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Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla de la Cerda

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Biografía

Fernández de Cabrera y Bobadilla de la Cerda, Luis JerónimoConde de Chinchón (IV)Madrid, 1589 – 1647. Virrey del Perú.

Hijo de Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, III conde de Chinchón, natural de Chinchón, y de Inés Pacheco y Cabrera, hija a su vez de Diego López Pacheco, marqués de Villena, duque de Escalona y conde de San Esteban del Puerto. El III conde de Chinchón, padre de Luis Jerónimo, fue un cercano colaborador de Felipe II: integró el Consejo de Estado, fue tesorero general de los reinos de la Corona de Aragón y embajador en Roma y Viena.

Luis Jerónimo contrajo nupcias en dos oportunidades: en la primera, con Ana Álvarez de Osorio y Manrique, viuda de Luis de Velasco, marqués de Salinas, con la que no tuvo descendencia; en segundas nupcias casó con Francisca Enríquez de Rivera, hija de los condes de la Torre, quien también era viuda. Con ella viajó al Perú. El único hijo del virrey conde de Chinchón nació poco después de que sus padres pisaran tierra peruana.

En efecto, Francisco Fausto Fernández de Cabrera nació el 4 de enero de 1629 en Lambayeque, localidad situada en la jurisdicción del arzobispado de Trujillo, al norte de Lima.

El gobierno virreinal del conde de Chinchón en el Perú duró diez años: su entrada pública en Lima se verificó el 14 de enero de 1629, y sus funciones finalizaron el 18 de diciembre de 1639. A diferencia de otros períodos gubernativos, del prolongado lapso durante el cual Chinchón gobernó el Perú han quedado variadas fuentes con información bastante detallada, siendo la más peculiar y minuciosa el célebre Diario de Lima de Juan Antonio Suardo.

Desde el inicio de su gobierno, el conde de Chinchón fue consciente de la gran complejidad del mismo, y entre los aspectos que consideró más delicados estuvo el de la provisión de los oficios. En efecto, comprobó que era creciente el número de “pretensores” que se acercaban a la autoridad virreinal con el fin de obtener un puesto en la administración pública, y tuvo que hacer gala de mucho tacto y prudencia al resolver esas solicitudes. En efecto, uno de los problemas que en este sentido afrontó fue el de la concesión de mercedes en el Perú hechas desde la propia Corte de Madrid, con lo cual se restringía la capacidad de otorgamiento de las mismas por parte del virrey. En la relación que de su gobierno dejó a su sucesor, se quejaba Chinchón de que las autoridades metropolitanas hubieran otorgado mercedes en el Perú a pretendientes peninsulares, cuando en el virreinato era creciente el descontento de quienes habían servido a la Corona en la propia tierra y comprobado luego la escasez de reconocimientos. Sin embargo, el propio virrey hizo muchos nombramientos en puestos de la administración pública a favor de personajes que con él habían llegado de España como criados o personas de su entorno.

Recientes investigaciones que han estudiado este punto concluyen que este virrey finalmente consolidó el sistema clientelar que uno de sus antecesores —el príncipe de Esquilache— había llevado a la máxima expresión.

Una de las mayores preocupaciones gubernativas del conde estuvo referida a la producción minera, y en particular a la de plata. Potosí era la ciudad más poblada del virreinato, y en torno a ese yacimiento giraba buena parte de las actividades económicas y mercantiles del Perú. Chinchón apoyó a quienes proponían trasladar —aunque desde la metrópoli nunca se aprobó— de la ciudad de La Plata a Potosí la sede de la Audiencia correspondiente a los territorios del Alto Perú, considerando la importancia económica del lugar y la magnitud de su población. Sin embargo, Chinchón era consciente de que las minas de Potosí estaban ya en un período de producción disminuida, en comparación con los niveles de extracción de plata de las últimas décadas del siglo XVI y los primeros años del XVII. En este sentido, el virrey apoyó las iniciativas conducentes a hacer nuevos socavones en la parte inferior del cerro de Potosí. El otro yacimiento de la máxima importancia era el de Huancavelica, productor en este caso de mercurio, mineral indispensable en el proceso de purificación de la plata, y que en el tiempo del gobierno de Fernández de Cabrera pasaba por una etapa crítica. Por eso, el virrey estuvo atento a la posibilidad de descubrimiento de nuevas minas.

En efecto, durante su gobierno se descubrió una mina de mercurio cerca de Potosí —cuya explotación no se pudo dar por dificultades técnicas—, y varias de plata, siendo la más importante la de Chocaya, a cuarenta leguas de Potosí.

La preocupación por la producción minera estaba ligada a la grave crisis financiera que desde tiempo atrás venía sufriendo la Corona. El gobierno del conde de Chinchón estableció, en ese sentido, varios tributos, y algunos de ellos de monto bastante elevado. Esas imposiciones, en algunos casos, se establecieron contra la personal opinión del virrey —quien consideraba que la población del virreinato estaba ya sujeta a costosas contribuciones—, y por insistencia de las cédulas reales que recibía de la metrópoli. El impuesto más importante de los establecidos durante su período gubernativo fue el de la Unión de Armas, y otro muy relevante fue el derecho de la media anata con referencia a todos los cargos vendibles o perpetuos, en virtud del cual debía pagarse la mitad del importe del sueldo durante dos años. Otro rubro importante de ingresos para la Hacienda Real fue el representado por las composiciones de tierras, conducentes a formalizar la propiedad de las tierras que estaban en manos de poseedores sin título legítimo.

Un aspecto que presentaba problemas era el de la actividad comercial en el virreinato, afectada no sólo por los muchos impuestos que gravaban la producción, sino también por los ataques de piratas y corsarios.

En este contexto causó un fuerte impacto la noticia de la quiebra del banquero Juan de la Cueva, quien por su importancia custodiaba fondos de las personas más acaudaladas de Lima. La capital del virreinato del Perú fue la única plaza de América en que aparecieron bancos públicos, como consecuencia de la expansión de los medios de pago y del crédito, lo cual había sido un fenómeno notable desde las décadas finales del siglo XVI. Otro problema grave en el ámbito comercial era el del contrabando, manifestado en diversos rubros, y en especial en cuanto a la salida de plata de Potosí por el puerto de Buenos Aires, desde el cual llegaban al Perú, también ilegalmente, esclavos africanos.

La amplitud geográfica del territorio virreinal fue siempre materia de preocupación para el conde de Chinchón. En este sentido, y además de los problemas representados por las incursiones de piratas y corsarios, prestó especial atención a la guerra de Chile, y por otro lado, durante su gobierno se alcanzaron diversos logros en cuanto al dominio del territorio, entre los que fueron especialmente notables el descubrimiento del Alto Amazonas y la pacificación de los indios calchaquíes del Tucumán.

El gobierno del conde de Chinchón coincidió con la época de mayor actividad del Tribunal del Santo Oficio en el Perú. Fueron tres los autos de fe que se celebraron durante ese período. El primero fue privado y se desarrolló en la capilla de la Inquisición el 27 de febrero de 1631, con la asistencia, de incógnito, del conde y su esposa. El segundo se celebró el 17 de agosto de 1635, y el tercero —que fue el más importante— el 23 de enero de 1639, en el cual aparecieron entre los procesados numerosos portugueses acusados de judaísmo.

Con frecuencia sufrió el virrey de tercianas —fiebres palúdicas—, las cuales en varias oportunidades le obligaron a dejar sus actividades de gobierno. La condesa sufrió también de tercianas, que la pusieron en peligro de muerte, de acuerdo con los médicos de la época. Se trata éste de un episodio memorable, ya que salvó la vida tomando cascarilla o “quinina”, planta de la cual se difundieron entonces las propiedades medicinales. Se comprobó que la corteza del árbol de la quina tenía propiedades febrífugas.

Si bien se ha atribuido a diversas circunstancias el descubrimiento de esas propiedades de la quinina, todo indica que se produjo por parte de los jesuitas de Quito, quienes aprendieron el uso de la quina de los indígenas de la zona de Loja. Los religiosos quiteños transmitieron ese descubrimiento a sus hermanos de Lima, y al parecer fue uno de ellos, Diego de Torres Vázquez, confesor del virrey, quien le aconsejó su uso para la curación de la virreina. Así, utilizando los polvos de la cascarilla la condesa se restableció, alcanzando tal fama el suceso que a aquéllos se les dio en llamar “polvos de la condesa”. Rápidamente la quina se difundió en Europa y en otras partes del mundo, por la eficacia que se le atribuía en el alivio de las fiebres.

En diciembre de 1639 hizo entrega del gobierno el conde de Chinchón a su sucesor, el marqués de Mancera, recién llegado a Lima. Con la licencia para regresar a España, recibió el saliente virrey el hábito de caballero de Santiago, con una renta de 4.000 ducados.

En enero de 1640 se embarcó el conde en El Callao de regreso a la Península. La condesa murió antes de llegar a España, en Cartagena, el 14 de enero de 1641.

De regreso en España ocupó el conde de Chinchón importantes puestos en el servicio del Monarca. Además, consta que en los años inmediatamente posteriores a su regreso se le consultaron diversos asuntos referidos al gobierno del Perú y de las Indias Occidentales en general. Sirvió también al Rey en las jornadas de Valencia, Navarra y Aragón. No hay certeza en cuanto a la fecha de su fallecimiento, el cual —según Mendiburu— debió de ocurrir el 28 de octubre de 1647.

 

Bibl.: D. de Vivero y J. A. de Lavalle, Galería de retratos de los gobernadores y virreyes del Perú (1532.1824), Barcelona, Maucci, 1909; R. Vargas Ugarte, SI, “1631-1931. Una fecha olvidada. El tercer centenario del descubrimiento de la quina”, en Revista Histórica (Lima), t. IX (1931), págs. 291-301; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico Biográfico del Perú, t. III, Lima, por Evaristo San Cristóval, 1933, págs. 171-189 (2.ª ed.); J. A. Suardo, Diario de Lima, Lima, Concejo Provincial, 1933 (2 vols.); J. L. Múzquiz de Miguel, El Conde de Chinchón, Virrey del Perú, Madrid, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de la Universidad de Sevilla, 1945; R. Millar, Inquisición y Sociedad en el Virreinato Peruano. Estudios sobre el Tribunal de la Inquisición de Lima, Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1998; M. Suárez, Desafíos transatlánticos. Mercaderes, banqueros y el estado en el Perú virreinal, 1600-1700, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú-Fondo de Cultura Económica-Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001; J. de la Puente Brunke, “Intereses en conflicto en el siglo XVII: los agentes de la administración pública frente a la realidad peruana”, en J. Flores Espinoza y R. Varón Gabai (ed.), El hombre y los Andes. Homenaje a Franklin Pease G. Y., t. II, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2002, págs. 963-972; E. Torres Arancivia, Corte de virreyes. El entorno del poder en el Perú del siglo XVII, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2006.

 

José de la Puente Brunke

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