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Alonso III de Fonseca y Acevedo

Biografía

Fonseca y Acevedo, Alonso de. Alonso de Fonseca (III). Salamanca o Santiago de Compostela, c. 1476 – Alcalá de Henares (Madrid), 4.II.1534. Arzobispo de Santiago y de Toledo.

Hijo de Alonso II de Fonseca y Acevedo (muerto en 1512), arzobispo de Santiago y patriarca de Alejandría.

Los padres de Alonso de Fonseca II fueron el regidor de Salamanca y contador mayor de Castilla Diego González Acevedo y Catalina de Fonseca Ulloa (fallecida alrededor de 1470). Esta última era hija de Juan Alonso de Ulloa, consejero del rey Juan II de Castilla, y de Beatriz Rodríguez de Fonseca. Se trata de una parentela de influyentes linajes nobiliarios salmantinos, de los cuales Alonso II permutó los apellidos, dando prioridad al materno, como posteriormente haría su hijo Alonso III.

Alonso de Fonseca II tuvo amoríos con María de Ulloa (muerta en 1506), noble gallega nacida probablemente en Santiago de Compostela. Era hija de Lope Sánchez de Ulloa e Inés de Castro Lara y Guzmán, y hermana del primer conde de Monterrey, Sancho Sánchez de Ulloa. Estuvo casada en primeras nupcias con Álvaro de Sotomayor, del que quedó viuda y sin hijos.

De sus relaciones con Alonso de Fonseca II, María de Ulloa tuvo dos hijos. El mayor fue Diego de Acevedo y Fonseca, que casó con Francisca de Zúñiga y Ulloa (muerta en 1526), sobrina de la propia María de Ulloa y II condesa de Monterrey. Diego de Acevedo fue señor de Babilafuente y falleció en 1496. El menor de los hijos de Alonso de Fonseca II y María de Ulloa fue Alonso de Fonseca III y Acevedo.

Discrepan los historiadores respecto al nacimiento de Alonso de Fonseca III. Algunos lo sitúan en Santiago de Compostela y otros en Salamanca. En el siglo XVII, Gil González Dávila, en su Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y cathedrales de los Reynos de las dos Castillas (Madrid, 1645), vacila al situar su nacimiento entre Santiago y Salamanca “su patria”.

Por el contrario, el canónigo compostelano José Varela y Vasadre lo vincula a Santiago en su obra Fiestas minervales... (Santiago, 1697). Consagra la atribución del origen gallego J. Roxas y Contreras, en su Historia del Colegio Viejo de San Bartolomé (Madrid, 1768); y, a partir de aquí, será repetido por otros muchos autores, como López Ferreiro en su Historia de la Iglesia de Santiago (Santiago, 1906). Para todos ellos, el futuro arzobispo de Toledo habría nacido en ciertas casas familiares sobre las que se construiría, posteriormente, el colegio de Santiago Alfeo.

Entre los partidarios del origen salmantino se cuenta Gonzalo Fernández de Oviedo, que ya lo señalaba en 1555 en su Tercera parte de las Quinquagenas.

Y en esta línea insisten otros cronistas de los siglos XVI y XVII como Alonso Fernández de Madrid, Francisco de Pisa o Diego de Castejón y Fonseca.

De la misma opinión es Manuel Sendín Calabuig, en su insustituible trabajo sobre el colegio de Santiago el Cebedeo de Salamanca (1977). Y así, se puede ver que en la propia documentación fundacional de este colegio se presenta a Alonso de Fonseca III como natural de la ciudad: “Quare visum est Salmanticae ubi et [...] natale nobis solum natura constituit [...]”.

Otro argumento a favor del nacimiento en Salamanca reside en su preocupación por la ciudad, y la actuación efectiva en sus épocas arzobispales para librar a sus vecinos de la condición de pecheros del Rey, acción ésta que le valió el título de “Padre de la Patria, Libertador y Amparador de sus vecinos y gente”.

Si se admite este nacimiento salmantino, el lugar más probable serían las casas de su linaje paterno, frente a la parroquia de San Benito y en solares actualmente ocupados por la Universidad Pontificia. Se trataba de un edificio torreado, con ventanas geminadas, puerta grande de arco y escudos de armas. En cualquier caso, también se discute la fecha de su nacimiento, oscilando entre 1475 y 1476, con mayores argumentos respecto a esta última. Nada se sabe, sin embargo, del día ni del mes.

Tampoco se poseen muchos datos sobre la niñez y adolescencia de Alonso de Fonseca III. Están probados sus estudios de Artes en la Universidad de Salamanca, en cuyas aulas se encontraba hacia 1490; pero los conocimientos de Teología y Derecho que se le atribuyen no parecen claramente documentados.

Sí se constatan las reiteradas prebendas, acumuladas desde su niñez, como segundón destinado a la carrera eclesiástica e hijo natural de un prelado de tanta influencia como Alonso de Fonseca II. A los once años (1487) se le vinculaban la mitad de los beneficios de Santa María de Rubianes y de San Juan de Fecha; a los trece (1489), la cuarta parte de los frutos de la iglesia de San Jorge en La Coruña; a los catorce (1490) se le nombró canónigo de la catedral de Compostela; a los dieciséis (1492-93), párroco de San Pedro de Santa Comba y, posteriormente, de Santa María de Pontevedra y en 1496 se le otorgó el arcedianato de Cornado en La Coruña, junto con los títulos de capellán mayor de los Reyes Católicos y protonotario de Aragón.

Por estos años de mocedad sitúan algunos autores los amoríos salmantinos de Alonso de Fonseca III con Juana Pimentel, quizás la dueña de la casa de las Conchas, que casó con el hijo del doctor Talavera. Tuvieron un niño, Diego de Acevedo y Fonseca, del que se desconoce la fecha de nacimiento. Alonso de Fonseca III fundó posteriormente mayorazgo para este Diego, con la casa principal de Salamanca, la villa y fortaleza de Fuentes, algunos lugares del arzobispado de Santiago y otros de la villa de Cambados. Diego de Acevedo fue mayordomo de Felipe II y casó con Elvira de Acevedo, de quien tuvo a Juana de Acevedo y Fonseca, I condesa de Fuentes de Valdepero, cuyo título recaería en la casa de Monterrey.

El ascenso cualitativo de Fonseca tuvo lugar el 4 de agosto de 1507, al ser promovido al arzobispado de Santiago por renuncia en vida de su padre; lo que era ratificado en octubre de dicho año al serle concedido a Alonso de Fonseca II el título de patriarca de Alejandría.

Esta “herencia” del arzobispado fue apoyada por el rey Fernando el Católico, como pago a los muchos servicios prestados a la Corona por Fonseca II. Y así, para justificar sus presiones sobre Roma, el Rey señalaba a su embajador que había que premiar a quien tanto le había ayudado a sujetar “gente tan feroz” y en un reino tan alejado como el de Galicia.

Parece también que, en 1506, Alonso de Fonseca III habría viajado a Italia en compañía de Fernando el Católico, recorriendo Nápoles y llegando a Roma, donde es probable que presentara personalmente la suplicación sucesoria para el arzobispado de Santiago ante el papa Julio II. Otros autores vinculan el viaje romano con su padre, Alonso de Fonseca II. El enredo suscitó oposición, entre otros, del cardenal Cisneros que, según Gil González Dávila (1645): “Dixo un día al Rey que del Arçobispado de Santiago avía hecho su Alteza mayorazgo con vínculo de restituciones, que mirasse si avía excluydo a las hembras”.

La toma de posesión de Alonso de Fonseca (III) y Acevedo como arzobispo de Santiago tuvo lugar en la catedral de Compostela el 30 de noviembre de 1509, ante el deán Diego de Muros. Contaba el joven arzobispo treinta y tres años de edad.

A partir de 1509 comenzó su etapa compostelana, aunque con frecuentes ausencias de la diócesis, dadas sus obligaciones como miembro del Consejo real.

Tanto él como su padre se movían en el círculo de apoyos de Fernando el Católico, durante el período de crisis sucesoria de Castilla y en su etapa como regente entre 1506 y 1516. También por estas fechas se manifestó su mecenazgo e interés por la cultura, de lo que serán testimonio sus proyectos de erigir colegios universitarios en Santiago y Salamanca, ya que había experimentado durante sus estudios salmantinos que en las academias “se hallaban muchos clérigos y estudiantes pobres”. En enero de 1518 los franciscanos de Salamanca le donaban terrenos para la futura erección del colegio de Santiago el Cebedeo, que se llamará del Arzobispo. Y ese mismo año, Juan de Oria, catedrático salmantino de Filosofía, le dedica su Tractatus inmortalitate anima.

Destacada importancia tendrán las relaciones que estableció con el nuevo monarca Carlos I, con ocasión de las Cortes convocadas en Santiago que comenzaron el 31 de marzo de 1520. Trasladadas posteriormente a La Coruña, de esta ciudad partirá el futuro Emperador con rumbo a Alemania, siendo despedido el 20 de mayo por el propio Alonso de Fonseca III entre otros nobles y prelados. El posterior movimiento de las Comunidades motivará el posicionamiento de Fonseca, que mantendrá su lealtad al Emperador. Desde Santiago le escribirá en diversas ocasiones durante 1521, para informarle de los sucesos y revueltas castellanas. Esta actitud le valió ser enviado como pacificador al conflicto valenciano de las Germanías y, en el verano de 1522, escribió desde Valencia una carta a Carlos V en este sentido.

Por esta cercanía a la Corte y a los hombres carolinos, también acudirá a Roma para cumplimentar a Adriano VI tras ser elegido como Sumo Pontífice ese mismo año de 1522.

Mientras tanto, el arzobispado de Toledo permanecía en sede vacante. No había sido ocupado desde la muerte de Cisneros en 1517, pues Guillermo de Croy, su sucesor, no había residido en la ciudad y había fallecido en 1521. Dos prelados posteriormente electos, Pedro Mata, obispo de Palencia, y Diego Deza, arzobispo de Sevilla, fallecieron sucesivamente. El 31 de diciembre de 1523, con los buenos apoyos de Carlos V, el pontífice Clemente VII promovió a Alonso de Fonseca III a la sede arzobispal de Toledo. El 26 de abril de 1524 tomaba posesión por medio de procuradores.

Eran éstos Sancho de Castilla, maestrescuela de Salamanca y tío de Alonso de Fonseca III, y Alonso Rodríguez de Fonseca, comendador de Santiago. Un año después, el 22 de abril de 1525, haría su solemne entrada en Toledo el nuevo arzobispo, coincidiendo ese mismo mes con la estancia del Emperador en la ciudad. El 27 de abril, Alonso de Fonseca III celebró misa de pontifical en la catedral primada, con la presencia de Carlos V.

Por tanto, Fonseca está estrechamente vinculado a los círculos cortesanos del Emperador, como lo había estado su padre a los de los Reyes Católicos. Alonso de Fonseca III se convirtió en capellán mayor del Monarca, consejero del reino y comisario para diversas labores diplomáticas y misiones reservadas. Tuvo una intensa actividad política y cortesana de prelado renacentista, que motivó sus frecuentes absentismos de la archidiócesis. Menciónense algunos ejemplos. En 1523 Fonseca se encontraba acompañando al Rey en Pamplona. En agosto de 1524 casaba en Tordesillas a la infanta doña Catalina. En 1525 estaba presente en las Cortes celebradas en Toledo. En enero de 1526 formaba parte de la comitiva que, junto a los duques de Calabria y Medina Sidonia, escoltaban a Isabel de Portugal desde Badajoz hasta Sevilla. En esta última ciudad Fonseca veló en marzo de 1526 a los desposados, oficiando los esponsales entre el Emperador y la Emperatriz el cardenal Salviato. Un año después, el 5 de junio de 1527, Alonso de Fonseca III bautizaba en San Pablo de Valladolid al futuro Felipe II, príncipe de las Españas. En enero de 1528 acompañaba a Burgos a Carlos V, en el acto de recepción de los embajadores de Francia e Inglaterra. En mayo de 1531 se encontraba en Ávila con la comitiva de la emperatriz Isabel.

Del apoyo al Emperador en circunstancias difíciles ya se ha hablado al tratar de las Comunidades en 1521. Posteriormente, y ante los ataques berberiscos en las costas mediterráneas de España, Alonso de Fonseca III le escribió en noviembre de 1529 para ofrecerse con su persona y bienes, rehacer la flota e impulsar la incursión de Carlos V contra Barbarroja en sus cuarteles de Argel. No obstante, Fonseca no llegaría a conseguir el cargo de canciller del Emperador, vacante por muerte de Gattinara, a pesar de que lo solicitó por carta en julio de 1530. Entre las razones, el prelado alegaba que era merced antigua vincular aquella dignidad al arzobispado de Toledo.

Junto a estas actividades externas, la figura de Alonso de Fonseca III ha quedado vinculada a su generoso mecenazgo de las artes y las letras. En este sentido, y a lo largo de toda su trayectoria, Fonseca tuvo el mérito de saber rodearse y elegir a los colaboradores oportunos, hombres de confianza, artistas y destacados humanistas. Ello le caracteriza como un verdadero prelado renacentista.

Fue muy aficionado a la música, y en su capilla privada siempre mantuvo un coro de voces escogidas.

Y este gusto se remonta a su juventud, pues a fines del cuatrocientos ya le fueron dedicadas dos obras del bachiller Domingo Marcos Durán, impresas en Salamanca: Comento sobre Lux Bella (1496) y Súmula de canto de órgano, contrapunto y composición vocal e instrumental (s. f.). Entre las disposiciones de su testamento se encuentran las referidas a los capellanes de su capilla funeraria, que deberían ser elegidos con “habilidad de voces e saber cantar”.

Tuvo particular interés por las iniciativas arquitectónicas y las artes plásticas anejas. En mayo de 1526, Diego Sagredo, capellán de la reina Juana y racionero de Toledo, le dedicaba el primer tratado de arquitectura renacentista publicado en España. Se trataba de Medidas del Romano, impreso en Toledo por Ramón de Petras. Sagredo conocía los edificios de Roma y Florencia, así como los preceptos clásicos de Vitrubio; y dedica su obra a Fonseca por “la mucha inclinación que Vuestra Señoría tiene a edificios [...]”.

En Santiago de Compostela, Alonso de Fonseca III impulsó a partir de 1521 la construcción del nuevo claustro de la catedral, con trazas de Juan de Álava, lo que suponía la introducción del Renacimiento en Galicia. También edificó en la catedral la sacristía y capillas de San Fernando y de las Reliquias, y dotó al palacio episcopal de un gran salón cubierto de rico artesonado.

Patrocinó, asimismo, la erección del colegio de Santiago Alfeo, comenzado a partir de 1532 con trazas de Juan de Álava y Alonso de Covarrubias.

En Salamanca emprendió en 1521 la construcción del colegio de Santiago el Cebedeo y financió la del claustro renaciente de San Francisco el Grande. Encargó a Diego de Siloé el túmulo de su padre en la iglesia de las Úrsulas, junto con el retablo mayor y la sillería del coro. Este retablo fue ejecutado por Juan de Borgoña según trazas de Siloé entre 1529 y 1531. Finalmente, y también en Salamanca, se construyó una residencia palaciega en la villa de Palacios del Arzobispo.

En Toledo mejoró el acceso a la catedral por la plaza del Ayuntamiento, y reinstaló la capilla de los Reyes Nuevos. Esta obra se comenzó en 1530 bajo la dirección de Alonso de Covarrubias y supuso levantar una nueva fábrica junto a la capilla de Santiago.

Por sus frecuentes estancias en Alcalá de Henares realizó ampliaciones en el palacio episcopal, y proyectó nuevas ornamentaciones de techumbres y salones.

Para todo ello, Alonso de Fonseca III se rodeó de artistas como los mencionados Diego de Siloé, Juan de Álava y Alonso de Covarrubias, Alonso de Gontín, Luis de Vega, Alonso Berruguete, el tratadista Diego de Sagredo, los pintores Juan de Borgoña, Maestre Fadrique y Francisco López y el rejero Maestre Domingo, etc.

No fueron menores sus preocupaciones en el terreno de las humanidades. Se sabe que fomentaba en su entorno el buen uso de la lengua latina, y que lamentó ante el rector de Salamanca (en 1527) que algunos catedráticos descuidasen su uso. En su testamento, dispuso que en el colegio salmantino de Santiago se tuvieran lecciones internas de Latín y de Griego, encomendadas a dos colegiales ejercitados. Asimismo, se conocen los recitativos y academias de poetas clásicos que se celebraban en su palacio de Alcalá de Henares.

Al propio Fonseca se le atribuye, incluso, la redacción de una Historia de linajes.

Diversas obras literarias y litúrgicas se le dedicaron o fueron impresas por su mediación. Póngase como ejemplo el caso del converso Alonso de Zamora, que había formado parte del equipo de la Políglota para la fijación de los textos hebreos. En 1526 dedicó a Alonso de Fonseca III su Introductiones artis grammaticae hebraicae, publicada en Alcalá. Al mismo tiempo, y desde 1525, el impresor Miguel de Eguía, con el apoyo de Fonseca, venía imprimiendo en Alcalá buen número de las obras de Erasmo, entre ellas el famoso Enquiridión o Manual del caballero cristiano, Paráfrasis de los Evangelios, etc. Algunas de estas obras fueron dedicadas por el mismo Eguía al nuevo arzobispo.

Y esto plantea la vinculación de Alonso de Fonseca III con las corrientes erasmistas de la época. Todo había empezado en el verano de 1524 cuando, tras la toma de posesión por poderes y alguna insistencia, Juan de Vergara aceptó el cargo de secretario del arzobispo. Este humanista toledano había sido ya secretario del cardenal Cisneros, miembro del equipo de la Políglota y poseía amplios conocimientos de griego. Mantenía, asimismo, fluida correspondencia con Erasmo. Unos años después, en 1527, Vergara escribió a Erasmo presentando a Fonseca III como un prelado favorable al humanismo cristiano, que gusta del erasmismo y se hace leer sus obras, y que deseaba invitarle a Alcalá con una pensión de 400 ducados.

Erasmo no llego a aceptar el ofrecimiento por encontrarse viejo, pero solicitó apoyo del arzobispo para la edición de las obras de san Agustín. Alonso de Fonseca III envió 200 ducados en junio de 1528, instando a Erasmo a proseguir en su trabajo para poner de manifiesto los errores de Lutero y que batallase para conseguir reprobar a un tiempo la herejía y la corrupción eclesiástica. En consecuencia, Erasmo dedicó a Fonseca III su Opera omnia agustiniana, que se imprimía en diez tomos en Basilea (1528-1529), como a “patrono benemérito”. Además de estos intercambios epistolares de los años 1527 y 1528, se sabe también que Fonseca poseyó un retrato del propio Erasmo, puesto que entre los bienes que se inventariaron a la muerte de Juan de Vergara en 1557 se encontraba una pintura de Erasmo sobre tabla, con las armas de Alonso de Fonseca.

Pero la reacción inquisitorial antierasmista inquietaría los últimos años del arzobispo. En junio, noviembre y diciembre de 1533 redactó diversas cartas para intentar salvar de la Inquisición a su secretario Vergara y ofreció por su libertad provisional una abultada fianza.

Otro aspecto destacado del mecenazgo de Alonso de Fonseca III fueron sus fundaciones colegiales, de las que ya se hizo alguna mención entre sus proyectos arquitectónicos. Se trataba de patrocinar la formación teológica, filosófica y humanista del clero. Para ello planeó la creación de dos colegios: uno en Santiago de Compostela, dedicado a Santiago Alfeo el Menor, con rango de colegio-universidad, con facultades y cátedras. El otro en Salamanca, dedicado a Santiago Cebedeo el Mayor, vinculado a la Universidad existente.

Ya en 1518, el convento de San Francisco el Real había donado ciertos solares junto a la muralla para el colegio salmantino proyectado por Fonseca. En mayo de 1519, Carlos I concedía licencia real para la edificación del colegio. En 1521 comenzaba la cimentación y alzado de los muros, con la dirección de obra de Juan de Álava. El 13 de octubre de 1525, el papa Clemente VII otorgaba bula pontificia para la erección de este colegio de Santiago el Cebedeo, mientras que la correspondiente para el colegio de Santiago de Compostela se retrasó hasta el 15 de marzo de 1526.

El acta de fundación del colegio de Salamanca la suscribía Fonseca en Burgos el 23 de enero de 1528, nombrando en ella a los cuatro primeros colegiales.

La primera ocupación del edificio tuvo lugar en mayo de 1529.

Para entonces, Alonso III podía contar como colaborador con una figura de excepción: el humanista cordobés Fernán Pérez de Oliva. Había llegado a Salamanca en 1525 y fue en la Universidad profesor de Filosofía, y rector en 1529. Se encontraba entre los cuatro primeros colegiales de Santiago el Cebedeo nombrados en enero de 1528, por lo que también asumió la tarea de regir el incipiente colegio. Fonseca III le otorgó plenos poderes en todo lo relacionado con las obras en curso, y algunos le atribuyen los programas iconológicos del claustro y fachada colegiales.

En cualquier caso, Oliva falleció en agosto de 1531 sin ver el final de los trabajos, que se prolongaron en portada y claustro entre 1529 y 1534.

Además de la probable intervención de Oliva, las trazas se debieron a Diego de Siloé, y la ejecución de las obras corrió a cargo de los equipos de Juan de Álava.

El retablo de la capilla del colegio salmantino fue tallado por Alonso de Berruguete entre 1529 y 1531.

Todavía en octubre de 1531, el papa Clemente VII autorizaba a Fonseca para anexionar beneficios de la diócesis de Toledo para su colegio de Salamanca. Por lo que respecta al colegio de Santiago de Compostela, su construcción se retardaba, y hasta el 17 de octubre de 1532 no formalizó el arzobispo en Alcalá los contratos para su edificación.

Fonseca III no dejó constituciones para su colegio de Santiago el Cebedeo. En las disposiciones testamentarias, que luego se verán, dispuso que sus colegiales se gobernasen por las del colegio de Santa Cruz de Valladolid, pero que pudiesen complementarlas con algunas disposiciones ya redactadas por el rector y colegiales, siempre que fueran revisadas por sus testamentarios. Por ello, en 1539, sus albaceas elaboraron unas nuevas constituciones normativas, que no llegarían a publicarse hasta 1580. Algunos han vinculado la figura de Juan de Vergara con la redacción de estas constituciones, ya que había participado en las del colegio de San Ildefonso de Alcalá y conocía directamente las intenciones del arzobispo respecto a su fundación salmantina, aunque bien pudieran remontarse en parte a aquellas primeras disposiciones establecidas por el rector Pérez de Oliva.

En este punto, y antes de abordar su última enfermedad y muerte, conviene realizar una pequeña aproximación a la personalidad y aspecto físico del arzobispo. Su retrato más antiguo y fidedigno lo pintó en 1526 Juan de Borgoña, cuando contaba cincuenta años, y se encuentra en la sala capitular de la catedral de Toledo. Fonseca III aparece en el retrato con una constitución física débil y enjuta. Destaca la cara huesuda y demacrada, con nariz y mentón acusados, rasgos afilados, arrugas en las comisuras y mejillas hundidas. Francesillo de Zúñiga, en su Crónica de tiempos del Emperador lo describe así: “El arzobispo estaba vestido de grana y era luengo y bien delgado, y díjole este coronista que parescía gallo desollado”.

Se sabe también que en algunos ambientes se le apodaba “el Magro”. Como personalidad, al talante cortesano, de maneras suaves y prudentes, parece que se añadía una psicología cerebral con afán de control y organización. De su talante minucioso, incluso escrupuloso, queda constancia en las disposiciones de su testamento.

Debió de padecer desde antes de 1529 una enfermedad intestinal de tipo infeccioso. A fines de 1531 se agudizó su dolencia, y el arzobispo se recluyó en su palacio de Alcalá de Henares. Allí fue visitado por Carlos V y la Emperatriz, en enero de 1534, unos pocos días antes de su fallecimiento. Éste se produjo por la conjunción de la enfermedad intestinal con una crisis de fiebres cuartanas. El 4 de febrero de 1534 murió Alonso de Fonseca III en el palacio episcopal de Alcalá de Henares, a los cincuenta y siete años de edad y a punto de cumplir cincuenta y ocho.

El testamento había sido otorgado en Alcalá el 23 de diciembre de 1531. Le agregó, posteriormente, dos codicilos, uno de 28 de enero de 1534 y otro de 4 de febrero del mismo año. Entre otras disposiciones, dejaba encargadas treinta mil misas por su alma, que se repartirían entre Salamanca, Toledo y Santiago; un legado de 2.000.000 de maravedís para obras, mandas y diversos objetos litúrgicos a la catedral de Santiago, y la misma cantidad para la construcción del colegio de Santiago Alfeo en Compostela, ratificándose en sus características de colegio-universidad; una dotación de 200.000 maravedís anuales y la renta de un juro de 400.000 para casar huérfanas en el arzobispado de Toledo, y fundación de diversos aniversarios, fiestas y misas perpetuas en la catedral primada; donaciones a la iglesia de los Santos Justo y Pastor de Alcalá, y disposiciones para redimir a sus vecinos del tributo real. Designó como heredero universal a su colegio de Santiago el Cebedeo de Salamanca, le donó todos sus libros y otorgó 1.000.000 de maravedís para la culminación de sus obras.

Asimismo, dispuso su enterramiento en la capilla del colegio salmantino, así como la ornamentación y organización litúrgica de dicha capilla. Realizó legados al monasterio de la Asunción o de las Úrsulas de Salamanca, con disposiciones para el túmulo y sepultura de su padre Fonseca II, y para la realización del retablo mayor y sillería del coro. Además de los legados a familiares diversos, se mencionan los referidos a su corte arzobispal: camarero, mayordomo, maestresala, administrador, consejeros, secretarios, confesor, pajes, mozos y criados, panadera, lavandera e, incluso, esclavos, a los que concede la libertad.

El cadáver del arzobispo fue trasladado desde Toledo, y ya estaba en Salamanca para el 16 de febrero de 1534. El lugar de enterramiento había sido cuidadosamente sopesado y, entre Toledo y Salamanca, aquel prelado renacentista se decidió por Salamanca: “Habrá mucha más fama y memoria que en Toledo, por razón que allí concurren estudiantes de toda España y de reynos extraños” (según anotación en cierto manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid sobre los arzobispos de Toledo, ms. 13020, fol. 216r., citado por Sendín Calabuig). Fue enterrado en una pequeña cripta a los pies de la actual capilla del colegio de Santiago el Cebedeo o del Arzobispo. Entre 1540 y 1549 se completaron las obras de la capilla con una cabecera y un crucero encomendados al arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón. En este crucero, y bajo el cimborrio, se situó la tumba definitiva, que parece que nunca llegó a contar con escultura yacente.

No obstante, hacia 1793 debieron de ser trasladados los restos a un arcosolio en el muro del brazo sur del crucero, con inscripción en honor del arzobispo que aún se conserva.

 

Obras de ~: Correspondencia con el Emperador, Biblioteca Nacional de Madrid, mss. 773, 1778 y 2690; Historia de linajes (perdida).

 

Bibl.: G. González Dávila, Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y cathedrales de los Reynos de las dos Castillas. Vidas de sus arzobispos y obispos y cosas memorables de sus sedes, Madrid, Francisco Martínez, 1645-1700, 4 vols.; P. de Rojas, Historia de la Imperial, Nobilísima, Ínclita y Esclarecida Ciudad de Toledo y de su Santa Iglesia. Vida de sus arzobispos, Madrid, 1654 y 1663, 2 vols.; J. Varela y Vasadre, Fiestas minervales y aclamación perpetua de las musas a la inmortal memoria de el Ilustríssimo y Excelentíssimo señor don Alonso de Fonseca el Grande, Santiago de Compostela, Universidad, 1993, 2 vols. (facs. de la edición de Santiago, Antonio Frayz, 1697); A. López Ferreiro, Historia de la Santa Iglesia de Santiago, VIII, Santiago, Seminario Conciliar, 1906, págs. 7-82; S. Cabeza de León y E. Fernández-Villamil, Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, vol. I, Santiago, Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos, 1945, págs. 11-71; J. Caamaño Bournacell, Notas para un estudio sobre la verdadera personalidad de doña María de Ulloa, madre del arzobispo de Santiago don Alonso de Fonseca III, La Coruña, Imprenta Sindical, 1950; E. Madruga Jiménez, Crónica del Colegio Mayor del Arzobispo de Salamanca. Discurso leído en la apertura del curso académico, 1953-1954, Salamanca, Universidad, 1953; A. Fraguas Fraguas, Historia del colegio de Fonseca [en Santiago], Santiago, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1956 (reed. con trad. al gallego, Santiago, Universidad e Instituto Padre Sarmiento, 1995); S. Portela Pazos, Galicia en tiempo de los Fonsecas, Madrid, CSIC, 1957; J. M. Pita Andrade, “Don Alonso de Fonseca y el arte del Renacimiento”, en Cuadernos de Estudios Gallegos (CEG) (Santiago de Compostela), 39 (1958), págs. 173-193; “La huella de Fonseca en Salamanca”, en CEG, 43 (1959), págs. 209-232; “Alonso Fonseca [III], párroco de Santa María, protector de las Artes”, y A. Odriozola, “El gran Alonso III de Fonseca. Iniciación a su mecenazgo literario y musical”, en El Museo de Pontevedra, XIV (1960), págs. 21-24 y págs. 25-35, respect.; M. Bataillon, Erasmo y España, México, Fondo de Cultura Económica, 1966; M. Fernández Álvarez, La España del Emperador Carlos V, Madrid, Espasa Calpe, 1966; L. Sala Balust, Constituciones, estatutos y ceremonias de los antiguos colegios seculares de la Universidad de Salamanca, vol. IV, Salamanca, Universidad, 1966, págs. 165- 314; A. Oride, “Fonseca, Alonso de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 949-950; A. Riesco Terrero, “El arzobispo Fonseca, bienhechor insigne de Santiago de Compostela”, en Letras de Deusto (Bilbao), 6 (1973), págs. 131-156; M. Sendín Calabuig, El Colegio Mayor del Arzobispo Fonseca en Salamanca, Salamanca, Universidad, 1977, págs. 28-65; P. G. Bietenholz (dir.), Contemporaries of Erasmus. A biographical register of the Renaissance and Reformation, vol. II, Toronto, University, 1985-1987, págs. 42 y ss.; VV. AA., Primados de Toledo, Toledo, Diputación y Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 1993; F. Checa Cremades, “Don Alonso III de Fonseca, arte e humanismo no renacemento español”, en Gallaecia Fulget (1495-1995). Cinco séculos de historia universitaria, Santiago de Compostela, Universidad, 1995, págs. 124-129; X. R. Barreiro Fernández (coord.), Historia da Universidade de Santiago de Compostela. I. Das orixes ó século xix, Santiago de Compostela, Universidad, 1998, págs. 55-77; M. Vázquez Bertomeu, “El libro memorial de pleitos del arzobispo Alonso de Fonseca III”, en Compostellanum (Santiago), 43 (1998), págs. 704-733 (número monográfico “En camino hacia la Gloria. Miscelánea en honor de Monseñor Eugenio Romero Pose); “El archivo de Alonso Fonseca III, arzobispo de Santiago”, en Estudios Mindonienses, 17 (2001), págs. 525- 573; A. Casaseca Casaseca, “La huella de los Fonseca en la ciudad de Salamanca”, en VV. AA., Erasmo en España. La recepción del humanismo en el primer Renacimiento español, Madrid, Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior, 2002, págs. 169-183; J. C. Vizuete Mendoza y F. Llamazares Rodríguez, Los arzobispos de Toledo y la Universidad española, Toledo, Universidad de Castilla-La Mancha, 2002.

 

Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Bezares

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