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Antonio Fabres y Costa

Biografía

Fabrés y Costa, Antonio. Gracia (Barcelona), 27.VI.1854 – Roma (Italia), 21.I.1938. Escultor y pintor.

Hijo del profesor de dibujo Cayetano Fabrés, nació en Gracia, localidad cercana a Barcelona, aunque parte de su niñez transcurrió junto a su familia en Mallorca, estancia de tres años donde ya demostró una habilidad para el dibujo que, lógicamente, potenció bajo la tutela de su padre. Su posterior presencia en el taller del escultor Aleu i Teixidor y las materias elegidas al ingresar a los trece años en la Academia de Sant Jordi de Barcelona parecían encaminarle hacia ese terreno de la plástica, y no tardó en obtener una medalla por un busto con la efigie de uno de sus tíos, el joyero Raimundo Costa. Tras este período de formación, en 1875 obtuvo con La muerte de Abel, grupo escultórico que ya le dio cierta fama, la beca ofrecida por la Diputación Provincial de Barcelona para ampliar estudios en Roma, ciudad a la que se trasladó ese mismo año.

Instalado en Italia, realizó El siglo xix, bajorrelieve alegórico de 1877, inició su Prometeo o modeló posteriormente La Tragedia como envío de pensionado, aunque su amistad con José Villegas y otros artistas de su círculo y su admiración por el arte de Fortuny, plenamente vigente en Roma pese a su muerte a finales de 1874, le inclinaron paulatinamente hacia el terreno pictórico, en el que pronto destacó con sus óleos de temática orientalista. Así, si el Centinela árabe expuesto en su estudio durante 1879 causaba no poca admiración, poco después vendió un asunto similar a un comprador norteamericano por elevado precio, mientras sus escenas domésticas en el interior del harén también eran objeto de disputa entre los coleccionistas, llamando la atención del propio Goupil.

Era evidente que su habilidad en la plasmación de los detalles, la solidez de sus figuras y la luminosidad de acabado en sus composiciones le permitían abordar con soltura la pintura de corte preciosista, no tardando en ser considerado como el más genuino heredero de Fortuny.

Su coetánea producción a la acuarela le proporcionó renovado prestigio por la finura de ejecución y el brillante uso del color empleados en dicho procedimiento, lo que le animó a participar, junto con otros artistas de la colonia española en Roma, en las sucesivas exposiciones organizadas por Hernández en Madrid en 1881 y 1882. Dichos eventos, en los que la acuarela era la nota dominante, constituyeron para Fabrés todo un triunfo de crítica y ventas, al punto de considerarle la prensa de la capital como uno de nuestros pintores en Italia que mejor se desenvolvía en esta técnica. En 1884 sus acuarelas volvieron a aparecer en la capital por doble motivo, ya que participó con su Estudio de África en los álbumes artísticos promovidos por Robledo Robledo como regalo para la reina María Cristina y la princesa imperial de Alemania, de visita ésta en la Corte, para luego remitir su Hombre con guitarra, alabado en diversos medios, a la Exposición Literario-Artística organizada a finales de año por la Asociación de Escritores y Artistas en las escuelas Aguirre.

Su relación con el ambiente artístico barcelonés también fue muy estrecha durante estos años. De esta forma, sus dotes de dibujante le permitieron colaborar con La Ilustración Artística desde el nacimiento de la revista en 1882 hasta su cierre en 1916, mientras sus obras, habituales en la Sala Parés desde que esta entidad inició sus eventos pictóricos en 1878, figuran de nuevo en la exposición de 1884, especialmente relevante al celebrar la sala una notable ampliación de sus locales. Al año siguiente participó con un retrato en la muestra organizada por el centro de acuarelistas de Barcelona en el Museo Martorell. Retornó a la Sala Parés en 1886 con una veintena de acuarelas que constituyeron todo un triunfo de público y crítica por el virtuosismo en su ejecución.

Ese mismo año, y debido a la enfermedad de su madre, regresó precisamente a la Ciudad Condal para remitir un año después un conjunto de acuarelas a la Exposición Nacional de Madrid y obtener Segunda Medalla con la titulada Por ladrón. La mayoría de la crítica aplaudió la esmerada definición de los detalles que se observaba en todos sus trabajos sin que ello afectara a la belleza del conjunto, tal como ocurría en Descanso y Crepúsculo, mientras Pedro de Madrazo alababa especialmente sus tipos africanos y su habilidad para obtener con la acuarela resultados similares al óleo en la definición de figuras y accesorios. Título especialmente famoso en su producción, Por ladrón, volvió a figurar entre sus envíos a la Exposición Universal de Barcelona de 1888, recalando también, ese mismo año, en la III Exposición Internacional de Bellas Artes de Múnich, en la que Fabrés alcanzó una Medalla de Oro. Muy apreciado también en Londres, donde en 1890 el marchante Tooth le adquirió otra escena orientalista por 50.000 pesetas, su nuevo gusto por la plasmación de figuras populares dentro de amplios paisajes tuvo reflejo en la Exposición General de Bellas Artes celebrada en Barcelona en 1891, junto con la alabada Flor silvestre y la presentación Campo de amapolas y Mediodía.

En 1894, tras la muerte de su madre, se estableció con su familia en París, donde, a través de Goupil, pronto entró en contacto con pintores orientalistas de renombre, como Clairin o Benjamín Constant. Representado en su amplio estudio en una portada de La Ilustración Artística, en la que se aprecian algunos de los objetos de valor de su creciente colección de arte, sus envíos a los sucesivos salones le proporcionaron continuos galardones y un excelente mercado. Así, remitió al de 1895 su Centinela árabe de 1887 y varias escenas ambientadas en el siglo xvii, una de las cuales, Ofrenda a la Virgen, obtuvo Mención Honorífica.

En el certamen de 1896 presentó, entre otras obras, Los borrachos y consiguió Segunda Medalla, y después envió algunas de sus últimas producciones al Salón de los Secesionistas de Múnich o a la Sala Robira de Barcelona. Medalla de Plata en la Exposición Universal de 1900 y nuevamente galardonado en el Salón de 1901 y en la Exposición de Lyon de 1902, no tardó, sin embargo, el catalán en abandonar Francia.

Durante la citada Universal de 1900, Fabrés conoció en París a Jesús Contreras, escultor mexicano nombrado por su Gobierno delegado general de Bellas Artes para dicha exposición, quien le propuso trasladarse a México para hacerse cargo de las clases de pintura en la Academia de San Carlos. Fabrés aceptó y en un primer período, de 1902 a 1903, simultaneó su labor docente con el cargo de subdirector de dicha institución, antes de ser nombrado en 1904 inspector general de Bellas Artes por Porfirio Díaz, presidente del país. Encargado también de la organización del Museo de la capital, en su tarea académica siempre defendió una enseñanza estricta basada en el dibujo y la composición pese a la tendencia vanguardista de algunos de sus más célebres alumnos, como Diego Rivera, en quien Fabrés ya adivinaba un brillante futuro, y Orozco, que siempre reconoció los méritos de la labor pedagógica impartida por el catalán.

En 1907 regresó a Roma para, desde su estudio de Via Margutta, seguir enviando sus producciones a distintos eventos pictóricos. Al respecto, su dramático Cristo atado a la columna, remitido a la ciudad norteamericana de San Louis en 1908, obtuvo Primera Medalla; participó luego en la bienal de Venecia de 1910 con el Retrato de la señora Barnat, elegante efigie a cuerpo entero que introdujo a Fabrés, de manera insospechada, en un nuevo género en el que también despuntaría. Un año después tuvieron lugar en Roma los actos conmemorativos del cincuentenario de la reunificación italiana y el catalán colaboró tanto en la sección de Bellas Artes del pabellón español, como en la paralela Exposición Artística Independiente. Así, si en el certamen oficial acudió con algunos retratos, como el de su hija Gloria, en la muestra de los Independientes exhibió algunos lienzos ambientados en Normandía y un Autorretrato, tela esta última en la que volvió a mostrar, dentro de una gran sobriedad, la delicada factura de sus pinceles. En 1916, y por encargo del propio Papa, realizó el Retrato de Benedicto XV, pieza que, deudora del Inocencio X de Velázquez, fue colgada a continuación en una de las Salas de los Museos Vaticanos. En 1925 donó al Museo de Bellas Artes de Barcelona una importante colección de su obra e intentó, sin resultado, que parte de ella fuera exhibida de forma permanente en una de sus salas. Ese mismo año volvió a exponer con éxito en la Sala Parés y fue nombrado comendador de la Orden de la Corona de Italia y presidente honorario de la Agrupación de Acuarelistas de Cataluña. Siempre residente en Roma, Fabrés falleció en dicha ciudad en 1935.

 

Obras de ~: El prisionero, 1874; Reposo del guerrero, 1878; Centinela árabe, 1879; Encendiendo la lámpara, c. 1880; La emboscada, c. 1881; La calumniada, c. 1883; Hombre con guitarra, c. 1884; A la salud de mis vecinitas, c. 1885; El regalo del sultán, c. 1885; La favorita del sultán, c. 1886; La vuelta de las carreras, c. 1886; Descanso, c. 1886; La esclava, c. 1887; Por ladrón, 1887; Recuerdo poético de Roma, c. 1888; Flor silvestre, c. 1891; Campo de amapolas, c. 1891; Justicia marroquí, c. 1891; Ofrenda a la Virgen, c. 1895; Los borrachos, c. 1896; Oficial de los Tercios de Flandes, c. 1897; Un mercado en Normandía, c. 1898; Segador normando, c. 1898; Un filósofo, 1901; El millonario, c. 1901; Cristo atado a la columna, c. 1908; Retrato de la señora Barnat, c. 1909; Autorretrato, c. 1910; Retrato de Benedicto XV, 1916; Picador bebiendo vino, 1918; Peregrinación marroquí, 1920.

 

Bibl.: M. Ossorio y Bernard, Galería biográfica de artistas españoles del siglo xix, Madrid, Editorial Giner, 1884 (reed. facs., Madrid, 1975); A. Opisso, “Exposición de Bellas Artes celebrada en el centro de Acuarelistas de Barcelona en el Museo Martorell”, en La Ilustración Ibérica (6 de junio de 1885), pág. 363; P. de Madrazo, “Nuestro arte moderno”, en La Ilustración Artística (LIA), n.º 287 (1887), pág. 210; J. Yxart, “Exposición Universal de Barcelona. Salón de Bellas Artes, II”, en LIA (16 de julio de 1888), pág. 234; “La Exposición General de Bellas Artes, V”, en LIA (1 de junio de 1891), pág. 338; A. García Llansó, “Salón Robira. Exposición Fabrés”, en LIA (15 de enero de 1900), págs. 43-47; VV. AA., Exposizione Internazionale di Roma 1911. Catálogo del padiglione spagnuolo, Bérgamo, 1911, págs. 10, 17 y 19; A. García Llansó, “Antonio Fabrés”, en LIA (25 de marzo de 1912), págs. 207-213; B. de Pantorba, Historia de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes celebradas en España, Madrid, Editorial Alcor, 1948, págs. 119, 121 y 343; VV. AA., L’Art Catalá, v. 2, Barcelona, Editorial Aymá, 1958, págs. 389-390; J. F. Ráfols, Diccionario de Artistas de Catalunya, Baleares y Valencia, vol. 2, Barcelona, Edicions Catalanes, 1980, págs. 394 y 396; S. Moreno, El pintor Antonio Fabrés, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1981; F. Fontbona, “Del Neoclasiccisme a la Restauració (1808-1888)”, en Historia de l’Art Catalá, vol. 6, Barcelona, Edicions 62, 1983, págs. 212, 228, 230 y 248; L. Thornton, La femme dans la peinture orientaliste, Paris, ACR Édition, 1985, págs. 43 y 231- 232; C. Juler, Les orientalistes de l’école italienne, Paris, ACR Éditions, 1987, págs. 126-129; C. González y M. Martí, Pintores españoles en Roma (1850-1900), Barcelona, Editorial Tusquets, 1987, págs. 85-86; VV. AA., Cien años de pintura en España y Portugal (1830-1930), vol. 2, Madrid, Editorial Antiquaria, 1988, págs. 362-366; VV. AA., Pintura orientalista española (1830-1930), Madrid, Fundación Banco Exterior, 1988, págs. 112-113; C. González y M. Martí, Pintores españoles en París (1850-1900), Barcelona, Editorial Tusquets, 1989, págs. 103-105; C. Juler, Les orientalistes de l’école italienne, Paris, ACR Edition, 1994, págs. 72-73; J. Soler, “Homenaje al pintor Antonio Fabrés”, en Antiquaria (junio de 1994), págs. 70-71; VV. AA., Otros emigrantes. Pintura española del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, Madrid, Caja de Madrid, 1994, págs. 118-119 y 208; E. Dizy Caso, Los orientalistas de la escuela española, Paris, ACR Edition, 1997, págs. 83-95.

 

Ángel Castro Martín

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