrios de un quinquenio para ir efectuando las remesas exigidas.

Siguiendo la política de Ensenada en orden a restablecer la Marina, remitió doscientos mil pesos al astillero de La Habana para la construcción de cinco buques. Continuó la obra de los descubrimientos y conquistas (Californias, Nuevo México, islas de las costas del mar del Sur) contando en la Audiencia de Guadalajara con el auxilio de su presidente, el marqués del castillo de Aisa. En su etapa, el coronel José Escandón hizo varias entradas a Sierra Gorda, reducto de indios hostiles cerca de Querétaro, en donde renovó y fundó de nuevo ocho misiones (Jalpa, Conca, Guadalupe). Aunque Fuenclara fue en un principio remiso a que Escandón acometiera la pacificación del seno mexicano, llegó a aprobar el proyecto que culminaría en tiempos del virrey Revillagigedo con la fundación de la colonia del Nuevo Santander (Tamaulipas).

Cumplió con lo mandado (1741) acerca de que se fueran recogiendo noticias sobre las posesiones españolas en América y encargó las correspondientes a ese virreinato al cronista Juan Francisco Sahagún y al contador José Antonio de Villaseñor. Desvinculado el primero de esta tarea, quedó el segundo con la labor estadística que dio lugar a su obra Teatro Americano (1746).

La conducta que observaban los funcionarios de la Administración en el ejercicio de sus empleos, así como su atuendo, fue vigilada por el virrey que obligó a usar el traje de golilla a quienes correspondía. Recomendó a los que se destacaban en servicio del monarca, en cambio, algunos ministros de las Audiencias de México y Guadalajara fueron apercibidos o apartados de sus cargos por excesos. Tuvo que intervenir en asuntos judiciales, como en las muertes en la Casa Profesa de México, residencia de los jesuitas.

Un movimiento popular se dio en Puebla de los Ángeles en tiempos de este virrey (agosto de 1744) como secuela de un conjunto de factores, entre ellos, el descontento generado alrededor del alcalde mayor de esa ciudad, Miguel Román, y el temor de que, con la petición del donativo para la Corona, se pretendiera imponer a perpetuidad una tasa semanal de un real por cada torno de hilar. El desencadenante del alboroto lo produjo la publicación de la visita pastoral, no deseada, que se solemnizó con repiques de campanas y que el vulgo confundió con el anuncio de la beatificación del venerable Juan de Palafox por el que sentían un gran fervor. El júbilo de la multitud agolpada en la plaza mayor, el desenfreno de algunos revoltosos y la carga cerrada que disparó la caballería preparada anteriormente por el alcalde a las puertas del palacio produjeron enfrentamientos y heridos. Fuenclara envió tropas de México para sofocar la revuelta y dio comisión al oidor Valcárcel a fin de averiguar su causa y castigar a los culpables cesando, mientras tanto, a Román, quien se quejaría de este deshonor.

Dictó Fuenclara numerosos bandos con ánimo de corregir la ociosidad, la embriaguez y otros vicios causantes de inmoralidades y pendencias. Amplió las atribuciones al capitán de la Acordada José Velázquez Lorea, recomendándole la guarda de los caminos reales y quiso limitar el derecho de asilo en las iglesias.

Interesado en la salubridad pública, dispuso que la capital mexicana se dividiera en cuatro distritos y se rematara su limpieza, empedrado y asistencia en cuatro asentistas. Para el cuidado del Desagüe de Huehuetoca, nombró superintendente al oidor Domingo Trespalacios creando una secretaría y oficina. Dio comisión al diputado José Dávalos para la restauración del acueducto que conducía el agua a la capital empezando por Chapultepec, costo que corrió a cargo del impuesto del aguardiente, vino y vinagre que entraba en la ciudad y se concluyeron dos ramales de cañerías para los barrios (San Pablo, Curtidores). Se hicieron puentes, se repararon calzadas (La Piedad, San Antonio Abad) facilitando el tráfico comercial. El virrey visitó muchas de estas obras procurando también la mejora de los establecimientos sanitarios y de beneficencia, entre ellos, el Hospital Real de Indios.

En su época y por bula de Benedicto XIV (1743), se erigió en arzobispado la sede episcopal de Guatemala y se instituyó en México (1745) el convento de Santa Brígida. Colaboró cuanto pudo en la observancia de los breves y otros despachos en materia eclesiástica.

Su poco tacto en denunciar el escaso espíritu evangélico de algunos clérigos molestó al arzobispo Vizarrón y sus relaciones fueron distantes. Sin embargo, cuando el oidor Echavarri en un asunto personal intentó que el prelado denunciara al virrey por haber contravenido la jurisdicción eclesiástica, se negó para evitar discordias.

Fuenclara había contado en su carrera profesional con la protección de su suegro, de su tío José Patiño y del relevante ministro José del Campillo. Al morir éste, no hubo afinidad con su sucesor Ensenada quien, en su afán por controlar a los empleados más representativos de la administración indiana y dejándose llevar por los rumores acerca de la desorganización del gobierno de este virrey y de sus desacertados procederes, mandó (1744) a su secretario Fernández Molinillo y a otras cuatro personas más que averiguaran, secretamente, la actuación y maneras de Fuenclara, sus parientes y servidores. Los informes fueron contradictorios y en marzo de 1745 el virrey, desilusionado y con problemas de salud, pidió que se le relevara del cargo. Dos meses más tarde por una real disposición se le aumentó el sueldo a título personal y durante el tiempo que rigiera el virreinato en atención a su “integridad, conducta y desinterés”. En noviembre, ante la insistencia de dejar el empleo, se le admitió la renuncia entregando el 7 de julio de 1746 el bastón de mando a su sucesor, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, gobernador y capitán general de La Habana hasta ese momento.

Se le había autorizado a Fuenclara a restituirse a España sin haberse sometido al juicio de residencia acostumbrado, pudiendo efectuarlo por procurador previa fianza, pero la Audiencia, malinterpretando una real cédula relacionada con el aval, le embargó los bienes. El Consejo de Indias mandó su devolución e hizo una advertencia a dicho tribunal. Quedó absuelto de los cargos que se le imputaron, incluido el de haber permitido con su ejemplo los juegos de envites prohibidos, también en el Real Palacio, causando la ruina de muchas familias.

Como ya lo hiciera a su ida a México, usó para su regreso a la metrópoli de la máxima precaución. El 2 de septiembre partió hacia La Habana en el bajel de guerra La Reina y desde ese puerto se embarcó en la fragata de El Camello que se dirigía a uno de los puertos españoles. Fuenclara se reencontró con su familia, de la que estuvo separado todo el tiempo de su gobierno en México pasando los últimos años de su vida en Madrid en una casa palacio que compró a los Enríquez de Guzmán. Aquí fue padrino de su cuñado, el marqués de Castelar, en su investidura como grande de España. En junio de 1751 fundó un mayorazgo declarando heredera a su hija María Hipólita, dama de honor de la reina María Amalia, en la que recayó también el título nobiliario de su progenitor.

Estaba casada con Antonio Félix de Silva, de prestigiosa familia y coronel del regimiento de Caballería de la Reina.

Fuenclara dejó dispuesto en su testamento (agosto de 1751) que se entregaran diversas cantidades a congregaciones y a hospitales españoles, así como a la Virgen del Pilar de Zaragoza y a otras de su devoción.

Ordenó que se enviaran a México mil pesos fuertes para la causa de Nuestra Señora de Guadalupe y otros mil para que se repartieran entre los pobres vergonzantes o algunos hospitales, debiéndose aplicar cien de ellos al Colegio de las Niñas y otros cien al convento de monjas indígenas del Corpus Christi, fundado por el virrey Valero.

Conforme a su deseo, se le enterró en la madrileña iglesia de Montserrat. Su esposa falleció en Zaragoza a los ochenta y seis años de edad.

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Ascensión Baeza Martín

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