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Francisco Fernando de Dávalos de Aquino y de Aragona

Biografía

Dávalos de Aquino y de Aragona, Francisco Fernando de. Marqués de Pescara (VII), en Nápoles. Italia, c. 1530 – Palermo (Italia), 31.VII.1571. Hombre de gobierno.

Primogénito de Alfonso, marqués del Vasto, y de María de Aragón, Francisco Fernando Dávalos pertenecía a una relevante familia de origen español, dotada de notables recursos en el reino de Nápoles. El prestigio del linaje se demuestra por el hecho de que a un jovencísimo Francisco Fernando, en 1536, Carlos V lo nombrara camarero mayor.

Destinado a perpetuar la tradición de la familia al servicio de la Casa de Austria, Francisco Fernando recibió la completa educación que en la Italia del Renacimiento estaba destinada a los jóvenes aristócratas.

Las nociones relacionadas con el arte de la guerra en sus múltiples facetas, le fueron impartidas bajo los auspicios de su padre, el ganador de la batalla de Pavía, gobernador de Milán desde 1538 hasta 1546. Su instrucción literaria corrió al cuidado del preceptor Luca Contilia, con quien fundó en Pavía la academia de la Llave de Oro. Además, el joven Francisco Fernando tuvo numerosos contactos con literatos más o menos conocidos: A. Bagarotto, B. Moccia y Annibale Caro. Particular importancia para la definición de su fisonomía tuvo la educación religiosa que recibió.

A la muerte de su padre, en 1546, la madre se ocupó en primera persona de la formación del hijo.

María de Aragón fue una de las animadoras de los círculos humanísticos napolitanos, atraídos por las nuevas corrientes espirituales que se estaban difundiando en Europa a comienzos del siglo XVI. Probablemente, en virtud de la influencia materna, también en edad adulta Dávalos se caracterizó por una marcada sensibilidad hacia los problemas religiosos y por una particular pietas. Su formación general fue además enriquecida y perfeccionada, en 1548, gracias a un período en la Corte, al servicio del príncipe Felipe: Francisco Fernando estaba así listo para iniciar al servicio de los Austrias una carrera en la que las responsabilidades de los mandos militares se alternaron con las no menos gravosas del gobierno civil.

Su primer cargo, en 1551, consistió en el mando de una compañía del Ejército imperial, participante en la guerra de Parma contra Ottavio Farnese. Dos años después, en 1553, se encontraba en Milán siguiendo a Ferrante Gonzaga, gobernador de Milán de 1546 a 1555.

El vínculo con uno de los más fieles servidores italianos de la Casa de Austria y uno de los hombres política y militarmente más astutos del momento como era Ferrante Gonzaga, se cimentó desde las bodas que el marqués de Pescara celebró en 1552 con Isabella Gonzaga, hija de Federico, I duque de Mantua, y sobrino de Ferrante. El matrimonio entre Francisco Dávalos e Isabella Gonzaga sirvió para fortalecer la red de familias italianas fieles a la Casa de Austria y resultó particularmente ventajoso también para el novio que en Milán, al servicio del virrey, se encontró en una posición privilegiada para la comprensión de la dinámica política de la época.

La estancia en Milán, sin embargo, fue breve, dado que en 1554 el joven marqués de Pescara fue llamado a la Corte para formar parte del cortejo de gentileshombres que debía acompañar al príncipe Felipe a Inglaterra con ocasión de su matrimonio con María Tudor. Cuando Felipe fue investido con la Corona de Nápoles, él fue elegido como representante del nuevo Rey y enviado a Italia, a Roma, para rendir el necesario acto de vasallaje al pontífice Julio III, y a Nápoles, para recibir juramento de fidelidad por los representantes de la ciudad y por los del reino.

El descrédito que en estos años tuvo en la Corte Ferrante Gonzaga no facilitó la carrera del joven sobrino.

Cuando Gonzaga esperaba que le fuera conferido un cargo de prestigio en Italia, Dávalos, considerado aún demasiado joven para tantas responsabilidades de gobierno, fue nombrado general de la Caballería ligera del Estado de Milán, con el mando supremo de la Caballería estacionada en Lombardía y en el Piamonte.

Apenas nombrado para el cargo, si bien no era particularmente prestigioso, en 1555, Dávalos tuvo manera de mostrar sus indudables cualidades: un notable coraje y dedicación absoluta a su soberano. En marzo de aquel mismo año, cuando se hicieron sentir las primeras dificultades económicas para el sostenimiento del ejército ocupado en la reconquista de Casale, tomada por los franceses, Dávalos no dudó en prestar a la Corona 20.000 de los 30.000 escudos de la dote de su mujer. En noviembre de ese año, a pesar de los esfuerzos, la campaña terminó con un fracaso rotundo para el comandante del Ejército de los Habsburgo, el duque de Alba. Sin embargo, precisamente este último, gran enemigo de Ferrante Gonzaga y, por tanto, potencialmente adverso al joven general de la Caballería, no pudo dejar de apreciar su valor y su generosidad. Por tanto, cuando en diciembre debió dejar Alba el estado de Milán, confió el mando del Ejército, privado por otra parte de sus más expertos capitanes y desmoralizado por la derrota sufrida, precisamente a Francisco Fernando Dávalos, aun siendo consciente de su juventud y de su poca experiencia.

Para nada sirvieron, sin embargo, el derroche de energía y los notables sacrificios personales del joven comandante.

Ni siquiera con el apoyo incondicional del nuevo gobernador de Milán, el cardenal Cristoforo Madruzzo, logró Dávalos mantener el control efectivo del Ejército ni hacer frente a las tropas francesas, guiadas por un general experto y competente como Brissac.

En enero de 1556, en Pontestura, se amotinó un primer contingente, seguido en poco tiempo por un segundo. En el mes de febrero cayó en manos francesas la importante guarnición de Vignale. El 5 de febrero, con la firma del tratado de Vaucelles entre Francia y la Monarquía habsbúrgica, las operaciones militares debían concluir; sin embargo, Dávalos, incapaz de aceptar la derrota, continuó combatiendo y logró tomar la villa de Gattinara. La conquista fue, sin embargo, efímera y después de una nueva victoria francesa, el marqués de Pescara, el 17 de marzo de 1556, fue obligado a firmar con el general francés Brissac la tregua que puso definitivamente fin a las hostilidades.

Los fracasos de estos años no impidieron que, en 1555, el marqués de Pescara fuera llamado para sustituir al duque de Sessa en el gobierno de Milán; tomó posesión del cargo en junio de 1560 y permaneció en él hasta marzo de 1563. Su acción en el vértice del Estado, no conocida aún con profundidad por falta de estudios monográficos, parece caracterizada por el esfuerzo por redefinir las autonomías locales y extender el control regio sobre todo el territorio.

Durante su gobierno, por encargo de Felipe II, Dávalos dejó Milán para representar a la Corona habsbúrgica durante el concilio de Trento. El encargo no fue del agrado del gobernador de Milán, que no se sentía adecuado para hacerlo de manera óptima, tanto más cuando fue convocado para el delicado papel de mediador sobre cuestiones particularmente delicadas como la de la “continuación” del concilio y la de la “residencia”. Respecto a la primera, fue portador de la voluntad de Felipe II de considerar las sesiones que se estaban celebrando en Trento una “continuación” de los trabajos interrumpidos en 1549. Sin embargo, ante las presiones en la dirección contraria por parte del Emperador y del rey de Francia, Pío IV convocó el concilio sin especificar formalmente si era una reapertura o una continuación. Sí consiguió, en cambio, el marqués de Pescara un éxito importante en relación con la cuestión de “residencia”, llegando a superar la resistencia de los cardenales españoles intransigentes que sostenían que el deber de residencia de los obispos fuese declarado de derecho divino, con la intención de limitar severamente el poder de la curia de conceder dispensas en el asunto, de reconocer el origen exclusivamente divino del poder de orden y del poder de jurisdicción ejercidos por los obispos y abrir así el camino a una sustancial independencia de la autoridad papal. Reforzado por el apoyo de Felipe II que aprobaba las tesis romanas sobre la residencia, el marqués de Pescara consiguió suavizar las asperezas de los cardenales españoles y ganar la estima de muchos prelados.

Dávalos se desempeñó bien, además, en otras cuestiones menores de la negociación: Índice de libros prohibidos, Inquisición española... Por otra parte, el equilibrio con el que exponía las razones del Soberano le hicieron merecer el reconocimiento de diversos padres conciliares. A pesar de todo esto, Dávalos acogió con alivio el relevo en el cargo, que el Rey le comunicó en un despacho del 2 de octubre de 1562.

Su sustitución por el conde de Luna, más rígido en sostener las razones de los cardenales españoles y bastante menos complaciente, no fue del agrado de los padres conciliares que solicitaron a Felipe II que enviara nuevamente al marqués de Pescara a Trento. La petición, sin embargo, no fue escuchada con el pretexto de que el gobernador de Milán ya la primera vez había acogido el encargo con poco entusiasmo.

El final de su mandato en Milán no comportó para el marqués de Pescara inmediatamente una nueva misión.

Cuando en 1564 se valoraba en la Corte una intervención en Córcega en apoyo de la república de Génova, al marqués de Pescara se le ordenó organizar la operación. Llegado a Génova y evaluadas las condiciones políticas y militares, en 1565 desaconsejó la intervención, que ya no se tomó más en consideración.

Un año después, el marqués de Pescara se encontraba al mando de un cuerpo militar destinado a la defensa de Malta, aparentemente amenazada por el peligro turco. Sin embargo, cuando desembarcó con un contingente de seis mil hombres, le pareció evidente que no era la isla el principal objetivo de la flota enemiga; por lo que después de pocos meses de estancia, dejó la isla con una parte de los soldados.

En la primavera de 1568, Pescara se dirigió de nuevo a la Corte de Madrid, donde el 11 de abril recibió el nombramiento de virrey de Sicilia. Los escritores del momento —Scipio di Castro o Francisco Fortunato— calificaron su gobierno como marcado por un extraordinario sentido de la justicia. En efecto, el marqués de Pescara actuó al parecer de conformidad con las leyes y en defensa de las prerrogativas regias contra cualquier persona, de baja o alta extracción, que tratase de ignorarlas. Su acción pudo llevarla a cabo con el auxilio de la decidida ayuda procurada por la reforma de los tribunales de Sicilia, promulgada por Felipe II en 1569.

En primer lugar, con ayuda del anterior presidente del reino de Sicilia, Carlo Aragona e Tagliavia, duque de Terranova, el marqués de Pescara tuvo como objetivo reducir el poder de algunos grupos nobiliarios que encontraban el bastión de su poder en la Diputación del reino de Sicilia, el organismo que emanaba del Parlamento de la isla y tenía la tarea de repartir y exigir el donativo concedido, además de vigilar el cumplimiento de los capítulos y los privilegios del reino. En 1570, con la sustitución en los tres valles del reino, las principales circunscripciones administrativas, de los representantes de la Diputación por tres funcionarios regios, los beneficiarios, que exigían y administraban el producto de la donación en nombre del Tribunal del Real Patrimonio, máximo órgano financiero del reino, el marqués de Pescara debilitó considerablemente a la Diputación al quitarle su ocupación principal. Además, para evitar acuerdos en su contra, estableció que los componentes de la Diputación se pudiesen reunir sólo por orden del virrey y de forma pública. Esta primera intervención permitió al virrey recuperar rápidamente grandes sumas para los fondos de la Corona. El beneficio no fue marginal: en marzo de 1570, el virrey requirió al Parlamento sólo el donativo ordinario. La suma, sin embargo, no bastó para cubrir lo reclamado por la Corte con ocasión de las bodas de Felipe II con Ana de Austria, lo que le forzó, en diciembre de ese mismo año, a convocar de nuevo al Parlamento para requerir un donativo extraordinario. Frente al compromiso de engrosar las arcas reales, el marqués de Pescara mostró una particular atención por las cuestiones de carácter militar. A pesar de que fallara su plan, urdido en 1569, para hacer saltar por los aires la flota turca y provocar la muerte del hijo del sultán, se le consideró la persona indicada como consejero del hermanastro de Felipe II, Juan de Austria durante la empresa militar que condujo a la victoria de Lepanto. De hecho, el marqués de Pescara se distinguió por la defensa contra los ataques turcos y berberiscos a las murallas de Palermo y en el puerto de Augusta, donde construyó una fortaleza.

Entre tanto el virrey no descuidaba el desarrollo de la vida cultural palermitana. No parecía olvidar la tradición familiar caracterizada por el mecenazgo. Eran frecuentes las fiestas y las justas caballerescas. Bajo la protección del virrey, que probablemente contribuyó a su fundación en 1568, operó la Academia degli Accesi (de los Iluminados) que habitualmente tenía sus reuniones en palacio.

Característico de su mandato siguió siendo el rigor en la administración de justicia. En Palermo, el marqués de Pescara se convirtió en protagonista de episodios extraordinarios: hizo encarcelar a Vincenzo Percolla, presidente del tribunal della Regia Gran Corte, lo que no impidió al hijo casarse con una mujer que se hallaba bajo la protección del virrey; se negó a seguir al poderoso Ruy Gómez de Silva que le pidió que ayudara en cuestión matrimonial a Diego de Silva y al conde de Cifuentes y condenó a prisión al hijo del duque de Villahermosa, a pesar de la simpatía personal.

La aristocracia de la isla no sólo encontró en el marqués de Pescara a un hombre de gobierno poco inclinado a hacer concesiones. Además de proteger los recursos del Soberano, Dávalos administró con extrema precaución el principal recurso de la isla: los cereales.

Sólo después de una perentoria orden real, concedió en 1569 al Papa la recolección de 10.000 salmas (unidad italiana de medida) de grano, lamentando el riesgo de que quedaran sin provisiones la misma Sicilia y las diversas provincias de la Monarquía habsbúrgica que dependían de ello para su aprovisionamiento.

Similares razones adujo un año después, cuando fue la república de Venecia la que solicitó condiciones ventajosas para extraer ingentes cantidades de grano del reino.

Siempre atento a tutelar la jurisdicción del propio Soberano, el marqués de Pescara negó en 1568 el exequatur y la difusión en la isla de la bula In coena Domini y se mostró descontento por el nombramiento como nuncio apostólico para los reinos de Nápoles y Sicilia de Paolo Odescalchi. El nombramiento, de hecho, fue lesivo para el privilegio de la legacía apostólica que confería la dignidad de legado al rey de Sicilia.

A Odescalchi, sin embargo, la autorización para publicar la bula, incluso faltando el exequatur del virrey, le fue concedida por los inquisidores de Sicilia, que provocaron así un enésimo conflicto con el virrey.

El marqués de Pescara recurrió al Soberano para pedirle que actuara contra los inquisidores sicilianos, a los cuales les fue demandado, a través del inquisidor general, respetar las prerrogativas del virrey que debía, a partir de aquel momento, impedir en Sicilia la publicación de las bulas sin el exequatur, sobre todo si ésas resultaban lesivas para los derechos del Soberano.

Por el contrario, el intento de Dávalos de regular el tribunal de Regia Monarquía, la institución a través de la cual se explicaba la acción el Soberano como legado, irritó a Felipe II.

En la Corte, el ex secretario del virrey Giovan Francesco Locadello y el conservador del Patrimonio Real en Sicilia, Pedro Velázquez, respaldados por el poderoso asesor Andrea Arduino, tomaron como pretexto el intento de reforma del tribunal propuesta por el marqués de Pescara para generar dudas sobre su integridad y su capacidad de gobierno. La muerte sorprendió al marqués en Palermo antes de que Felipe II pudiese cesarlo como virrey.

A pesar de los rumores que atribuían la desaparición del virrey a sus excesos amorosos, la ciudad le tributó unas exequias fastuosas, solemnizadas por la oración declamada por Francis Bisso, su médico personal e insigne hombre de letras. Privados de la protección del marqués, los miembros de la Academia degli Accesi (de los Iluminados), le dedicaron en 1571, un volumen de Rimas que rinden homenaje a su persona y a su gobierno.

 

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Nicoletta Bazzano

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