Broschi Barrese, Carlo. Farinelli. Andria, Apulia (Italia), 24.I.1705 – Bolonia (Italia), 16.IX.1782. Cantante y director de óperas y serenatas del Real Coliseo del Buen Retiro.
Carlo Broschi nació en el seno de una familia modesta pero con inquietudes musicales. Su padre ocupó cargos administrativos en ciudades cercanas a Bari, llegando incluso a ser gobernador de las villas de Maratea y Cisternino. El ambiente familiar en que se educó influyó decisivamente, ya que tanto él como su hermano Riccardo comenzaron sus estudios musicales en Nápoles, adonde se había trasladado poco antes la familia Broschi. Riccardo se dedicó a la composición de óperas; no obstante, su nombre no se recuerda tanto por sus melodramas, con los que ganó cierta fama, como por escribir arias de dificultad técnica con las que podía lucir sus cualidades su hermano menor.
El que fue el más famoso cantante de la época comenzó su preparación con el compositor Niccolò Porpora, a quien se le conocía por el riguroso método con el que enseñaba la técnica vocal a sus discípulos.
En estos años de formación (1715-1720), Carlo Broschi se sometió a la más dolorosa de las operaciones, la castración, por conservar su bella voz de soprano.
Esta inhumana costumbre era muy criticada en la época, pero muy extendida. Se aceptaba por razones musicales, siempre que se contara con la autorización del afectado.
Era aún muy joven cuando el castrato se dio a conocer en los círculos musicales de Italia. Su presentación se produjo en Roma, en 1720, donde interpretó la serenata Angelica y Medoro, escrita por Metastasio y puesta en música por su maestro Porpora. De este estreno data la amistad que trabó con el citado poeta y libretista Metastasio, con quien mantuvo una ininterrumpida correspondencia a lo largo de sesenta años. De 1722 a 1724, la actividad de Carlo Broschi estuvo circunscrita al área de Nápoles y Roma, cantando básicamente obras de Porpora y Predieri. Pero su fama se extendió con rapidez por toda la Península, así que pronto viajó a otras ciudades italianas —Bolonia, Florencia, Venecia, Parma...— célebres por sus temporadas de ópera. En estos años comenzó a ser conocido por el sobrenombre de Farinelli, tomado, al parecer, del apellido de los hermanos Farina, pertenecientes a una familia napolitana amante de la música, en cuya casa había cantado con frecuencia durante sus años de estudio.
En Bolonia, en 1727, conoció al cantante Antonio Bernacchi, con el que interpretó Antigona o La fedeltà coronata, de Orlandini, y de quien recibió valiosos consejos sobre la técnica del canto. Su influencia, así como la que ejercieron otros artistas, escritores y músicos, le valió para ser nombrado, en 1730, miembro de la prestigiosa Academia Filarmónica de Bolonia.
Este hecho y su estrecha relación con muchas personalidades de esa ciudad lo animaron a pedir la ciudadanía boloñesa, que se le concedió en 1732, y a comprar unas propiedades cercanas a Bolonia, a las que se retiró cuando abandonó España.
Allí donde iba, Carlo Broschi era aplaudido y el éxito de la ópera —ya sea de Porpora, Leo, Hasse, Vinci, Giacomelli o de su hermano— estaba asegurado.
Logró, pues, en pocos años tal prestigio, que incluso se le solicitaba fuera de Italia. Su voz era ágil, plena, luminosa, potente, flexible, de gran extensión y belleza tímbrica. El cantante poseía unas cualidades vocales que son difíciles de encontrar en una sola voz —entonación segura, dulzura, sobriedad, elegancia—, a lo que añadía su talento musical y expresividad.
Nada podía frenar su imparable carrera en una época en que se sentía preferencia por la voz de castrato.
Por ello, en poco tiempo, un público más amplio de diversas ciudades y cortes europeas tuvieron la oportunidad de oírlo y de asombrarse con sus extraordinarias interpretaciones, pero fueron Viena y Londres lugares de referencia.
En Viena, adonde viajó tres veces, cantó para la Corte del emperador Carlos VI en varias ocasiones, pero también en salones de la nobleza. Según un relato de la época, al término de una velada en que el castrato había cantado varias arias, el mismo Emperador le hizo una observación con respecto a su manera de interpretar.
A su entender, Farinelli debía evitar aquellos alardes de su técnica virtuosística, con los que había alcanzado tanta popularidad, en favor de una mayor sencillez y expresividad para llegar al corazón de sus oyentes, para conmoverlos. A Carlo Broschi, que en cualquier circunstancia de su vida demostró siempre que estaba dotado también de una gran inteligencia y juicio para las cosas comunes, este consejo le sirvió para perfeccionar su arte. Desde entonces, nadie ni nada ha podido ensombrecer la gloria de Farinelli.
Su estancia en Inglaterra fue la más duradera antes de su llegada a Madrid. Porpora lo había convencido de que acudiera a Londres, al menos durante una temporada, para formar parte de la recién inaugurada Ópera de la Nobleza que impulsaba el príncipe de Gales y cuyo objetivo era competir con la compañía que dirigía Haendel. Cuando partió rumbo a Inglaterra, en 1734, su carrera estaba en un momento culminante y nadie podía sospechar que jamás volvería a cantar en Italia. Para su presentación ante el público londinense, el 29 de octubre de 1734, eligió Artaserse, una ópera de Hasse (la había cantado en otras ocasiones y siempre con éxito). En esta puesta en escena, la obra contaba con arias de otros compositores —entre otras, Son qual nave de Riccardo Broschi, escrita especialmente para su lucimiento—. Sus interpretaciones en conciertos de abono y fiestas privadas, si no lo hacía en alguna ópera, eran continuas y por ellas recibía importantes regalos o dinero en metálico que fueron la base de su incalculable fortuna. Diversos testimonios de la época ofrecen anécdotas en las que se habla de la capacidad de fascinación de Farinelli y de la admiración sin reticencias del público inglés: tanto si los instrumentos acompañantes dejaban de tocar para extasiarse con el canto del castrato, como si un cantante rival —Senesino— interrumpía una representación para abrazarlo en señal de reconocimiento. Pero el relato más revelador, ejemplo de esta insólita seducción, nos habla de la exclamación de una dama a mitad de una actuación: “Un Dios, un Farinelli”. En cualquier caso, estas anécdotas constituyen la prueba fehaciente de lo excepcional de sus interpretaciones.
Incluso Rolli, que destaca por la profundidad de sus conocimientos musicales, declaró, en 1734, después de una memorable noche en que el cantante había dado lo mejor de sí, que hasta ese momento sólo había escuchado una pequeña parte de lo que el canto humano podía lograr, y que a partir de entonces entendía que nada podía superarlo.
Pero su carrera como cantante profesional quedó truncada después de su llegada a Madrid. La estancia en España de Farinelli se extiende desde 1737 hasta 1760. Durante estos años pueden apreciarse dos épocas bien diferenciadas que corresponden a los reinados de Felipe V y Fernando VI. En agosto de 1737, a instancias del embajador español en Londres, viajó a Madrid para complacer a Isabel de Farnesio.
Según comentarios de la época, la Reina, mediante la música, intentaba distraer y, si era posible, curar a Felipe V, aquejado por continuas depresiones.
El remedio —se suponía— podía encontrarse en el canto del famoso castrato. En efecto, desde la primera vez que el Rey lo oyó, se sintió tan mejorado, que no tardó en designarlo servidor en calidad de “Familiar Criado mío”. Se le asignó una paga muy elevada por el resto de su vida, pero debía comprometerse a no volver a cantar en público. Estas insólitas circunstancias cambiaron la vida de Farinelli. Al parecer, él tenía la intención de cantar para la Corte española durante el verano y regresar a Londres, donde debía continuar una temporada más hasta el final de su contrato.
Sin embargo, aceptó el nombramiento, comenzó los trámites para anular su compromiso con la compañía inglesa y abandonó definitivamente la escena. A partir de ese momento, sólo sirvió al Rey cantando en veladas privadas, en las que interpretaba composiciones de Pergolesi, Leo, Hasse o Scarlatti y, en ocasiones, preparaba pequeños espectáculos en los que participaban los infantes más pequeños, para entretenimiento de la Familia Real. No obstante, también colaboró con el marqués de Scotti en los espectáculos teatrales que se organizaron con motivo de los casamientos de los infantes Felipe y María Teresa, dando consejos con buen criterio sobre la escenografía de ambas representaciones —Farnace (1739) y Achille in Sciro (1744), que fueron muy comentadas y aplaudidas—, o mostrando su arte al cantar en una serenata.
A pesar de la importante posición que ocupaba como cantante personal de Felipe V, Farinelli no tenía un puesto adecuado a sus facultades. Lo alcanzó después de la entronización de Fernando VI, cuando se hizo cargo de la dirección de las óperas y serenatas que habían de representarse en el Coliseo del Buen Retiro y de otros entretenimientos en el Real Sitio de Aranjuez. Los Reyes eran aficionados a la buena música, y el castrato había acudido frecuentemente a las veladas musicales que tenían lugar en la cámara de Fernando VI mientras éste era príncipe de Asturias.
Es más, María Bárbara de Braganza tenía una sólida formación musical, recibida de Domenico Scarlatti, quien participaba también en estos entretenimientos como maestro de cámara. Allí Farinelli se sentía querido y admirado por los Reyes. Se pusieron a su disposición, pues, todos los medios financieros para llevar a cabo su labor y se le dio absoluta libertad para la elección de obras, libretistas, compositores y cantantes.
Durante su estancia en España, esta etapa representa otra faceta artística del castrato, no menos destacada que la de cantante, dando un gran impulso a la puesta en escena de las óperas italianas en España.
De modo que, bajo su dirección, el Coliseo del Buen Retiro se convierte en el teatro de ópera más importante de toda Europa.
Farinelli recogió toda su actividad en un volumen manuscrito: Descripción del estado actual del Real Theatro del Buen Retiro. De las funciones hechas en él desde el año de 1747, hasta el presente: de sus yndividuos, sueldos y encargos, según se expresa en este Primer libro. En el segundo se manifiestan las diversiones, que annualmente tienen los Reyes Nrs. Sers. en el Real Sitio de Aranjuez. Dispuesto por Dn. Carlos Broschi Farinelo, Criado familiar de S.s M.s, Año de 1758. Este libro incluye, además, ilustraciones a la aguada de Battaglioli, que lo representan en el salón de sastres, de pintores o en la saleta de música —una escena en que hace entrega de su libro a los Reyes—, pero también montajes de óperas y las embarcaciones en las que los Reyes paseaban por el río Tajo durante su estancia en Aranjuez.
Este valioso manuscrito presenta una detallada relación de todas las gestiones que como responsable de los espectáculos —óperas, serenatas y fiestas palaciegas— Farinelli realizó desde 1747 hasta 1758. Se habla de cómo debe tratarse a los cantantes —tanto a su llegada a Madrid como durante su estancia—, y se citan los nombres de aquéllos que se contrataron, por cuánto tiempo y los sueldos que se les pagaron. Se especifican los componentes de la orquesta —miembros de la Capilla Real—, sus gratificaciones, y la manera en que debían realizarse los ensayos de las óperas.
No olvida precisar los gastos por la iluminación del teatro, por la impresión de los libretos y el pago a los traductores. Añade datos sobre cómo deben custodiarse las partituras, los decorados y vestuarios de las óperas ya montadas, y sobre la estrecha vigilancia que siempre debía tener el teatro, en especial, cuando había representación. Sin embargo, lo que presenta mayor interés es la relación de libretistas, compositores y escenógrafos contratados, así como una lista de las óperas y serenatas que, desde 1747 hasta 1758, se representaron en el Coliseo del Buen Retiro, pero también en el pequeño teatro de Aranjuez, inaugurado en 1754, donde eran habituales los montajes de intermedios y serenatas.
El libretista que contó con mayor número de encargos fue Metastasio, quien de forma regular enviaba obras ya conocidas a Farinelli, a veces arregladas, y sólo en alguna ocasión escrita especialmente para la corte española —como La Nitteti, estrenada en 1756 con música de Conforto—. Contó con la colaboración de otros libretistas, como Paolo Rolli, Pico de la Mirandola y Bonecchi, y contrató a escenógrafos de la categoría de Pavía, Jolli o Battaglioli. Pero la música tenía que ser siempre nueva, por ello, en un principio confió los libretos a los compositores italianos establecidos en Madrid: Courcelle, Corradini y Mele. Más adelante se puso en contacto con Nicolò Conforto, a quien le solicitaba continuamente composiciones para los diferentes estrenos, que el músico remitía desde Italia. Pero finalmente, en 1755, se trasladó a España, donde trabajó junto a Farinelli en la organización y ejecución de estos espectáculos, para garantizar un estilo de acuerdo con el gusto de los Reyes y las exigencias del cantante. Entre sus obras destacan Siroe, L’eroe cinese, La Nitteti y Adriano en Siria. A otros compositores famosos se les hicieron encargos puntuales —Jommelli, Galuppi, Hasse, Mazzoni, Latilla y Bonno—; de ahí que el repertorio de obras representadas en Madrid fuera bastante amplio.
De entre todas estas puestas en escena dirigidas por Carlo Broschi, cabe destacar la serenata L’asilo d’amore, de Courcelle, y la ópera Armida placata, de Mele, que se representaron con motivo del casamiento de la infanta María Antonia Fernanda, en 1750. El lujo, la magnificencia, el extremo cuidado de todos los detalles, lo creativo y extraordinario de su montaje —un templo clásico todo de cristal de La Granja— fueron la admiración de los Reyes y de todos los presentes, de manera que Fernando VI, en recompensa, le concedió la cruz y el hábito de caballero de la Orden de Calatrava.
Pero, además, en Aranjuez, para que pasearan Fernando VI y María Bárbara por el río Tajo, Farinelli creó una escuadrilla. En estas embarcaciones, los Reyes y miembros de la corte podían disfrutar de las apacibles tardes de primavera, deleitarse con la música y, a veces, recrearse con la iluminación de los jardines y la exhibición de fuegos artificiales. Como comenta en su manuscrito, el cantante interpretaba cada tarde dos arias —habitualmente la primera acompañada al clave por el Rey y la segunda por la Reina— y, en ocasiones, María Bárbara y él cantaban a dúo.
Existe constancia de que el castrato compuso algunas arias para exhibir sus excepcionales facultades durante su estancia en Londres y en Madrid, pero también era habitual que variara las de otros compositores, añadiéndoles una rica ornamentación en muchos pasajes y en las cadencias, como se observa en alguna de las arias que se encuentran en un manuscrito que le envió a la emperatriz María Teresa, en 1753, a Viena.
Este libro contiene una selección de seis arias, las que, según sus palabras, interpretaba con mayor frecuencia a los reyes de España.
Su posición era envidiable: se encontraba entre los más próximos a Fernando VI y María Bárbara, que lo premiaban generosamente con regalos, y realizaba una labor que le agradaba y de la que se sentía satisfecho.
Pero la muerte de la Reina, en 1758, seguida de la del Rey, en 1759, acabó con esta situación. A su llegada a Madrid, Carlos III lo despidió, de manera que Farinelli abandonó España, en 1760, y se retiró a su villa de Bolonia. A lo largo de su carrera había acumulado numerosas obras de arte y objetos valiosos.
Contaba con una amplia biblioteca y numerosas partituras, algunas de ellas heredadas de María Bárbara de Braganza —como los manuscritos con las sonatas que Scarlatti le había legado a la Reina—, además de haber reunido una valiosa colección de instrumentos, entre los que sobresalían varios claves (tres de ellos también se los había dejado la Reina), y violines de Amati y Stradivarius. En Bolonia, donde vivió los últimos veinte años de su vida, Farinelli se mantuvo en contacto permanente con escritores y músicos de diferentes países, recibió en su casa, entre otros, a Gluck, a los Mozart, al padre Martini y a Burney, se entrevistó con José II de Austria en Bolonia y, asimismo, los españoles que lo visitaban fueron siempre acogidos calurosamente.
Pocos cantantes han logrado un reconocimiento unánime de su arte. Por tanto, no es de extrañar que a los dos años de su muerte se escribiera su primera biografía y que numerosos escritores se hayan dejado seducir por la vida de Farinelli. Por los detalles anecdóticos que recoge, destaca la obra del viajero inglés Burney, que conversó con él en varias ocasiones. Pero su popularidad ha traspasado las fronteras de lo real y lo ha transformado en personaje de ficción, de ahí que sea protagonista de novelas, óperas, zarzuelas o películas, tanto de autores extranjeros como españoles. Cabe destacar, en el ámbito musical y español, la zarzuela Carlos Broschi (1853) de Joaquín Espín y Guillén y la ópera Farinelli (1902) de Tomás Bretón.
Obras de ~: Descripción del estado actual del Real Theatro del Buen Retiro. De las funciones hechas en él desde el año de 1747, hasta el presente: de sus yndividuos, sueldos y encargos, según se expresa en este Primer libro. En el segundo se manifiestan las diversiones, que annualmente tienen los Reyes Nrs. Sers. en el Real Sitio de Aranjuez. Dispuesto por Dn. Carlos Broschi Farinelo, Criado familiar de S.s M.s, Año de 1758 (ed. facs. Fiestas reales, con pról. de A. Bonet Correa y A. Gallego, Madrid, Consorcio Madrid Capital Europea de la Cultura-Patrimonio Nacional, 1992).
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María Salud Álvarez Martínez