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Antonio de Gimbernat Arbós

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Biografía

Gimbernat Arbós, Antonio. Cambrils (Tarragona), c. 15.II .1734 − Madrid, 1816. Médico, cirujano, anatomista.

Nació en el seno de una familia de campesinos. Tras seguir estudios en el convento de los Franciscanos Recoletos de Riudoms (c. 1747), con quienes parece que se formó en latinidad, pudo acudir a la Universidad de Cervera, en la que figuraba ya como matriculado en 1749. Con el título de bachiller en Artes, decidió emprender estudios de Cirugía en Cádiz, donde otro tarraconense —Pedro Virgili— dirigía con acierto la institución que estaba destinada a desempeñar un papel central en la transformación de esa disciplina dentro de nuestras fronteras: el Real Colegio de Cirugía de la Armada. Este centro, que abrió sus puertas en 1748, tenía como objetivo implementar un método docente en que la formación teórica de los alumnos estuviera basada en conocimientos que habían de ser deducidos “de los experimentos físicos, observaciones y experiencia práctica”. Para ello, además de exigir a sus alumnos acudir a las salas del Hospital de Cádiz para conocer a la cabecera del enfermo las enfermedades y la forma de tratarlas, se elaboró un moderno plan de estudios en que se hallaban presentes materias como la Física y la Química, y se hizo especial hincapié sobre la necesidad que los estudiantes adquirieran, como base fundamental sobre la que asentar su formación en la técnica quirúrgica, un conocimiento adecuado de la Anatomía humana. De este modo, el colegio de Cádiz consiguió incorporar a España un modelo pedagógico muy innovador con respecto al que se seguía en las universidades, y que se situaba al nivel del que se hallaba vigente en las instituciones quirúrgicas docentes europeas más avanzadas.

La incorporación de Gimbernat al colegio gaditano se produjo en 1758, dando pronto muestras, como se indicaba en un documento de ese centro, de “aplicación”, de buena actitud y de “superioridad de talento” que sus maestros supieron apreciar. En 1759 se le concedió el “Mérito y Premio de la clase de Bendages (sic)”, y al año siguiente se hizo cargo de “los nuevos [alumnos] para instruirlos en la Osteología”. A pesar de que sobresalió en todas las materias, Gimbernat se “aplicó mucho a la Anatomía”, lo que sin duda le valió para ser seleccionado en 1760 por Lorenzo Roland, que se encargaba de la docencia de esa disciplina en Cádiz y acababa de ser nombrado Cirujano Mayor del Ejército, para que le ayudara en el desempeño de las tareas que le exigían sus nuevos nombramientos: vicepresidente y primer maestro del Colegio de Cirugía del Ejército que, encabezado por su yerno Pedro Virgili, se acababa de establecer ese mismo año en Barcelona. Aquí, debido a las ausencias de Roland motivadas por sus obligaciones militares, Gimbernat tuvo la oportunidad de tener amplias responsabilidades docentes que fueron bien valoradas por el director del colegio. De hecho, Virgili solicitó en 1762 que se le permitiera permanecer en Barcelona fundamentando su petición, no sólo en el hecho de que en este centro podía cumplir sus obligaciones como colegial del mismo modo que en el gaditano, sino porque su labor era muy necesaria debido a las ausencias de Roland y porque estaba dando muestras de ser un buen docente. En ese sentido destacaba en la petición la solvencia que mostraba Gimbernat en las disecciones anatómicas, y su buen proceder al impartir las clases del curso de vendajes. Al año siguiente, Virgili volvió de nuevo a solicitar que permaneciera en su colegio, a lo que el Rey accedió y, en atención a los méritos contraídos, ordenó que fuera nombrado maestro honorario del centro con “opción a la primera plaza que quedara vacante de maestro, y con la obligación de sustituir las ausencias y enfermedades de los otros maestros”. De este modo, cuando en 1765 se produjo una vacante definitiva por la muerte de uno de los profesores —José Payssa—, el Rey, a pesar de la oposición mostrada por los administradores del hospital de la Santa Cruz de Barcelona —quienes preferían para ocupar la plaza a uno de los cirujanos suplentes de esa institución asistencial que servía como escenario en el que los alumnos del colegio llevaban a cabo su formación práctica con los pacientes—, resolvió nombrar a Gimbernat. Éste, según indican algunos estudiosos de su figura, habría obtenido su título de cirujano el año anterior y contraído matrimonio con una hija de otro maestro del colegio —Carlos Grassot— en 1763.

Se abrió así una nueva etapa en la vida de Gimbernat en la que, además de seguir cultivando la Anatomía y cumpliendo con sus tareas docentes en el colegio, iba a dar muestras relevantes de su habilidad como cirujano en el Hospital barcelonés. De hecho, la forma en que supo conjugar en su obra la observación anatómica con su aplicación a la técnica operatoria le convirtió en prototipo de ese nuevo modelo de cirujano que los colegios de cirugía deseaban proporcionar a la sociedad española. Su deseo de practicar una cirugía guiada por la anatomía se puso pronto de manifiesto en relación con una de sus aportaciones que han contribuido a granjearle mayor reconocimiento: el novedoso método que propuso para operar la hernia crural. Aunque, como veremos, la explicación completa de la misma sólo la presentó en 1788 y la publicó en 1793, Gimbernat, según refería en esa exposición, la practicó por primera vez con “feliz éxito” en “dos mujeres, [hallándose] en Barcelona por los años 1772 y 1773”. Para poder concebirla y ejecutarla, el cirujano catalán se basó en las investigaciones anatómicas que había llevado a cabo previamente sobre una parte del cuerpo humano —el arco crural— que, como señalaba, “sin embargo de ser tan notable, [había] sido poco examinada y menos conocida de los anatómicos hasta que yo la demostré por primera vez en el año de 1768”. Esos trabajos, que expuso ese mismo año en el curso de Anatomía que debía impartir, le permitieron describir una estructura fibrosa cuyo conocimiento facilitaba la operación: el llamado ligamento de Gimbernat, que contribuye a formar la parte interna del arco crural y que, según indicaba su descubridor, merecía “toda consideración” puesto que, “sin él, todos padeceríamos tal vez una eventración excesiva y sumamente peligrosa”. De este modo, Gimbernat se aplicaba a sí mismo una de las enseñanzas que transmitió a los alumnos del colegio en la Oración inaugural con la que se abrió el curso 1773: que la anatomía había de ser “el principal y primer estudio” de los aspirantes a cirujanos, “la puerta por donde se entra en el vasto y precioso campo de la Cirugía”, al ser ella la que “conduce y guía por el dilatado e intrincado golfo de nuestra máchîna la mano y entendimiento del cirujano”.

Las posibilidades de Gimbernat de seguir obtenido mayor base empírica acerca de las bondades de su método se vieron truncadas, como él mismo reconoció, al recibir en 1774 una orden del Rey para que, en compañía de su colega Mariano Ribas, se trasladara a París, Londres, Edimburgo y Holanda. El mandato, como luego se verá, tuvo que ver no sólo con el deseo de que ambos cirujanos mejoraran su formación, sino también con el hecho de que el Monarca estaba decidido a impulsar la creación en Madrid de un nuevo Colegio de Cirugía, para lo cual se venían dando pasos desde años atrás. Se iniciaba así un período de la vida de Gimbernat en el que empezará a adquirir relevancia la otra faceta de su figura que le ha otorgado merecida fama: la de organizador docente. Gimbernat pudo así asistir en París a las clases que impartían figuras notables de la Cirugía del momento, como Joseph Desault y François Chopart, a las de anatomistas relevantes, como Antoine Petit, o las del químico Pierre Joseph Macquer. En Londres, donde permaneció entre 1776 y 1777, no se limitó a observar el modo de practicar la cirugía en los principales hospitales de esa ciudad, como el de St. Thomas y el de Guy, donde trabajaban figuras como Samuel Sharp y John Hunter. Del papel activo que adoptó durante su estancia en estos centros dio cuenta más tarde al narrar el episodio en el que, tras una clase de Hunter sobre las hernias, tomó la palabra para exponer su método para corregir las hernias crurales, que el maestro británico prometió divulgar y practicar. Las últimas etapas de su recorrido por Europa antes de regresar a España en octubre de 1788 fueron Escocia y los Países Bajos, donde las propuestas innovadoras de la enseñanza de la Medicina defendidas por el holandés Hermann Boerhaave habían recibido una calurosa acogida en ciudades como Edimburgo y Leiden.

A su vuelta a España, Ribas y Gimbernat se hubieron de implicar en la tarea de hacer realidad la Real Orden de 26 de mayo de 1779, por la que Carlos III resolvió establecer en Madrid un Colegio de Cirugía “conforme en todo al que hay establecido en Barcelona en cuanto a maestros, estudios, gobierno interior, honores y excepciones de sus colegiales”. El Monarca les encargaba en esa misma Real Orden participar en la elaboración de las Ordenanzas del centro. Al año siguiente, les encomendó también que informaran de aquellas medidas que fuera necesario adoptar para poner en marcha el Colegio. Para cumplir este mandato, elaboraron dos informes. El primero, que firmó sólo Gimbernat el 14 de julio de 1780, mostraba sus opiniones acerca de las características que debía poseer el edificio destinado a albergar la escuela, y del equipamiento con que había de dotarse. Para argumentar sus opiniones se apoyaba en las ventajas e inconvenientes que habían encontrado en los centros nacionales y extranjeros en los que habían trabajado o visitado. El segundo de los informes, firmado ya junto con Ribas el 31 de diciembre de 1781, lo dedicaron a abordar los aspectos docentes y económicos del futuro colegio. En él expresaron los problemas que podían derivarse del hecho de que se creara “conforme en todo” con respecto al de Barcelona. Consideraban en primer lugar que el número de maestros de éste era insuficiente, y que no contenía entre las materias que impartía la relativa a las enfermedades de los ojos ni la referente a partos. Pero la carencia que estimaban como más grave del centro barcelonés era que los cirujanos formados en él no recibían conocimientos acerca de las enfermedades internas; esto es, de aquellas que no se suelen considerar susceptibles de tratamiento quirúrgico. Argumentaban su apreciación llamando la atención sobre el hecho de que, por esa razón, los alumnos formados en el colegio de Barcelona que eran capaces de revalidarse como cirujanos “latinos” podían provocar graves perjuicios a sus pacientes, pues ese título les autorizaba a tratar con medicamentos un tipo de enfermedades sobre el que no habían sido ilustrados en esa institución. Hay que tener presente que en la España de la época convivían un amplio abanico de sanadores —cirujanos “latinos”, cirujanos “romancistas”, sangradores, barberos...— que estaban autorizados para llevar a cabo intervenciones quirúrgicas de diferente grado de complejidad de acuerdo con el tipo de examen que hubiesen sido capaces de superar. Entre todos ellos, los cirujanos “latinos” ocupaban el escalón más alto, y podían emplear todo tipo de medicamentos para tratar las enfermedades “internas” que pudieran presentarse como causa o complicación de las afecciones quirúrgicas. Por ello, Gimbernat y Ribas incluyeron, entre los contenidos del plan de estudios que planteaban para la futura escuela, la enseñanza de las “fiebres” y de las “enfermedades interiores que, o provienen de alguna quirúrgica, o las produce”. Dado que las Ordenanzas de 1787 del Colegio recogieron la propuesta, creando una cátedra de “Afectos mixtos” cuyo titular debía explicar “todas aquellas enfermedades internas que se complican con las externas”, se consiguió de este modo dar un nuevo paso significativo en el proceso de transformación de la Cirugía que se desarrolló a lo largo del siglo xviii. A diferencia de los médicos, los cirujanos, impulsados por la labor y la visión de figuras como Virgili y Gimbernat, se estaban acercando cada vez más a convertirse en un profesional sanitario capaz de reunir en sí los atributos y capacidades del médico y, claro está, del cirujano. En ese sentido, la inauguración del Colegio de Cirugía de San Carlos de Madrid (1787), del que fueron nombrados directores Mariano Ribas y el propio Gimbernat, ha sido interpretada, no sólo como un hito de la política emprendida por Carlos III y sus gabinetes ministeriales para reformar los estudios superiores, sino también del conjunto de actuaciones que los cirujanos de la época emprendieron para dignificar su quehacer profesional.

Se daba inicio así a una etapa en que Gimbernat alcanzó su momento profesional más destacado. En cierto sentido, la Oración inaugural sobre el recto uso de las suturas y su abuso que dictó en el acto apertura del colegio, marcaba también el inicio de una etapa de su vida especialmente dulce. Además de encontrarse dirigiendo un centro mimado por la Corona, del que era asimismo catedrático de Operaciones y Álgebra Quirúrgica, vio pronto recompensada su trayectoria con el nombramiento de cirujano de Cámara en 1789, y con la concesión del Privilegio de Nobleza en ese mismo año. También sus aportaciones al desarrollo de la práctica operatoria le estaban deparando motivos de satisfacción, pues su método para operar la hernia crural iba a empezar a gozar de amplia difusión. Tras presentarlo con éxito en esa especie de sesiones clínicas que eran las “juntas literarias” de los colegios de cirugía (1788), lo mostró también en una publicación (1793) que fue traducida pronto al inglés (1795) y más tarde al alemán (1817) y al francés (1827). La forma en que procedió a estructurar la exposición de su método en esa obra permite poner de manifiesto su manera de entender el modo en que los cirujanos debían contribuir al perfeccionamiento de su disciplina. Tras una breve introducción en la que llamaba la atención sobre la alta frecuencia y la relevancia, para los individuos y para el Estado, del problema tratado, se ocupaba de examinar críticamente los procedimientos propuestos hasta el momento para el tratamiento quirúrgico de la hernia crural. A continuación, llamaba la atención sobre las experiencias que avalarían la bondad del método propuesto, dando paso luego a la exposición de la región anatómica principalmente implicada en la producción de ese trastorno: el anillo crural. La descripción del mismo era realizada por el autor haciendo frecuentes alusiones al significado en relación con la aparición de las hernias de las diferentes estructuras morfológicas que iba comentando. Así, por ejemplo, tras describir el ligamento de su nombre, indicaba que contribuía a hacer que las hernias crurales no se pudieran formar en el espacio en que se encontraba. Por último, a la hora de exponer el método de operar, se ocupaba en primer lugar de mostrar la forma de proceder para reducir manualmente el tumor herniario, dejando para el final la descripción del “modo de practicar la operación cruenta”. En ambos casos, Gimbernat procedía discutiendo las ventajas que, desde el punto de vista técnico y de riesgo para el paciente, poseía su propuesta. De este modo, un buen conocimiento y una clara posición crítica ante el saber vigente sobre el problema clínico a tratar, una técnica quirúrgica guiada por un profundo conocimiento de la Anatomía, y el cuidado por evitar producir al enfermo daños innecesarios por defectos en la aplicación de la técnica operatoria, aparecían en su trabajo como ingredientes necesarios para una buena práctica quirúrgica. Así lo indicaba en la parte con la que concluía su texto, y lo conectaba con la labor del Colegio de Cirugía de San Carlos, del cual, con “su metódica y profunda enseñanza”, debía “esperar el público los mayores progresos de una facultad la más importante y necesaria a la humanidad doliente”.

El tono eufórico de Gimbernat se hallaba justificado. No sólo su figura estaba siendo objeto de reconocimiento, sino que los cirujanos en su conjunto estaban viendo transformada en positivo la imagen que de ellos tenía la sociedad. De hecho, debido en gran medida al papel del director del Colegio de San Carlos, en los años finales del siglo xviii el ascenso de los cirujanos entre las profesiones sanitarias iba a comprometer incluso la posición privilegiada de los médicos. En efecto, en 1795 una Real Orden mandaba crear una Junta Superior Gubernativa, que tenía como misión supervisar la enseñanza y organización de los colegios de cirugía, formada por los tres cirujanos de Cámara: Rafael Flores, Leonardo Galli y Antonio Gimbernat. Se trataba de evitar con ella las desavenencias que habían surgido entre estos centros y de lograr su uniformidad. El resultado de sus actuaciones fue la imposición a los colegios de Madrid y Cádiz de las Ordenanzas aprobadas en 1795 del de Barcelona. El plan de estudios seguía las líneas marcadas por el de San Carlos, aunque incorporaba la Cirugía Forense y la transformaba la cátedra de “Afectos mixtos” en una de Medicina Teórico-Práctica. De este modo, se daba un nuevo impulso al reconocimiento de la capacidad de los cirujanos para tratar enfermedades que tradicionalmente habían sido consideradas de competencia exclusiva de los médicos. Éstos consideraron que se estaba invadiendo su terreno y, con sus protestas, lograron que se publicara un decreto que establecía que los médicos no podían ejercer “de ningún modo” la Cirugía, ni los cirujanos la Medicina. No obstante, señalaba con respecto a estos últimos la salvedad de que los latinos podían ejercer la Medicina “en los casos mixtos”. No obstante, este éxito más que relativo de los médicos en defensa de sus prerrogativas se vio pronto frustrado. Impulsada por una propuesta de Gimbernat, entre otros, en 1799 una Real Orden estableció reunir los estudios de Medicina y Cirugía tomando como eje fundamental del proceso a los colegios de cirugía. Además de ampliar en dos más su número, y designando a Burgos y Santiago como sus sedes, indicaba que los nuevos establecimientos deberían pasar a denominarse Colegios de Medicina y Cirugía. Se creó también en ese año la llamada Junta General de Gobierno de la Facultad Reunida, en la que Gimbernat figuraba como uno de sus tres miembros, que tenía a su cargo la tarea de “expedir exclusivamente los Grados y Licencias para curar de Medicina y Cirugía”. De este modo, no sólo Gimbernat había alcanzado una posición privilegiada, sino que los cirujanos veían cómo las instituciones que habían servido para elevar su prestigio se veían dotadas a finales del siglo xviii de la capacidad de proporcionar a la sociedad española un nuevo tipo de profesional sanitario, ese que sería a la vez médico y cirujano.

No obstante, la existencia de los colegios de medicina y cirugía fue corta. En 1801, se puso fin a ese experimento aduciéndose que se habían encontrado “varios inconvenientes” en que siguiera “la unión de facultades”, y se volvió a la situación anterior. El proceso significó para Gimbernat un desgaste personal que le granjeó la enemistad de los médicos que defendían el mantenimiento de la separación de las profesiones. De hecho, sus opiniones sobre las nuevas ordenanzas por las que se debían guiar los colegios no se tuvieron en cuenta, aunque, en contrapartida, fue nombrado primer cirujano de Cámara del Rey (1801). A partir de ese momento, la labor de organizador docente de Gimbernat declinó. Durante la ocupación napoleónica fue designado para presidir el Consejo Superior de Sanidad, lo que ha llevado a pensar que el hecho de que en 1814, una vez ubicado en el trono Fernando VII, fuera nombrado sólo vocal de las restablecidas Juntas Superiores Gubernativas, cuando le correspondería la presidencia, se debió a ser considerado como un “afrancesado”. Tras presen tar su dimisión, que le fue aceptada de inmediato, Gimbernat se separó de la vida pública. La situación en la que transcurrieron los años restantes de su existencia ha sido descrita con tintes negros. Precariedad económica y ceguera han sido señaladas como las circunstancias personales que marcaron el final de quien representa una de las figuras más sobresalientes de la Cirugía española.

 

Obras de ~: Oración inaugural que para la abertura de los estudios, celebrada en el Real Colegio de Cirugía de Barcelona el día 5 de octubre de 1768, dixo [...], Barcelona, 1768; Oración inaugural que para la abertura de los estudios, celebrada en el Real Colegio de Cirugía de Barcelona el día 5 de octubre de 1773, dixo [...], Barcelona, 1773; Oración inaugural que para la abertura de los estudios, celebrada en el Real Colegio de Cirugía de Barcelona el día 5 de octubre de 1793, dixo [...], Barcelona, 1793; Nuevo método de operar en la hernia crural, Madrid, 1793; Formulario quirúrgico para el uso del Hospital General de Madrid, Madrid, 1794; Disertación inaugural sobre el recto uso de las suturas y su abuso, leída en la primera apertura del Real Colegio de Cirugía de San Carlos, por [...], el día 1.º de octubre de 1787, Madrid, 1801; Disertación sobre las úlceras de los ojos que interesan la córnea transparente, Madrid, 1802.

 

Bibl.: A. Gimbernat, Sucinta historia del Sr. Antonio de Gimbernat, Barcelona, 1828, págs. 1-15; E. Salcedo y Ginestal, Obras de Don Antonio de Gimbernat precedidas de un estudio biobibliográfico del mismo, Madrid, 1926; N. Matheson, “Antonio de Gimbernat, 1734-1816”, en Proceedings of the Royal Society of Medicine, 42 (1949), págs. 407-410; J. R. Zaragoza Rubira, “Dos aspectos poco conocidos en la obra de Antonio Gimbernat”, en Medicina Española, 49 (1963), págs. 46-61; D. Ferrer, “Noticia sobre la vida y la obra del Sr. D. Antonio Gimbernat”, en Medicina e Historia, n.º 24 (1966), págs. 1-15; D. Ferrer, Cirujanos del Camp en el siglo xviii, Reus, 1968, págs. 109-179; R. Albiol Molné, Pere Virgili (1699-1776), Barcelona, Fundación Uriach, 1998, págs. 145-148.

 

José Martínez Pérez

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