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Dionisio Alcedo y Herrera

Biografía

Alcedo y Herrera, Dionisio. Madrid, 1690 – 1777. Presidente de la Audiencia de Quito, gobernador y capitán general de Panamá, historiador y geógrafo.

Nació en una familia noble madrileña y fue hijo de Matías Alcedo y Herrera y Clara Teresa de Ugarte, ambos con casas solariegas. Se casó en Cartagena con María Lucía de Bejarano y Saavedra, natural de Sevilla (nacida en 1706), que le acompañó luego a Indias, y con la que tuvo siete hijos, de los que sobrevivieron los tres quiteños Ramón (nacido el 21 de octubre de 1733), Antonio (nacido en 1734) y Andrea (nacida el 15 de mayo de 1735). El penúltimo de ellos, Antonio Alcedo Bejarano, tuvo una gran formación científica y literaria, fue médico y académico de la Historia, y dejó la biografía de su padre en su obra Bibliotheca Americana.

No consta que Dionisio estudiase ninguna carrera universitaria, pero tuvo una buena educación que le permitió ser un hombre de gran cultura, como lo demostraron sus conocimientos y numerosas obras, especialmente en materias de comercio y contabilidad, a juzgar por los cargos que desempeñó. En 1705 fue oficial de las tesorerías de la Santa Cruzada del Arzobispado de Sevilla y del Obispado de Cádiz. El marqués de Mancera, presidente del Consejo de Italia, le recomendó en 1706 al marqués de Castell dos Rius, que acababa de ser nombrado virrey del Perú. Alcedo viajó a América acompañando al virrey, pero al llegar a Cartagena enfermó de fiebres y tuvo que quedarse en la plaza, mientras Castell dos Rius proseguía hacia Lima. Cuando se restableció de la enfermedad había pasado algún tiempo y estimó que debía renunciar a su pretensión en el Perú. Decidió regresar a España en la flota de los Galeones del marqués de Brenes, que iniciaba su tornaviaje. Embarcó en la nao Almiranta, mandada por el conde de Vega Florida, pero a poco de abandonar Cartagena, la flota fue atacada por la escuadra inglesa del almirante Charles Wager (8 de junio de 1708), que se apoderó de la mayor parte de sus buques, tras un combate de tres horas. Alcedo resultó herido y preso. Fue conducido a Jamaica y posteriormente canjeado por otros prisioneros ingleses. El intercambio se efectuó en Cartagena y tras él, Alcedo volvió a cambiar de opinión respecto de ir al Perú. Decidió ir a dicho Virreinato, pero no en barco, como se hacía usualmente —vía Panamá—, sino por tierra. Se embarcó en el río Magdalena y navegó hasta Honda, donde tomó el camino real que le condujo a Santa Fe, Popayán y Quito. Al llegar a esta última ciudad supo que había fallecido ya el marqués de Castell dos Rius (1710), habiéndole sucedido como virrey el obispo de Quito, Diego Ladrón de Guevara, señalado en el pliego de mortaja, que se encontraba en la sede de su obispado preparando el viaje al Perú. Alcedo se presentó al nuevo mandatario y le explicó su situación. El obispo quedó sorprendido de sus conocimientos y decidió nombrarle su secretario, pidiéndole que le acompañara en el viaje que estaba a punto de emprender. Dionisio fue en el séquito del virrey y una vez en la capital peruana ejerció su cargo durante varios años, así como el de ordenador del Tribunal de Cuentas. En 1710, Ladrón de Guevara cumplió su mandato. Esperó el juicio de residencia y finalmente embarcó para Acapulco el 18 de marzo de 1718. Alcedo quiso hacerlo con él, ya que había trabado una buena amistad con el prelado, renunciando a su plaza en el Tribunal de Cuentas.

El virrey y Alcedo partieron del Callao hacia Acapulco, y luego pasaron a México, adonde llegó el obispo en mal estado, ya que tenía muchos años y muchos achaques. Como no podía continuar, comisionó a Alcedo para que fuera a la Península y llevase los descargos a las acusaciones que se le habían formulado en el juicio de residencia por su actuación en el Perú. Alcedo embarcó en Veracruz, hizo escala en La Habana y al arribar a Cádiz supo que Ladrón de Guevara había fallecido en la capital mexicana. Pese a esto, cumplió su cometido con lealtad. Presentó los descargos y el obispo-virrey resultó absuelto. Dionisio Alcedo fue requerido en la Corte para dar algunos informes sobre la Real Hacienda del Perú, que conocía muy bien. En premio a sus trabajos fue nombrado corregidor de la provincia de Canta (Perú), con facultad para poderlo beneficiar si no lo ocupaba, cosa que en efecto ocurrió, por haber sido nombrado por el virrey y por el Consulado de Lima diputado general a la Corte. Se le dio la misión de obtener el restablecimiento de las armadas de los galeones y la continuación de los asientos de avería, aduanas y almojarifazgo, temas primordiales para el consulado limeño. Tuvo así que abandonar Perú y volver a España en 1724. Al pasar por Cartagena, decidió dejar a su señora en el convento de monjas clarisas, ya que pensaba volver a América. Embarcó para España y otra vez con mala fortuna, pues su nave fue atacada por un pirata inglés en el Caribe y tuvo que defender con su propia vida un cajón de alhajas de la Reina, que le había confiado el virrey del Perú. Por este hecho fue nombrado luego encomendero de Fardel de la Orden de Santiago.

Alcedo llegó a España e integró la comisión de comercio que estudió, bajo la presidencia del secretario de Estado y del Despacho Universal José Patiño, los asuntos citados del restablecimiento de la flota de los Galeones y la continuidad o suspensión de los derechos de avería, entre otros temas. Cumplió su cometido con tanta habilidad que fue premiado con el nombramiento de presidente de la Real Audiencia de Quito el 28 de marzo de 1728. Esta Audiencia había sido restaurada hacía poco tiempo; el 22 de marzo de 1722 con Santiago de Larraín como presidente.

Embarcó para América por tercera vez y llegó a Cartagena el 9 de julio del mismo año. Recogió a su esposa en el convento de clarisas y continuó viaje el 3 de agosto. Lo hizo por tierra de nuevo, pasando por Santa Fe, Popayán, Ibarra (aquí descansó un mes) y entró en Quito el 29 de diciembre de 1728. Al día siguiente tomó posesión de su cargo como presidente de la Real Audiencia de Quito y gobernador y capitán general de Quito. Era un presidente de Capa y Espada, pues no era togado, como se dijo, y desempeñó su cargo hasta 1736.

Quito afrontaba una grave crisis económica debida a una serie de malas cosechas, pero sobre todo a la disminución de su comercio de paños, muy afectado por las manufacturas extranjeras introducidas de contrabando a raíz del tratado de Utrecht. Baste decir que la ciudad de Quito tenía apenas setenta tiendas, mientras que treinta años antes alcanzaba las cuatrocientas. A esto se sumaba la prohibición de exportar cacao a México, que se había dado en 1722, por presiones de los cosecheros de Caracas, Maracaibo y Cumaná, así como la obligación de enviar el situado a Cartagena, valorado en 42.375 pesos anuales, para contribuir a su defensa. De aquí que no hubiera respondido bien al donativo gracioso solicitado por Felipe V. El ambiente era tan agresivo que cuando Esteban Joseph Rodríguez intentó apoderarse de las tierras comunales de los indios de Pomallacta en 1730, se produjo una rebelión que costó mucho dominar. El historiador ecuatoriano González Suárez ha anotado que en esta época afloraron ya muchos sentimientos criollos contra los peninsulares.

Alcedo luchó por restablecer el orden en el reino. Reprimió el contrabando que ofrecía en aquellos momentos posibilidades ilimitadas. En efecto, el presidente supo que en 1729, una piragua de españoles armada había salido de Portobelo y, pretextando perseguir a un criminal prófugo, llegó a la isla de Bastimentos donde se asoció con dos piraguas grandes de contrabandistas holandeses que cruzaron el río Atrato y desembocaron en el océano Pacífico, atracando en el Chocó. Aquello suponía que los contrabandistas habían descubierto la vía para ejercer su comercio fraudulento de un océano a otro, lo que sería la ruina del comercio quiteño y aun peruano. El presidente ordenó vigilar esta arteria y reprimir duramente cualquier acción contrabandista, pero esto le ocasionó muchas enemistades.

Otro problema gravísimo era la falta de seguridad. Los ladrones menudeaban por doquier asaltando las casas por las noches y las puertas de las tiendas amanecían quemadas. Las autoridades del cabildo se sentían incapaces de detener a los maleantes y la situación llegó a tal extremo que una noche fue asesinado un canónigo, refugiándose el criminal en el convento de San Agustín, donde pidió asilo. Ante la indignación popular, el alguacil le sacó a la fuerza del coro y fue juzgado, sentenciado y ahorcado en la plaza mayor, pero el problema eran los abusos cometidos con el derecho de asilo. El presidente decidió atacar el mal de raíz. Convocó una reunión con los prelados y superiores de las religiones y les dijo que estaba dispuesto a respaldar y respetar todas las disposiciones canónicas sobre la entrega de reos a la justicia secular, pero pidió su colaboración para evitar que esto significara amparar la impunidad de los criminales. Los representantes de las religiones comprendieron sus razones y prometieron colaborar con la justicia. Aquella misma tarde, los franciscanos expulsaron tres reos de sus conventos, ejemplo que siguieron otros muchos conventos y templos en el reino. Dionisio fue también implacable en la aplicación de la justicia a un caso de amonedación falsa. Ocurrió en 1734 y sus autores, Antonio Agustín Montalvo y Adriano Vargas, fueron enjuiciados y quemados vivos en la hoguera el 13 de junio de 1734, tal como lo estipulaban las leyes. Los cuños y sellos fueron destruidos en el mismo acto público. Actuó igualmente con energía para someter la rebelión de negros cimarrones en el valle de Patía, donde corría peligro la minería aurífera. El presidente dedicó mucha atención a la capital del reino. Acabó las casas de la Audiencia, reedificadas después del terremoto de 1704; levantó los Arcos de la Reina, en la esquina del Hospital, y el de Santo Domingo, para ensanchar la capilla del Rosario; ordenó reparar las calles y los puentes de la ciudad, siempre dañados a causa de las avenidas de agua, y personalmente trazó y vigiló diariamente la construcción del puente real, que había desaparecido, y que unía los barrios de San Francisco y La Merced (1731). Fue una gran obra en la que colaboraron el cabildo, algunos vecinos adinerados y hasta los indios de varias doctrinas, que eran traídos de ellas por turnos. Hizo, asimismo, de su puño y letra el primer plano de Quito en perspectiva aérea, y en colores, que se conserva en el Archivo General de Indias. Finalmente proyectó un puente sobre el río Guáitara, que no pudo construir por falta de recursos.

Dionisio mantuvo en general buenas relaciones con el obispo y con los religiosos, cosa que no era fácil en Quito, pero se vio envuelto en un problema el año 1735, cuando el provincial de la Compañía, padre Pedro Campos, designó rector del colegio jesuita al padre Marcos Escorza, en vez del padre Ignacio Hormaegui, que era amigo del presidente. Alcedo intervino a favor de su candidato y el asunto llegó a ser materia de escándalo. Acudió desde España el padre Andrés de Zárate, como visitador, para resolver el conflicto. Ratificó el nombramiento de Hormaegui y desterró a Campos; sin embargo, el pueblo manifestó su simpatía por los desterrados y llegó a pedir un cabildo abierto, que no llegó a celebrarse. El cabildo apeló al Consejo de Indias y al general de la Compañía y el asunto fue perdiendo importancia, aunque enfrentó a criollos y españoles. Pese a todo, Alcedo tuvo unas relaciones excelentes con los criollos de las casas solariegas quiteñas, que le visitaban frecuentemente en palacio, mostrándole su amistad y deferencia. El presidente vivió en Quito su mejor época y le nacieron allí seis de sus hijos, de los que sólo sobrevivieron tres.

El 29 de mayo de 1736 llegaron a Quito los académicos franceses comisionados para la medición del grado del ecuador terrestre (Luis Godin, Pedro Bouguer y Carlos Marie de la Condamine), acompañados de Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Fueron recibidos con grandes fiestas y Alcedo les alojó en las mismas casas de la Audiencia, prestándoles luego toda la ayuda posible para que realizaran su trabajo. Alcedo terminó los ocho años de su presidencia el 30 de diciembre de 1736, y le sucedió José de Araujo y Río (nombrado el 19 de diciembre anterior). No pudo abandonar la ciudad hasta que no concluyó su juicio de residencia, en el que resultó absuelto de todos los cargos. Salió de Quito el 10 de octubre de 1737 hacia Cartagena por el mismo Camino Real por el que había llegado (Pasto, Popayán, Santa Fe). Decididamente no era muy proclive a navegar, quizá a causa de su primera experiencia marítima. Antes de emprender el viaje a España, en 1739, acusó al presidente José de Araujo de comercio ilegal, sumándose a otros muchos españoles que formularon el mismo cargo llevados de su animadversión a Araujo, porque era criollo peruano. Alcedo embarcó para España y permaneció en ella algunos meses. El 5 de diciembre de 1741 fue nombrado capitán general de Panamá, uno de los escenarios militares más importantes de América. Acababa de concluir la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins, donde la flota británica había jugado su carta decisiva para facilitar el contrabando, como fue la destrucción de Portobelo, base del sistema de galeones, por el almirante Vernon (1739).

Alcedo se puso en camino hacia su nuevo destino. El 18 de julio de 1542 solicitó permiso de embarque a la Casa de la Contratación de Cádiz para ir a Indias en compañía de su señora María Bejarano y sus hijos. Se posesionó de su cargo de capitán general el 8 de julio de 1743 y lo desempeñó con gran dignidad hasta el 24 de diciembre de 1749. Alcedo encontró un panorama desolador. Las principales defensas de Portobelo habían sido derruidas y su artillería tirada al mar, lo que dejó indefensa toda la costa atlántica panameña. Los contrabandistas se habían señoreado de todo el territorio, reforzados por los filibusteros ingleses de Jamaica, que preparaban ya el asalto al Pacífico español. Alcedo inició la reconstrucción de las defensas con los pocos medios que tuvo a su disposición. Ese mismo año de 1743 levantó nuevas fortificaciones en la ciudad de Panamá, dotándola de buena artillería, a la par que dispuso una actuación enérgica contra el contrabando. Mucho más difícil fue reconstruir el potencial defensivo atlántico. Empezó a reedificar Portobelo y puso en estado de alerta a los guardacostas. Cuando éstos capturaron un navío contrabandista y lo condujeron a Portobelo (2 de agosto de 1744), se produjo el ataque de una flotilla de cuatro naves de guerra, mandadas por el capitán William Kinghills, que exigió su entrega inmediata. Se les negó naturalmente, y los ingleses bombardearon la ciudad portuaria con quinientos cañonazos. No desembarcaron, sin embargo, por temor a las obras de reparación de los fuertes que acababa de realizar Alcedo. Al año siguiente, los contrabandistas intentaron establecerse en el río Coclé y el comandante británico Samuel Graws les apoyó con sus hombres. Los británicos trabajaron en la construcción de un fuerte en la boca del río, que confiaba sería reconocido como posesión suya en el próximo tratado hispano- inglés y sus aliados contrabandistas izaron la bandera inglesa en Natá. Alcedo envió fuerzas que arrasaron el fuerte de Coclé y atacaron Natá desde Penonomé. Trescientos soldados de Panamá y cien jinetes de la Villa de Los Santos tomaron Natá el 16 de noviembre de 1746, venciendo a los rebeldes. Los ingleses lograron huir, pero fueron perseguidos, capturados y ejecutados. Todo esto proporcionó unos beneficios de más de 5.000 pesos a la real hacienda en armas, víveres y enseres capturados. Los expedientes sobre las causas que se les hicieron se encuentran en el Archivo General de Indias. Alcedo remató su obra persiguiendo implacablemente las cuadrillas de contrabandistas llamadas Compañía de Natá, Apostolado y Sacra Familia, que manejaban toda la trama ilegal llegando hasta la misma costa pacífica, y contando con algunas autoridades corruptas, como el oidor Juan García Pérez.

Alcedo tuvo excelentes relaciones con los jesuitas. Les animó a establecer misiones en el Darién en 1745, pero lo insalubre del clima y una epidemia de sarampión acabaron con los pocos pueblos de indios reducidos que lograron levantar. Más importante fue la creación de la Universidad de San Javier, obra en la que colaboró activamente el padre Francisco Javier de Luna y Victoria, religioso criollo del istmo a quien se nombró obispo de Panamá dos años después.

A partir de 1748, llovieron los problemas sobre Alcedo. Primero fueron acusaciones y calumnias de los oidores sobre su actuación en Natá, por no haber concedido el indulto a los contrabandistas, con los que estaban comprometidos dichos oidores. Se envió un juez pesquisidor que hizo toda clase de averiguaciones, resultando Alcedo libre de sospechas. Luego se le comunicó una sentencia real por la que se le condena con 6.000 pesos por acusaciones realizadas contra su sucesor en la presidencia quiteña (Araujo), y se le reprueba por no haber evitado disensiones de los vecinos quiteños durante su presidencia. Fue suspendido en su cargo de Panamá el 24 de diciembre de 1749 y le sustituyó el mariscal de campo Manuel Montiano.

Regresó a España y emprendió su defensa. La causa se demoró mucho tiempo. El juicio se falló catorce años después, el 4 de junio de 1762, reconociéndose su inocencia. Se le exculparon todos los cargos de contrabando interpuestos por los amigos y socios de los contrabandistas e incluso se condenó al oidor García Pérez, uno de los principales implicados en las falsedades. Es más, en 1751 se suprimió la Audiencia de Panamá, quedando el territorio bajo el mando de un gobernador militar nombrado por el virrey de Santa Fe. Durante este tiempo Alcedo se ocupó de escribir numerosas obras. Murió en Madrid sin apenas recursos económicos el año 1777 y fue enterrado en la misma iglesia de San Sebastián donde había sido bautizado.

Obras de ~: Memorial informativo que pusieron en las manos del Rey Nuestro Señor (que Dios guarde), el Tribunal del Consulado de la ciudad de los Reyes y la Junta General del Comercio de las Provincias del Perú, sobre diferentes puntos tocantes al estado de la Real Hacienda y del Comercio, justificando las causas de su decaimiento, y pidiendo todas las providencias que convienen para restablecer en su mayor aumento el Real Patrimonio, y en su antigua comunicación y prosperidad los comercios de España y de las Indias, Madrid, 1724, ms.; Justificación de los asientos de avería, almojarifazgos y alcabalas, en satisfacción de las respuestas de los Fiscales del Real Consejo de las Indias y de la Audiencia de Lima. Representado a S. M. en el Tribunal de la Junta que mando formar para el examen y determinación de los negocios que constan del memorial informativo que presentaron el Tribunal del Consulado y la Junta General del Comercio del Perú, compuesta del Ilustrísimo Señor Doctor Joseph Patiño, comendador de Alcuerza en la orden de Alcántara, del Consejo de S. M. Y su presidente en el Real de Hacienda [...], Madrid, 1726, ms.; Memorial y resumen legal y jurídico ajustado a los autos que se han seguido en el Real y Supremo Consejo de Indias, entre Doña Micaela de Ontañon, vecina de Quito, viuda de don Juan de Sosaya Caballero, Caballero del orden de Santiago, Presidente que fue de aquella Real Audiencia y don Dionisio de Alcedo y Herrera. Presidente de la misma Real Audiencia y Capitan General de aquella Provincia, sobre la exacción y ocultación de un pliego que remitía don Juan de Goyoneche, Tesorero de la Serenísima Señora Reina doña Maria de Neoburg, con una cuenta y 68 quilates de diamantes, y un juego de Gazetas para doña Juana Romo de Gamboa, vecina de aquella ciudad, ya difunta y madre de dicha doña Micaela, Madrid, 1740, ms.; Aviso histórico, político y geográfico, con las noticias más particulares de la América Meridional en las Indias Occidentales, en los reinos del Perú, Tierra Firme, Chile y Nuevo Reino de Granada desde 1535 hasta 1740, por ~ Gobernador y Comandante General del Reino de Panamá y Presidente de ambas Audiencias, Madrid, 1740; Compendio histórico de la Provincia, Partidos, Ciudades, Astillero, Ríos y Puerto de Guayaquil, en las costas de la Mar del Sur, dedicado al Rey Nuestro señor en el Real y Supremo Consejo de las Indias. Con licencia. En Madrid por Manuel Fernández impresor de la Revenda Cámara Apostólica, frente de la Puerta Cerrada, año de 1742, ms.; Proyecto para reedificar las fortificaciones de Portovelo y Chagre, que destruyó el Almirante Wernon, con motivo de haberle dado el Rey la Comandancia General del Reino de Tierra Firme, año de 1742; Imagen Política, Militar, Histórica y Geográfica. Descripción de su gobierno en la Real Audiencia de Panamá y Capitanía General del Reino de Tierra Firme, desde el día 8 de julio de 1743, en que tomó posesión, hasta 24 de diciembre en que fue separado; Plano geográfico e hidrográfico del distrito de la Real Audiencia de Quito, y descripciones de las provincias, gobiernos y corregimientos que se comprenden en su jurisdicción, y las ciudades, asientos y pueblos que ocupan sus territorios, escrito en Madrid en 1766 (publicado por Á. González Palencia con el título de Descripción geográfica de la Real Audiencia de Quito, Madrid, Hispanic Society of América, 1915); y Descripción General, Geográfico-Hidrográfica, y Relación Histórica y Geográfica de las provincias de Santiago de Veragua y Panamá, con las adyacentes de Portobelo, Natá y la del Darién, que son las tres que componen el Reino de Tierra Firme, ofrecida y dedicada al Rey Nuestro Señor, en manos del Excelentísimo Señor Bailio de la Orden de San Juan, Don Fr. Julián de Arriaga y Rivera, Teniente General de las Reales Armadas Navales de S.M. y su Secretario de Estado del Despacho Universal de las negociaciones de Indias y Marina.

 

Bibl.: J. Zaragoza Cucala, Piraterías y agresiones de los ingleses y de otros pueblos de Europa en la América española, deducidos de las obras de Dionisio Alcedo [...], Madrid, 1883 (recoge la obra de Alcedo Incursiones y hostilidades de las naciones extranjeras en la América Meridional ); C. Destruge, Álbum biográfico ecuatoriano, Guayaquil, 1903-1904, 3 vols.; J. B. Sosa y E. J. Arce, Compendio de Historia de Panamá, Panamá, 1911; I. J. Barrera, Quito Colonial. Siglo xviii, comienzos del xix, Quito, 1922; M. de Mendiburu, Diccionario histórico-biográfico del Perú, Lima, Librería e imprenta Gil, 1931-1938, 15 vols.; C. Alcázar Molina, Los virreinatos en el siglo xviii, Barcelona, Salvat editores, 1945; A. de Alcedo, Bibliotheca Americana. Catálogo de los autores que han escrito de la América en diferentes idiomas y noticia de su vida y patria, años en que vivieron y otras que escribieron, compuesta por el Mariscal de Campo ~ Gobernador de la plaza de La Coruña, año, 1807, Quito, 1964, 2 vols.; R. Vargas Ugarte, Historia General del Perú, vol. II, Lima-Barcelona, 1966; F. González Suárez, Historia General de la República del Ecuador, Quito, Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1970, 3 vols.; L. Bethell, Historia de América Latina: la América Latina y colonial, economía, Barcelona, Crítica, 1990.

 

Manuel Lucena Salmoral

 

 

 

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