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Pedro Antonio de Aragón y Fernández de Córdoba

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Biografía

Aragón y Fernández de Córdoba, Pedro Antonio de. Marqués consorte del Pobar (II). Lucena (Córdoba), 7.XI.1611 – Madrid, 1.IX.1690. Político y bibliófilo.

Nacido en la villa cordobesa de Lucena, Pedro Antonio de Aragón fue el segundo hijo del matrimonio formado por Enrique de Folch y de Cardona, VI duque de Cardona y Segorbe, y de Catalina Fernández de Córdoba. Su pertenencia a esos dos grandes linajes nobiliarios, el primero vinculado a la Corona de Aragón y el segundo a Castilla, le permitieron entrar y formar parte de forma activa en el engranaje político y cortesano de los últimos monarcas de la casa de Austria a pesar de su condición de segundón.

Su infancia y adolescencia estuvo marcada por la importante figura de su padre. Enrique de Folch fue, a lo largo de esos años, una de las principales figuras políticas tanto en la Corte de Felipe IV como en las relaciones entre la Corona y los estados aragoneses.

En 1618, el duque de Cardona decidió abandonar sus estados en Andalucía para trasladarse e instalarse de nuevo junto con su familia en el Principado de Cataluña, basculando su vida entre el palacio ducal de Arbeca (Lérida) y la residencia palaciega de Barcelona.

En el año de 1629, con apenas dieciocho años, Pedro Antonio se dirigió a Madrid con objeto de contraer matrimonio con Jerónima de Guzmán y Dávila, que ostentaba el título de II marquesa de Pobar. A partir de ese momento, Pedro Antonio pasó a utilizar dicho título y, poco después del enlace, regresó a Cataluña como asistente de su padre en el gobierno del Principado. Enrique de Folch ya había sido virrey del Principado de Cataluña entre 1630 y 1638, una etapa complicada en las relaciones entre la monarquía de Felipe IV y las instituciones catalanas y en las que Pedro Antonio fue actor secundario al lado de su progenitor. Las tensas cortes de 1632, el inicio de la guerra contra Francia (1635) o el desarrollo de las campañas posteriores fueron algunos de esos episodios que, sin lugar a dudas, contribuyeron a forjar la personalidad del novel marqués del Pobar.

Esta situación de preeminencia de los Cardona en Cataluña cambió de forma radical durante los meses posteriores a la revolta catalana de 1640. Con el asesinato del conde de Santa Coloma, virrey del Principado en el momento del inicio de la revolta, Felipe IV se vio obligado a buscar una nueva figura que pudiera ser aceptada y respetada por los catalanes y que contribuyera al retorno de la provincia sublevada. Esa figura era Enrique de Folch, un hombre que, a pesar de las turbulencias de su pasado virreinal con las instituciones catalanas, gozaba de un gran respeto en Cataluña.

Enrique asumió el gobierno de nuevo, marchando al día siguiente de su nombramiento al Rosellón. A los pocos días se reunió con él Pedro Antonio de Aragón quien, apenas un mes más tarde, tuvo que asistir en Perpiñán al propio deceso de su padre. Tras el fallecimiento de Enrique, Pedro Antonio regresó a Barcelona con objeto de reunirse con su familia y, posteriormente, dirigirse a los territorios dominados por las tropas de Felipe IV.

Tras el fallecimiento del duque de Cardona fue su esposa, Catalina Fernández de Córdoba, quien llevó a cabo el papel de interlocutora entre la monarquía de Felipe IV y las instituciones catalanas en esos primeros meses de la revuelta. A pesar de intentar la pacificación del territorio y el regreso de la provincia rebelde bajo la tutela de la Monarquía hispánica, la duquesa siempre fue tratada con respeto por parte de las autoridades catalanas, dada su posición social y política. No ocurrió lo mismo con sus hijos, de quienes los catalanes sospechaban abiertamente. De hecho, tras la entrada de las tropas reales en el Campo de Tarragona y la ocupación de la ciudad en diciembre de 1640 al mando del nuevo virrey de Cataluña, el marqués de los Vélez, Pedro Antonio de Aragón, y su hermano Antonio, a la sazón miembro del Consejo de la Inquisición y que juntos habían alcanzado las líneas castellanas unos meses antes, solicitaron permiso para regresar a Barcelona y asistir a su madre.

Concedido el permiso al recibimiento de entrada sólo acudió el obispo de la ciudad, no en vano el desprestigio de la casa ducal de Cardona en Cataluña era una realidad derivada de su claro apoyo al bando realista.

La situación se fue complicando durante los meses posteriores a la llegada de los dos hermanos a Barcelona hasta que, el 4 de enero de 1641, fueron recluidos por las autoridades catalanas en las cárceles reales bajo sospecha de llevar a cabo espionaje en favor del marqués de los Vélez. Con dos de sus miembros en prisión y la duquesa viuda recluida en el convento de las carmelitas descalzas de Barcelona, la casa de Cardona tuvo que ver cómo buena parte de sus dominios y derechos eran confiscados por la Generalitat. La situación de reclusión se mantuvo hasta noviembre de 1641 cuando, fruto de unas complicadas negociaciones iniciadas ya en mayo, la duquesa y sus hijos fueron canjeados por la embajada catalana ante Felipe IV cerca de la villa de Montblanc (Tarragona). Tras su liberación todos los Cardona, con Catalina a su frente, marcharon hacia Huesca por orden del Rey con objeto de trabajar desde allí en la reconciliación entre el Principado y la Monarquía.

En febrero de 1642, Pedro Antonio de Aragón recibió en el exilio oscense el nombramiento de general del Ejército de Socorro que se estaba organizando entre Monzón y Fraga así como el de virrey del Principado.

Al frente de ese ejército marchó Pedro Antonio en dirección a Tarragona para entrevistarse con el hasta entonces virrey del Principado, el marqués de la Hinojosa, para acto seguido dirigirse hacia el Rosellón.

Cerca de la población de La Granada (Barcelona) sufrió una ofensiva de las tropas franco-catalanas cayendo prisionero y siendo trasladado a la prisión de Montpellier (Francia). Su cautiverio se prolongó durante casi dos años, durante los que escribió el tratado Geometría militar, y su liberación fue posible gracias al fuerte rescate que pagó la familia de los Cardona.

A pesar del estrepitoso desastre militar en la Granada dos años antes, y del consiguiente desprestigio del personaje en la Corte, su regreso se vio acompañado del nombramiento de gentilhombre de cámara del Príncipe de Asturias y encargado de su educación.

Durante su etapa en la casa del Príncipe acompañó a éste durante todos sus desplazamientos hasta su fallecimiento en Zaragoza en 1646. Precisamente este último viaje del heredero de la Corona marcó el destino político inmediato del marqués de Pobar. En la primavera de 1646 Felipe IV y el Príncipe se dirigieron hacia Navarra para que las Cortes del Reino juraran a Baltasar Carlos como heredero a la Corona. Durante su estancia en la capital navarra, el Príncipe enfermó gravemente hasta el punto en que los médicos temieron por su vida. Una vez recuperado, la comitiva regia se dirigió hacia Zaragoza con la intención que el Príncipe jurase como heredero del reino de Aragón, pero durante su estancia en la capital aragonesa recayó en la enfermedad falleciendo el 9 de octubre de aquel mismo año. Tras la muerte de Baltasar Carlos, Pedro Antonio de Aragón cayó en desgracia en la Corte teniendo que marchar a las posesiones que los Cardona tenían en el ducado de Segorbe. Los motivos de esa salida de la Corte tendrían su origen en las fundadas sospechas que se cernían en el círculo íntimo del monarca sobre el marqués del Pobar, en las que se culpaba a éste del fallecimiento del heredero tras contribuir en los amores ilícitos del Príncipe con algunas mujeres de la zona.

El abandono de la Corte de Pedro Antonio se prolongó durante más de diez años. En 1660 se encuentra participando en la comitiva de Felipe IV durante la firma del Tratado de los Pirineos, en la isla de los Faisanes, en calidad de capitán de la Guardia Borgoñona.

El retorno se debió producir gracias a la intercesión y al papel político que desarrollaron dos de sus hermanos en la Corte del Rey Planeta a lo largo de aquellos años: Luis de Cardona, VII duque de Cardona, y Pascual de Aragón, en aquellos momentos fiscal del Consejo de la Inquisición y presidente del Consejo de Aragón. Amén de ello no cabe menospreciar el hecho de que la hermana de Pedro Antonio, Catalina de Cardona, estaba casada con el privado del Rey, Luis de Haro, desde 1626.

Durante los primeros años de la década de 1660, el marqués de Pobar fue recuperando la confianza de la Corona lentamente, alcanzando sus primeros frutos en 1664. En esa fecha, y viudo de su primera esposa desde 1641, contrae segundas nupcias con su prima hermana Ana Fernández de Córdoba y Figueroa, hija del V marqués del Priego. Al poco de celebrar el enlace, Felipe IV le nombra embajador en la corte romana de Alejandro VII, sustituyendo en el cargo a su hermano Pascual de Aragón que es enviado a Nápoles en calidad de virrey.

Tras el fallecimiento de Felipe IV (1665), la reina Mariana de Austria, como regente de su hijo Carlos, ordena el regreso de Pascual de Aragón a la Corte para ser nombrado inquisidor general, cargo que al final no ocuparía en favor del padre Everardo Nithard y a cambio de la titularidad de la mitra toledana. Vacante el gobierno napolitano, Mariana llamó a Pedro Antonio de Aragón para sustituir de nuevo a su hermano en el cargo. El marqués del Pobar hizo su entrada oficial en Nápoles el 16 de abril de 1666, llevándose a cabo un espectacular desfile barroco en el que destacaban los más de ochenta carruajes tirados por seis caballos cada uno, además de otros coches de cuatro y dos caballos.

El gobierno de Pedro Antonio de Aragón en Nápoles, que se alargó hasta 1672, se movió en torno a dos direcciones. Su objetivo primordial fue el de asegurar la estabilidad del Reino mediante la economía y la pacificación del campo, sacudido de forma constante por el fenómeno del bandolerismo. Premio de su esmero político resultó el nombramiento que recibió por parte de la Corona para ser su embajador especial en la coronación de Clemente X como nuevo Pontífice (1671). El otro gran objetivo fue el desarrollo de una importante política de carácter asistencial y benéfica que se concretó en la construcción de nuevas y modernas infraestructuras, como el Real Hospicio de los Pobres de San Pedro y San Genaro, o las fuentes públicas del Poggio Reale, santa Catalina de Fornello, Mezzo Cannone y Monte Oliveto.

La corte virreinal pasó a convertirse en uno de los centros culturales más activos de la península italiana y del mundo hispánico gracias al mecenazgo de Pedro Antonio. Literatos, artistas e intelectuales formaron parte de un escenario que intentaba emular a la corte literaria que Alfonso V el Magnánimo entre 1416 y 1458 reunió en esa misma ciudad apenas dos centurias antes, y de cuyo agradecimiento se dejaron muestras patentes en las numerosas obras que salieron de las prensas trasalpinas a lo largo de aquellos años.

El uso de la figura de Alfonso el Magnánimo fue una hábil estratagema por parte del virrey, quien no sólo legitimaba así su presencia ante los napolitanos sino que además le permitía explotar en su máxima dimensión su vinculación sanguínea con el Rey—recuérdese que Carlos II y Pedro Antonio de Aragón tenían como ascendente común a Fernando I de Aragón (1412-1416)--. Claro ejemplo de esa admiración es el traslado de los restos del monarca aragonés de Nápoles al Panteón Real de Poblet en 1671.

El monasterio de Poblet (Tarragona), que albergaba el panteón familiar de los Cardona, fue el destinatario de buena parte de las obras de arte que impulsó el virrey durante sus años de gobierno en Nápoles. Reliquias, cuadros, ornamentos litúrgicos, estatuas y otras obras de arte fueron enviadas desde Italia, siendo su biblioteca personal el legado de mayor importancia y entidad. Según un inventario realizado por el monje benedictino Jaume Finestres en 1732, esa biblioteca constaba de más de cuatro mil volúmenes perfectamente encuadernados, dorados y marcados con las armas de Pedro Antonio de Aragón.

La etapa napolitana del personaje concluyó en 1672 cuando fue llamado a la Corte, que en aquellos momentos se hallaba polarizada entre quienes apoyaban a la reina madre, Mariana de Austria, o al hermanastro del rey, Juan José de Austria. Los Cardona, con Pedro Antonio y Pascual al frente, y otros importantes linajes nobiliarios, apostaron de forma abierta por el bando del hijo bastardo de Felipe IV. A pesar de ser nombrado presidente del Consejo de Aragón (1672), de presidir las Cortes del Reino (1677-1687) y de serle concedida la Grandeza de España a título personal (1677), Pedro Antonio fue uno de los principales líderes del partido nobiliario contrarios al poder de Mariana de Austria. La muerte de Juan José y el fin de la regencia sobre Carlos II no mermaron la situación de Pedro Antonio, quien se consolidó como uno de los políticos más importantes durante el reinado del último monarca de la casa de Austria.

Los últimos años de la vida de Pedro Antonio de Aragón vinieron marcados por la disputa legal contra su sobrina por la titularidad de los títulos vinculados a la casa de Cardona y de Segorbe. Tras el fallecimiento de su sobrino Joaquín de Aragón y Cardona en 1670, el marqués del Pobar reclamó los títulos en virtud de ser el varón más próximo a efectos de sucesión. Por el otro lado, Catalina Antonia de Aragón, esposa del duque de Medinaceli, reclamaba sus derechos en condición de hija y hermana de los dos anteriores duques de Cardona y Segorbe. El litigio llegó a su fin en 1679 tras el fallecimiento de la segunda esposa de Pedro Antonio. La concordia entre las dos ramas de la casa de Cardona se concretó con la renuncia de Pedro Antonio de Aragón a los títulos y rentas de las casas de Cardona y Segorbe a cambio de una compensación económica y del matrimonio con su sobrina-nieta Catalina de la Cerda y Aragón (1680), hija de los duques de Medinaceli y que apenas contaba en aquel instante con diecisiete años de edad. De ese enlace nacieron dos hijos que no llegaron a edad adulta, pero, a pesar de ello, Carlos II elevó la grandeza de España de Pedro Antonio de Aragón a la condición de hereditaria mediante Real Cédula de 1683.

Pedro de Aragón falleció sin descendencia directa en su residencia de Madrid el primero de septiembre de 1690, pasando todos sus títulos a la casa de Medinaceli. Recibió sepultura en el convento de los Trinitarios Descalzos de Madrid, siendo trasladados sus restos al panteón familiar de los Cardona en el monasterio de Poblet en abril de 1691 por orden de su viuda.

 

Obras de ~: Geometria militar, en la cual se comprenden las matemáticas de la fortificación y las tablas polimetricas proporcionales para dar medida á cualquier plaza, Nápoles, 1671.

 

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30 (abril-junio de 1950), págs. 66-86; A. J. Soberanas i Lleó, “La biblioteca del Virrey D. Pedro Antonio de Aragón. Notas bibliográficas de los libros conservados en la biblioteca ‘Font de Rubinat’ (Reus)”, en BA, fasc. 57-60 (enero-diciembre de 1957), págs. 71-82; P. Bohigas, “Més llibres de la biblioteca de don Pedro Antonio de Aragón”, en Miscellanea Populetana, 1966, págs. 483-490; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984; J. Arrieta Alberdi, El Consejo Supremo de la Corona de Aragón (1494-1707), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1994; S. Torras i Tilló, Els Ducs de Cardona: art i poder (1575-1690): una proposta d’estudi i d’aproximació a la història, art i cultura a l’entorn de la casa ducal en l’època moderna, tesis doctoral, Barcelona, Universitat Autònoma, 1997; P. Molas Ribalta, “La Duquesa de Cardona en 1640”, en Cuadernos de Historia Moderna, 29 (2004), págs. 133-143; C. Blanco Fernández, “Poder y cultura, el libro religioso en la biblioteca de don Pedro Antonio de Aragón”, en A. Cortés Peña (ed.), Religión y poder en la Edad Moderna, Granada, Universidad, 2005, págs. 297-314; D. Carrió-Invernizzi, Entre Nápoles y España. Cultura política y mecenazgo artístico de los virreyes Pascual y Pedro Antonio de Aragón (1611-1672), Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2009.

 

Carlos Blanco Fernández

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