Yusuf I: Abu Ya‘qub Yusuf b. ‘Abd al-Mu,min. Tinmal (sur de Marruecos), c. 1139-40 – Santarén (Portugal), 29.VII.1184. Segundo califa almohade (1163-1184) con título califal desde 1168.
Era hijo del beréber Zanata ‘Abd al-Mu’min, el fundador de la dinastía mu’miní y compañero de Ibn Tumarṭ(el Mesías o Mahdi, fundador del movimiento almohade). Su madre, Zaynab, era hija de otro compañero de Ibn Tumart, Abu ‘Imran Musà al-Darir, beréber Masmuda como el Mahdi, miembro del consejo de los Cincuenta y cadí. Abu Ya‘qub Yusuf nació en Tinmal (en el Atlas), lugar emblemático en el surgimiento del movimiento almohade y en el que estaban enterrados tanto Ibn Tumart como su padre ‘Abd al-Mu’min, cuyas tumbas visitaría varias veces durante su reinado con objeto de rendirles tributo y reforzar al tiempo su legitimidad. Fue instruido en la doctrina almohade en Marrakech, junto con otros jóvenes reclutados tanto en el Norte de Africa como en al-Andalus, a los que se impartieron enseñanzas religiosas y entrenamiento militar y que pasaron luego a engrosar las filas de los talaba (los “cuadros” del partido almohade). En el año 1156, cuando tenía unos diecisiete años, su padre el califa ‘Abd al-Mu’min lo envió a al-Andalus como gobernador de Sevilla, haciéndolo acompañar por el visir Ibn ‘Atiyya, que era de origen andalusí. Abu Ya‘qub Yusuf participó en la reconquista de Almería que llevaba una decena de años en manos cristianas y a la que había puesto cerco su hermano, el sayyid (apelativo que se daba a los príncipes de la dinastía mu’miní) Abu Sa‘id ‘Utman; también combatió a los rebeldes activos en la parte occidental de la Península.
Otro hermano, Muhammad, que era el primogénito, había sido proclamado príncipe heredero entre 1154-1156. Tras la muerte de ‘Abd al-Mu’min en 1163, este Muhammad llegó probablemente a reinar (hay cronistas almohades que omiten su brevísimo reinado), pero pasados apenas unos dos meses fue apartado del trono y se puso en su lugar a Abu Ya‘qub Yusuf. En esta sustitución fue decisiva la intervención de su hermano uterino, el sayyid y visir Abu Hafs ‘Umar, quien afirmó que su padre, cuatro días antes de su fallecimiento, había ordenado que se suprimiese en el sermón del viernes (jutba) el nombre del heredero (‘Abd al-Mu’min se habría desengañado de su primogénito al ver que tenía una conducta inmoral y se emborrachaba; también se insinúa que tenía elefantiasis o una forma de lepra, pero todo esto puede ser una excusa para justificar el derrocamiento de Muhammad). El sayyid Abu Hafs ‘Umar afirmó también que su padre le había dicho en su lecho de muerte que el heredero debía ser Abu Ya‘qub Yusuf. Éste vino desde Sevilla y fue proclamado califa por los jeques almohades y por el ejército estacionado en Rabat. Abu Ya‘qub Yusuf acabó recibiendo el apoyo del antiguo valedor de su padre, el jeque almohade y compañero de Ibn Tumart, Abu Hafs ‘Umar al-Hintati (quien se opuso, sin embargo, a que se encarcelase al heredero destronado), pero algunos de sus hermanos se mostraron remisos. Uno de ellos, Abu l-Hasan ‘Ali, gobernador de Fez y que fue el encargado de enterrar a su padre en Tinmal, murió de forma sospechosa al poco tiempo. Otros dos hermanos, ‘Abd Allah, gobernador de Bujía, y Abu Sa‘id ‘Utman, gobernador de Córdoba, también se negaron a reconocer al nuevo califa. El primero murió poco después envenenado. Teniendo en cuenta esta oposición dentro de su propia familia, Abu Ya‘qub Yusuf no se atrevió a adoptar el título califal de “Emir de los Creyentes” (amir al-mu’minin), conformándose durante cinco años con el de “Emir de los musulmanes” (amir al-muslimin), que había sido el título de los gobernantes almorávides. Entre sus primeras decisiones se cuenta la desmovilización del gran ejército que su padre había reunido en Rabaṭ para la expedición militar que había proyectado en al-Andalus. Otra fue devolver a Sevilla la condición de capital de al-Andalus, quitándosela a Córdoba.
Al poco tiempo de instalarse en la capital del imperio, Marrakech, tuvo que suprimir una revuelta que se produjo entre los beréberes Gumara (Masmuda del norte), en la zona entre Ceuta y Alcazarquivir. Mientras tanto, sus hermanos los sayyides ‘Umar y ‘Utman (después de que este último aceptase a Yusuf como sucesor de su padre) dirigían una campaña en al-Andalus contra Ibn Mardanis y sus tropas cristianas, durante la cual invadieron su territorio y lograron derrotar a su ejército en 1165, en las afueras de Murcia. Pero la capital de Ibn Mardanis lograría aún resistir durante otros cinco años. Abu Ya‘qub Yusuf asumió el título califal en el año 1168, una vez que hubo obtenido el necesario apoyo dentro del entorno almohade, que la revuelta de los Gumara había sido suprimida e Ibn Mardanis derrotado.
En ese mismo año (1168), en la zona occidental de al-Andalus, Giraldo sem Pavor, comandante militar del primer rey de Portugal Alfonso Enríquez (1109-1185), capturó las ciudades de Évora, Trujillo, Cáceres, Montánchez, Serpa y Juromenha, y asedió junto con su rey la ciudad de Badajoz. Esta ciudad, sin embargo, resistió en esta ocasión, y luego más tarde en 1170, gracias a la ayuda prestada por Fernando II de León, aliado por entonces de los almohades. Un cuñado del rey de León, Fernando Rodríguez, llegó a pasarse al bando musulmán, siendo incluido en las nóminas del ejército califal.
Ibn MardanÌs, mientras tanto, se vio debilitado por el abandono de Ibn Hamusk, su suegro, quien se sometió a los almohades en 1169. A partir de ese momento, el poder de Ibn Mardanis fue derrumbándose, las tropas fueron abandonándole poco a poco y la crueldad de la que hizo gala en los últimos años le hizo perder a sus últimos partidarios. Para aprovechar su creciente debilidad, Yusuf cruzó el Estrecho de Gibraltar en el año 1171, habiendo podido reclutar a las cábilas árabes de Ifriqiya (Ibn Tufayl —Abentofail— compuso entonces un poema en que las incitaba a participar en la campaña). Desde Córdoba, lanzó un ataque contra Toledo en represalia contra la algara que el año anterior había hecho el conde Nuño de Lara. Cuando se disponía a dirigirse contra Murcia, murió Ibn Mardanis el 28 de marzo de 1172.
Antes de morir, había aconsejado a sus hijos que cuando él desapareciese se sometiesen al poder almohade. El califa acogió muy favorablemente a Hilal b. Mardanis y a todos sus hermanos, los admitió en su consejo y se casó con una de las hijas de su antiguo enemigo. Fueron estos hijos de Ibn Mardanis los que sugirieron a Yusuf I que atacase a los castellanos, quienes habían prestado un fuerte apoyo a su padre, y en concreto que se dirigiese contra Huete, fortaleza recientemente repoblada por los cristianos y que se había convertido en una amenaza para Cuenca y para la frontera levantina. Yusuf I dejó Sevilla, recuperó Vilches y Alcaraz de manos castellanas, y marchando por la llanura de Albacete llegó a Huete en julio de 1172. Esta campaña y el asedio de Huete, descritos con gran detalle por el cronista almohade Ibn Sahib al-Salat, pusieron de manifiesto el poco espíritu combativo de las tropas (especialmente de los contingentes árabes), la mala organización y la falta de previsión en el avituallamiento. A pesar de la aparente debilidad del adversario, los almohades acabaron levantando el asedio y se dirigieron, vía Cuenca, Játiva, Elche y Orihuela, a Murcia, donde el ejército se desbandó. Al mismo tiempo, en el otro extremo de la Península, Giraldo sem Pavor conquistaba Beja, si bien la ciudad fue abandonada poco después de haber sido destruida y evacuada. Dos años después, en el invierno de 1173-4, Beja fue fortificada por los almohades. Durante el dominio almohade de esta ciudad, las relaciones entre gobernantes y población fueron tensas: a los almohades designados para gobernarla se les critica en las fuentes por haberse ocupado, en general, tan sólo de su enriquecimiento personal.
Mientras el califa pasaba en Sevilla el invierno de 1172-3, el conde de Ávila Jimeno el Giboso, cuyas algaras por el valle del Guadalquivir eran frecuentes, penetró en abril 1173 en la región de Écija, apoderándose de un gran botín. El jeque almohade Abu Hafs ‘Umar al-Hintati, junto con dos hermanos del califa (Yahyà e Isma‘il), recurriendo a las tropas que habían regresado de Huete, combatieron al conde cerca de Caracuel, lo derrotaron y dieron muerte. A partir de ese momento, la siempre amenazada Badajoz pudo ser aprovisionada y toda la orilla izquierda del Tajo fue saqueada desde Talavera a Toledo. Alfonso Enríquez y el conde Nuño de Lara se vieron entonces obligados a solicitar y a firmar un armisticio de cinco años, que fue aprovechado por Castilla para atacar a Navarra. Giraldo sem Pavor se puso al servicio de los almohades y acabó sus días en el sur de Marruecos, a donde había acompañado al califa Yusuf I. Éste, tras una estancia en al-Andalus que había durado casi cinco años, volvió a Marrakech en 1176. Al poco de llegar a la capital del imperio, se desarrolló una gravísima peste. Varios hermanos del califa murieron, así como el jeque Abu Hafs ‘Umar al-Hintati (el único miembro del consejo de los Diez de Ibn Tumart que seguía vivo) y el propio califa cayó enfermo (había estado previamente enfermo la mayor parte de 1169-1170 y luego lo estará también en 1182, recurriéndose a médicos andalusíes, entre ellos Ibn Tufayl, para curarle).
En la Península, los almohades no parecen haber sido capaces de organizar una guerra defensiva o suministrar guarniciones a fortalezas amenazadas (como ocurrió con Beja). Su respuesta a las algaras de los cristianos eran expediciones militares de respuesta, lo cual era efectivo a corto, pero no a largo plazo. El rey de Castilla Alfonso VIII conquistó Cuenca en 1177 tras un largo asedio, sin que la presencia de tropas almohades por la zona de Talavera y Toledo lograse impedirlo; en 1182, acampó ante Córdoba y hubo algaras castellanas por Granada, Ronda, Málaga y Algeciras, llegándose a establecer una base en Santafila, cerca de Lora del Río, que tuvo que ser abandonada, aunque el botín fue considerable. El rey de León Fernando II hizo una algara que le llevó hasta la zona de Arcos y Jerez. Cuando el armisticio con Portugal expiró, en 1178 una expedición portuguesa invadió el valle del bajo Guadalquivir, atacando Triana, Niebla y el Algarve; Beja tuvo que ser abandonada en ese año. Almohades y portugueses se enfrentaron también con sus respectivas flotas con variada fortuna. En 1182, los portugueses llegaron hasta Sanlúcar la Mayor, Aznalfarache y Niebla.
Mientras tanto, el califa, recuperado ya de su enfermedad, convocó a Marrakech a sus hermanos, los gobernadores de Córdoba y Sevilla, para decidir cómo detener el avance cristiano. Pero la necesidad de reclutar tropas entre los árabes le hizo decidir intervenir antes en Ifriqiya, donde los árabes no acababan de someterse. En Gafsa se había rebelado uno de ellos, ‘Ali al-Tawil, descendiente de los Banu l-Rand, señores de la ciudad. Tras un asedio de tres meses, el califa logró tomar Gafsa en el invierno de 1180-1. ‘Ali capituló y con él los árabes Riyah, al menos aparentemente. De hecho, sólo una pequeña parte se unió al ejército califal; los numerosos árabes que permanecieron en Ifriqiya siguieron dispuestos a apoyar cualquier rebelión contra los almohades y a prestar asistencia a los almorávides Banu Ganiya y sus aliados, quienes constituían la principal amenaza al dominio almohade en la zona.
De regreso en Marrakech en 1182, una delegación sevillana fue a visitar al califa para convencerle de la necesidad de una pronta intervención en al-Andalus. Una rebelión en el Anti-Atlas de los Banu Wawazgit, quienes controlaban la mina de plata de Zuyundar, obligó a Yusuf I a ir en persona a someterlos; en el camino de vuelta, visitó Igilliz y Tinmal (las dos cunas del movimiento almohade), acompañado de miembros de la delegación sevillana, entre los que se contaban Ibn Rusd (Averroes) y Abu Bakr Ibn Zuhr (de la familia de médicos de los Avenzoar). En al-Andalus, un capaz comandante almohade, Ibn Wanudin (uno de los jeques almohades de la primera hora, miembro del consejo de los Cincuenta de Ibn Tumart), hizo una algara contra Talavera: los habitantes de la ciudad no daban crédito a sus ojos cuando vieron a las tropas almohades, pues hacía más de setenta años que no veían a un musulmán que no fuera un cautivo.
En mayo de 1183, Castilla y León habían firmado la paz de Fresno-Lavandera por la que se comprometían a luchar juntos contra los musulmanes. No fue hasta septiembre de 1183 cuando el califa comenzó a reunir un ejército para la campaña de al-Andalus, incluyendo máquinas de asedio. También reorganizó la administración de al-Andalus, nombrando a sus propios hijos como gobernadores de Sevilla, Córdoba, Granada y Murcia, una medida destinada claramente a concentrar el poder dentro de su descendencia y a excluir, en la medida de lo posible, a sus hermanos y los hijos de éstos de los puestos más elevados. El 26 de mayo de 1184, el califa llegó a al-Andalus para su campaña contra Santarén, ciudad ante la que apareció el 27 de junio. Los portugueses habían tenido unos diez meses para preparar la defensa de la fortaleza, casi inexpugnable sin un largo asedio. Los almohades tuvieron dificultades en hacerse con el barrio cerca del río. Tras una semana de esfuerzos inútiles y gran resistencia por parte de los cristianos, la llegada de Fernando II con sus tropas leonesas hizo cundir el terror entre los almohades, quienes, llevados por el pánico, volvieron a cruzar el río. El califa fue herido mortalmente cuando se levantaba el campamento y murió cerca de Évora, en el camino hacia Sevilla, el 29 julio. No parece haber nombrado heredero en vida. Le sucedió su hijo Abu Yusuf Ya‘qub, que sería conocido por al-Mansur.
La larga estancia de Yusuf I en Sevilla hizo de él un buen conocedor de la cultura andalusí. No muy capaz desde el punto de vista militar, como muestran las campañas de Huete y Santarén, tuvo grandes aficiones intelectuales que le llevaron a rodearse de notables figuras, entre ellas filósofos y médicos, destacando entre estos últimos Ibn Zuhr (Avenzoar) e Ibn Harun, sevillano de familia originaria de Trujillo, que fue el maestro en filosofía de Averroes. Bajo su gobierno el filósofo, médico y sufí Ibn Tufayl compuso su famosa obra El filósofo autodidacto y fue él quien, en un encuentro que debió de tener lugar entre 1153-7, presentó en la corte a Averroes, al que el califa animó a comentar a Aristóteles. Averroes compuso entonces sus paráfrasis expositivas o compendios medios, en los que la idea y la expresión se equilibran y son útiles a toda suerte de lectores. Esas obras debían de estar dirigidas a los cuadros religiosos y políticos (los talaba), formados en la doctrina almohade y parte de los cuales (los talabat al-hadar) acompañaban al califa en sus desplazamientos. Así, Ibn Sahib al-Salat los describe durante la campaña de Huete inmersos en debates doctrinales con el califa. En la formación de los talaba tenía naturalmente un lugar destacado la doctrina de Ibn Tumart, compilada en su “Libro” (Kitab), del cual el más antiguo de los manuscritos que se conserva fue copiado precisamente durante el califato de Yusuf I (año 1171). A ese “Libro”, el califa Yusuf I hizo añadir un opúsculo sobre la guerra santa (yihad). A este califa se debe también una decidida política de innovación en el campo del derecho. Una de las preocupaciones centrales de la doctrina almohade era la existencia de divergencias legales que imposibilitaba discernir cuál era la solución correcta para un problema determinado. En este contexto hay que entender que Averroes empezase a componer bajo el califato de Yusuf I su magna obra jurídica en la que analizaba las razones de que existiesen esas discrepancias legales, obra titulada “El comienzo para quien se esfuerza por llegar a una interpretación personal y el fin para quien se contenta con un conocimiento adquirido de otros” (Bidayat al-muytahid wa-nihayat al-muqtasid). La empezó a componer en 1167-8, hacia la época en que fue nombrado cadí de Sevilla (año 1169), y la terminó en julio de 1188. En la primera versión de esta obra no se incluía el libro sobre la peregrinación, reflejo del hecho que los almohades hacia esa época parecen haber querido disuadir a sus súbditos de cumplir con uno de los preceptos legales del Islam, tal vez para dar mayor énfasis al yihad, tal vez porque quisiesen sustituir la peregrinación a La Meca por la peregrinación a los lugares asociados al Mahdi Ibn Tumart (Igilliz y Tinmal).
Bajo el gobierno de Yusuf I, se llevaron a cabo en Sevilla numerosas construcciones y obras públicas. Hacia 1159-1160, cuando Ibn Mardanis atacó Sevilla, se reforzaron las fortificaciones. Más tarde, hacia 1168-1169, el califa ordenó reconstruir la muralla por el lado del río, después de que fuese destruida por una gran crecida. Pero la gran reforma urbanística de Sevilla tuvo lugar entre los años 1170-72: construcción del puente sobre el río, del barrio de la Buhayra, del acueducto y, sobre todo, de la nueva mezquita (que tras la conquista cristiana se convertiría en catedral), iniciada en abril-mayo 1172 y finalizada en febrero 1176 (aunque el primer sermón no se pronunció hasta abril 1182). Otras construcciones tuvieron lugar en el año 1184, antes de partir para la campaña de Santarén. También se ocupó de la capital del imperio. En el verano de 1183, se decidió ensanchar Marrakech hacia el sur, empresa que luego continuaría su hijo Ya‘qub al-Mansur al construir el barrio imperial de al-Saliha.
Se ha dicho que Yusuf I, gracias al terror con el que su padre había impuesto su autoridad, gozó de un poder absoluto en el Magreb, pero fue un comandante militar incapaz y sus tropas (especialmente las árabes) no dieron prueba de espíritu combativo. Aunque el peligro de Ibn Mardanis desapareció, los reinos cristianos de la Península, a pesar de sus conflictos internos, le infligieron graves daños. Los delegados que nombró Yusuf I fueron a menudo incompetentes y corruptos, aunque en varias ocasiones les impuso castigos ejemplares y buscó también ejercer mayor control sobre su actuación, prohibiéndoles, por ejemplo, dictar sentencias de muerte sin las debidas garantías de justicia y exigiéndoles que elevasen siempre el caso en última instancia ante el emir.
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Maribel Fierro