Aragón, Fadrique de. Conde de Luna (IV), en la Corona de Aragón (primer linaje) y señor de Segorbe. Sicilia (Italia), s. m. s. XIV – Brazuelas (León), V.1438. Pretendiente a la Corona de Aragón.
Hijo natural de Martín I el Joven, rey de Sicilia y de Tarsia Rizzari, dama siciliana de no alta alcurnia. La muerte de su progenitor el 25 de julio de 1409, en Cerdeña, poco después de haber vencido a los sardos en la batalla de Sanluri (30 de junio) iba a plantear un serio problema sucesorio en la Corona de Aragón, ya que se veía privada —después de tres siglos— de un heredero directo (hijo o hermano de Rey). Martín el Joven moría sin más descendencia que el propio Fadrique, hijo natural, y el monarca reinante, Martín el Humano, padre del Joven, viudo y hombre de edad ya avanzada, no era probable que tuviese más herederos. No obstante, lo intentó.
Por indicación de sus consejeros, contrajo un cuarto matrimonio (17 de septiembre de 1409) con Margarita de Prades, hija del condestable Pedro, descendiente también de la casa real de Aragón; pero lejos de lograrse la anhelada sucesión, solamente se consiguió con este matrimonio acortar los días del Rey. El niño Fadrique, siciliano de nacimiento, fue trasladado pronto a Aragón, educándose en el palacio real, junto a su abuelo, quien volcó en él toda su ternura, asignándole como preceptor a Pere Torrelles. Se esforzó también en su legitimación, que se produjo todavía en tiempos de Martín el Joven, para que aunque no le sirviese para ser apto en la sucesión de la Corona de Aragón, sí lo fuese en el condado de Luna, en el señorío de Segorbe y acaso en el Reino de Sicilia.
Fadrique de Aragón fue uno de los cinco pretendientes a la corona aragonesa cuyos derechos se trataron en Caspe. Competía con: Jaime, conde de Urgell, bisnieto de Alfonso IV; Luis de Anjou, duque de Calabria, nieto de Violante de Bar, viuda de Juan I; Alfonso, duque de Gandía, bisnieto de Jaime II; Fernando de Castilla, nieto de Pedro IV y sobrino del rey Martín por vía femenina. De ellos triunfó Fernando de Castilla, el candidato más apoyado y que mejor había trabajado durante el interregno para ganarse la voluntad de sus futuros súbditos representados por los electores del Compromiso. Supo, además, conjugar los intereses de algunos protagonistas a título particular. Así, Benedicto XIII, quien veía en Fernando un firme apoyo en la cuestión del Cisma al asegurar la mayoría peninsular hacia su causa, o san Vicente Ferrer, quien encontró en él, primero como regente castellano y después como monarca aragonés a un colaborador en sus planteamientos antihebraicos y de la presencia eclesiástica en la política gubernamental. No hay que olvidar que había sido el propio Benedicto XIII quien propuso al parlamento catalán en Tortosa y al aragonés en Alcañiz el nombramiento de nueve compromisarios, tres por cada reino, para que reunidos en Caspe, examinaran los derechos de los candidatos y eligieran rey.
De estos compromisarios en Caspe, los tres aragoneses: Domingo Ram, Berenguer de Bardaxi, Francés de Aranda; dos valencianos: Vicente y Bonifacio Ferrer y un catalán: Bernat Gualbes, optaron por el infante castellano, por lo que al haber seis votos y al menos, un voto por cada reino, se dio por válida la opción, proclamándose solemnemente el 28 de junio de 1412 en la iglesia mayor de Caspe. La decisión fue recibida satisfactoriamente en Aragón, no tanto en Valencia y mucho menos en Cataluña. Pero satisfacía, no obstante, a la mayoría. La candidatura de Fadrique, a pesar de un cierto apoyo popular suscitado por su orfandad, desamparo y por el cariño que le había profesado el monarca fallecido, fue pronto desechada, dada su bastardía.
Cuando en virtud del Compromiso, Fernando de Trastámara se convirtió en rey de Aragón, el niño Fadrique le juró lealtad. El nuevo monarca —después de recordarle públicamente su bastardía— le acogió en palacio, donde se completó su educación junto a sus propios hijos, y le confirmó íntegramente todos sus bienes patrimoniales. En el momento en que el primogénito de Fernando, Alfonso, se convirtió en monarca, Alfonso V el Magnánimo, Fadrique tuvo un lugar destacado en la Corte y en el Consejo. También formó parte del ejército. Participó en la batalla de Bonifacio (1420), y tanto le impresionó a Alfonso su actuación durante esta primera expedición a Italia, que en marzo de 1423 le concedió el mando de la flota que iba a enviar a ese país por segunda vez y que zarparía en junio de 1424. Pero a partir de ese momento se agriaron las relaciones. Fadrique se sintió relegado por Pedro, hermano del monarca, los dos en la flota y los dos en Sicilia. Su afición a la política siciliana, de cuyas tierras se creía injustamente desposeído —Martín el Joven había declarado heredero a su padre, Martín el Humano— aconsejó confinarlo a Aragón, donde empezó a tramar un movimiento de oposición a los Trastámara. Su postura tuvo eco entre algunos sectores descontentos con la solución adoptada en Caspe, quienes empezaron a difundir ideas como que la declaración caspolina fue con reserva de trono para quien en derecho le perteneciese; que Alfonso V incumplía sus promesas y que atentaba contra los fueros del reino, lo que demuestra la ilegitimidad de su poder. En este ambiente de los descontentos con la solución del Compromiso, Garcia de Sese, antiguo partidario de Jaime de Urgell, acérrimo opositor a Fernando de Trastámara, se ganó su confianza, y lo que fue más importante, lo puso en contacto con el castellano Álvaro de Luna. Se empezó a tejer en torno a Fadrique una conspiración que abarcaba sus grandes territorios en Aragón, Valencia y se extendía a Sicilia.
Su postura política se complicó también con su escandalosa vida privada. Se comprometió en matrimonio —sin consentimiento del monarca— con una sobrina del arzobispo de Tarragona, pero muy poco después quiso eludir su compromiso. Obligado a aceptarlo por los parientes de la novia, el matrimonio resultó un desastre. Muy pronto, además, se conocieron las relaciones de Fadrique con una de sus cuñadas, Violante de Mur, quien acabaría como penitente abadesa de Santa Clara de Tordesillas. Vivía con ella, y se creyó que intrigaba para asesinar a su maltratada esposa, cuya familia reclamaba justicia.
El conde de Luna pretendía justificar este comportamiento alegando la situación de su hermana, Violante de Aragón. Ésta había sido repudiada por su esposo, el castellano Enrique de Guzmán, conde de Niebla, cuyo matrimonio había sido concertado a iniciativa de los monarcas aragoneses. También él pedía justicia; al no obtenerla, actuaba de una forma similar y salvaba “su honor”.
La conspiración que Fadrique encabezó contra Alfonso V creció, como es lógico, con el enfrentamiento entre Castilla y Aragón y el problema de los infantes de Aragón. Desde el estallido de la guerra, los espías de Alfonso en Castilla le habían informado de la correspondencia entre Fadrique y Álvaro de Luna, pero mientras el conde de Luna no hizo ningún movimiento abierto, el Rey aragonés optó por no provocar un conflicto que sin fuerzas no podría controlar; incluso le dio el mando de un frente aragonés. En diciembre de 1429 Fadrique supo que sus maquinaciones habían sido descubiertas y temiendo que se le pudiese arrestar, se refugió en uno de sus castillos fronterizos. El monarca se movió con precaución; no quería que una acción precipitada le diera al conde de Luna pretexto para invitar a los castellanos a sus muchas fortalezas aragonesas. Prefirió evitar cualquier referencia a la actividad traidora del conde aparentando que la crisis obedecía sólo a sus desavenencias conyugales. Realmente el monarca aragonés maniobraba con mucho tacto, a la vez que mostraba una extremada consideración hacia Fadrique, evitaba mayores dificultades. Los emisarios que se intercambiaron le ofrecieron prácticamente cualquier solución que el conde pudiera considerar, con la única condición de que se alejara de la frontera y garantizara la lealtad del personal de sus castillos. Se negó. Incluso después de que el 24 de diciembre el Consejo decretara la incautación de sus tierras y propiedades, la acción se mantuvo en suspenso para permitir que Galcerán de Requesens y Mateu Pujades desplegaran sus esfuerzos para hacerle entrar en razón. No pudo ser; fue completamente imposible el acuerdo, ya que muy poco después, al interceptar unas misivas en Barcelona a principios de enero de 1430, se descubren sus planes para sublevar la isla de Sicilia. Dos hijos del poderoso barón siciliano, marqués de Gerace, estaban en estrecho contacto con Fadrique y apoyaban sus pretensiones. El mayor había contraído matrimonio ficticio con Valentina, ama de llaves de Fadrique, para cubrir la conexión. Casi a la vez, otro de sus agentes, interceptado en Zaragoza, confesó un complot para traicionar la ciudad. Aquí actuaba como acérrimo partidario de Fadrique el clérigo Jaime Calvo, rápidamente apresado por antitrastamarista. Además, fuerzas castellanas se habían puesto en camino para unírsele. La traición quedaba totalmente de manifiesto.
Ante la gravedad de la trama, el Consejo tuvo que actuar. El 14 de enero decidió apoderarse de sus castillos, aunque no se pudo impedir que cuatro de ellos cayeran en manos enemigas. Y poco después, el 1 de febrero, se decretó la incautación de todas las propiedades de Fadrique de Aragón, conde de Luna, por traición. A la vez, y a pesar de encontrarse en pleno rigor invernal, el monarca aragonés, Alfonso, preparó una campaña para reparar daños. Él mismo tomó el mando de la expedición, convencido que su persona y presencia conjuraría la rebelión. Así ocurrió. Antes de quince días, todos los castillos del conde de Luna —menos el de Malón que no se rendiría hasta finales de febrero de 1430— y su ciudad de Segorbe se habían sometido sin resistencia. Fadrique tampoco presentó batalla. Se encaminó en compañía de García de Sese hacia Medina del Campo para encontrarse con el rey de Castilla.
Ya en este reino, tras la bienvenida real, se declaró súbdito de Juan II, quien para extraer la máxima ventaja política de su deserción, le confió el mando de sus tropas en la frontera aragonesa. Se iba a convertir en un útil instrumento de la política castellana, de Álvaro de Luna, en su lucha contra los infantes de Aragón.
Una vez llegado a tierras castellanas recibe del Monarca Villalón y Cuéllar, con medio millón de maravedís de juro, un millón en tierra para lanzas, otro de merced de por vida y 300.000 maravedís anuales de mantenimiento. Estas villas y rentas vendrían a compensarle de la pérdida del condado aragonés de Luna.
El disfrute de Villalón y Cuéllar, otorgadas en juro de heredad, estaba condicionado a la posible devolución del señorío aragonés o bien a la obtención de Sicilia, en cuyo caso volverían a la Corona. Más tarde, a la muerte del duque de Arjona, obtuvo también Arjona y Arjonilla. Llegaba así Fadrique de Aragón a ser un miembro importante de la nobleza castellana, aunque parece que no renunció a la posibilidad de tener un reino a su mando. Considera que ha llegado la ocasión cuando en 1431 una embajada tunecina llega a la corte y presenta al de Luna cartas de su monarca invitándole a ir a su país. Allí le ayudaría a preparar una expedición para hacerse con el trono de Sicilia, disputado entonces por los genoveses a Juana de Nápoles, heredera de don Martín. A juicio de Lope Barrientos, los preparativos de este proyecto son los que le mueven a vender Villalón y otras villas, cuyo importe se destinaría a los gastos de viaje y conquista. Vendió Villalón al conde de Benavente por 20.000 florines y 40.000 de juro y Arjona a Álvaro de Luna por 20.000 florines. A partir de entonces y hasta el momento de su prisión, las vicisitudes de Fadrique son mal conocidas.
La expedición a Sicilia se suspendió o aplazó temporalmente por falta de recursos. El dinero obtenido de las ventas y empeños se gastó muy rápidamente en Andalucía, posiblemente empleado en aumentar allí el número de partidarios. Entre 1432 y 1434 repartió su tiempo entre estancias en la Corte, en Cuéllar, de donde seguía siendo señor, y en Andalucía. Aquí fue detenido el 26 de enero de 1434 y acusado de conspirar con caballeros de Sevilla para que le tomasen como capitán, le entregasen el castillo y otras zonas, y saqueasen a los más ricos de la ciudad. Quizá todo estuviese relacionado con la formación de una flota propia para el ambicionado proyecto siciliano. Iba a acabar sus días en una prisión castellana, Brazuelas, a finales de mayo de 1438 con sospechas de haber sido envenenado. Su torpeza política, también en Castilla, quedaba así de manifiesto.
Bibl.: L. Suárez Fernández, Á. Canellas López y J. Vicens Vives, Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV, intr. de R. Menéndez Pidal, en J. M.ª Jover (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XV, Madrid, Espasa Calpe, 1964, págs. 3-318; Á. Canellas López, “El reino de Aragón en el siglo XV (1410-1479)”, y J. Vicens Vives, “Los Trastámara y Cataluña”, en L. Suárez Fernández, Á. Canellas López y J. Vicens Vives, Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV, op. cit., págs. 323-598 y 599-793, respect.; A. Ryder, Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón, Nápoles y Sicilia (1436-1458), Valencia, Alfons el Magnànim, 1992; J. M. Calderón Ortega, “La donación de Arjona a Fadrique de Aragón: Nuevas perspectivas”, en Actas del II Congreso de Historia de Andalucía, Historia Medieval, vol. II, Córdoba, Junta de Andalucía, 1994, págs. 140-142.
Betsabé Caunedo del Potro