González Puig, Esperanza. Lérida, 19.V.1823 – 5.VIII.1885. Fundadora de la Congregación de las Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de María.
Su padre, Buenaventura González Viñuales, era colector del Ayuntamiento, y la familia vivía en el propio Ayuntamiento, donde nació Esperanza; su madre era Antonia Puig Lamarca. El padre murió cuando ella tenía doce años y la madre, poco después, cuando Esperanza contaba algo más de diecisiete años. Su hermano estudiaba Leyes en la Universidad de Cervera, y su única compañía fue Margarita Sancho, la sirvienta.
Desde niña sintió especial inclinación por la vida contemplativa y dedicaba mucho tiempo a la oración refugiándose en la soledad y el silencio; pero no era menos vivo en ella el deseo de trabajar en el mundo por el reino de Cristo. Esta aparente contradicción llevaba inquietud a su espíritu e incertidumbre en el camino a seguir. Quería entregarse totalmente al Señor y no comprendía cómo. Deseaba el recogimiento y comenzó a llevar vida de religiosa en el propio hogar. Como fiel devota de santa Teresa de Jesús, le atraían las carmelitas, pero su carácter inquieto no se avenía con la vida de pura contemplación.
La respuesta le llegó el 19 de septiembre de 1851, a través de una visión: Cristo, atado a la columna y maltratado por gran número de mujeres que llevaban mala vida. En esa visión escuchó: “Mira cómo me maltratan esas almas. Sálvalas y alíviame”, y sintió que le pedía que fundara un instituto consagrado al Corazón de su Madre.
No fue ésta la primera visión, ni tampoco la última, pero sí el punto de partida para fundar el Instituto de Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de María, en el que entregaría su vida al Señor, dedicándose al cuidado espiritual y material de la mujer marginada. Cuando veía jóvenes marginadas, las miraba como a hijas propias. Trataba de devolverles la libertad y la dignidad perdida de hijas de Dios y se preocupaba de que pudieran desenvolverse en la vida.
Tuvo que superar muchas dificultades. Unas internas, pues no podía creer que hubiera sido escogida para esta obra y que fuese ésa la voluntad de Dios.
Otras provenían de fuera, pues el nuevo obispo, Mariano Puigllat i Amigò, antes de dar la aprobación escrita, se inclinó también hacia la idea de incorporar la casa al Instituto de las Adoratrices, recién fundadas.
El celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas la sostuvo y movió en medio de las contrariedades.
También contó con el apoyo de personas que intuyeron, desde el origen de la obra, los grandes frutos que daría en la Iglesia. Su hermano Francisco, tras licenciarse en Derecho y cursar los preceptivos estudios de Teología, se ordenó sacerdote y fue el más firme puntal de la obra fundada por su hermana. La casa paterna, con su huerto contiguo, que había heredado, lo cedió a Esperanza, pasando a ser la cuna del nuevo instituto.
Esperanza fundó la Congregación el 19 de junio de 1862. Su misión era acoger y ayudar a niños, jóvenes y mujeres marginadas, y la educación cristiana de niños y jóvenes. Cuando la madre Esperanza miraba a las mujeres jóvenes marginadas, decía: “Se me parte el alma, las considero como a hijas propias a quienes tengo que ayudar”. Trataba de devolverles la libertad y la dignidad perdida y se preocupaba de que pudieran desenvolverse dignamente en la vida. La Congregación se extendió por España, Argentina, Paraguay y Costa Rica.
Madre Esperanza vivió en alto grado la humildad, la obediencia, la mortificación y la caridad heroica. “Amar o morir”, decía. El amor filial al Corazón de María fue tomando fuerza a lo largo de su vida, y bajo su protección puso el Instituto. Fue también extraordinario el don de la oración, durante la cual era favorecida con gracias especiales.
El día 27 de agosto de 1851, en la iglesia de las carmelitas descalzas de Lérida, sintió cómo un serafín transverberó su corazón abriéndole una profunda herida en el costado izquierdo y agujereándole las cinco piezas de ropa que llevaba. La Congregación conservó en un relicario las piezas de ropa agujereadas, hasta la Guerra Civil Española de 1936, en que fue destruido.
La madre Esperanza fue víctima de la epidemia de cólera que sufrió la ciudad. No pudo ver la aprobación pontificia del Instituto, pero presenció cómo la Congregación había arraigado y extendido ramas hacia Figueras, Jaca y Mahón.
El día 28 de abril de 2006, el papa Benedicto XVI firmó el decreto por el que la madre Esperanza fue declarada venerable.
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José Martín Brocos Fernández
