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José Felix Allende-Salazar Mazarredo

Biografía

Allende-Salazar Mazarredo, José Félix. Bilbao (Vizcaya), 21.II.1802 – Madrid, 25.I.1893. Militar y político progresista.

Nació en Bilbao en el seno de una de las familias más importantes de Vizcaya. Sus padres fueron Pedro Francisco de Allende-Salazar Ordoño de Rosales (1771-1839), quien en 1837 fue elegido senador por Vizcaya, y María Josefa de Mazarredo Gómez de la Torre, perteneciente a una familia de gran influencia en la milicia de los siglos xviii y xix.

Su padrino de bautismo fue José Domingo de Mazarredo y Gortázar, hermano de su abuelo, que en ese momento era teniente general de la Armada y que fue nombrado ministro de Marina el 7 de julio de 1808 por José I. Su hermana Josefa se casó en 1838 con su primo carnal Manuel Mazarredo y Mazarredo, que durante la década moderada desempeñó la cartera de Guerra en dos ocasiones (del 5 de diciembre de 1843 al 3 de mayo de 1844 y del 28 de marzo de 1847 al 31 de agosto de 1847) así como otros altos puestos militares. El 31 de julio de 1840, se casó con Rita de Gacitua, viuda de su hermano Eustaquio.

Su formación inicial la recibió en el Real Seminario de Vergara, entre el 18 de septiembre de 1814 y el 25 de julio de 1817, en donde ingresó junto con su hermano Eustaquio. En el mismo centro estudiaron cinco hermanos de su madre y algunos sobrinos suyos. El 28 de marzo de 1818 ingresó en la Academia de Cadetes, en la que “cursó con mediano aprovechamiento las materias de las tres primeras clases observando una regular conducta académica”, según testimonia el director del centro.

En el Trienio Liberal es ya patente su ideología liberal.

Durante los sucesos del 7 de julio de 1822, participa activamente en la derrota de la intentona absolutista, y se apodera de las armas de su unidad para facilitar el triunfo liberal. Su actuación en dichas jornadas le hizo merecedor de la distinción concedida por los sucesos del 7 de julio de 1822. Finalizado el motín, abandonó el Regimiento de Reales Guardias Españolas para integrarse en el Batallón de Leales Constitucionales.

A continuación pasó a Aragón para combatir las partidas realistas y posteriormente participó en la lucha contra las tropas francesas que invadieron España en 1823; la actividad desplegada le valió al ascenso a subteniente de infantería el 31 de julio de 1823. Tras ser capturado en las cercanías de Cádiz, fue enviado al depósito de Almagro y en octubre de 1823 pasó a la situación de ilimitado.

En 1826, su padre solicitó al Rey que fuese admitido a purificación. Dos años más tarde, Fernando VII se negaba a acceder a su solicitud de destino en el Ejército.

Es evidente que a pesar de haber sido purificado, el papel político desempeñado durante el Trienio le cortaba el camino de su reincorporación. Ésta se produjo a principios de 1833, el 4 de marzo de 1833, en el marco de las destituciones de elementos contrarios a la sucesión isabelina efectuadas como consecuencia de los sucesos de La Granja.

Una vez incorporado al Ejército, su traslado a puestos de confianza fue bastante rápido. En junio de 1833 se le ascendía a alférez con destino en la prestigiosa Guardia Real. Resulta, sin embargo, curiosa su solicitud de retiro firmada el 24 de agosto de 1833, motivada quizá por la evolución de los acontecimientos políticos, escrito que parece sorprendente si se tienen en cuenta las expresiones (“los deseos que siempre he tenido de sacrificar mi vida por SS. MM. y augustas hijas”) contenidas en el texto en el que agradecía su promoción a alférez. El contenido político de su petición de retiro queda evidenciado al presentar su padre un escrito retirando dicha demanda el 11 de enero de 1834.

A pesar de su solicitud, el 8 de octubre de 1833 salió hacia el norte de España a combatir la sublevación carlista, contra la que luchará hasta su finalización. A lo largo de la guerra intervino en numerosas batallas, entre las que cabe destacar el primer sitio de Bilbao.

Aun cuando participó en numerosas acciones y fue herido en dos ocasiones su nombramiento de teniente no tuvo lugar hasta el 20 de abril de 1835 y el de capitán hasta el 21 de marzo de 1837. A partir de este momento su progresión fue bastante rápida: comandante (1 de junio de 1837), teniente coronel (27 de abril de 1838) y coronel (3 de junio de 1838). Si se observan sus ascensos, se puede ver que van unidos a la preponderancia político-militar de Baldomero Espartero, de quien era ayudante de campo desde 1834, fecha en que fue nombrado comandante militar de Vizcaya. Durante los años 1837 y 1838 Espartero le confió “comisiones reservadas y de alto interés para la Justa causa de S. M.”. Posteriormente se le confió el mando del Regimiento de Almansa, y en marzo de 1839 pasó de servicio a Madrid.

Es indudable que en este período se produjo un distanciamiento respecto a su antiguo superior, pues en marzo de 1840 solicitó la excedencia, alegando motivos de salud. Durante la Regencia de Espartero permaneció en Bilbao, sin ocuparse de cuestiones políticas.

La relación de Allende-Salazar con Espartero, atravesó por épocas de distanciamiento, que coincidieron con las situaciones en que Espartero se encontraba en sus momentos de máximo poder.

A pesar de su nítida identificación progresista, su ascenso al generalato vino de manos de un Gobierno moderado. Parecería inexplicable dicho suceso si no se tuvieran en cuenta dos acontecimientos: su distanciamiento de las autoridades de la Regencia esparterista y que el ministro de la Guerra, además de paisano y pariente, estaba casado con su hermana Josefa.

Resulta curioso además el razonamiento del ascenso: “en recompensa de los brillantes servicios que ha prestado a la causa del trono legítimo y de las instituciones en cuya defensa perdió también dos hermanos en el glorioso sitio de Bilbao del año de 1836”. Se trataba de Eustaquio, tercer alcalde de Bilbao en 1836 y capitán primer ayudante de la Plana Mayor de la Milicia Nacional, que falleció en la batería de Mallona el 27 de octubre de 1836; y del menor de los hermanos, Leonardo, también miliciano, fallecido en la defensa del convento de San Agustín el 27 de noviembre de 1836. De esta forma se justificó su nombramiento de brigadier el 25 de febrero de 1844.

Durante la década moderada permaneció en Bilbao, lugar en el que se le había señalado “su cuartel”. A través de su expediente militar se puede conocer los viajes que realizó a tomar baños en Francia para reponer su salud y a diversos lugares de España para atender sus intereses.

En 1853 hace su primera aparición en la lucha política, al presentarse a las elecciones para representar a Bilbao en el Congreso de los Diputados. En tal ocasión venció a Joaquín Barroeta-Aldamar. Su programa político se centró en la explicación de su opinión en torno a tres temas: los deberes de un diputado, su adscripción política y el problema foral. En la primera cuestión señalaba que un diputado debía actuar de acuerdo con su conciencia y el bien público sin convertirse en defensor de intereses particulares. La cuestión ocupaba la mayor parte de su programa político. En su opinión el planteamiento foral se debería estudiar en el marco fijado por el Convenio de Vergara; el mantenimiento del sistema fiscal, generador de riqueza, frente a la situación castellana; y los servicios prestados por Bilbao durante la Guerra de los Siete Años. Junto a estos aspectos fundamentales indicaba la necesidad de encauzar adecuadamente la cuestión de los ferrocarriles, uno de los elementos fundamentales de las tensiones que acabarían agudizando la situación hasta acabar en la revolución de 1854.

Su paso por las Cortes fue extremadamente fugaz.

Juró su cargo el 18 de marzo de 1853, no hay constancia de su presencia en la única votación registrada en la siguiente sesión, y el 29 de marzo, las Cortes le concedieron permiso “dos meses de licencia para ausentarse de esta corte con el fin de evacuar asuntos urgentes de familia”. Un decreto del Gobierno cerró el Parlamento unos días más tarde, el 9 de abril de 1853. Su experiencia fue descorazonadora, hasta el punto que, como señaló posteriormente, “me marché la vez pasada sin ánimo de volver al Congreso”.

A pesar de esta promesa se reincorporó a las Cortes en el siguiente período de sesiones (del 19 de noviembre al 10 de diciembre de 1853), al objeto de estar presente en los debates sobre el tema ferroviario. No hay testimonio alguno de su presencia en las sesiones salvo en la celebrada el 10 de diciembre cuando Sartorius leyó el decreto de suspensión de las sesiones de las Cortes. Antes de que el presidente del Consejo de Ministros leyera dicho texto, Allende-Salazar se levantó para protestar contra la falta de libertades. Al día siguiente presentaba su renuncia al escaño.

El Bienio Progresista fue el momento culminante de su carrera política. Reaparece junto a Espartero en la sublevación de Zaragoza, en julio de 1854. El general manchego le encomendó la misión de trasladarse a Madrid a fin de señalar a Isabel II las condiciones exigidas por los sublevados para deponer su actitud. No se conocen las propuestas, pero hay una versión del propio interesado sobre la forma en que se realizó la entrevista: “Lo que hice, sí, fue usar un lenguaje severo, muy severo; no tengo inconveniente en decirlo. Usé el lenguaje de la verdad; usé el lenguaje que rara vez se dice en los palacios, y cuando se dice, es con formas, sin las cuales podrá parecer a algunos poco respetuoso”.

Uno de los primeros actos de Espartero fue ascenderle a mariscal de campo el 29 de julio de 1854, nombrarle ministro de Marina (ocupó el cargo del 30 de julio al 8 de diciembre de 1854) y encargarle interinamente de la cartera de Fomento hasta la llegada de su titular (del 30 de julio al 5 de octubre de 1854). Al parecer, Espartero quiso encomendarle la cartera de Guerra, que debió entregarla finalmente a O’Donnell. Es evidente que se trataba de un nombramiento con carácter político, como se puede ver en su actividad como consejero del conde de Luchana. Su actuación se centró fundamentalmente en remover de sus puestos a los más significados colaboradores de los gobiernos anteriores. Parece necesario atribuir su dimisión del ministerio a divergencias con Espartero, aunque una vez más ocultadas como problemas de salud (“Impidiéndome el mal estado de mi vista, en la cual padezco una grave enfermedad [...]”).

Si su responsabilidad ministerial no tuvo gran relevancia, los acontecimientos que rodearon a su elección como diputado por Vizcaya, hicieron correr ríos de tinta. Allende-Salazar figuraba en la propuesta de todos los distritos de la provincia, y resultó elegido por mayoría absoluta en la primera vuelta. Para agradecer el apoyo de los electores publicó un manifiesto el 19 de octubre de 1854, en el que planteaba su visión de los fueros en términos muy similares a los de 1853, es decir, el respeto del Convenio de Vergara.

Pero junto a ello, había diversos párrafos que podían ser interpretados como una actitud indiferente hacia la Monarquía: “[...] que en el solio de Castilla se siente uno u otro monarca, que España se dé una u otra forma de gobierno, permaneced tranquilos; no empuñéis las armas en pro ni en contra de ninguna bandería ni de ningún príncipe, respetad lo que mane del gobierno constituido en España, cualquiera que sea, pero que, a su vez, respete también éste vuestros antiguos usos y costumbres”.

Si gran parte de la prensa madrileña criticó el fondo, la forma o la oportunidad del mensaje, la reacción en Vizcaya fue muy diferente. Las Juntas Generales de Vizcaya le nombraban por aclamación Padre de provincia el 2 de noviembre de 1854. Quizá por todo ello, se vio obligado a hacer una declaración en las Cortes sobre su ideario político el día 16 de noviembre de 1854: “Tengo, señores, la convicción más profunda de que en España no puede haber más Gobierno que el monárquico. No busco popularidad; la desprecio en su mal sentido, así como en su buen sentido la aprecio mucho. Creo que la República en España puede bullir en algunas cabezas sólo como teoría, y no como cosa práctica. Lo digo aquí muy alto.

No soy republicano, sin que por esto me asuste la República. Si hubiera nacido en los Estados Unidos, sería republicano y republicano de corazón; pero habiendo nacido en España soy monárquico [...]”.

El 19 de diciembre de 1854 Allende regresaba temporalmente a Bilbao, de donde salía en febrero de 1856 para incorporarse a las tareas parlamentarias. En marzo fue elegido líder de los progresistas puros que trataban de contrarrestar la actuación de O’Donnell que, en su opinión, había logrado neutralizar las propuestas progresistas surgidas de la revolución de 1854.

La defensa de sus principios le llevó a una nueva ruptura con Espartero. El 6 de junio de 1856, Allende- Salazar votaba contra el gobierno que deseaba impedir que los partidos políticos adoptasen una organización permanente, y no meramente electoral.

Tras la disolución de las Cortes, pasó a residir en Bilbao. Un nuevo acontecimiento revolucionario le hizo salir del anonimato en que permanecía. Durante los sucesos de 1868, la Diputación de Vizcaya nombró una comisión integrada por tres Padres de Provincia (José Allende-Salazar, su sobrino Julián Basabe Allende-Salazar, y Manuel de Urrutia y Beltrán) encargada de viajar a Madrid para legitimar la situación de Vizcaya en donde la Diputación se había convertido en Junta Revolucionaria y tratar de garantizar la permanencia del sistema foral. El 12 de octubre de 1868 era ascendido a teniente general “atendiendo a los distinguidos servicios prestados a la causa del alzamiento nacional”, aun cuando él señalase que no había tomado parte en la sublevación de septiembre.

Sin duda alguna la amistad con el general Prim, necesitado de colaboradores afines a sus planteamientos, le posibilitaba este nuevo ascenso y el nombramiento, dos días más tarde, para desempeñar la Capitanía General de las Provincias Vascongadas.

Desde este puesto intentó que no se utilizara la bandera del fuerismo para provocar un nuevo levantamiento carlista. A través de diversas alocuciones trató de recordar los daños que podría ocasionar una nueva guerra, y añadía algo que resultaría profético: “No siempre podréis celebrar un convenio de Vergara: acontecimientos como aquél no se repiten”. En 1870 se ocupó en el aplastamiento de la sublevación carlista, que había tratado de evitar que se produjese.

Un año más tarde, el 29 de julio de 1871, presentaba su dimisión como protesta de las tensiones existentes entre los hombres del 68: “Hoy rota la conciliación de los hombres que tomaron parte en aquellos sucesos, que cambiaron la faz de España, y de los que reconociendo los hechos consumados les han prestado su apoyo, adquiriendo iguales compromisos que los iniciadores de la Revolución”. En una intervención en el Senado el 21 de octubre de 1872 se quejaba de que el Gobierno le hubiese tenido “tan abandonado”, durante el ejercicio de su Capitanía General.

Nuevamente su oposición a la escisión le lleva a desear distanciarse de la política. Sin embargo, el ministro de la Guerra se negó a aceptar su dimisión porque “los militares que por sus buenos servicios han llegado a la elevada jerarquía de que V.E. se halla investido no tienen derecho de privar a su Patria de los que aún pueden prestarle”. Incluso dos meses más tarde le ofrecía el mando militar de Castilla la Nueva.

Comenzada una nueva sublevación carlista, Allende dimitió porque “no se le autorizó a usar de los medios que tan feliz resultado habían dado”. Si bien se aceptó su dimisión el 9 de mayo de 1872, se le nombró inmediatamente ingeniero general del Ejército el 19 de junio de 1872. El 5 de noviembre de ese mismo año fue nombrado vocal nato de la Junta Central de Madrid encargada de preparar la Exposición General Española de la Industria y de las Artes programada para mayo de 1875. Tras la proclamación de la República, dimitió de sus cargos, porque consideraba que no tenía la confianza de las nuevas autoridades (26 de abril de 1873). A partir de ese momento pasó a residir en Madrid, en donde falleció el 25 de enero de 1893. Fue elegido diputado por Vizcaya en 1853 y 1854. Regresó al Parlamento como senador por Guadalajara en 1872.

Estaba en posesión de las condecoraciones siguientes: medalla de las jornadas de julio de 1822; Cruz de San Fernando de 1.ª clase (por la acción de Guernica del 17 al 21 de febrero de 1834) y la de 2.ª clase (acción de Alsasua el 22 de abril de 1834); medalla del sitio de Bilbao en 1835; Cruz de San Fernando de 1.ª clase (Medianas y Bortedo, 30-31 de enero de 1838); medalla de distinción por la toma del castillo de Ulizarra (19-22 de junio de 1838); Comendador de la Real Orden Americana de Isabel la Católica (1838); Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo (22 de febrero de 1845); Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo (28 de junio de 1858).

En 1860 y en 1875 figuraba entre los cincuenta mayores pudientes de Vizcaya.

 

Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los Diputados, General, leg. 77, exp. 77; Archivo General Militar (Segovia), Sección 1.ª A-1545; Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Personal, leg. 8, exp. 204; Archivo de Presidencia del Gobierno, Ministros, leg. 3, exp. 22; Museo Naval, Colección Mazarredo, vol. XXIII, ms. 2353, fols. 25-30.

J. R. Urquijo Goitia, “1854: Revolución y elecciones en Vizcaya”, en Hispania, vol. XLII, n.º 152 (1982), págs. 565- 606; VV. AA., Diccionario biográfico de los Parlamentarios de Vasconia (1808-1876), Vitoria-Gasteiz, Eusko Legebiltzarra- Parlamento Vasco, 1993; J. R. Urquijo Goitia, “Las contradicciones políticas del Bienio Progresista”, en Hispania, vol. LVII, n.º 195 (1997), págs. 267-302; V. Herrero Mediavilla (ed.), Archivo Biográfico de España, Portugal e Iberoamérica, München, K. G. Saur, 2002; I. Burdiel, Isabel II. No se puede reinar inocentemente, Madrid, Espasa Calpe, 2004.

 

José Ramón Urquijo Goitia

 

 

 

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