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Francisco Franco Bahamonde

Biografía

Franco Bahamonde, Francisco. Ferrol (La Coruña), 4.XII.1892—Madrid, 20.XI.1975. Jefe del Estado y dictador.

Nació en una familia de marinos de clase media: su padre, Nicolás Franco, era capitán de la Armada y sirvió en intendencia; su madre, María del Pilar Bahamonde, procedía también de una familia de marinos.

Formado en la Academia Militar de Toledo (1907-1910), Franco permaneció en Marruecos de 1912 a 1926, salvo por alguna interrupción, y ascendió vertiginosamente por méritos de guerra. En 1923, llegó a la jefatura de la Legión. En 1926, con 33 años, era ya general. Dos años después, se le nombró director de la Academia General Militar de Zaragoza. Bajo la Segunda República (1931-1936), que Franco recibió con profunda desconfianza y considerables reservas, ascendió a general de división en 1934, fue comandante en jefe del Ejército de Marruecos y jefe del Estado Mayor Central. En julio de 1936 –cuando se puso al frente del movimiento militar contra la República– era comandante militar de Canarias.

Franco fue básicamente un militar, un “africanista”; un militar convencido de que el Ejército era la “columna vertebral” de la patria, que pensaba que el liberalismo y los partidos habían sido responsables de la decadencia de la España contemporánea, que en 1923 recibió con satisfacción la dictadura de Primo de Rivera y que, aunque sirvió bajo ella, identificaba la Segunda República con anarquía, división nacional, humillaciones al Ejército e infiltración comunista.

Cuando en 1936 asumió, como Generalísimo, el mando militar de las fuerzas sublevadas, Franco tenía 43 años y era sin duda uno de los militares más prestigiosos del Ejército. Definían ya su carácter rasgos que serían permanentes: era frío, distante, reservado, desconfiado, cauteloso. Escasamente carismático, a Samuel Hoare, embajador británico en Madrid en 1940, Franco le pareció una personalidad anodina; “sólo los ojos –diría en 1948 don Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII y titular de los derechos al trono de España–revelan vida y astucia”. Poseía, en cambio, una gran capacidad de autodominio.

Aunque demoró su decisión, Franco encabezó en julio de 1936 el levantamiento militar preparado desde febrero contra la República española. No fue, como Hitler o Mussolini, el líder de un partido o movimiento de masas. Franco fue elevado, en octubre de 1936, a la doble jefatura del Estado y del gobierno de la España “nacional” por el acuerdo de sólo nueve generales y dos coroneles. En la guerra civil, Franco fue un estratega prudente y conservador, muy poco proclive al tipo de guerra mecanizada y rápida diseñada por el pensamiento militar más moderno. Su mayor acierto: llevar en marzo de 1937 la guerra al Norte. Sus errores: frentes mal dispuestos (las contraofensivas republicanas en Brunete y Belchite en 1937 rompieron las líneas nacionales aunque Franco pudiera finalmente restablecer la situación), penetración en 1938 hacia Valencia por el Maestrazgo, obstinación en guerra frontal en la batalla del Ebro, ya en julio-noviembre de 1938 (que a cambio, desgastó definitivamente al Ejército Popular). Ganó por la fuerte unidad militar y política de la España nacional, por la alta moral de sus tropas, por la calidad y oportunidad del apoyo alemán e italiano y por los propios errores de la República.

Anticomunista y conservador, progresivamente religioso (algo que no había sido en su juventud) y cada vez más obsesionado por la masonería, Franco pensaba en 1936 en una dictadura militar más o menos larga basada en su jefatura personal, en un régimen autoritario y unitario, sin autonomías regionales ni partidos políticos ni sindicatos de clase, en un régimen militar, "español y católico". Con su victoria en la guerra civil (1 de abril de 1939) –300.000-320.000 muertos en frentes y retaguardias–, logró lo que se había propuesto: liquidar la República, implantar un orden político nuevo. Basado en las ideas fascistas de Falange Española, en el pensamiento de la Iglesia y en los principios de orden, autoridad y unidad de los militares, el estado franquista fue una dictadura, un régimen de mando personal como en 1959 dijo Franco, que siempre consideró su jefatura como permanente y su magistratura como vitalicia: un régimen totalitario y filo-fascista y alineado con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini entre 1939 y 1945; católico y anticomunista desde 1945-1950 al hilo de la Guerra Fría; tecnocrático y desarrollista desde 1957-1960.

Casado en 1923 con Carmen Polo Martínez Valdés, una mujer de familia acomodada de Oviedo, desde octubre de 1939 Franco fijó su residencia en el palacio de El Pardo, cerca de Madrid (donde utilizaba unas pocas habitaciones decoradas con mesura, y contaba con dos despachos de trabajo: uno para recepciones, el otro como sede del consejo de ministros). En verano, alternaba entre San Sebastián y el pazo que en Meirás, cerca de La Coruña, le regaló el Ayuntamiento en 1938 (Franco adquirió, además, una finca en Navalcarnero y otra, “El canto del pico”, en Torrelodones). Su vida privada se caracterizó por una conducta metódica (no fumaba ni bebía ni era exigente en sus comidas), carencia de preocupaciones intelectuales –su conversación favorita eran los recuerdos de África y de la guerra civil–, gustos privados propios de la clase media militar de la que procedía, afición por la caza y la pesca que practicaba en sus vacaciones y fines de semana, círculo de amistades muy reducido. De sus tres hermanos –Nicolás, oficial de marina y diplomático; Pilar, casada con el militar Alfonso Jaráiz; y Ramón–, el más joven, Ramón, aviador, personalidad alocada e imprevisible, y uno de los protagonistas en 1926 del vuelo del Plus Ultra, la travesía del Atlántico sur y una de las grandes hazañas de la aviación española, murió en accidente aéreo en octubre de 1938. Su padre, con el que Franco no tuvo relación alguna desde que aquel abandonara el hogar familiar, falleció en 1942. Su única hija, Carmen, se casó en 1950 con el médico y aristócrata Cristóbal Martínez Bordiú. Franco tuvo siete nietos, nacidos entre 1951 y 1964: las Cortes invirtieron los apellidos de uno de ellos, Francisco, para así perpetuar el nombre y los apellidos del dictador, del Caudillo.

 Su estilo de gobierno combinó siempre la suntuosidad protocolaria propia de una casa real con el estilo caudillista de gobierno característicos de los sistemas totalitarios. Su actividad oficial la ocupaban las audiencias civiles y militares, y los despachos con sus ministros: la propaganda oficial le rodeó durante cuarenta años de un abusivo culto a la personalidad (César visionario, militar invicto, Caudillo de España, centinela de Occidente…). Franco rechazó pronto la idea de restauración de la Monarquía; habló de instaurar un nuevo tipo de régimen, y aceptó, como fundamento de éste, la integración en un movimiento político unificado de las fuerzas que se habían sumado al 18 de julio. La unificación (abril de 1937) configuró, en efecto, el franquismo: una amalgama de ideas totalitarias y corporativistas y concepciones conservadoras y católicas; un régimen de poder personal, autoritario, represivo, que se definió desde 1958 como una monarquía católica, social y representativa, y a veces como una democracia orgánica, y cuya legitimidad se basó siempre en la apelación a la victoria en la guerra civil. Franco creyó siempre en su régimen y en el golpe del 18 de julio. Detestó los partidos políticos. Pensó hasta el final de sus días que España necesitaba unidad, orden y estabilidad. Atribuía pluralismo y conflictividad a la subversión, y el rechazo internacional de su régimen, a la acción del comunismo y de la masonería.

Alineada con la Europa de Hitler –España no entró en la II Guerra Mundial pero mandó la División Azul a Rusia en 1941–, España vio desde 1939 la creación de un Estado nacional-sindicalista, la oficialización de los rituales fascistas de la Falange, la recatolización de España (derogación del divorcio, retorno de los jesuitas, penalización del aborto, censura eclesiástica), la afirmación del Movimiento como partido único y la adopción de políticas económicas basadas en la autarquía y el control estatal. Franco, que usó numerosos gobiernos a lo largo de la dictadura, retuvo siempre todo el poder: las jefaturas del Estado y del gobierno (que sólo separó en 1973), la jefatura del Movimiento, la capacidad legislativa, el mando de las Fuerzas Armadas. Las Cortes, creadas en 1942, fueron concebidas como un órgano de colaboración, no de control del gobierno. Eran designadas, no elegidas: carecían de funciones legislativas. Unas 40.000 personas fueron ejecutadas entre 1939 y 1945. La dictadura prohibió partidos políticos, movimientos nacionalistas, sindicatos, huelgas y manifestaciones y controló, a través de la censura y las consignas, la prensa y la radio. Los pequeños focos guerrilleros que habían quedado de la guerra –en los montes de León, en Teruel, en Galicia, en Cantabria, en Asturias…– sólo pudieron provocar alguna acción menor y esporádica, y fueron pronto diezmados por la represión. Franco cortó con firmeza los brotes de descontento monárquico que se produjeron a partir de 1943 en el interior del propio régimen protagonizados por políticos y militares que creyeron llegado el momento de la restauración de la monarquía en don Juan de Borbón que, exiliado, se posicionó desde aquel año contra Franco, y reclamó en varios resonantes manifiestos el restablecimiento de la monarquía como vía hacia la reconciliación de los españoles. La invasión guerrillera por el valle de Arán preparada por los comunistas en el otoño de 1944 no consiguió sus objetivos y fue abandonada en 1948: la guerrilla sufrió en torno a 4.500 bajas; la Guardia Civil, unas 500.

Régimen autárquico y nacionalista, el régimen franquista creó un fuerte sector público. Estatalizó ferrocarriles, minas, teléfonos, distribución de gasolina y transporte aéreo. Para impulsar la industrialización, en 1941 creó el Instituto Nacional de Industria, que entre 1941 y 1957 construyó fábricas y empresas de aluminio y nitratos, industrias químicas, astilleros, grandes siderurgias, refinerías y fábricas de camiones y automóviles. El régimen impulsó las obras públicas (pantanos, centrales térmicas). Controló precios y salarios, y el comercio exterior. Integró desde 1940 a trabajadores y empresarios en la Organización Sindical, los sindicatos “verticales” del Estado; y creó un modesto sistema de seguros sociales de tipo asistencial y paternalista. El coste que todo ello supuso para España fue, sin embargo, muy elevado. La autarquía tuvo costes desmesurados y se hizo a costa de un proceso inflacionario alto. La política agraria del primer franquismo fue un fracaso. Los años 1939-1942 fueron años de hambre. La reconstrucción de lo destruido durante la guerra fue sólo aceptable. La producción no alcanzó el nivel de 1936 hasta 1951. Pese a que desde 1951 la liberalización del comercio exterior y de los precios mejoró sensiblemente los resultados económicos, en 1960 España era uno de los países más pobres de Europa.

La derrota del Eje nazi-fascista en la guerra mundial dejó además al país en una situación dificilísima. La ONU rechazó (junio de 1945) la admisión de España. Francia cerró la frontera. El 12 de diciembre de 1946, la Asamblea de la ONU votó una declaración de condena del régimen español y recomendó la ruptura de relaciones con el mismo, resolución que la comunidad internacional, con pocas excepciones (Argentina, Portugal), comenzó a cumplir de inmediato. El régimen de Franco, que ante la resolución de la ONU movilizó al país en su apoyo, sobrevivió, con todo, a las dificultades que sus políticas habían provocado. Desde 1945, Franco hizo cambios que dieron a su régimen una fachada más aceptable. Promulgó el Fuero de los Españoles y la Ley de Referéndum, aprobó una amnistía parcial, suprimió el saludo fascista y evacuó Tánger, que había ocupado en 1940. La ley de Sucesión (26 de julio de 1947), aprobada en referéndum, definió a España como Reino y como un Estado “católico, social y representativo”, e inició un lento proceso, nunca completo, de desfalangización e institucionalización del sistema, que continuó con la ley del Movimiento (1958) –que hacía de éste una comunión de “familias” del régimen–, la ley Orgánica del Estado (1967) y el nombramiento en 1969 del príncipe Juan Carlos de Borbón, hijo de don Juan y nieto de Alfonso XIII, como su futuro sucesor. La política exterior –ayuda del Vaticano, pacto “ibérico” con Portugal, Hispanidad, amistad con los países árabes– buscó ahora, 1945-1957, la homologación internacional. La Guerra Fría, que revalorizó al régimen de Franco ante los Estados Unidos y propició la aproximación hispano-norteamericana, fue, con todo, el hecho esencial: por los acuerdos de septiembre de 1953, España cedió a Estados Unidos bases militares en Torrejón, Zaragoza, Morón y Rota; Estados Unidos concedió a España una sustanciosa ayuda económica (en torno a 1.000 millones de dólares). El 15 de diciembre de 1955, la ONU aprobó el ingreso de España.

La España de Franco fue, pues, desde 1955 una nación reconocida por la comunidad internacional. Pero nunca tuvo legitimidad democrática. Conflictos como la huelga que se produjo en la ría de Bilbao en mayo de 1947 o el boicot a los transportes en Barcelona en marzo de 1951 fueron hechos ocasionales y esporádicos que probablemente no llegaron a inquietar al régimen y de los que, por la censura informativa, la mayoría del país no tuvo conocimiento. En 1956-1958, en cambio, el régimen se vio abiertamente desafiado por los graves incidentes provocados en Madrid en febrero de 1956 por los estudiantes de la Universidad –manifestaciones de protesta contra el régimen, choques violentos entre falangistas y estudiantes antifranquistas–, y por los paros y protestas contra la carestía de la vida que se produjeron en los años señalados en distintos puntos del país (Asturias, País Vasco, Cataluña, Madrid…). En abril de 1956, España daba precipitadamente la independencia al Marruecos español, forzada por la decisión de Francia de retirarse del Marruecos francés. En octubre, inflación, déficit exterior y pérdida masiva de reservas de divisas extranjeras crearon la situación de crisis económica más grave desde el fin de la guerra. Franco y su régimen superaron pese a todo la crisis. La huelga general que el Partido Comunista convocó desde la clandestinidad para el 8 de junio de 1959 fue un total fracaso.

España cambió en la década de 1960. La clave del cambio –operación que Franco aceptó pero que en modo alguno concibió– fue el Plan de Estabilización de julio de 1959 elaborado por un equipo de jóvenes economistas al servicio de la Presidencia del Gobierno, un modelo ortodoxo de estabilización –devaluación de la peseta, reducción de la circulación fiduciaria, elevación de los tipos de interés, liberalización de importaciones, congelación del gasto público, créditos extranjeros–, y una apuesta por la liberalización de la economía que rectificaba todo lo que el régimen había hecho desde 1939. Estabilización y liberalización provocaron, en efecto, el despegue económico. Los años del desarrollo (1960-1973), pilotados por gobiernos con fuerte presencia de ministros del Opus Dei, hicieron de España un país industrial y urbano. Grandes migraciones transformaron su estructura demográfica: cuatro millones de personas dejaron las zonas rurales entre 1960 y 1970, de las que casi la mitad emigraron a Europa. El turismo (seis millones de turistas en 1960; 30 millones en 1975) cambió la economía de muchas zonas costeras. La producción y uso de automóviles y electrodomésticos crecieron de forma espectacular. Aun con periodos de avances y retrocesos, y repuntes inflacionarios, entre 1961 y 1964 la economía española creció a una media anual del 8,7%, y del 5,6% entre 1966 y 1971. En 1970, el 75% de la población laboral trabajaba ya en la industria y los servicios, y sólo el 25% lo hacía en la agricultura. En 1975, en torno al 75% de la población (33,7 millones en 1970) vivía en ciudades de más de 10.000 habitantes.

El “milagro español” tuvo graves contrapartidas: estancamiento de la agricultura, fuertes desequilibrios regionales (pese a la creación de “polos” de desarrollo regional), elevado éxodo rural, sector público ineficiente y deficitario, graves insuficiencias de tipo asistencial (a pesar de la creación de la Seguridad Social en 1964), excesos urbanísticos en las zonas turísticas y en las grandes ciudades, hacinamiento de la población industrial (en Madrid, Barcelona, Bilbao…). Pero España había superado la barrera del subdesarrollo. La renta per cápita que en 1960 era de 300 dólares, llegaba en 1975 a 2.486 dólares. Franco había podido celebrar así en 1964 en medio de una propaganda inundatoria los XXV años de paz de su régimen.

España pasaría, sin embargo, del conformismo al conflicto en la década de 1960. En junio de 1962 se reunieron en Múnich representantes de la oposición del interior y del exterior para denunciar ante la recién creada Comunidad Europea el carácter antidemocrático del franquismo (que reaccionó suspendiendo las garantías legales, deteniendo y desterrando a los participantes y desatando una injuriante campaña de prensa contra ellos). En 1963, fue ejecutado, entre grandes protestas internacionales, el dirigente comunista Julián Grimau, detenido en una redada policial. La agitación –en demanda de derechos democráticos— en las universidades españolas rebrotó a partir de 1964 y se hizo endémica prácticamente hasta el final del régimen. La nueva ley de Convenios Colectivos que el régimen aprobó en 1958, en razón de la liberalización económica desde entonces en marcha, movilizó a los trabajadores en demanda de libertades sindicales y del derecho de negociación, movilización que propició la aparición de nuevos sindicatos clandestinos de oposición (como Comisiones Obreras, organización cercana al Partido Comunista). Aunque la huelga estuvo siempre prohibida, hubo ya 777 huelgas en 1963 y 1.595 en 1970. Reapareció el descontento regional. Pequeños incidentes y gestos en Cataluña, donde lengua y cultura habían preservado los sentimientos de identidad catalana: campaña en 1960 contra una visita de Franco, expulsión de España del abad de Montserrat Aureli Escarré en 1965 por unas declaraciones contra el régimen en un periódico francés, “marcha contra la tortura” de un centenar de sacerdotes en Barcelona en 1966, creación en la clandestinidad en 1971 de una Asamblea de Catalunya como organismo unitario de lucha contra el régimen. Ruptura en el País Vasco: la aparición en 1959 de ETA, organización independentista y marxistizante que desde 1968 recurrió al terrorismo como forma de lucha armada por la liberación nacional vasca, rompió la paz de Franco: 47 personas, entre ellas el entonces Presidente del gobierno y principal colaborador de Franco almirante Carrero Blanco, murieron víctimas de acciones de ETA entre 1968 y 1975; 27 etarras murieron en enfrentamientos con la policía; 16 miembros de la organización, entre ellos dos sacerdotes, fueron procesados en 1970 en Burgos, y algunos condenados a muerte (aunque indultados), en medio nuevamente de amplias protestas internacionales y de huelgas y desórdenes en la propia España. La Iglesia, en cuyo interior habían ido germinando disidencias y protestas, fue por último divorciándose del régimen sobre todo desde el Concilio Vaticano II (1964) y al hilo de la renovación de la jerarquía episcopal española que culminó con el nombramiento como arzobispo de Madrid (1969) y presidente de la Asamblea Episcopal de monseñor Vicente Enrique y Tarancón, un hombre muy próximo al papa Pablo VI y decidido partidario de la ruptura de la Iglesia con el franquismo. Los obispos vascos pidieron clemencia para los procesados en el juicio de Burgos de 1970. En 1971, la Asamblea Episcopal perdió perdón por la parcialidad con que la Iglesia había actuado durante la guerra civil.

España, una sociedad en vías de modernización; el franquismo, un régimen político autoritario y de poder personal. La contradicción era manifiesta. Escindido entre “aperturismo” e “inmovilismo”, el franquismo, cuyo hombre fuerte entre 1969 y 1973 fue el almirante Carrero Blanco, entró en crisis a partir de 1969. El crecimiento económico siguió a un muy fuerte ritmo en los años 1970-1975. España firmó un Acuerdo Preferencial con la Comunidad Europea en 1970 y estableció, después, relaciones diplomáticas incluso con países comunistas (Alemania del este, China). Pero el continuismo institucional del régimen –el proyecto de Franco— era ya sumamente problemático: la naturaleza del régimen debilitaba su propia autoridad política y moral ante los conflictos; amenazaba su propia estabilidad. Desde 1970 las huelgas se extendieron por toda España: cerca de 2.000 en 1974; más de ochocientas en 1975. ETA asesinó el 20 de diciembre de 1973 en el centro de Madrid, en un atentado espectacular, al propio presidente del gobierno, el almirante Carrero Blanco.

La apertura prometida en febrero de 1974 por el último gobierno del franquismo, encabezado por Arias Navarro (1974-1975), promesa que galvanizó la política del país, fue un fracaso: no hubo democratización del régimen, no hubo legalización de “asociaciones” políticas como paso hacia un régimen de partidos. En marzo de 1974, fue ejecutado un joven anarquista acusado de terrorismo, Salvador Puig Antich. Una bomba de ETA Madrid mató, en Madrid, en septiembre de 1974, a once personas. El 27 de septiembre de 1975 fueron ejecutados, en medio de la indignación internacional, dos militantes de ETA y tres del FRAP, un grupo de extrema izquierda aparecido en 1973 que había atentado contra varios policías. Con un Caudillo ya anciano y debilitado por el Parkinson y sobre cuyas decisiones influían ahora, a veces decisivamente, las personas de su entorno familiar, fue muy dudoso, ya desde 1969, que el régimen fuese capaz de garantizar su propia continuidad institucional. En 1975, España abandonó precipitadamente el Sahara occidental (cediéndolo, contraviniendo sus compromisos, a Marruecos y Mauritania).

Franco murió el 20 de noviembre de 1975, tras una larga y dolorosa agonía. El franquismo murió con él: contra sus previsiones, su sucesor, el rey Juan Carlos I, puso en marcha el proceso de cambio que iba a generar la restauración de la democracia en España.

 

Obras de ~: Diario de una bandera, Madrid, Afrodisio Aguado, 1956; J. de Andrade (seud.), Raza. Anecdotario para el guión de una película, Madrid, Ediciones Numancia, 1945; Jakim Boor (seud.), Masonería, Madrid, Gráficas Valera, 1952.

 

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Juan P. Fusi Aizpurúa

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