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María Teresa Coloma y Tilly

Biografía

Coloma y Tilly, María Teresa. Marquesa de Canales (III). La Haya (Holanda), 2.X.1690 – Monasterio de San Joaquín y Santa Ana (Valladolid), 11.XII.1755. Noble, benefactora y monja cisterciense (OCist.) recoleta mística.

Descendiente de una familia noble, su padre se llamó Francisco Manuel de Coloma, II marqués de canales, revestido de notables títulos, y su madre Dorotea Maximiliana Tilly, hermana del príncipe de T’serclaes de Tilly, ambos de profunda fe cristiana, como lo demuestra el hecho de haber bautizado a la hija a los tres días de nacer. En la documentación manejada no se habla de la madre, por lo que se deduce que debió de fallecer pronto, y el principal responsable de la educación sería él quien debió de escoger personas virtuosas que se encargaran de su educación. Existen indicios manifiestos de que la niña era dócil e inclinada al bien, como se verá por algunos detalles extractados de los documentos.

Cuando tenía seis años, cuentan que había ido reuniendo una cantidad de dinero para joyas y ropas elegantes, pero contentándose con lo que le llevaban comprado, pensó en tantos niños como padecen necesidad en las ciudades, y no paró hasta distribuirlo.

Era muy amiga de repartir limosnas, y hasta se cuenta que al encontrarse con una huérfana carente de padre y de madre, ella se comprometió a mantenerla diariamente.

El nacimiento en La Haya debió de ser casual, debido al hecho de que su padre era embajador de España en Holanda. Cuando contaba poco más de un año, le dieron nuevo destino, pasando a Londres con la misma misión de representante del rey ante el Reino Unido. Allí transcurrieron los primeros años de la niñez que aprovechó para adquirir una cultura superior, teniendo siempre delante el ideal de piedad, que jamás perdió de vista, antes se las arreglaba para buscar confesores que la instruyeran en las principales obligaciones del cristiano, y su afán era poner en práctica todo aquello que comprendía agradaba a Dios.

Regresó de Inglaterra cuando tenía trece años, y dicen que al hacer la travesía del canal de La Mancha se levantó una furiosa tempestad, que estuvieron a punto de perecer, pero el Señor cuidó de ella librándola de todo peligro, porque esperaba hacer de ella un alma de selección.

Su padre, establecido en la Corte, aconsejado por el rey, concertaron el matrimonio de María Teresa con el conde de Boucoben, primo carnal suyo que se hallaba ausente. La propuesta que le hicieron desagradó a la doncella, porque se habla que desde niña pensó mantener el corazón indiviso, no tener por esposo sino a Cristo, pero las reiteradas instancias del padre y por no desagradar al rey, aceptó la proposición y se concertó el matrimonio en, contrato matrimonial por poder, porque nunca se habían visto. Hay un detalle llamativo que demuestra lo que era la joven desposada.

Dicen que él le pidió que le enviara un retrato para conocerla, y la ocurrencia que tuvo fue enviarle una estampa de la Virgen Inmaculada con este escrito abajo: “Éste es el retrato que has de mirar y así será tu amor, y me darás gusto a mí”. Esta ocurrencia dicen que edificó tanto a su futuro esposo, que toda la vida lo llevó prendido de su pecho.

Después de fallecer su padre, principal promotor de aquel matrimonio, ella quiso aprovechar la ocasión para desecar el contrato matrimonial, por no haberse consumado, pero el prometido se mantuvo en la palabra dada y se casaron. Al poco tiempo nació un hijo que moriría poco después y, por si fuera poco, su esposo, que había sido nombrado para diversos cargos públicos importantes, también murió en plena juventud.

De este modo ella pudo consagrarse a Dios en cuerpo y alma, como así lo hizo presentándose a pedir el hábito monástico de las recolectas, la observancia cisterciense más estrecha que entonces existía en Valladolid, y que tenía fama de ser vivero de grandes almas espirituales. Ella sería contada también en el número de las venerables, por haber resplandecido en grandes virtudes. No es posible descender a ofrecer detalles de su vida santa, ni de la cuantiosa fortuna dejada al monasterio, con cuyos fondos pudieron las religiosas hacer frente al nuevo edificio construido en el siglo XVIII bajo la dirección del arquitecto real Francisco Sabatini, quien lo enriqueció con los preciosos cuadros de Goya y Bayeu que hoy es la admiración de quienes visitan el reciente museo. Sólo cabe decir que cuando falleció recibió sepultura dentro del coro de la iglesia.

 

Bibl.: D. Yáñez Neira, “El Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid, cabeza de las Religiosas Recoletas de España, 1594-1955. Orígenes”, en Cistercium, VIII (1956), págs. 104-115; “Extensión de la reforma”, en Cistercium, IX (1957), págs. 21-35; “Frutos de santidad”, en Cistercium, X (1958), págs. 219-230.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

Relación con otros personajes del DBE