Méndez de Ras (o Rao) Sotomayor y Navia, Fernando. Madrid, 1699 – ¿Tabarca (Alicante)?, 12.XI.1783. Coronel del Ejército e ingeniero jefe.
Fernando Méndez ingresaba como voluntario en el Ejército el 30 de agosto de 1727, sirviendo como ingeniero voluntario en las reales obras de Aranjuez. El 16 de agosto de 1730 fue ascendido a alférez e ingeniero extraordinario y destinado a América. Con arreglo a la orden de destino, debía trasladarse hasta Cádiz para su embarque, pero a medio camino se cambiaron las órdenes y quedó sirviendo en Sevilla.
El 25 de junio de 1733 era destinado al Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, donde dirigió las obras que allí se estaban realizando. Fue, además, el autor del laberinto situado en los jardines, visibles en el excepcional plano del Real Sitio que levantaba entre 1734 y 1736, Plano general con los citados jardines, según los diseños de Étienne Marchand.
Fue ascendido a capitán e ingeniero en segundo el 8 de febrero de 1739 y destinado a Cataluña en julio de ese mismo año. Se presentó voluntario para ir a la campaña de Italia, pero, al no concedérselo, hubo de permanecer en Cataluña, junto con el también ingeniero Bernardo de Lara. Más tarde, en la década de los cuarenta, con el ingeniero Francisco Díaz Pedregal proyectaba repetidamente obras hidráulicas. En ese sentido, en 1742, se hallaba destinado en Gerona, donde trazaba el Plano y perfil que demuestran los rompimientos especiales que han hecho los ríos Ter, Oñar y Güell en las inmediaciones de esta plaza.
En 1747 dirigía los reparos de las fortificaciones de Rosas (plaza y castillo). Encargado por el Cabildo Eclesiástico de Gerona, levantaba mapa de los términos de Castellón de Ampurias y Rosas para el cobro de diezmos. Sus superiores habían accedido a ello, pero se presentaron problemas por sus ocupaciones militares, ya que estaba como único ingeniero en Rosas.
El 25 de agosto de 1750 fue ascendido a teniente coronel e ingeniero jefe, pasando sucesivamente con destino a Galicia y después a Extremadura. En 1754 seguía en Extremadura, donde recibía la Real Orden por la que se le ascendía a coronel el 1 de octubre de 1756, y en 1759, siendo director general de los cuerpos de Ingenieros y Artillería el conde de Aranda, fue nombrado director interino de las obras de fortificación de la frontera extremeña con Portugal. Cuando estalló la guerra contra este país en 1762, en el marco de la Guerra de los Siete Años, solicitó participar en la campaña, sin lograrlo.
En 1765 ascendía a ingeniero en jefe con destino en Alicante, y en 1766 levantaba el plano de la isla Plana (Alicante) y del cabo de Santa Pola. En la plaza citada, bajo las órdenes del gobernador José Juan Ladrón y de su sucesor, conde de Baillencourt, proyectó un lazareto para el puerto, que finalmente no se realizó, y dirigió la construcción de un cuartel de caballería en Muchamiel.
Durante el reconocimiento que hizo de las plazas y fuertes de la costa española, el conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla desde 1766, reparó en la isla deshabitada que había en la bahía de Alicante, conocida como isla Plana. Decidió que debía convertirse en una plaza militar, coincidiendo con que el rey había determinado que fuesen rescatados los antiguos habitantes de la isla tunecina de Tabarka. En tal sentido, Aranda decidía colonizar con éstos la isla Plana alicantina. Así, tras la aprobación del monarca, el conde de Aranda ordenó el inicio de las obras de fortificación de esta isla, nombrando director comandante de dicha construcción a Fernando Méndez de Ras, el 13 de enero de 1769.
La antigua isla Plana, frente a las costas de Alicante y Santa Pola, fue desde antiguo un enclave insular cotizado tanto por su posicionamiento geográfico, como por la riqueza pesquera de sus aguas circundantes. Sin embargo, se mantuvo deshabitada hasta el último tercio del siglo XVIII, momento en el que se impulsaba el ambicioso proyecto de plaza fuerte militar y de colonización de la isla, acorde a la filosofía reformista de la Ilustración en época del monarca Carlos III. El proyecto se conocería como Nueva Tabarca, en recuerdo del origen de sus primeros pobladores.
Una vez en la isla, Méndez levantaba varios planos y en marzo de 1770, coincidiendo con la arribada a Alicante de los españoles rescatados (292), desembarcaban en la isla los obreros que debían llevar a cabo los trabajos de fortificación y los primeros materiales de construcción. En cuanto a la población civil, a cada familia le fue asignada una casa, aparte de las providencias concedidas por el rey, como la exención de impuestos y servicio de armas. A su vez, la isla disponía de una embarcación para asegurar la comunicación con la ciudad de Alicante, de la que ya dependía en aquel momento.
Por otro lado, ante la falta de agua dulce, Méndez construiría un total de siete cisternas, pensando que el agua que se transportaría desde Alicante podía complementar el que la lluvia aportara a estos depósitos. También pensaba el ingeniero en la construcción tanto de hornos, como de molinos de viento, un viento que, al estar puro, aportaría en su opinión, la necesaria e importante salubridad a la nueva población.
El 2 de agosto se empezó a construir la muralla, de mampostería revestida de sillería labrada, con bóvedas, garitas, parapetos y tres puentes. También se inició la construcción de 128 casas, distribuidas en 15 manzanas, destinadas a albergar a los colonos. Asimismo, se edificó una casa para el gobernador, una iglesia, dos hornos y siete aljibes ya citados, capaces de recoger 60.000 cántaros de agua.
El 26 de agosto de 1771, Fernando Méndez fue nombrado primer gobernador de Nueva Tabarca, aunque siguió cobrando lo mismo, puesto que no fue ascendido. En lo militar, dependía del capitán general de Valencia, pero en lo político debía dar cuentas al presidente del Consejo de Castilla, que seguía siendo el conde de Aranda, quien decidía aquel mismo verano paralizar provisionalmente las obras de construcción en la isla, debido al excesivo gasto que comportaban. La isla carecía de manantiales y la escasez de lluvia impedía una recogida natural de agua en los aljibes, por lo que los isleños dependían casi exclusivamente de la transportada por medio de barcos-cisterna. Otro problema que Fernando Méndez no había valorado era la gran dificultad para cultivar, debido al azote continuo del viento y a la poca fertilidad del suelo.
A partir de 1772 Méndez continuaba proyectando obras y levantando nuevos planos, dando preferencia a las dotaciones civiles sobre las militares, con el objetivo de convertir la isla en autosuficiente. Aunque este nuevo proyecto no convenció al Gobierno, sí que logró la aprobación de Carlos III. Y en consecuencia las obras se retomaron en 1773, finalizándose la muralla, con tres puertas y dos puentes levadizos, en enero del año siguiente.
Un memorial anónimo, escrito en italiano y fechado el 12 de enero de 1775, denunció que los tabarquinos vivían desterrados en un lugar que era como un “infierno, y gobernados por el odio y la mala voluntad”. Como consecuencia de ello, el capitán general de Valencia, Juan Francisco Vanmark, ordenaba que Méndez fuese apartado como gobernador y arrestado en Alicante. Sin embargo, a finales de 1775, al ser exonerado, fue repuesto en su cargo de gobernador de Tabarca y el 23 de mayo de 1776 se le concedió la licencia que había pedido para contraer matrimonio con María Lucía Juan Jiménez de Urrea, nieta del conde de Berbedel. Más tarde, en una carta fechada el 24 de octubre de 1777 y dirigida al conde de Ricla se lamentaba de las falsas acusaciones vertidas en el manifiesto anónimo y de la conjura de sus enemigos, señalando a sus compañeros de la Junta: el gobernador y el contador de Alicante.
En 1778, el secretario de Estado, conde de Floridablanca, ordenaba la finalización definitiva de las obras en Nueva Tabarca, y en marzo del año siguiente destituyó provisionalmente como gobernador a Méndez, mandando que se realizase una visita a la isla y se le informase de su situación. La visita se llevó a efecto al mes siguiente y se emitieron tres informes: uno del ingeniero Gaspar Bernardo de Lara, otro del contador y un tercero del propio Méndez, que era rehabilitado en su cargo. El informe del primero se limitó a señalar las carencias de la isla, mientras que los informes del contador y de Méndez, aunque discrepaban en cuanto a la efectividad de las obras realizadas, coincidían en señalar la ociosidad de los isleños como causa de la mayor parte de sus desgracias.
Hasta 1779, Méndez dibujaba nuevos planos con arreglos, modificaciones y notas. Por otro lado, las circunstancias históricas también se volvían en su contra, pues las incursiones piráticas a las costas cercanas e incluso a la propia isla, principal fundamento de este ambicioso proyecto, iban en proceso de desaparición, que culminaría con el Tratado de Paz Hispano-Argelino de 1786.
En el mismo año de 1779, se encargaba al ingeniero director de Valencia, Baltasar Ricaud de Tirgale, un nuevo informe sobre el estado de las obras en Nueva Tabarca para así poder dictaminar si era conveniente o no conservar la plaza fuerte. En su informe, conocido como Discurso sobre la Plaza de San Pablo en la Isla de Nueva Tabarca, pone de manifiesto de manera equilibrada la situación que encontró en la isla, a través de cuatro artículos que describen geográficamente el lugar, analizan su situación, el estado y subsistencia de los edificios y fortificaciones, y por último, la conveniencia y utilidad del propio establecimiento, manifestando su opinión personal a favor de la utilidad del enclave: “estimo incontestable la insubsistencia de su población sin causar graves costas, […] Pero también es cierto que con haberla fortificado se ha conseguido la ventaja de quitarles a los contrabandistas el depósito a los efectos de sus ilícitas introducciones y a los piratas un abrigo de donde con sus galeotas inquietaban nuestra navegación y agredían las inmediatas costas y ensenadas. pero ni de él ni de la insubsistencia de la población se concluye que hechos ya tan crecidos gastos en la erección de este Plaza, se deba abandonar o demoler. Por convenir todos en lo substancial de establecer alguna fortificación. Por tanto, atendida la física entidad de los objetos de su establecimiento y otros fundamentos que a mediana reflexión se manifiestan, entiendo ser útil la conservación de la referida Plaza de San Pablo en la Isla de Nueva Tabarca. Este es mi parecer […]”.
Fernando Méndez, primer gobernador de Tabarca, falleció a las once de la mañana del 12 de noviembre de 1783.
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Juan Carrillo de Albornoz y Galbeño