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Joaquín Traggia Uribarri

Biografía

Traggia Uribarri, Joaquín. Zaragoza, 10.II.1748 – Madrid, 23.V.1802. Académico de la Real Academia de la Historia, religioso escolapio (SChP).

Nació en el seno de una ilustre familia. Estudió la primera enseñanza en el colegio Escuelas Pías de Zaragoza y tuvo como primer maestro al P. Bernardo Ariño, traductor y editor más tarde de los Comentarios de la Sorpresa de Veletri y de la guerra de Italia del conde Castrucio Buonamici, y como maestro de escribir al pendolista P. Joaquín Argelós. Muerta su madre en 1753 y ordenado sacerdote su padre en 1755, ingresó como alumno interno en el colegio escolapio de Barbastro en 1756. Entre sus profesores destacaron los PP. Antonio Canales y Juan José Soriano, humanista y matemático, respectivamente y ambos alabados por Latassa: califica a Canales como “hombre de extraordinario talento y memoria, y de gusto fino y delicado en los autores latinos” y dice de Soriano que “sus sobresalientes conocimientos en álgebra vinieron a hacerse muy útiles por su enseñanza”. Traggia intervino en 1759 en la Academia pública preparada por Soriano y editada ese mismo año en Zaragoza con el título de Conocimiento y uso de la Gramática. El alumno recuerda elogiosamente a un tercer profesor, P. Miguel Camos (1725-1784).

De Barbastro pasó al noviciado de Peralta de la Sal y allí profesó el 12 de febrero de 1764. Durante estos años de noviciado profundizó en el conocimiento de los clásicos latinos y dio prueba de ello en dos composiciones: la titulada Nepheomachia, sobre la caída de un rayo en los campos vecinos, y el diálogo entre Mayans y Siscart, José Finestres y Manuel Martí, que tituló Maiansius. Emitidos sus votos religiosos, pasó a Daroca para estudiar filosofía y, terminado el segundo curso, conoció al P. Basilio Sancho, recién nombrado arzobispo de Manila, quien prendado de las dotes e inquietudes del joven filósofo se lo llevó con él a Filipinas. Durante la espera de cuatro meses en Madrid aprendió italiano y completó sus conocimientos de griego con el P. Andrés Merino. Partieron de Cádiz el 16 de febrero de 1767 y desembarcaron en Manila el 18 de julio. Cinco meses de travesía en un barco sueco. Traggia se entendió perfectamente en francés con el capitán, Juan Gustavo Kimblerg, y como éste dominaba también el hebreo, Traggia lo aprendió y se animó a traducir setenta salmos y varios capítulos del Génesis.

En Manila permaneció cinco años (1767-1772). Su primer empeño fue estudiar teología para poder ordenarse sacerdote. Celebró su primera misa el 7 de marzo de 1770. Pero continuó sus estudios en la Universidad de Santo Tomás, y en ella recibió los grados de bachiller el 14 de marzo de 1771, la licenciatura el 7 de abril y el doctorado el 23 de mayo, tras escribir sus conclusiones Sobre la utilidad que a la Iglesia de Dios resulta de los seminarios, que no defendió ante la oposición de los regulares, temerosos del seminario y del clero nativo. Redactó y defendió nuevas conclusiones que tituló No es de fe que la tierra se mueve. Se lanzó enseguida al aprendizaje del tagalo bajo la dirección del dominico Diego Zurita y escribió una gramática española en tagalo, que facilitase a los indios el estudio de nuestra lengua. Y comprobada la imposibilidad de abrir colegios de Escuelas Pías en Manila, pidió permiso para marchar de misionero a China: aprendió la lengua, pero nunca llegó de Roma el suspirado permiso. Dedicó ahora su tiempo a un mejor conocimiento de los Santos Padres, a la catequesis y predicación y a la enseñanza de la Gramática en el seminario diocesano, fundado por el arzobispo Basilio Sancho. Para el buen funcionamiento del seminario escribió Traggia el reglamento que fue aprobado en 1771 por el concilio provincial y lleva por título Arreglo de vida y estatutos para el gobierno del Seminario, así espiritual como temporal.

Seguramente la celebración del Concilio manilano fue la acción de más calado, realizada por el arzobispo Sancho. En su preparación y desarrollo intervino de manera eficaz el P. Traggia. Nombró el arzobispo como secretarios a los escolapios lldefonso Ballano y Joaquín Traggia, pero enfermo el P. Ballano, recayó todo el peso sobre los hombros de Traggia. Él redactó, a petición de Sancho, el Aparato del Concilio, una especie de “instrumentum laboris”, con indicación del desarrollo de las sesiones y de los temas que se debían tratar. Desde su apertura el 19 de mayo de 1771 hasta su clausura el 24 de noviembre Traggia escribió las actas de todas las sesiones y defendió, frente al franciscano opositor y obispo de Nueva Cáceres Fray Antonio de Luna, las actuaciones del Concilio en tres trabajos maestros: Alegato en favor de los secretarios del Concilio; Defensa del Concilio en dos versiones y Pro Concilio Manilano adversus episcopum Cacerensem. Tanto en la redacción del “Alegato”, actas y decretos del Concilio, como en estos últimos escritos demostró Traggia su perfecto dominio del latín y sus cualidades de temible polemista.

Todo el material elaborado en el Concilio debía ser examinado por el Consejo de Indias. Traggia, nombrado procurador por los obispos de Filipinas, se embarcó en la fragata Palas rumbo a Madrid el 22 de enero de 1772 y llegó a la Corte el 19 de agosto.

Poco después cayó enfermo y se trasladó a Valencia para reponerse. Durante su convalecencia, leyó la España Sagrada de Flórez y participó en reuniones con el P. Onofre Carreras, profesor de Retórica y Poética en el seminario Andresiano, y con Gregorio Mayans, patriarca de las letras valencianas. La lectura de Flórez y la influencia de estos dos maestros inclinaron a Traggia hacia la investigación histórica española.

Vuelto a Madrid, siguió defendiendo la actuación y resoluciones del Concilio manilano. Se movió entre intrigas de los emisarios del obispo Luna y las inhibiciones interesadas de los ministros ilustrados. Traggia no se amilanó, luchó con las mejores armas, recurrió a los amigos poderosos, a Roda especialmente, intentó hablar personalmente con el Rey, pero todo fue inútil. En junio de 1773 se ve obligado a dejar Madrid y la procuraduría del Concilio, y se incorpora de nuevo a su Provincia escolapia de Aragón. En el ambiente de la Corte quedó flotando una visión torcida de la actuación del arzobispo Sancho, y los documentos del Concilio no pudieron aprobarse.

Le destinaron al colegio de Valencia, dirigido por el P. Benito Feliú. Demostró enseguida su calidad de buen maestro y hombre sabio. En julio de 1775 dirigió una Academia pública, que se imprimió. En contacto directo con Mayans, quien le proporcionó pautas seguras de trabajo, concibió el proyecto de una Historia Eclesiástica de España y en septiembre pasó a Zaragoza, nombrado maestro de Retórica del colegio Escuelas Pías y un año después viajó a Madrid con los PP. Hipólito Lereu y Joaquín Ibáñez, para ayudar a la joven Provincia de Castilla. Traggia permaneció dos años como profesor en el Real Colegio de San Antón y en septiembre de 1777 presentó con sus alumnos de Retórica y Poética una Academia pública, que también se imprimió. Colaboró, también, en este tiempo con el P. Andrés Merino en la preparación de la Colección de las partes más selectas de los mejores autores de pura latinidad con notas castellanas.

La última residencia de Traggia como escolapio fue Zaragoza. Llegó en septiembre de 1778 y se encargó de la clase de Geometría y fue, dice él, “antes de que la hubiera en la Sociedad Aragonesa” de Amigos del País. Empieza pronto un doloroso período de enfrentamientos violentos, a causa del sistema electivo y nombramiento de superiores. Fue el cabecilla de los revoltosos. Esta postura y los argumentos que esgrime, demasiado avanzados para su tiempo, le van a llevar a su posterior secularización. Recurrió a Campomanes y al P. General de la Orden en Roma. No le dieron la razón, pero él justificó su actuación en un extenso manuscrito, verdadero tratado jurídico sobre la vida religiosa, gobierno del Instituto, sus leyes y su enseñanza. Lo tituló con acierto La grandeza del espíritu de Nuestro Santo Padre José de Calasanz. Con ayuda de sus superiores encontró pronto una salida airosa y fructífera. En 1778 le dispensan de enseñar en las escuelas y se dedica a la predicación y a la investigación.

Consta que predicó la Cuaresma de 1782 en la colegiata de Daroca, la de 1783 en la parroquia de San Pablo de Zaragoza, la de 1786 en la Catedral de Huesca, en 1787 el Octavario del Pilar y los Misereres de Cuaresma en la parroquia de San Andrés de Zaragoza “con mucho honor de la sotana y gran concurso de gente de distinción”, y en 1788 la Cuaresma en la Catedral de Albarracín.

En 1784 es nombrado miembro de la Sociedad Vascongada de Amigos del País. En 1785 da comienzo su investigación histórica en multitud de archivos de las provincias de Huesca, Lérida, Barcelona, Tarragona, Navarra y Zaragoza, obtiene pensión real sobre las rentas del obispado de Oviedo en 1791 y logra su nombramiento de académico de la RAH: correspondiente el 2 de septiembre de 1781, supernumerario el 9 de marzo de 1792 y numerario el 22 de septiembre de 1795 y el 21 de septiembre de 1798 fue elegido bibliotecario y anticuario. En mayo de 1794 se había secularizado y fijado su residencia en Madrid. Con el título de académico, y delegado por la Academia estudia en Toledo las inscripciones hebreas de Santa María del Tránsito. En 1799 colabora en la redacción del Diccionario Geográfico Histórico que prepara la Academia. Ya ejerce con eficacia los cargos de anticuario y bibliotecario y a la Academia dedica sus mejores afanes. Desarrolla en ella una actividad literaria diversa y fecundísima, que continúa la obra emprendida a los quince años en el noviciado de Peralta. Se está ante la figura de un verdadero ilustrado, bien preparado científicamente, curioso e inquieto, con variedad de recursos y una capacidad de trabajo asombrosa. Fue maestro competente y sembró a manos llenas semillas de vocación cultural en sus discípulos. Valga por todos este testimonio de Manuel Abella, secretario de la Real Academia de la Historia cuando su antiguo maestro desempeña a su lado los cargos de bibliotecario y anticuario: “Don Joaquín Traggia es acreedor por muchos títulos a mi respeto y reconocimiento. No contento con enseñarme la Retórica y Poética en Zaragoza, fomentó mis estudios en todos los ramos que creía necesarios a un joven de mediano talento y aplicación”.

El 30 de abril de 1802 participó por última vez en una sesión académica. Predicó el 2 de mayo en San Isidro el Real las honras fúnebres de Campomanes. El 17 dictó su testamento y en él no falta una fina deferencia a esa Academia que tanto amaba: “En agradecimiento a los favores que me ha dispensado y como un testimonio de reconocimiento, la lego todos mis manuscritos y quiero se la prefiera por el asunto en cualquiera de las obras y libros que buscase y creyese conveniente de los que tengo y se compone mi librería”; también donó a la Academia su colección numismática. Seis días después fallecía el académico, piadosa y pobremente.

Este legado de libros y manuscritos eran la única riqueza que poseía Traggia. Hoy siguen siendo un verdadero tesoro. No es fácil abarcarlo, dados su volumen y su variedad. La doctora María Asunción Arija, especialista en el estudio del personaje y de su producción literaria, lo ha clasificado por temas en treinta y dos apartados. El total de obras enumeradas asciende a doscientas tres, escritas en castellano, en latín y en tagalo. Se cita más abajo solamente las que han sido editadas.

 

Obras de ~: Panegyricus D. Thomae Aquinati theologorum Principi dictus, Valencia, Benito Monfort, 1775, nueva ed. Zaragoza, 1783; De causis corruptae apud hispanos eloquentiae, ac ejus instaurandae expedita ratione, Madrid, 1777 (Zaragoza, 1783); Oda Anacreóntica, Zaragoza, 1780; Melibeo, Zaragoza, 1780; Drama Sacro. Perífrasis del salmo 117, Zaragoza, 1780; Explicación de los preceptos de poética, Zaragoza, Miedes, 1782; Orationes latinae, Zaragoza, Miedes, 1783; Rethorica filosófica, o principios de la verdadera Eloquencia, Zaragoza, Santo Hospital, s/a; 2.ª ed., Zaragoza, Miedes, s/a; 3.ª ed., Zaragoza, Francisco Moreno, 1782; 4.ª ed., Zaragoza, Francisco Moreno, 1793; El Ángel, Zaragoza, 1784; La Sauliada, Zaragoza, 1785; Coridón, Zaragoza, 1785; Anfrisio, Zaragoza, 1785; Memoria sobre la alisma o árnica que se cría en Fornigal, en el nacimiento del Gállego, Zaragoza, Miedes, 1786; Aparato de Historia Eclesiástica de Aragón, t. I, Madrid, Sancha, 1791; t. II, Madrid, 1792; Ilustración del reinado de Ramiro II el Monje, o memoria para escribir su vida, Madrid, 1796; Discurso sobre el origen del reino Pienaico, Madrid, 1802; Oración fúnebre en las honras que el día 2 de mayo de 1802 celebró en la Real Iglesia de S. Isidro, de esta Corte, la Real Academia de la Historia por el Excmo. Sr. Conde de Campomanes, D. Pedro Rodríguez de Campomanes, Caballero gran cruz de la Real y distinguida Orden de Carlos III y Consejero de Estado, su Director, Madrid, Sancha, 1802; Memoria sobre el origen del condado de Ribagorza y sucesión de sus condes hasta que se incorporó a la Corona del Pirineo, Madrid, 1812.

 

Bibl.: M. A. Arija, “Joaquín Traggia y sus escritos”, en Analecta Calasanctiana, XXV (1983), págs. 137-181; La Ilustración aragonesa. Joaquín Traggia (1748-1802), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1987 (resumen de su tesis doctoral, 7 vols., Zaragoza, 1982 y titulada Joaquín Traggia y su tiempo; el Concilio Provincial de Manila de 1771); “Dos aragoneses en Filipinas durante el siglo XVIII”, en Aragonia Sacra, VI (1991), págs. 61-82; V. M. Asensio Roldón; “Concilio I Manilano (1771)”, en REDC 133 (1992), págs. 533-566; Concilio I Manilano, tesis doctoral, 2 vols., Salamanca, 1993; F. Latassa, Biblioteca de escritores aragoneses, t. III, Zaragoza, Calisto Ariño, 1886-1888, págs. 273-275; J. Lecea, Las Escuelas Pías de Aragón en el siglo XVIII, Madrid, Publicaciones ICCE, 1972, págs. 412-417; M. A. Arija Navarro, La Ilustración aragonesa: Joaquín Traggia (1748-1802), Zaragoza, 1987; M. M.ª Manchado López, Tiempos de turbación y mudanzas: la Iglesia en Filipinas tras la expulsión de los jesuitas, Córdoba, Muñoz Moya Editores, Universidad de Córdoba, 2002.

 

Dionisio Cueva González, SchP