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Diego de Espinosa y Arévalo

Biografía

Espinosa y Arévalo, Diego de. Martín Muñoz de las Posadas (Segovia), 1512 – Madrid, 5.IX.1572. Obispo, cardenal, presidente del Consejo de Castilla, inquisidor general.

Hijo del matrimonio de hidalgos formado por Diego de Espinosa y Catalina de Arévalo, naturales de Martín Muñoz de las Posadas y de Navas de Zarzuela, respectivamente. Tuvieron tres hijos, además de Diego: Hernando, Pedro y Catalina. Martín Muñoz de las Posadas, el pueblo de donde era natural Espinosa, pertenecía en aquella época al obispado de Ávila, de ahí que muchos autores actuales lo sitúan hoy en la provincia de Ávila y no en la de Segovia.

A los doce años recibió de manos del obispo de Ávila, Francisco Ruiz, la tonsura clerical en la iglesia de su pueblo. En Arévalo realizó sus primeros estudios. Cuando tenía más de veinte años se trasladó a la Universidad de Salamanca para estudiar derecho, donde obtuvo, el 27 de junio de 1547, el grado de licenciado en Derecho Canónico. En Salamanca intentó ser admitido en el Colegio de San Bartolomé, cosa que no logró. No obstante, desde 1543 disfrutó de una beca en otro de los grandes colegios salmanticense: el de Cuenca. En San Bartolomé entabló amistad con numerosas personas, a algunas de las cuales colocó posteriormente en altos cargos de la Monarquía, como Juan Arce de Otalora, Francisco Briceño, Francisco Hernández de Liébana y Juan Zapata de Cárdenas. A partir de 1548 ejerció los puestos de juez de apelaciones en el arzobispado de Zaragoza y de provisor del obispado de Sigüenza, cuyo titular era Hernando Niño de Guevara. Francisco de Montalvo, consejero de Castilla y pariente de Espinosa y amigo del obispo de Sigüenza, fue quien recomendó a Diego de Espinosa. La muerte prematura de Niño le obligó a dejar el cargo de provisor y vicario de Sigüenza, retornando a su pueblo. En 1553, apadrinado por el regente de la Audiencia de Sevilla, Hernán Pérez de la Fuente, accedió a una plaza de juez de lo civil de la misma. En Sevilla permaneció por espacio de tres años. Allí trabó amistad con Juan de Ovando, Mateo Vázquez y otros colaboradores del inquisidor general Fernando de Valdés, que defendían ideas religiosas intransigentes, frente al grupo mayoritario de eclesiásticos que se alinean con la ideología erasmista del arzobispo Alonso Manrique.

A los cuarenta y cuatro años fue nombrado regente del Consejo de Navarra. Ocupó la vacante que dejó el doctor Cano al ser promovido al Consejo de Castilla. Como regente le competía elaborar los autos acordados, revisar el denominado Fuero Reducido, nombrar a los alcaldes de Corte interinos, así como al consejero que anualmente visitaba a los oficiales judiciales. Con el fin de velar por la ortodoxia religiosa, Felipe II le mandó que vigilara para que ningún súbdito saliera a estudiar fuera del reino. En Navarra forjó amistad con algunos personajes influyentes en la esfera políticoadministrativa: Beltrán de la Cueva, duque de Albuquerque y virrey del reino; Miguel Ruiz de Otalora, que le sucedió en la regencia; el obispo de Pamplona Diego Ramírez Sedeño de Fuenleal, que como inquisidor de Toledo había detenido el 22 de agosto de 1559 al arzobispo Carranza, y el general de los jesuitas, Francisco de Borja. Su amistad con este último propició su promoción en mayo de 1562 a consejero de Castilla. El 3 de mayo de ese año se despachó su título de nombramiento. Al año siguiente, Bernardo de Fresneda, obispo de Cuenca, confesor del Rey y comisario general de la Santa Cruzada, tenía que ausentarse para acudir a las Cortes celebradas en Monzón y designar como subdelegado de la comisaría a Diego de Espinosa. Como tal subdelegado ejercerá las funciones propias del comisario Fresneda durante su ausencia. El 20 de enero de 1564 se le concedió licencia para que se ordenara de presbítero sin necesidad de cumplir los intersticios de rigor. El día 20 de febrero recibió las órdenes menores; el 25, el subdiaconado; al día siguiente, el diaconado, y el 5 de marzo, el presbiterado. Desde entonces celebró misa asiduamente. El año anterior, el inquisidor general Fernando de Valdés le propuso para un puesto de consejero de la Suprema y el Rey accedió a ello. Espinosa formó parte de una Junta de Prelados que se reunió en 1564 en la posada de Valdés para analizar la intervención de la inquisición en asuntos de moriscos. Por estas fechas también accedió al Consejo de Estado. A partir de ahora se inició un ascenso imparable de Espinosa. En 1565 ocupó la presidencia del Consejo de Castilla, vacante por haber fallecido su titular, Juan Rodríguez de Figueroa, marqués de Mondéjar.

Espinosa, trabajador infatigable, era muy diligente en el despacho de los negocios del Consejo de Castilla. Llevaba al día todos los asuntos. Durante su presidencia se cerró muchas veces el Consejo por no haber asuntos que despachar. Siendo presidente, Sevilla estaba padeciendo la peste y tanto el asistente como los miembros de la Audiencia suplicaron al Consejo que les dieran licencia para abandonar la ciudad mientras durase la epidemia. Y el cardenal les concedió permiso con la condición de que el juez que saliera no podría volver a su plaza. También en cierta ocasión un pleiteante se quejó de que un consejero tardaba muchos días en despachar un negocio suyo, y el presidente le condenó a que abonara todo lo que el litigante se había gastado durante el tiempo que había estado detenido su asunto.

El 8 de septiembre de 1566 fue nombrado inquisidor general, cargo que llevaba aparejada la presidencia del Consejo de la Inquisición. Tomó posesión de su nuevo destino el 4 de diciembre. Como inquisidor jefe aceleró el proceso del arzobispo Carranza, revisó las gracias que se habían concedido como premio a los inquisidores que habían intervenido en ese proceso y envió a Murcia a una persona de su total confianza, Francisco Soto Salazar, para que finalizara los sonoros procesos contra los judeoconversos. Además, bajo su mandato, se crearon los tribunales inquisitoriales de Santiago de Compostela, de la Mar, algunos en América y se frustraron los de Nápoles y Flandes, y se estableció un número de familiares del Santo Oficio en cada población.

Felipe II se encargó directamente de conseguir el capelo para el presidente de Castilla. Además de escribir directamente al Papa solicitando el capelo cardenalicio dio órdenes a los embajadores Requesens y Zúñiga para que se afanasen en su consecución. El 24 de marzo de 1568, el cardenal Alejandrino comunicó al rey de España, al nuncio Castagna y al propio Espinosa, que ese mismo día ha sido promovido al cardenalato. Felipe II solicitó a Pío V que enviara la birreta a Espinosa, alegando que las ocupaciones de éste no le permitían acudir a Roma. El 20 de agosto se le asignó como iglesia titular cardenalicia la de San Esteban en Monte Celio. Dos meses más tarde, Castagna le impuso el bonete de escarlata en el convento de San Jerónimo el Real de Madrid. En el verano de aquel año obtuvo también la mitra de Sigüenza, una de las más ricas e importantes de España. Siempre que Espinosa iba a visitar a Felipe II, éste se adelantaba a la antecámara, le saludaba descubierto y hasta que el cardenal no hiciera gesto de cubrirse no lo hacía el Monarca; asimismo, en las audiencias se sentaba en un sillón casi similar al del Rey y en las procesiones se colocaba a su derecha.

En apenas dos años había pasado a desempeñar conjuntamente dos de los principales cargos del Gobierno de la Monarquía. Se había convertido en la persona de más confianza de Felipe II y con el que más negocios trata, tanto de España como de otros lugares. Se han dado diversas explicaciones a este meteórico ascenso del segoviano, una de ellas es su pertenencia al grupo ebolista, que por aquel entonces se encontraba en declive. Recientemente se ha señalado que su enigmática promoción pudo deberse a la confluencia de varias circunstancias: la pérdida de peso político de Éboli, el alejamiento de Alba a Flandes y la amistad de Espinosa con algunos jesuitas. La caída del “ebolismo” y la marcha del duque de Alba coinciden con la consolidación en la Monarquía hispana de la doctrina surgida del Concilio de Trento; esto es, la transformación total del Gobierno en un proceso globalizado de confesionalismo. Para cumplir estos fines, Felipe II encomendó a Espinosa el control administrativo de la Monarquía. Cuando llegó al poder carecía de un grupo de servidores y clientes, por lo que hubo de acudir a letrados, antiguos compañeros del colegio mayor de Cuenca y de su carrera judicial. Para ello creó el presidente una red de clientes que manejaran los resortes de la Administración. En el Consejo de Estado se encargó de reducir el poder de la nobleza, incrementando al propio tiempo el de los técnicos. Además de la formación de la red clientelar, la implantación del confesionalismo se llevó a cabo mediante la reforma de las órdenes religiosas, la aplicación del Concilio de Trento en la Monarquía española, la fiscalización de la ortodoxia religiosa con la elaboración de un nuevo catálogo de libros prohibidos y el control social a través de la catequesis y enseñanza religiosa.

También Espinosa coordinó los asuntos de guerra y de hacienda. La Junta de Galeras, responsable de la administración de este tipo de embarcaciones a remos que integraban las flotas del Mediterráneo, estaba compuesta por Ruy Gómez, el prior Antonio de Toledo, el doctor Velasco y el propio Espinosa, y no podía celebrarse si estaba ausente este último. En la sublevación de los moriscos en Granada, Espinosa desempeñó un papel decisivo supervisando los gastos y administración militar de la guerra. Comisionó a Francisco Gutiérrez de Cuellar, teniente de la Contaduría Mayor de Cuentas, para que inspeccionara el destino de los fondos asignados para sofocar el levantamiento morisco. De resultas de la comisión se demostró el desvío de esos fondos. También Espinosa, en su condición de privado de Felipe II, decidía sobre la financiación de las guerras de los Países Bajos y el esfuerzo naval en el Mediterráneo. Para ello controló la distribución de los ingresos, supervisó el funcionamiento de la maquinaria hacendística, impulsó su mejora y centralizó la información de las diversas rentas. La reforma de la Administración de Justicia en el Consejo de Guerra también fue acometida por el segoviano, creando la figura del fiscal del mismo y dictando medidas para la ejecución de las penas.

El cardenal se encargaba de convocar y supervisar las reuniones del Consejo de Hacienda, siempre que sus otras ocupaciones se lo permitieran. Además, una serie de burócratas de ese consejo, algunos de ellos otrora fieles a Ruy Gómez de Silva, pasaron a obedecer a Espinosa: Melchor de Herrera, tesorero general, que negociaba en las ferias la contratación de créditos cuyas condiciones eran estudiadas por el cardenal; Francisco de Garnica, teniente de la contaduría mayor, que informaba del estado del erario; Francisco de Laguna, lugarteniente de la contaduría mayor, y Juan de Escobedo, secretario del consejo de Hacienda. También controló el funcionamiento de algunos consejos, encargando su inspección a clientes suyos: el de Indias, a Juan de Ovando, y el de Italia a Hernández de Liébana. El cardenal introdujo en los diversos consejos a gentes de su confianza o ex condiscípulos suyos: Consejo de Castilla (Antonio de Padilla, doctor Redín, Rodrigo Vázquez de Arce, Francisco Villafañe...), Consejo de Hacienda (Juan Delgado, Juan Díaz de Fuenmayor, Francisco Hernández de Liébana y Juan de Ovando —más tarde, presidente del Consejo de Indias y que preparó una codificación de las leyes de Indias—), Consejo de Indias (Miguel Ruiz de Otalora, Diego Gasca Salazar, Benito López de Gamboa...), Consejo de Inquisición (Hernando de Vega de Fonseca, Rodrigo de Castro, Pedro Velarde...).

En 1568 se creó la Junta Magna para organizar el gobierno espiritual y temporal de las Indias, evitando al propio tiempo los desmanes que los españoles llevaban a cabo allí. En ella se trató de aportar soluciones para resolver una serie de problemas planteados en Indias. En los virreinatos de México y Perú, las autoridades se tenían que enfrentar con los encomenderos que pretendían la perpetuidad de sus encomiendas; por su parte, el Vaticano pretendía nombrar un nuncio para las Indias, lo que suponía limitar el patronato regio. La Junta Magna o Junta de Indias, establecida por el Rey a instancias de Espinosa, quien la presidía, además de convocarla y celebrar las reuniones —la primera tuvo lugar el 27 de julio— en su casa. Formaban parte de ella, entre otros, Luis Méndez de Quijada, presidente del Consejo de Indias; Antonio de Padilla, presidente del Consejo de Órdenes; miembros de los Consejos de Estado (como el príncipe de Éboli y el conde de Chinchón), de Hacienda, de Castilla, de Indias, así como el virrey de Perú y algunos eclesiásticos. La Junta acordó establecer tribunales inquisitoriales en América. En consecuencia, en 1569 se crea el Tribunal de Lima, y al año siguiente el de México. Además dispuso la transformación de la Iglesia indiana, de tipo misionero y dominada por el clero regular, en una iglesia con predominio del clero secular, y centralizada en los obispos y en la Corona.

Felipe II, satisfecho de los servicios de Espinosa, trabajador incansable y magnífico gestor de los asuntos de Estado, le instó a que comprara algún lugar para conceder a su casa un título de marqués. Empero, el segoviano no aceptó la merced que le ofrecía el Rey y a cambió pidió un mercado semanal, así como una feria para su pueblo. El Rey accedió a ello otorgando a Martín Muñoz de las Posadas una feria el día de San Mateo de cada año, y tres días antes y ocho después.

También Felipe II le ordenó que edificara en su “patria” una casa, lo que hizo con la condición de poner en ella las armas del Rey, en señal de que se había edificado por su mandato.

Su meteórico ascenso conllevó una vertiginosa caída, nada clara, ocurrida poco antes de su fallecimiento. Se han señalado algunos motivos como causa de esa caída, entre otros, que Espinosa había perdido la confianza del Papa. A su muerte, un sobrino suyo del mismo nombre, Diego de Espinosa, hijo de su hermana Catalina y aposentador real, se encargó de inventariar sus bienes. Una buena parte de sus libros, que había donado en vida, fueron enviados a su antiguo colegio de Cuenca en Salamanca. Otros, de latinidad y griego, se entregaron al Rey. El cardenal fue enterrado en la capilla que había edificado en vida en su pueblo. El clérigo Mateo Vázquez de Leca, el futuro todopoderoso secretario privado de Felipe II, era secretario particular de Espinosa. Veinticuatro horas después de fallecer el cardenal, entró Vázquez a servir al Rey.

 

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Ricardo Gómez Rivero

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