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Jenaro Pérez Villaamil Dughet

Biografía

Pérez Villaamil y Dughet, Jenaro. Ferrol (La Coruña), 3.II.1807 – Madrid, 4.VI.1854. Pintor.

Hijo de Manuel Pérez Villaamil y de María Dughet. A los cinco años ingresó como cadete en el Colegio Militar de Santiago, donde su padre ejercía de profesor de Topografía, Fortificación y Dibujo, siendo nombrado, ya a los ocho años, ayudante de profesor de Dibujo.

Entre 1819 y 1821 se trasladó a Madrid con su familia y estudió Literatura en San Isidro el Real, Colegio Universitario de la capital desde tiempos de Carlos III. En 1823, ante la invasión pro absolutista de los Cien Mil Hijos de San Luis, se incorporó al ejército del gobierno liberal como ayudante de Órdenes del Estado Mayor con el rango de subteniente, destacando por su valor. Ese mismo año, en un combate contra las tropas del general Lauriston en Sanlúcar la Mayor, cerca de Sevilla, cayó herido y fue hecho prisionero.

Curado en el Hospital de la Sangre de Sevilla de dos graves heridas, a continuación fue enviado como detenido a Cádiz, última ciudad en caer rendida ante los soldados de Angulema.

Durante su convalecencia, y para distraerse de la cautividad, comenzó a asistir a las clases de la Academia de Bellas Artes local como discípulo de José García, quien le animó a entregarse totalmente al estudio de la Pintura. Ya liberado, y tras abandonar la carrera militar, permaneció en Cádiz hasta 1830 por voluntad propia, realizando en esos años una serie de cuadros donde, influido por la corriente académica francesa de finales del xviii, representa bucólicas escenas de pastores junto a sus rebaños o paisajes con ruinas clásicas. También plasmó a la acuarela diversos rincones de la ciudad, como en Vista de la puerta de las Caletas y castillo de San Sebastián, de 1828, mientras que en óleos de ese mismo año, tal que Paisaje con figuras, se percibe la influencia prerromántica de Joseph Vernet en la presencia de una caprichosa topografía y en la distribución de los pequeños personajes, así como en la atmósfera general del lienzo. También firma en 1828 Paisaje nevado, lúgubre asunto protagonizado por la desolada silueta de un desnudo tronco de árbol.

Son, pues, momentos, en los que el artista intentaba alejarse de los convencionalismos clasicistas que definían el paisajismo dieciochesco, alcanzando, con sus dotes de colorista y su habilidad compositiva, cierta fama como pintor. Así, en 1830 fue solicitado desde Puerto Rico para realizar las decoraciones del Teatro Tapia de San Juan, casi terminado tras varios años de obras, por lo que marchó hacia la isla en compañía de su hermano Juan y desplegó un trabajo que sería muy bien valorado por su acertado carácter escenográfico.

Con sus habilidades técnicas reforzadas y una reputación en alza, en 1832 retornó Villaamil a España para establecerse en Madrid y realizar frecuentes visitas a la tertulia del Parnasillo del Café del Príncipe, donde conoció a casi todos los escritores del momento, como Mesonero Romanos o el poeta Zorrilla, con quien le unió una profunda amistad, y a pintores como Esquivel o José Gutiérrez de la Vega, incitándole el común ideario del grupo hacia una nueva orientación de su pintura.

Coincidió, además, con David Roberts, pintor escocés que en esos momentos ya era presidente de la Sociedad de Artistas Británicos, mientras ambos pintaban en 1833 en Sevilla, quedando impresionado el español por el simultáneo tratamiento de su colega de lo costumbrista, a través de minúsculas y populares figuras distribuidas con gran libertad por la escena, y lo arquitectónico, ahora en busca de una visión del edificio o del resto arqueológico mucho más convincente que las ruinas por él diseñadas con anterioridad. Tampoco oculta su atracción por los monumentales escenarios, que a menudo derivaban hacia lo fantástico, desarrollados por un Roberts plenamente inmerso en la corriente romántica.

Villaamil ya contaba, además, con buen número de láminas y grabados realizados, en su mayoría, por artistas ingleses que visitaban España en busca de sus peculiares tipos y sus agrestes paisajes, siendo, asimismo, considerada, por sus notables edificios islámicos, como una antesala de Oriente. Entre ellos podría citarse a John Frederick Lewis, llegado a España, como Roberts, en 1832, sirviéndole a menudo estos trabajos como fuente de inspiración. En todo caso, es evidente que, tras su contacto con el escocés, la paleta de Villaamil gana en fluidez y se enriquece con nuevas tonalidades, adoptando el estilo que va a definir el resto de su carrera y que pronto le convirtió en la principal figura del paisaje romántico español.

Roberts retornó a Gran Bretaña en ese mismo año de 1833, no sin recorrer junto a Villaamil parte de Andalucía para intensificar la curiosidad del gallego hacia los paisajes y las poblaciones de su propia tierra.

Así, desde 1834 éste salió a menudo de la capital para iniciar numerosas excursiones culturales, recogiendo en sus dibujos numerosos apuntes de arquitecturas y bellezas naturales. Al tiempo, inició su participación en las exposiciones de la Academia de San Fernando aportando nueve cuadros, con La cacería probablemente entre ellos. La escena muestra a un aristocrático grupo comiendo junto a una pintoresca laguna poblada de patos y rodeada de abundante arboleda. Un dosel colgado de las frondosas ramas enfatiza a los personajes principales, entre los que destaca, como única figura femenina, la reina María Cristina sentada junto a una mesita con cristalería. La tela, plasmada con gran detallismo y sin demasiadas concesiones, aún, a la fantasía, resulta una agradable anécdota con la que el artista esperaba atraer la atención de la Reina, a quien ya fue presentado al poco de su regreso de Puerto Rico.

En 1835, junto a Ventura de la Vega, Patricio de la Escosura o Espronceda, fundó el Ateneo de Madrid, siendo nombrado en agosto, tras presentar su Vista de Madrid desde la pradera de San Isidro, académico de mérito por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la especialidad de paisaje, al tiempo que recibía de la Reina Regente la Cruz de Isabel la Católica.

En el citado lienzo, el gallego refleja la pradera situada junto a una idealizada ermita de San Isidro, casi escondida entre la vegetación y protegida por una colina, mientras que en el lado opuesto se adivina la silueta del puente de Toledo y la planicie se convierte en veraz y detallado escenario donde los fieles, siempre a pequeño formato, llegan en coches o pasean y meriendan el día de la festividad del santo patrón. En un total cambio de registro, ese mismo año termina La isla del lago en la Alameda de Osuna y Vista del palacio de la Alameda de Osuna, poéticas interpretaciones donde Villaamil demuestra su capacidad para envolver, en una atmósfera vaporosa donde casi se diluyen las formas, o en un ambiente de delicada transparencia, a edificios y naturaleza.

Este año verá también la aparición del Panorama Matritense, serie de crónicas de la ciudad firmadas por Mesonero Romanos y con la colaboración del ferrolano en la parte gráfica, muy adecuada, por cierto, al tono costumbrista de la obra. En 1836 reitera su presencia en el habitual certamen de la Academia y firma El paseo de Cristina en Sevilla, amplia y arbolada vista de la ciudad con la Torre del Oro, al fondo, en un lateral de la escena.

En 1837, convertido en figura capital del movimiento romántico tras la lectura de sus versos sobre la tumba de Larra, Zorrilla dedica a Villaamil un largo poema titulado La noche de invierno, diseñando el gallego, siempre en sintonía con el literato en cuanto a ideario estético, la portada de la primera edición. La obra resulta, por lo demás, un auténtico manifiesto romántico que remite a lo fantástico, a la tormenta o a lo oculto de la noche, evidenciando las continuas referencias a la pintura el deseo del poeta de expresar sus emociones a través de las telas de su amigo. Así, la evocación por Zorrilla de la arquitectura medieval, desde la catedral gótica al misterio de los olvidados monasterios, o el anhelo de un oriente exótico y misterioso como lugar de evasión, son sensaciones de las que ambos participaban, mientras la fascinación que muestra el poema hacia una naturaleza soberbia y tempestuosa, ante la que el hombre aparece como algo insignificante, es otro sentimiento mutuamente compartido por pintor y poeta. Villaamil, por su parte, también traducirá pictóricamente los diversos y ensoñadores mundos plasmados por el poeta a través de vistas de lejanos países, donde, junto al elemento popular, nunca falta el protagonismo de la reliquia arquitectónica. Así, si en Mercado árabe, de 1837, la acción se desarrolla junto a una monumental y fantástica construcción medieval, en La puerta árabe, lienzo un año posterior, el artista refleja minuciosamente la Puerta del Sol de Toledo para ubicarla, en fantástica combinación, junto a un curso de agua poblado de embarcaciones, algunas ya atracadas en la orilla, mientras un agitado mundo de diminutos personajes, trazados con una técnica empastada de vibrante cromatismo que les dota de una nerviosa corporeidad, trafica con sus mercancías. Con estas vivaces y cotidianas visiones de lo musulmán, a las que se podrían unir títulos como Puerto oriental o, en un tono más verista, La Torre del Oro en Sevilla o Las torres de serranos de Valencia, el maestro se sitúa, además, como todo un precursor de la temática orientalista en España.

Siempre en 1837, Villaamil y otras personalidades procedentes de El Parnasillo, como los pintores Esquivel y Elbo, intervienen en la nueva promoción del Liceo Artístico y Literario, prestigiosa entidad en la que el ferrolano se encargará, como en Puerto Rico, de la decoración de su teatro y donde impartirá clases de arquitectura antigua. Al tiempo, presta sus dibujos de elegante trazo para el Semanario Pintoresco Español y el barón Taylor, aún en España tras su búsqueda de cuadros para la futura Galería Española de Luis Felipe, le compra cinco telas, hoy distribuidas entre diversos palacios franceses. Por otro lado, los temas presentados a las exposiciones de la Academia de San Fernando en este año y en el siguiente, serán comentados en L’Artiste, siendo, además, el momento en que, tras la aparición de los Bocetos pintorescos de España, de David Roberts, nace en el maestro la idea de publicar una obra similar a gran formato, la España Artística y Monumental, proyecto que sufragará el banquero marqués de Remisa.

En enero de 1838 tiene lugar en el Liceo una solemne exposición inaugural a la que asiste la Reina Gobernadora, quien recibirá diversos regalos por parte de una comisión en la que figuraba Villaamil por la sección de Pintura. Entre dichos presentes se encontraba un lienzo del gallego, La catedral de Sevilla, comprando a su vez María Cristina El acuartelamiento, uno de sus temas expuestos para la venta.

Se sabe, además, que la Reina Regente poseía, de su mano, un Paisaje americano con mulatos, sin duda realizado durante su estancia en las Antillas. Condecorado este mismo año con la Cruz de San Fernando por su actuación militar en 1823, Villaamil exhibe en la Academia de San Fernando, de forma excepcional, una escena contemporánea, Ataque a un convoy carlista, donde el dramatismo del asunto se acentúa por la sombría oscuridad en que transcurre la acción.

Por esta época elabora, asimismo, títulos como Vacada junto a una ciudad medieval y Manada de toros junto a un río, ambos de 1837, Vista de la Giralda, de 1838, o La plaza partida, de 1839. Los dos primeros constituyen buena muestra de la asimilación por Villaamil de las maneras de David Roberts, pues, una vez tomados directamente del natural, al lápiz o a la acuarela, abundantes apuntes, luego, en la intimidad de su estudio, introduce variaciones orográficas o arquitectónicas a fin de que el tema interesara y emocionara al espectador. De esta forma, lo que podrían ser apacibles escenas con ganado, se transforman en vistas de soñadas fortalezas medievales sobre arboladas y altas colinas. Hay, también, muchos otros ejemplos en los que el gallego muestra interés por la arquitectura religiosa de esta época, como evidencian Vista exterior de la catedral de Toledo o Interior de la catedral de Sevilla desde el trascoro, telas ambas de 1838, convirtiéndose en uno de nuestros primeros paisajistas donde el Medievo adquiere caracteres de auténtico protagonismo.

Ante sus buenas relaciones con palacio, en abril de 1840 solicita el puesto de pintor de Cámara honorario, lo que le es concedido después de un informe favorable de José de Madrazo, quien por sus dotes al reflejar paisajes e interiores le considera digno del cargo solicitado. Mientras, se casa con María Teresa Ruiz Perelló y nació su hijo Eduardo, al tiempo que recibía el título de comendador de la Orden de Isabel la Católica.

A finales de ese mismo año viajó solo hacia París, donde contactaría con María Cristina y otros españoles exilados tras la subida al poder de Espartero. A continuación, ya domiciliado en el n.º 22 de la rue de la Victoire, participó en el Salón de 1841 con cuatro obras, algunas de las cuales, como Fiesta de San Isidro en Madrid y Un mercado en España, le sitúan como pionero en mostrar el costumbrismo y paisajismo español de veta romántica en el vecino país. Un año después acude al mismo certamen con títulos que recuerdan alguno ya citado con anterioridad, como Vista de la torre del Oro en Sevilla, unido a otros como Vista de Puerto Rico o Una torre árabe cerca de Almería.

Todos serán citados, de nuevo, en L’Artiste, obteniendo el maestro un gran éxito al lograr en este Salón una segunda medalla.

En agosto de 1842 está en Rouen, donde pinta, a la acuarela, el Sepulcro de Jorge d’Amboise en la catedral de Rouen, y pasa luego a Bélgica para mostrar, en el mismo soporte, las filigranas góticas de El palacio Municipal de Bruselas o la Puerta de Malinas. No deja, por otro lado, de vigilar en París el desarrollo de su ambiciosa obra editorial, ya que había decidido imprimirla en Francia ante la mayor perfección de sus procedimientos litográficos. Por fin, en 1842 tiene lugar la publicación del primer tomo de su España Artística y Monumental, una de las más bellas obras ilustradas del romanticismo español. Editada por la firma de Alberto Hauser en tres volúmenes, pues los dos siguientes aparecerán en 1844 y 1850, y dotada de 144 ilustraciones, algunas elaboradas por Carderera, José Domínguez Bécquer o su hermano, Juan Villaamil, el maestro se moverá en el resto de las láminas con total libertad, bien atento a la perfecta captación del monumento arquitectónico o creando composiciones plenamente imaginativas, todas ellas, en cualquier caso, acompañadas de un conciso comentario de Patricio de la Escosura, escritor e historiador ovetense procedente de las tertulias del Café del Príncipe.

Terminada su estancia parisina, se establece a continuación en Bruselas y realiza diversos temas de ambiente español, como los protagonizados por bandoleros, siempre muy del agrado de literatos y pintores románticos. Al tiempo, quizá por influencia de María Cristina, se relaciona con la familia real y alcanza gran éxito entre los círculos cortesanos, donde su arte será muy bien recibido. A comienzos de 1843 abandona Bruselas para visitar otras ciudades belgas, como Lieja, donde en enero refleja el exterior de la iglesia de la Santa Cruz, y Lovaina, donde plasma a la acuarela el interior de la colegiata de San Pedro.

A continuación recorre Holanda, ya que, como en Bélgica, se sentía muy atraído por las construcciones medievales del país, y expone en La Haya, donde también contactará con la familia reinante. Obtenida la acreditación de caballero de la Orden de Leopoldo de Bélgica, retorna en mayo a París, momento en que el rey Luis Felipe le impone la Legión de Honor. En la capital francesa pinta algunos lienzos ambientados en España, como Castillo de Alcalá de Guadaira y Una procesión en el interior de la catedral de Toledo. Poco antes de regresar a su país en febrero de 1844, última, además, la edición del segundo tomo de su España Artística y Monumental.

Con un prestigio internacional obtenido en su trato con monarcas europeos o relevantes personalidades del mundo de las artes, la ciencia y la cultura, en 1845, ya nombrado caballero de la Real Orden de Carlos III, alcanza el grado de teniente director de la Academia de San Fernando y es designado primer profesor de la recién creada Cátedra de Paisaje, no sin protestas de los que, en el propio centro, mantenían prejuicios contra este género al considerarlo menor.

Entretanto, realiza por estos años telas como Paisaje oriental con ruinas clásicas, Ruinas en las inmediaciones de Jerusalén, de 1845, y Caravana a la vista de Tiro, de 1846, todas animadas por la misma luz dorada y evanescente que envuelve las formas y define las lejanías, y en las que, en similar escenografía, se funden personajes orientales con ruinas de la Antigüedad. Esa mezcla era muy del agrado de David Roberts y otros pintores románticos, ya que, al tiempo, mostraban su gusto por lo exótico y su nostalgia por las civilizaciones pasadas.

En 1846 viaja de nuevo a París y presenta en su certamen anual una sola obra, Salón de embajadores en el Palacio Real de Madrid, cuadro que un joven Baudelaire alabaría por su firme sentido del color. Vuelve a continuación a España e inicia durante el verano una excursión por las viejas ciudades de Castilla y León que se prolongará varios meses, reflejando, siempre a la acuarela, el Trascoro de la catedral de León o la fachada plateresca de San Pablo, en Valladolid. En 1848 se ocupa, en la Escuela Preparatoria de Ingenieros Civiles y Arquitectos, de la misma disciplina que ejercía en la Academia de San Fernando, mientras expone durante estos años, con éxito creciente, en el Liceo y en la Academia, y recibe importantes encargos, como los del banquero Bartolomé Santamarca o de la propia reina Isabel II.

En el mes de marzo del citado año ésta le encarga, por ejemplo, una serie de lienzos que comprendían desde asuntos históricos de interior a holgadas panorámicas o tumbas de personajes ilustres, como Capilla y enterramientos de los Buenaventura en Santa María de la Concepción de Rioseco, o Capilla de los condes de Aerschot y sepultura de don Alonso del Pulgar en Leo, Bélgica. Telas ambas de similar composición, muestran amplias estancias de altos muros donde el artista se recrea en plasmar, con virtuoso detallismo, peculiares arcos y bóvedas góticas o recargadas decoraciones renacentistas de su invención, al tiempo que, con sus tonalidades doradas, imprime en la escena un ambiente de misterioso ensueño.

En otro de sus amplios interiores de esta época, Alvar Fáñez de Minaya después de la conquista de Cuenca, el artista, atendiendo a otro encargo de la Reina, vuelve a mostrar sus dotes imaginativas a través de un evocador despliegue de arcos, decoraciones y techos de mocárabes tomados, en principio, de la Alhambra o del Alcázar de Sevilla, para erigir luego un entorno de grandes proporciones donde el contenido histórico queda casi diluido.

Hacia 1850 pinta Interior de la capilla mayor de la catedral de Toledo, cuadro muy relacionado con su Altar llamado “El Transparente” de la catedral de Toledo.

Villaamil se recrea aquí, con fino detallismo, en los numerosos grupos escultóricos con dosel que cubren el altar o en los distintos arcos y esculturas que adornan diversos rincones del templo, creando como un enorme encaje gótico de piedra. Al tiempo, los haces de blanca luz que entran a raudales por los invisibles ventanales, dotan al interior de una difusa y casi irreal atmósfera, momento en que la fantasía parece alcanzar su mayor presencia dentro de la obra del autor.

En cuanto a los paisajes de esta época, tanto Las gargantas de las Alpujarras, de 1848, como El castillo de Gaucín, óleo de 1849 inspirado en un grabado de Roberts, muestran similar esquema compositivo, con unos bandoleros, entre las sombras, a la izquierda de la escena, mientras, en la lejanía, discurren las caravanas entre profundos valles e imponentes montañas de aguda silueta, coronadas por medievales torres. Obras ambas de gran sentido escenográfico, se acercan mucho a esa romántica concepción de la naturaleza que gusta de lo sublime, al tiempo que los personajes aportan esa otra visión de lo pintoresco, también tan romántica.

Será, sin embargo, en otras dos composiciones prácticamente coetáneas, como Los Picos de Europa y Procesión de Covadonga, ésta de hacia 1850, donde Villaamil muestre las vistas más espectaculares de toda su producción. Ubicadas ambas en algunos de los sitios más agrestes de la cordillera, en Los Picos de Europa refleja una sucesión de moles que, como gigantes, se adivinan una tras otra en la lejanía, casi difuminadas sus quebradas siluetas entre las transparencias de la atmósfera. En Procesión de Covadonga, sin embargo, las moles rocosas parecen agitarse en violento torbellino, como si de una de las visionarias panorámicas de John Martin, otro paisajista británico, se tratara, inclinándose amenazantes sobre la ermita de la Virgen a modo de fauces que fueran a engullirla. Por otro lado, los grupos de romeros presentes en ambas escenas, cuya pequeña silueta les subordina a una naturaleza que aquí alcanza su pleno dominio, actúan como colorista contrapunto al áspero medio que les rodea, convirtiendo su presencia en necesaria para dotar al asunto de auténtica vitalidad.

En 1852, el maestro vuelve a mostrar acontecimientos de su época con su Inauguración del ferrocarril de Langreo por Isabel II, lienzo de claro y luminoso celaje donde Villaamil, como hombre de su tiempo, se muestra atraído por las novedades del progreso. A continuación, y como resultado de una competición con su cuñado, Eugenio Lucas, sobre la realización en el menor tiempo posible de un mismo tema, pinta El castillo roquero, tela de factura, lógicamente, muy abocetada pero donde el motivo, siempre apreciado por el maestro, queda bien plasmado en su esencia.

Sus últimos cuadros serían encargos del embajador británico, como Vista general de Madrid, obra de gran amplitud donde se percibe el puente y la puerta de Toledo y un sinfín de torres y cúpulas de iglesia, como la de San Francisco el Grande, o Vista de Madrid desde la Casa de Campo, ambas de 1854. Falleció poco después, a mediados de año, a consecuencia de una hipertrofia del hígado y el bazo, descansando sus restos en la Sacramental de San Justo de Madrid.

 

Obras de ~: Paisaje con figuras, 1828; La Cacería, 1834; Madrid desde la Pradera de San Isidro, 1835; El paseo de Cristina en Sevilla, 1836; Mercado árabe, 1837; Manada de toros junto a un río, 1837; La Giralda de Sevilla, 1838; Vista exterior de la catedral de Toledo, 1838; Ruinas en las inmediaciones, 1839; El palacio municipal de Bruselas, 1842; Paisaje oriental con ruinas clásicas, 1842; La plaza partida, Alcalá de Guadaira, 1843; Castillo de de Jerusalén, 1845; Caravana a la vista de Tiro, 1846; Las gargantas de las Alpujarras, 1848; Los picos de Europa, 1848; El castillo de Gaucín, 1849; Procesión de Covadonga, 1850; Interior de la capilla mayor de la catedral de Toledo, 1850; Inauguración del ferrocarril de Langreo por Isabel II, 1852; Vista general de Madrid, 1854.

 

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Ángel Castro Martín

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