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Vasco de Quiroga

Biografía

Quiroga, Vasco de. Tata Vasco. Madrigal de las Altas Torres (Ávila), ¿1470? – ¿Uruapán (México)?, 14.III.1565. Oidor de la segunda Audiencia de la Nueva España y primer obispo de Michoacán (México).

Nació en el seno de una familia de origen gallego oriunda del valle lucense del mismo nombre. Según el padre agustino fray Felipe de la Gándara, la familia descendía de dos líneas reales, suevos y godos, y había conseguido su título de hidalguía, solar y escudo luchando contra los musulmanes. Su padre, Vasco Vázquez de Quiroga, conocido como Vasco el Viejo, casó con María de la Cárcel, vecina de Arévalo (Ávila), y del matrimonio nacieron tres hijos: Álvaro, padre del futuro cardenal y arzobispo de Toledo Gaspar de Quiroga; Constanza, que profesaría en el Convento de Nuestra Señora de Gracia de las RR.MM. Agustinas de Madrigal; y Vasco. Vasco el Viejo fue gobernador del priorazgo de San Juan en el Reino de Castilla y existen indicios para pensar que el propio Vasco de Quiroga podría haber pertenecido a la Orden de San Juan de Jerusalén o de San Juan de Rodas, conocida como Orden de Malta.

De su vida y acciones antes de su partida a Indias pocos datos son seguros. Se sabe que estudió Jurisprudencia y se licenció en Derecho Canónico, aunque se desconoce si en la Universidad de Salamanca o en la de Valladolid, adquiriendo una amplia formación humanística. Tras finalizar sus estudios universitarios apenas se conoce su vida: se ha especulado acerca de su presencia en Granada en el momento de la conquista de la ciudad y de sus contactos con el arzobispo Hernando de Talavera, extremo que no ha podido ser atestiguado documentalmente. Tradicionalmente se ha admitido también que perteneció a la Real Chancillería de Valladolid, el órgano judicial más importante de Castilla en esa época, pero tampoco está confirmado.

Las primeras referencias documentales que se encuentran sobre él pertenecen al año 1525, cuando el futuro obispo se encontraba en Orán actuando como juez de residencia. La ciudad había sido conquistada por los españoles en 1509 y existían numerosas dificultades para la formación de un gobierno estable, ya que eran constantes las amenazas de reconquista por parte de los musulmanes. El licenciado Alonso Páez de la Ribera fue elegido para actuar como corregidor de la ciudad, pero sus abusos y desmanes provocaron la temprana petición de su destitución por parte de la ciudad, iniciándose el juicio de residencia, del que formó parte Quiroga. Al mismo tiempo, el futuro obispo actuó como representante, junto a Pedro de Godoy, en el tratado de paz con el Rey de Tremecén, un estado musulmán limítrofe. Uno de los aspectos más interesantes de este tratado se halla en el artículo décimotercero en el que se garantizaba que los vasallos del Rey no serían convertidos al cristianismo mediante la fuerza sino que tendrían libertad religiosa y que además serían tratados en todos los dominios de los reyes españoles como vasallos de éstos. Esta negociación proporcionó a Quiroga una temprana experiencia en el tratamiento de asuntos relacionados con las diferencias culturales, étnicas y religiosas.

Tras su estancia en Orán, las actividades de Quiroga se desvanecieron y se desconoce la razón por la que llegó a ser nombrado oidor de la Segunda Audiencia, aunque en este hecho pudo influir la amistad que le unía a Bernal Díez de Luco —miembro del Consejo de Indias— y al cardenal Tavera. Los datos más reveladores sobre esta nueva posición los aporta Cristóbal Cabrera, quien en su juventud había vivido en la casa del obispo en Michoacán, al afirmar que el propio Quiroga le había contado cómo, tras haber servido durante muchos años como juez a cristianos, judíos y sarracenos, tanto de España como de África, y habiéndose ganado el favor real por su trabajo, recibió del Emperador, por medio del cardenal Tavera, varias opciones: un puesto en el Tribunal de la Inquisición, el gobierno de una provincia española, o “una magistratura en el gobierno de las Indias para que en él ayudara a la conversión de los naturales”. Cabrera recoge que, tras una inspiración religiosa, Quiroga sintió que su fin era embarcarse hacia el Nuevo Mundo.

En esos años, el descubrimiento y la conquista americana eran hechos consumados. En 1527 se había establecido en la Nueva España la primera Audiencia, un gobierno colegiado integrado por cinco miembros, cuatro oidores —Alonso de Parada, Francisco Maldonado, Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo— y un presidente, Nuño de Guzmán. Este último había ejercido hasta este nuevo nombramiento el cargo de gobernador de Pánuco, donde se había dedicado a capturar indígenas para luego venderlos en las Antillas.

Desde mediados de 1529 se hablaba de la necesidad de modificar la Audiencia de la Nueva España, y sobre todo de frenar los excesos cometidos por su presidente Nuño de Guzmán. Éste, al margen de toda justicia y disciplina, había abandonado México-Tenochtitlan, la antigua capital azteca, para dirigirse hacia el occidente de México con un numeroso ejército.

Se internó entonces en territorio tarasco, donde cometió grandes atropellos, entre ellos el asesinato del cazonzi en Michoacán. Siguió avanzando por Jalisco y Zacatecas y llegó hasta Sinaloa. Su actuación en el territorio michoacano fue especialmente sangrienta y provocó la huida de los indios hacia las zonas serranas, lo que trajo consigo la disgregación de la población y la ruptura de sus estructuras sociales, políticas, económicas y religiosas.

El 5 de noviembre de 1529 los presidentes de las Audiencias de Valladolid y Granada (los obispos de Badajoz y de Mallorca respectivamente) recibieron el encargo de recomendar a las personas más idóneas para formar la nueva Audiencia. La propia emperatriz Isabel fue quien comunicó a don Vasco que había sido elegido para formar parte de la misma. Quiroga desembarcó en las Indias el 30 de diciembre de 1530, y el 9 de enero de 1531 llegó a México-Tenochtitlan.

La creación de la Segunda Audiencia de México marcó el inicio de una nueva organización política y jurídica del territorio pero, sobre todo, supuso el establecimiento de nuevas bases sociales, económicas y culturales en la Nueva España. Estaba presidida por Sebastián Ramírez de Fuenleal, un colegial mayor de Santa Cruz de Valladolid, que había sido inquisidor en Sevilla y oidor de la Chancillería de Granada así como obispo y presidente de la Audiencia de Santo Domingo. Junto a él formaban parte de la Audiencia los oidores Salmerón, Ceynos, Maldonado y el propio Quiroga, todos ellos recomendados por el presidente de la Real Chancillería de Valladolid, Pedro González Manso, que era a la vez obispo de Badajoz.

Este equipo llegó al Nuevo Mundo con instrucciones precisas: realizar los juicios de residencia a los miembros de la Primera Audiencia, investigar los abusos cometidos contra la población indígena e incorporarla al modo de vida europeo, administrar la Nueva España, favorecer la conversión, y visitar, describir y poblar el territorio. Tras los abusos y escándalos cometidos por los magistrados de la Primera Audiencia, los nuevos miembros se distinguieron por la corrección en sus comportamientos así como por el respeto a las disposiciones establecidas por la Corona.

Los oidores de la Segunda Audiencia realizaron una fecunda labor: se esforzaron por simplificar los procedimientos jurídicos que afectaban a los naturales y trataron de asegurar a los indios sus propiedades frente a los ataques de los encomenderos; tuvieron en cuenta el gobierno indígena, respetando algunos de sus aspectos; iniciaron el cómputo de la población y sus recursos con el fin de establecer un sistema tributario apropiado; procuraron fomentar la evangelización y apoyaron la creación de instituciones de carácter benéfico o educativo como la establecida por fray Pedro de Gante. Se preocuparon también de otras cuestiones como la creación de caminos que comunicasen internamente el territorio; promovieron la cría de ganado, las fábricas de tejidos y lana, e introdujeron nuevos cultivos como el lino y el cáñamo. Establecieron una rígida legislación sobre el uso de las aguas de regadío y frenaron la usurpación de tierras indígenas por parte de los españoles. Su política agraria y ganadera respondía al deseo de operar una transformación profunda: buscaba limitar las encomiendas, las tasaciones y los tributos y fomentar el trabajo libre de los indios. Asimismo quería que los españoles no encomenderos creasen núcleos sustentados en la agricultura y que contrarrestasen el carácter señorial de la conquista. En esta línea se enmarca la fundación en 1531 de Puebla de los Ángeles.

Con este mismo espíritu se plantearon de forma paralela otras iniciativas, esta vez dirigidas a los indios en lugar de a los españoles; surgieron así los puebloshospital fundados por el oidor Quiroga, un proyecto que no constituía un hecho aislado sino que se enmarcaba en un programa global que hundía sus raíces en el pensamiento humanista español del momento.

En 1532 Quiroga comenzó a comprar —con su salario y sus bienes— tierras a los españoles para entregárselas después a los naturales. En terrenos próximos a la capital azteca, en una zona conocida como Acaxochil, fundó el Pueblo-Hospital de Santa Fe, que acogía por igual a indios pobres, peregrinos y enfermos.

Quiroga fue ampliando la extensión de la propiedad con la compra sucesiva de tierras colindantes y en 1533 el pueblo estaba ya en pleno funcionamiento.

Con esta fundación, Quiroga pretendía crear un espacio aislado de los españoles que sirviese como centro de trabajo, evangelización, educación y organización política, en suma, una sociedad alternativa separada del mundo. No tardarían en alzarse las primeras voces críticas en contra de este proyecto, especialmente por parte de los encomenderos.

Como miembro de la Segunda Audiencia novohispana, Quiroga realizó también una visita de inspección a Michoacán para comprobar la situación del territorio tras el proceso de conquista llevado a cabo por Nuño de Guzmán. El viaje se retrasó en numerosas ocasiones hasta que el 5 de agosto de 1533 partió hacia territorio tarasco. En esta visita a Michoacán Quiroga fundó, en las proximidades de Tzintzuntzan (la antigua capital de los tarascos), una ciudad de españoles llamada Nueva Granada y constituyó además su cabildo, el primero en la historia michoacana. No obstante, la ciudad apenas subsistió algo más de medio año. El nombre proporcionado por el oidor a sus pueblos-hospital y a esta ciudad ha conducido a plantear la posible presencia —no confirmada— de Quiroga en Granada y sus contactos con el arzobispo de la ciudad, fray Hernando de Talavera.

Durante la visita a Michoacán el oidor quedó profundamente impresionado por la devastación que había sufrido la región y sobre todo por la difícil situación de los indios. Para hacer frente a la misma Vasco de Quiroga decidió fundar, al igual que había hecho a las afueras de México-Tenochtitlán, un nuevo pueblo- hospital cerca del lago de Pátzcuaro para congregar a los indios dispersos. Éste se inauguró el 14 de septiembre de 1533, en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, y recibió también el nombre de Santa Fe. De igual modo que en el caso anterior, el oidor tendría problemas con la propiedad que había adquirido y debió pleitear durante años con el terrateniente español Juan Infante por esclarecer este asunto.

Los pueblos-hospital de Quiroga se inspiran directamente en la Utopía de Tomás Moro aunque no sólo está presente está influencia. Una vez establecidos, el oidor fue redactando una serie de normas o instrucciones para su gobierno. Algunas de ellas aparecen recogidas en su obra Información en Derecho escrita en 1535, pero posteriormente las fue ampliando hasta conformar lo que hoy se conoce con el nombre de Reglas y ordenanzas para el gobierno de los Hospitales de Santa Fe de México y Michoacán. Fueron publicadas por Juan José Moreno, el primer biógrafo de Vasco de Quiroga, en 1766 y están incompletas. En las Ordenanzas, al contrario que en la Información en Derecho, no aparece ninguna referencia explícita a Moro, al menos en la parte que hoy se conoce, pero la influencia del canciller inglés es bien palpable.

Siguiendo los planteamientos de la Segunda Audiencia, Quiroga fundó los Hospitales de Santa Fe separando físicamente a los indios de los españoles, es decir, como auténticas “islas” en medio de la incipiente sociedad colonial. Y los organizó, al igual que Moro, tomando como base a la familia a la que consideraba la verdadera célula articuladora de esa nueva sociedad que, como el inglés, también deseaba. Las familias estarían formadas por todos los miembros de un mismo linaje por línea masculina. Vivirían juntos en el Hospital, en edificios amplios, abuelos, padres, hijos y nietos. Se trataba de un concepto extenso de la familia, que siempre había de estar presidida por la persona de más edad. Además de esta jerarquía básica, en el hospital coexistían varios regidores y un principal. Por encima de todos ellos aparecía el rector.

Los jefes de las familias, los regidores y el principal eran todos naturales mientras que el rector, “tutor” del resto, era un eclesiástico español. Quiroga en este tema tenía el mismo parecer que la mayor parte de sus coetáneos: el indio era un “menor” que no podía gobernarse a sí mismo y al que había que proteger.

La organización interna del hospital estaba inspirada directamente en la Utopía. Como Moro, Quiroga dispuso que las tierras de los pueblos-hospital fueran bienes comunales, aunque también admitía que cerca de las casas las familias pudieran tener huertos pero sólo con carácter de usufructuarios, nunca de propietarios.

La enajenación de cualquier bien estaba totalmente prohibida. Además de la coincidencia con Moro en los principios comunales y familiares, Quiroga planteó también la rotación entre la población urbana, que viviría en el hospital propiamente dicho, y la rústica, diseminada por los dominios agrarios del mismo.

Dada la rotación existente, propuso, como en la Utopía, el aprendizaje de un oficio útil, de carácter manual, que completase el oficio principal, el de la agricultura, en el que todos eran instruidos desde la niñez.

La jornada laboral era de seis horas y los trabajos necesarios eran dispuestos por el rector y los regidores. Los frutos del trabajo, como en Utopía, eran repartidos entre todos según sus necesidades de forma que nadie tuviese carencias. Los excedentes, en caso de que los hubiera, se destinaban a mantener a los pobres, huérfanos, viudas, enfermos, ciegos... que residían en el hospital, y se realizaban otras obras caritativas. Las niñas también eran incorporadas al trabajo y aprendían oficios considerados propios de su condición femenina y útiles para la República. En esto también coincidía con el canciller inglés. Y como él, también Quiroga hizo precisas recomendaciones acerca del vestido y el aseo personal: sencillez y limpieza. Como Moro, Quiroga perseguía con esta organización una finalidad ética, el establecimiento de una república ordenada, sin ociosidad y con “buena policía”.

Pero no todo en los pueblos-hospitales fundados por el oidor Vasco de Quiroga está relacionado directamente con las teorías expuestas en la Utopía. En este nuevo proyecto de sociedad alternativa, al igual que en el resto de las empresas emprendidas por Quiroga, está presente su formación, recibida en España, dónde la influencia del humanismo y la Reforma religiosa eran patentes, y también experiencias previas puestas en práctica en la península por aquellos años.

Por ejemplo, en el caso de la elección de los cargos Quiroga respeta el sistema genérico de Utopía pero las funciones y los términos empleados están más vinculados a la organización de los ayuntamientos españoles.

Del mismo modo, existe una clara finalidad caritativa para los excedentes producidos en el hospital que no existe en Moro.

En realidad, las concomitancias con la obra moreana se hallan más en la organización y en la configuración de la estructura de los pueblos que en la inspiración que los genera, ya que en Quiroga, quien al igual que el resto de los humanistas españoles del siglo xvi vinculaba su pensamiento al cristianismo, está presente la idea de la vuelta a la Iglesia primitiva, al ideal evangélico. Los Hospitales de Santa Fe no son sólo ensayos de sociedad civil sino de una nueva sociedad religiosa, de una nueva forma de concebir el cristianismo. Mientras que Moro expone claramente en la Utopía la filosofía moral que ha de regir la vida de la isla, Quiroga identificaba ésta con los principios evangélicos. La inspiración era —más que la república civil auspiciada por Moro—, una república cristiana, una “civitas Dei”. La principal intención de Quiroga era que sirvieran como centros de propagación de la fe. Eran modelos de vida cristiana en comunidad, similares a las fundaciones monásticas y a las primeras comunidades cristianas, donde no existía la propiedad privada. El ideal de vida comunitaria impuesto por Quiroga posee una fuerte impronta conventual que aparece, sobre todo, en la organización y regulación de la oración, la vivencia comunitaria de las fiestas sagradas y la enseñanza del evangelio. En estas Repúblicas se hace claramente visible el trípode sobre el que se sustentaba el humanismo español, la vinculación entre evangelización, trabajo y educación.

En las Ordenanzas establecidas por Quiroga aparecen también elementos vinculados a la propia organización social de los indios anterior a la llegada de los españoles. Así, se aceptaba el papel de los ancianos y de los cabezas de linaje en la resolución de asuntos relativos a tierras, cultivos y desórdenes internos; culto religioso y gobierno civil se imbricaban en un solo sistema, al igual que en época prehispánica, y la propia estructura espacial de los pueblos-hospital recogía, en cierta medida, elementos propios de la cosmovisión india como la división del espacio vinculada a los cuatro puntos cardinales.

El 8 de agosto de 1536, la bula de Pablo III Illius fulciti praesidio confirmaba la erección canónica del obispado de Michoacán. Hasta ese momento sólo existían en Nueva España las diócesis de México y Tlaxcala, pero ya desde 1534 el emperador Carlos V había mostrado su deseo de proveer prelados en dicha provincia así como en Oaxaca y Guazacualco. Encargó a la Segunda Audiencia la tarea de señalar los mojones de los nuevos obispados respecto de los ya existentes; los nuevos recibirían quince leguas alrededor de su sede.

El territorio del obispado de Michoacán correspondía al de los actuales estados de Michoacán, Colima, Guanajuato y partes de Jalisco, Guerrero y San Luis de Potosí, y respondía de alguna manera a los límites históricos del imperio tarasco. En 1535 los mojones quedaron delimitados y poco tiempo después comenzarían numerosos conflictos y pleitos entre el obispado de Michoacán y sus vecinos por asuntos de diezmos y por la configuración de dichos límites.

La propuesta de Vasco de Quiroga para ocupar esta sede obispal no fue la única ya que en 1533 el Consejo de Indias había elegido a fray Luis de Fuensalida, uno de los doce primeros franciscanos que desembarcaron en el Nuevo Mundo. Sin embargo, su renuncia condujo al Consejo a fijarse en Quiroga y proponer su nombre al emperador a pesar de su carácter de seglar.

En diciembre de 1536 se autorizaba que el elegido fuese consagrado por un obispo asistido por dos dignatarios eclesiásticos en lugar de por tres obispos como prescribían los cánones. Al año siguiente llegaron las bulas pontificias a España e inmediatamente fueron enviadas a México. El nuevo obispo poseería los títulos y privilegios que poseían los de España: jurisdicción propia, diezmos, prerrogativas... y también funciones inquisitoriales. Su misión principal sería la conversión de los naturales. La nueva diócesis quedó adscrita a la sede de Sevilla.

A mediados de 1538, Quiroga se dirigió a Tzintzuntzan para tomar posesión de su obispado: allí, en la iglesia de Santa Ana del convento de los franciscanos, se leyó la bula papal que confirmaba su nombramiento.

Quiroga comenzó entonces a organizar su diócesis tratando, en primer lugar, de restablecer una cierta estabilidad social en el territorio, por lo que es considerado uno de los fundadores del Michoacán colonial.

Desde su nombramiento como obispo, Quiroga tenía entre sus obligaciones episcopales no sólo extender la evangelización sino, sobre todo, proporcionar entidad al obispado. En 1539-1540 trasladó la sede obispal desde Tzintzuntzan a Pátzcuaro e inició la construcción de la catedral. El propio edificio — inconcluso— respondía, desde el punto de vista artístico, al intento por plasmar en imágenes esa nueva cristiandad, ya que se proyectó como una iglesia de planta pentagonal, una forma no intentada hasta ese momento en Europa.

Pero la tarea fundamental para el obispo era la organización territorial del obispado por lo que procedió a la división de la diócesis en parroquias administradas por sacerdotes seculares que estuviesen bajo sus directrices.

La formación del clero se convirtió entonces en un asunto de capital importancia para Quiroga y, por ello, fundó —hacia 1540— el Colegio de San Nicolás con el que se aseguró un corpus sacerdotal bien preparado para su diócesis, que ayudó a convertir a los curatos en el eje de la propagación de la nueva fe.

Quiroga buscaba que los clérigos instruidos en San Nicolás dominasen las lenguas indias, aprendidas de los propios naturales. Se buscaba que, en lo posible, la evangelización se realizara, como en los casos de Canarias y Granada, utilizando la lengua vernácula.

En mayo de 1543, el Colegio de San Nicolás obtuvo el Patronazgo Real gracias al cual, junto con las colaboraciones y donaciones de particulares, se sostuvo financieramente, aunque su principal fuente de recursos fue, precisamente, el salario de su fundador.

Durante su episcopado Quiroga programó dos viajes a España: el primero, que no llegó a realizar, en 1543 con el fin de asistir al Concilio de Trento, y el segundo en 1547 para solucionar problemas diocesanos en la Corte. Durante esta estancia en España, Quiroga entabló contacto con los jesuitas, llegando a acordar el envío de cuatro padres que finalmente no llegaría a producirse. En 1554 regresó a Michoacán y dio forma legal al Cabildo Eclesiástico ya que, a pesar de que en 1549 había nombrado algunos cargos, no estaba aún formalmente constituido.

En 1555 asistió al Primer Concilio Mexicano. En éste se hizo especial hincapié —dado el grave problema suscitado por las epidemias— en la fundación de hospitales, ordenándose que en todos los pueblos hubiese uno cerca de la iglesia. Se exhortaba a todos los ministros religiosos y clérigos que por la mejor vía que pudieren procurasen que en todos los pueblos hubiese un hospital cerca de las iglesias y los monasterios donde pudiesen ser socorridos los pobres y los enfermos. Ya antes de las disposiciones del Concilio Quiroga había auspiciado la fundación de hospitales en su diócesis.

Pero a partir de entonces, Quiroga —apoyado no sólo en el clero secular sino también en las Órdenes religiosas— comenzó la expansión de estos centros benéficos.

Vasco de Quiroga necesitaba a las Órdenes para llevarlo a cabo pues no contaba con clérigos seculares suficientes; al mismo tiempo, los religiosos estaban muy interesados en fomentar esta institución.

No sólo Michoacán tuvo hospitales para indios sino que éstos estuvieron presentes en toda la Nueva España; sin embargo, sí fue inusitado el vigor que la institución alcanzó en esta diócesis. El “origen” fundacional de los hospitales de indios michoacanos ha suscitado ciertas controversias ya que mientras la mayor parte de los cronistas agustinos señalan a Quiroga como el “inventor” de la obra hospitalaria michoacana, los franciscanos apuntan a fray Juan de San Miguel. En realidad, parece tratarse de una polémica tardía, surgida en el siglo xviii y que no preocupó a los coetáneos del obispo, que nunca discutieron sobre la autoría del proyecto.

Numerosas fuentes, tanto del siglo xvi como del xvii, insisten en dos aspectos fundamentales: el papel jugado por Quiroga como impulsor de dicho proyecto y la presencia de dichos establecimientos en todo el obispado. La mayor parte de los cronistas, tanto franciscanos como agustinos, constatan el plan episcopal al tiempo que le hacen responsable de la expansión de la obra hospitalaria por la diócesis michoacana.

Dado que el testamento de Quiroga sólo es explícito en relación a los pueblos-hospital, los pequeños hospitales de los pueblos de indios fundados o promovidos por el abulense han sido considerados en numerosas ocasiones una “obra menor” e interpretados en función de las características de los primeros.

Sin embargo, los hospitales de indios nacidos bajo su episcopado y ampliados en los siglos posteriores, respondían a un planteamiento diferente: nacieron parejos a los procesos de congregación de la población como parte esencial de los pueblos de indios, como una pieza fundamental del propio proceso de hispanización.

No eran —como los pueblos-hospital— espacios “aislados” sino elementos centrales del nuevo orden político y religioso y de la propia ordenación consciente del territorio. No se pretendía con ellos la creación de una sociedad alternativa sino contribuir al establecimiento de la sociedad colonial. Su fundación se convirtió entonces en un asunto de capital importancia para el obispo; formarían parte de la organización misma del obispado en el que los esfuerzos iban dirigidos a favorecer la congregación de la población y fortalecer la estructura parroquial. Al vincularlos a ésta, los hospitales habrían de ser otro de los instrumentos activos en la incorporación de los indios a la nueva fe. Asociarlos a los curatos suponía además fortalecer su carácter secular y otorgaba al obispo un mayor control sobre los mismos.

El número de hospitales de indios en Michoacán durante el primer siglo de vida de la diócesis alcanzó casi las trescientas fundaciones. La importancia de estos centros fue tal que durante la época colonial constituyeron uno de los espacios centrales en la vida de los pueblos de indios michoacanos.

Una de las labores episcopales menos estudiadas y conocidas de Quiroga es su tarea de evangelización y pacificación de los indios chichimecas. Este término servía para referirse a diversos grupos indios ubicados al norte de Michoacán con los que los españoles mantuvieron constantes enfrentamientos bélicos. Hay todavía muchas incógnitas en relación al papel jugado por Quiroga en este proceso.

Durante su episcopado, Quiroga realizó varias visitas a su obispado y en 1565, realizando una de ellas, murió. Tradicionalmente se ha admitido que fue el 14 de marzo y que el lugar del deceso fue Uruapan aunque hay autores que plantean dudas respecto a la fecha exacta y al lugar. Fue enterrado en Pátzcuaro donde reposan sus restos, venerados por los indios que se refieren a él como “Tata Vasco”.

 

Obras de ~: “Carta-Informe al Consejo de Indias”, 1531 [ed. en J. F. Pacheco, F. de Cárdenas y L. Torres de Mendoza (dirs.), Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, t. XIII, Madrid, Imprenta de M. Bernardo de Quirós, 1870]; “Información en Derecho”, 1535 [ed. en J. F. Pacheco, F. de Cárdenas y L. Torres de Mendoza (dirs.), Colección de documentos inéditos …, op. cit., t. X, 1868); Reglas y Ordenanzas para el gobierno de los Hospitales de Santa Fe de México y Michoacán, c. 1535 y ss. (ed. México, 1766]; Testamento, 1565 (ed. México, 1903).

 

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Sara Sánchez del Olmo