Ayuda

Francisco Antonio Cagigal de la Vega

Biografía

Cagigal de la Vega, Francisco Antonio. Hoz de Anero, Ribamontán al Monte (Cantabria), 6.II.1691 ant. – 1777. Gobernador y capitán general de la isla de Cuba, gobernador de la ciudad de Santiago de Cuba, virrey interino de la Nueva España, caballero de la Orden de Santiago.

Nació en el seno de una familia de hidalgos notorios residentes en el Valle de Hoz donde tenían casas solariegas y capillas en su iglesia parroquial. Era el tercer hijo de Juan Cagigal y Salinas, abogado de los Reales Consejos y diputado general del lugar de Hoz de la Junta de Ribamontán, y de su segunda esposa, Mariana de la Vega Acevedo.

Empezó muy joven su carrera militar (13 de diciembre de 1700) sirviendo durante tres años como soldado en la compañía de la Dotación de la Junta de Rivamontan en un período en que se tenían recelos de que la Armada inglesa desembarcara en las costas cántabras. Continuó con plaza de cadete en el regimiento de Cádiz distinguiéndose en la defensa de Badajoz.

Entre 1708 y 1715 con el grado de subteniente en la compañía de su hermano Fernando, futuro marqués de Casa Cagigal, intervino en diversas campañas (Elche, Orihuela, Cartagena), y con el de teniente en Orán y Villaviciosa. Estuvo en el regimiento de Extremadura y en los ejércitos de Castilla, Aragón y Soria.

Residiendo en Vizcaya, cuando era teniente de granaderos en Cádiz, se le concedió un hábito de la Orden de Santiago (29 de septiembre de 1715).

Contrajo matrimonio en 1731 con Vicenta Antonia Monserrat (o Monserrate), hija del coronel de Infantería Juan Bautista Monserrat y Malonda.

Siguió prestando servicios en diferentes plazas de la geografía española y al quedar reformada su compañía se le designó capitán de granaderos y sargento mayor del regimiento de Portugal con el que estuvo en Ceuta, Melilla, Alhucemas y Cataluña. Fue ascendido a comandante del segundo batallón del regimiento de infantería de León (1735) y participó en las campañas de Italia. Por “su particular celo y acertada conducta” en todas estas operaciones, el monarca le confirió el gobierno de Santiago de Cuba (12 de junio de 1737) y el grado de coronel de infantería de los Reales Ejércitos en cuyas filas estaban sirviendo también varios hermanos y otros parientes.

A Cagigal no le produjo mucho entusiasmo este nombramiento porque era un destino que no había solicitado y aseguraba ser opuesto a su genio y profesión.

Otros temas de fondo eran el escaso sueldo y el poco prestigio que tenía ese cargo desde 1733 al haber quedado sujeto totalmente al capitán general de la Isla. Se mantuvo en Madrid casi un año a la espera de recibir los despachos para su pase a Indias, lo que le obligó a contraer muchas deudas que se incrementaron al enfermar un hijo, que murió, camino del puerto de Cádiz. En su viaje a Cuba (1737) le acompañaron su esposa Antonia Monserrate, su pequeña hija María Josefa, una nodriza y tres criados.

Su toma de posesión se efectuó en el cabildo el 3 de enero de 1738. Sustituía a Pedro Ignacio Jiménez, depuesto por el rey de su empleo, a quien tomó la residencia procurando templar los ánimos de aquellos vecinos agraviados por sus abusos. En este proceso afloraron las parcialidades y Cagigal llegó a enemistarse con el chantre Toribio de La Bandera y el racionero Juan José de Arredondo, que trataron de desacreditarle.

Había conseguido Cagigal que se le asignara un sueldo superior (5.000 pesos) al que tuvieron sus antecesores (1.800) en atención a sus treinta y seis ininterrumpidos años de servicios y para evitar que pudiera aprovecharse de otros arbitrios opuestos a la dignidad de su cargo, como había pasado con algunos gobernadores.

A lo largo de su mandato y debido a la información de los contadores del Tribunal de Cuentas de La Habana Juan Francisco de Siqueira y José Antonio Gelabert acerca de la equivocada interpretación que dieron Cagigal y los Oficiales Reales santiagueros al valor efectivo que tenía ahí ese sueldo (8.262 pesos), tuvo que devolver el excedente de forma gradual.

En los nueve años de su mandato se hicieron algunas obras como el muelle de piedra, la cárcel, las casas capitulares, el matadero y reformas en la Contaduría imponiendo para ello una tasa sobre la carne de vaca al público, incluido el clero que reclamaría insistentemente, y empleando de peones a los esclavos del Cobre. Combatió con vigor el contrabando que, especialmente, los habitantes del Báyamo y de Puerto Príncipe favorecidos de su geografía y la complicidad de algunas autoridades, practicaban con las colonias extranjeras abandonando los cultivos y la cría de ganados. Aunque Cagigal envió destacamentos para impedirlo y en su época se apresaron numerosas embarcaciones y se procesaron muchos individuos, viendo que era un asunto muy difícil de extinguir y el gran número de implicados, propuso a la Corona el indulto general o la erección de una Audiencia en Puerto Príncipe, intentos que no tuvieron efecto.

Etapa especialmente crítica para Cagigal y que puso a prueba sus grandes dotes de estratega, fue la confrontación angloespañola conocida como Guerra de la Oreja de Jenkins, en 1739, que se produjo por el acoso de los buques guardacostas con base en Cuba a los mercantes ingleses a fin de acabar con el contrabando, y que se vio envuelta en la guerra de Sucesión austríaca (1740-1748). Tropas angloamericanas lideradas por el almirante Vernon y el general Wentworth desembarcaron en la Bahía de Guantánamo. Allí establecieron un planificado campamento (Nuevo Ducado de Cumberland) desde el que fraguaron el asalto por tierra a la ciudad de Santiago (julio de 1741), que era uno de los objetivos de los británicos tras haber saqueado Portobelo, atacado Chagre, Cartagena de Indias y proyectado un golpe sobre La Habana que no prosperó.

Antes de la contienda, recelando Cagigal el posible ataque de los ingleses, superiores en número de tropas, navíos y armas, preparó la defensa reparando y mejorando, a un bajo coste para la Real Hacienda, las fortificaciones de la costa (El Morro, Aguadores, La Estrella). La escasez de caudales y la falta de situados le llevó a acuñar monedas de cobre. Se valió de agentes (Miguel Moncada Sandoval, Vicente López) para averiguar los recursos militares, movimientos e intenciones de los enemigos. Aumentó la escasa tropa pidiendo refuerzos al gobernador de La Habana, Juan Francisco Güemes y Horcasitas, y reclutando milicias de la villa del Báyamo, El Cobre, Caney y otros puntos de su jurisdicción, cuyos habitantes le facilitaron también víveres, al igual que lo hicieron a su requerimiento los franceses de la Isla Española. Cagigal tuvo que usar del mayor rigor con esas milicias, inexpertas en la guerra, en el manejo de las armas y tendentes a la deserción e informó del poco apoyo que decía haberle prestado los de Puerto Príncipe, por lo que la Corona determinó en 1742, que volviese a depender de Santiago de Cuba, como reiteradamente lo había solicitado dicho gobernador.

El cerco de las partidas de milicias enviadas por Cagigal para estorbar el paso de los contrarios y las bajas por las epidemias propiciaron su retirada tras unos cuatro meses de asedio. Acabada la campaña, que finalmente supuso un alto coste para el Erario, se procedió al canje de prisioneros, circunstancia aprovechada por ambos bandos para comerciar ilícitamente.

Cagigal y Güemes despacharon numerosas patentes de corso para contener el contrabando, lo que significó un importante ingreso a la Hacienda por la captura de prisioneros, esclavos negros y géneros.

Queriendo precaver nuevas ocupaciones en esa deshabitada Bahía sugirió al rey que se poblara, pero esto no se efectuaría hasta mucho más tarde. Felipe V alabó su proeza y premió sus esfuerzos otorgándole el grado de brigadier y el gobierno de Caracas con la condición de que se mantuviera en Santiago hasta el fin de la guerra. No llegaría a ir a ese destino porque se envió otro y a él se le concedió el grado de mariscal de campo (1746).

Dispuso Cagigal (1746) las solemnes exequias en esa ciudad por el fallecimiento del primer Borbón y corrió con los gastos de la celebración del ascenso al trono de Fernando VI, siendo su hijo Juan Manuel, cadete del ejército de Portugal ahí destacado, a quien el alférez real le cedió el honor de levantar el pendón.

A pesar de estar nombrado para presidir el gobierno de Guatemala, la situación bélica existente hizo que desde Madrid se le ordenara (3 enero de 1747) el traslado inmediato a la amenazada plaza de La Habana a ocuparla interinamente por el rumor del fallecimiento de su gobernador, Juan Antonio Tineo. Cagigal salió de la ciudad con el sigilo que se le mandó, sin revelar a los del Ayuntamiento el verdadero motivo de su marcha ni de su destino, dejando dispuesto que al frente del gobierno político quedaran los alcaldes ordinarios y en el militar el sargento mayor. En Puerto Príncipe se embarcó en una galeota de la Real Compañía y llegó tras un penoso y arriesgado viaje a La Habana el 8 de junio para tomar al día siguiente posesión del mando supremo de la isla, que por la defunción de Tinero había estado provisionalmente a cargo de Diego Peñalosa. Dos meses después, el monarca le concedió la plaza en propiedad ocupando su anterior puesto el brigadier Alonso de Arcos Moreno.

El ascenso de Cagigal fue tomado con satisfacción por los vecinos de Santiago, pero también se dio el caso de que el tesorero Miguel Serrano, su yerno el alcalde ordinario Francisco Antonio Carrión y otros parciales pretendieron que fuera detenida su esposa y demás familia y bienes hasta que aquél se sometiera al juicio de residencia o la afianzara en una cantidad mayor a los 4.000 pesos que ya había dejado asegurados.

En los trece años que estuvo en este nuevo cargo despachó patentes de corso (Pablo y Baltasar Borrel, Manuel Garcerán) para combatir el incesante comercio ilícito de los extranjeros, que no acabaría ni con el cese de la guerra, y para la obtención de los esclavos que demandaba la Isla al haberse interrumpido con las hostilidades el abastecimiento que de ellos hacían los ingleses (South Sea Company) mediante el Asiento de negros concertado con España desde el Tratado de Utrech (1713) y que se dio por finalizado en la Convención de 1750. Se encontró con que la escuadra inglesa del almirante Knowles compuesta de cinco navíos, entre ellos el Cornwalles de ochenta cañones, entabló un combate con la escuadra española del almirante Reggio entre Veracruz y La Habana para apoderarse de Santiago de Cuba (1748).

El buque español África fue incendiado para evitar su captura, pero no pudieron impedir que se llevaran el Conquistador. En la refriega murieron prestigiosos oficiales de la marina española, entre ellos, Vicente de Quintana y Fernando Gabriel de Cagigal, sobrino del gobernador. Suspendidos los combates y ajustada la conciliación ese mismo año (Paz de Aquisgrán), mandó Cagigal al capitán de fragata Ignacio Suárez en busca del barco apresado.

Mantuvo la centralización administrativa y dictó numerosos bandos para el buen gobierno de los municipios en los que quedó patente su preocupación por los abastos públicos, la protección de los recursos naturales y la moralidad y seguridad del vecindario.

Trató de corregir los abusos de la administración y de limitar el poder de los ediles. Su celo le llevó a entrometerse en la elección de alcaldes ordinarios de San Cristóbal de La Habana (1749) imponiendo a Juan de Palma y Bernardo de Urrutia en perjuicio de José de Pedroso y Gabriel de Céspedes que obtuvieron un mayor número de votos, lo que se le desaprobó desde la Corte.

Impulsó los trabajos del astillero y aunque en su época se fabricaron algunos navíos para la Armada (Infante, Princesa, Galicia), apoyó la liberalización de la Real Compañía habanera de la construcción de barcos, a la que estaba obligada, por sus resultados antieconómicos (1749). Por orden del rey suspendió al presidente de dicha Compañía Martín de Aróstegui, al marqués de Villalta y demás directivos (1752) sustituyéndolos interinamente por otros y se emprendió el esclarecimiento de las cuentas de esa entidad y su recuperación económica.

Puso gran interés en el aumento del Haber y en el de los propios de la ciudad para lo que creó nuevos ramos (sal y frucanga) e intentó, sin éxito, que se instituyera ahí la Mesta. Reguló el número de algunos oficios vendibles y renunciables proponiendo la creación de otros como el de correo mayor de la Isla que le fue aprobado y se remataría en José Cipriano de la Luz, después de haber estado su administración a cargo de los Oficiales Reales y comprobarse que dejaba escasos dividendos.

Conforme al plan militar de la Corona y al Reglamento elaborado por el virrey Revillagigedo (1753), modificó Cagigal la estructura defensiva de la Isla supliendo el primitivo Batallón de La Habana por un Regimiento formado por cuatro batallones con seis compañías de infantería y una de granaderos con la innovación de que, además de hacer el servicio en esa plaza, cubrían la de Santiago de Cuba y San Agustín de la Florida. Secundó los proyectos (1757) de los ingenieros Abarca y Solís sobre la construcción de un fuerte en la Cabaña. Entre 1758 y 1759, se suplieron 142 de los deteriorados cañones de los castillos y fortificaciones de la plaza habanera por otros llevados de El Ferrol, habiéndose remitido también gran cantidad de fusiles, balas y pólvora.

Estuvo Cagigal del lado de los cosecheros para que se autorizara la fabricación y venta del aguardiente de caña prohibida repetidamente por el rey, pero no lo consiguió y tuvo que disponer la destrucción de alambiques y la sanción a sus dueños. Fomentó la industria azucarera demoliendo dieciocho corrales de La Habana para extender su cultivo y logró (1758) que se suprimieran los tributos de exportación a cambio del abono en esa ciudad de un 5 por ciento en especie. Al año siguiente, empeñado en paliar la crisis que llegó a experimentarse, concedió licencia a barcos particulares para la saca de dicho producto, quebrando de este modo la exclusiva comercialización de la Real Compañía, de la cual Cagigal era juez conservador y presidente de sus Juntas Generales, y a la que también se le privaría del asiento del tabaco (1760).

En su tiempo se erigió una pirámide conmemorativa en la Plaza de Armas en sustitución de la ya seca ceiba que, según la creencia popular, estaba en el lugar donde se ofició la primera misa, y se hicieron obras como la presa del Jusillo o el arco de Belén. El conjunto de su labor durante sus más de veinte años en la Isla fue visto por los jueces de residencia, Martín de Ulloa y Dionisio Soler, como positivo y se le absolvería de todos los cargos. Lo mismo opinaban, entre otros, el deán y cabildo eclesiástico de Santiago de Cuba que elogiaron su “celo y vigilancia”. Los del Ayuntamiento habanero y algunos vecinos llegaron a censurar su autoritarismo y sus favores a gente influyente.

Recibió Cagigal una carta de la Audiencia de México (6 de febrero de 1760) en la que a la vez que se le informaba del fallecimiento del virrey marqués de las Amarillas, se le comunicaba su nombramiento para sustituirle interinamente. Cagigal entregó el mando de la Isla al coronel Pedro Alonso y aprovechó la salida hacia Veracruz del navío de guerra El Tridente para embarcarse en él (25 de marzo) y tomar pronto posesión de su nuevo empleo. Solicitó del ministro, Julián de Arriaga, que intercediera para que se le otorgase la propiedad del mismo, cosa que no logró al haber sido ya designado el marqués de Cruillas.

Como virrey interino permaneció Cagigal poco más de un trimestre. A su llegada se le facilitaron unas noticias del estado general del Virreinato y tuvo que disponer las solemnes ceremonias de la celebración en esa capital y otras ciudades del reino de la subida al trono de Carlos III que había quedado pendiente. En su corta etapa sobresale su actividad en torno al aumento de la Real Hacienda decretando varias juntas, entre ellas una para la mejora del ramo de tributos y otra para estudiar la posible obtención de azogues en ese territorio. Tuvo que enfrentarse a las irregularidades vigentes en la provisión de las alcaldías mayores y respaldó la gestión del juez de la Acordada Jacinto Martínez de la Concha entorpecida por algunos alcaldes ordinarios y otros funcionarios. Prosiguió los autos formados por Amarillas contra el mayordomo del Hospital de Indios, José de Cárdenas, e hizo algunas sugerencias acerca de las obras que debían de practicarse en el presidio de Veracruz y castillo de San Juan de Ulúa, así como de la reforma del reglamento de los presidios internos encargada a su antecesor.

Antes de su marcha mandó efectuar obras en la Plaza Mayor de México y la publicación de la feria de Jalapa dictando unas disposiciones para los diputados del comercio.

Hizo entrega a su sucesor del bastón de mando en Otumba (4 de septiembre) dejándole una Memoria con los aspectos más relevantes de ese gobierno. Regresó a España en el navío El Diligente sin que se le tomara la residencia por dispensa del Rey al haber estado tan poco tiempo en el cargo. Fue consejero de Guerra y al mando de un ejército intervino (1762), durante la Guerra de los Siete Años, en la campaña contra Portugal, retirándose después a su villa natal.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Órdenes Militares, Santiago, exp. 1372; Expedientillos, 6738; Consejos, 20884; Archivo General de Indias (Sevilla), Contratación, 5483, N. 2, R. 27; Escribanía de Cámara, 99A, B y C; Indiferente General, 147, N. 40; México, 520; Santo Domingo, 326, 363, 364, 388, 400, 1203-1205, 1133; Ultramar, 83; Archivo de la Real Academia de la Historia, col. Mata Linares.

A. Cavo, SI, Los tres siglos de México durante el gobierno español hasta la entrada del ejército trigarante, México, Imprenta J. R. Navarro, 1852; J. de la Pezuela, Crónica de Las Antillas, Madrid, Rubio, Grilo y Vitturi, 1871; J. de Alcázar, Historia de España en América (Isla de Cuba), Madrid, Tipografía Herres, 1898; P. J. Guiteras, Historia de la isla de Cuba, t. II, La Habana, Cultural S, 1928; R. Pares, War and trade in the West Indies, 1739-1763, Oxford, Oxford University, 1936; Conde de San Juan de Jaruco, Historias de familias cubanas, La Habana, Hércules, 1943; R. Guerra y Sánchez, J. M. Pérez Cabrera y E. S. Santovenia (dirs.), Historia de la Nación Cubana, t. II, La Habana, Historia de la nación cubana, 1952; C. Alcázar Molina, Los virreinatos en el siglo xviii, en A. Ballesteros y Beretta (dir.), Historia de América y de los pueblos americanos, Barcelona, Salvat, 1959; M. García Purón, México y sus gobernantes (Biografías), México, 1964; J. Torrente, El castillo del Morro, La Habana, Nacional de Cuba, 1964; F. Portuondo del Prado, Historia de Cuba, t. 1, La Habana, Editora del Consejo Nacional de Cuba, 1965; E. S. Santovenia y R. M. Shelton, Cuba y su historia, t. I, Cuba, Corporation inc., 1966; M.ª del P. Antolín Espino, “El Virrey Marqués de Cruillas (1760-1766), en J. A. Calderón Quijano (dir. y est. prelim.), Los virreyes de Nueva España en el reinado de Carlos III, t. I, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1967, págs. 1-157; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, vol. I, Madrid, Alianza, 1975, pág. 632; C. C. Masó, Historia de Cuba, Miami, Florida, Universal, 1976; L. Marrero, Cuba: Economía y Sociedad, vols. 6, 7 y 8, Madrid, Playor, 1976; A. Sánchez Ramírez, La Real Hacienda en Cuba (1700-1760), tesis de licenciatura, Sevilla, Universidad, 1977; A. J. Kuethe, Cuba, 1753-1815. Crown, Military and Society, The University of Tennessee Press, 1986; C. García del Pino, La acción naval de Santiago de Cuba, La Habana, Cuba, Edit. de Ciencias Sociales, 1988; J. M. Zapatero, La guerra del Caribe en el siglo xviii, Madrid, Servicio Histórico Militar y Museo del Ejército, 1990; J. F. I. Martín Rebolo, Ejército y sociedad en las Antillas en el siglo xviii, Madrid, Ministerio de Defensa, 1991; E. de la Torre Villar, Instrucciones y Memorias de los virreyes novohispanos, t. II, México, Porrúa, 1991; J. le Riverend, Breve historia de Cuba, La Habana, Edit. de Ciencias Sociales, 1992; M. Gárate Ojanguren, Comercio ultramarino e ilustración. La Real Compañía de La Habana, Donostia-San Sebastián, Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, 1993; L. Marrero, Cuba: isla abierta. Poblamiento y apellidos (siglos xvi-xix), Puerto Rico, Capiro, 1994; J. A. Calderón Quijano, Las fortificaciones españolas en América y Filipinas, Madrid, Mafre, 1996; C. M. Parcero Torre, La pérdida de La Habana y las reformas borbónicas en Cuba (1760-1773), Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998; M. Moreno Fraginals, Cuba/España, España/Cuba: historia común, Barcelona, Crítica, 2002; L. Fornés-Bonavía Dolz, Cuba. Cronología. Cinco siglos de historia, política y cultura, Madrid, Verbum, 2003; T. Caimari Calafat, “El ‘Clan’ Cagigal: Un estudio sobre los militares profesionales en los siglos xviii y xix”, en P. Gonzalbo Aizpuru (coord.), Familias y relaciones diferenciales: Género y edad, Murcia, Universidad, 2010, págs. 159-170.

 

Ascensión Baeza Martín

Personajes similares