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Nur al-Din Bitruyi

Biografía

Biṭrūŷī, Nūr al-Dīn. Conocido en el mundo latino como Alpetragius. Fl. 581 H./1185-6 C. – 588 H./1192 C. Cosmólogo aristotélico andalusí.

El nombre de este autor no parece seguro: una glosa marginal al colofón del MS Escorial 963 (fol. 108v.) (que contiene su única obra conocida, el Kitāb fī l-hay‘a), escrita con letra distinta a la del copista, lo denomina Nūr al-Dīn al-Biṭrūŷī, mientras que el MS Istambul Seray 3302 (que también conserva la misma obra) lo llama Abū Ŷa‘far al-Biṭrūgī (sic). El nombre que aparece en el colofón de uno de los manuscritos de la versión hebrea, realizada por Mošé b. Tibbón en 1259, es Abū Isḥāq b. Ibn [sic] al-Biṭrūŷī y lo califica de “juez”. Finalmente, los manuscritos de la versión latina de Miguel Scoto lo denominan Alpetragius/ Alpetrangius/ Aven Alpetragi/ Auen Alpetraus.

Es probable que al-Biṭrūŷī sea una deformación de Birawšī y se relacione con el poblado de Birawš, en Faḥṣ al-Ballūṭ (Córdoba). El único dato biográfico seguro es que conoció a Ibn Ṭufayl y fue, probablemente, su discípulo: en su Kitāb fī l-hay‘a (Tratado de cosmología) lo cita como ya difunto y señala que Abū Bakr ibn al-Ṭufayl les decía (tanto a él como al anónimo amigo destinatario de la obra) que había descubierto la verdadera estructura física del cosmos así como sus fundamentos. Dada esta referencia podemos pensar que la obra fue redactada después de 581/1185-6 (muerte de Ibn Ṭufayl). Por otra parte, el MS Escorial 1636 contiene un Kitāb al-madd wa l-ŷazr (Sobre las mareas), anónimo, que parece recoger ideas derivadas del Kitāb fī l-hay‘a. Este manuscrito está fechado en 588/1192, con lo que tenemos una segunda fecha para determinar la etapa de actividad de nuestro autor. Aunque esta segunda referencia cronológica no es absolutamente segura, no se aleja mucho de una tercera, mucho más fiable: Miguel Scoto concluyó la traducción latina de la obra de al-Biṭrūŷī en Toledo en 1217.

La única obra conocida de nuestro autor tuvo un éxito y una difusión que se encontraban muy por encima de sus méritos. Miguel Scoto lo tradujo al latín, lo que facilitó su difusión en Europa, entre los siglos XIII y XVI, donde fue muy bien acogida en los medios esco­lásticos en los que el sistema de al-Biṭrūŷī acabó siendo consi­derado una al­ternativa válida al de Ptolomeo. En 1259 Moisés b. Samuel b. Yehudá b. Tibbón tradujo el libro al hebreo y esta versión fue objeto de una retraducción latina de Calo Calonymos, impresa en Venecia en 1531. El libro circulaba en medios científicos judíos de la Península Ibérica antes de 1259, ya que Yehudá b. Salomón Kohen de Toledo lo resume en una enciclopedia científica redactada en árabe en 1247 que, más tarde, fue traducida al hebreo. La traducción hebrea de Moisés b. Tibbón fue conocida por el gran astrónomo judío Levi b. Gersón (muerto en 1344) quien es perfectamente consciente de las limitaciones del sistema astronómico de al-Biṭrūŷī. La obra fue asimismo conocida en el Oriente Islámico donde fue, probablemente introducida por Maimónides durante su estancia en Egipto (566/1165-601/1204). En cualquier caso, el manus­crito Esco­rial 963 fue copiado por un cristiano copto y está fechado el 28 Muḥarram 680/18 Mayo 1281. El gran astrónomo damasceno Ibn al-Šāṭir (muerto en 777/1375) da una lista de los astrónomos que idearon modelos geométricos alternativos a los de Ptolomeo entre los que menciona a al-Maŷrīṭī. Dado que es muy poco probable que Maslama al-Maŷrīṭī (m.c. 398/1007) hubiera diseñado modelos de esta índole, se ha sugerido si pudo haberse producido una confusión entre los nombres de al-Biṭrūŷī y al-Maŷrīṭī.

Conservamos una única obra titulada Kitāb [murta’iš] fī l-hay‘a (Libro [revolucionario] sobre cosmología). Murta’iš sólo aparece en el MS Istambul y no es seguro que forme parte del título ya que el texto dice: al-Kitāb al ‘aŷīb fī l-hay‘a al-mawṣūf bi l-murta’iš (libro asombroso sobre Cosmología considerado revolucionario). De todos modos, puede relacionarse con la descripción que hace Isaac Israelí (fl. 1310) de al-Biṭrūŷī al que califica de ha-‘iš ha-mar’š (el hombre que revolucionó o sacudió el mundo). Por otra parte, el título de la versión hebrea es sólo Sefer be-tekuná que corresponde a Kitāb fī l-hay‘a. Los títulos que aparecen en la tradición manuscrita latina son mucho menos literales, con la excepción del de Liber in astrologia (los términos astronomia y astrologia son intercambiables y, a veces, hay‘a significa, simplemente, astronomía): De motu corporum celestiumDe uerificatione motuum celestiumDe motibus celorum, etc.

Conservado en dos manuscritos: Goldstein (1971), publicó un facsímil del MS Escorial 963, con anotación de variantes del MS Istambul, Serayár. 3302, enfrentado a una edición crítica de la versión hebrea de Moisés b. Tibbón. Los textos árabe y hebreo van acompañados de una traducción inglesa, basada fundamentalmente en la versión hebrea, y de un excelente estudio del contenido astronómico de la obra. La traducción latina de Miguel Scoto fue editada por Carmody (1952).

Esta obra constituye la má­xima expresión del aristo­telismo astronómico andalusí del siglo XII. Es un tratado de hay‘a, término que suele designar una descripción del cosmos que aspira a reflejar su realidad física y a superar, por consiguiente, los modelos puramente geométricos derivados, en último término, del Almagesto de Ptolomeo. Frente a la concepción meramente instrumentalista de los astrónomos matemáticos (la única función de los modelos es predecir posiciones planetarias, sin que ello implique que sean reales), los filósofos andalusíes del s. XII (Ibn Bāŷŷa, Ibn Ṭufayl, Ibn Rušd, Maimónides) pretenden crear un sistema astronómico de carácter físico, lo que implica hacerlo compatible con uno de los dos tipos de Física existentes en la época (aristotélica o neoplatónica). Pese a haber manifestado repetidamente sus deseos de llevar a cabo este proyecto renovador, no parece que Ibn Bāŷŷa, Ibn Ṭufayl, Ibn Rušd o Maimónides realizaran avances significativos en este sentido. La obra de al-Biṭrūŷī parece el único intento serio de enfrentarse al problema, partiendo de un conocimiento limitado de la bibliografía astronómica. Había leído, probablemente, el Almagesto pero no siempre parece haberlo entendido bien: Ptolomeo es, para al-Biṭrūŷī, el prototipo de astrónomo matemático capaz de crear modelos imagina­rios, muy eficaces dada su capacidad predictiva, pero totalmente irreales. Es posible que conociera asimismo el Co­men­tario al Almagesto de Teón de Alejandría y está claro que había leído la obra de Azar­quiel sobre el movimiento de las estrellas fijas, ya que la cita, así como también el Iṣlāḥ al-Maŷisṭī de Ŷābir b. Aflaḥ. Su lectura de esta última fuente le lleva a plantearse temas candentes en la época, como el del orden de los planetas del sistema solar: frente a Ptolomeo, que ordena los planetas en Luna - Mercurio - Venus - Sol - Marte - Júpiter - Saturno, al-Biṭrūŷī opta por el orden Luna - Mercurio - Sol - Venus y justi­fica la falta de tránsitos de Venus por encima del disco solar por el hecho de que, en su opinión, Mercurio y Ve­nus tienen luz propia.

Con al-Biṭrūŷī tenemos, por primera vez, un sistema astronómico no ptolemaico, aunque el propio autor reconoce su carácter me­ra­mente cualitativo. Como cabría espe­rar, se trata de un sistema homocéntrico en cuanto, en él, los cuerpos celestes se encuentran siempre a la misma distancia del centro de la Tierra. Pese a ello, el homocentrismo de al-Biṭrūŷī no prescinde del uso de excén­tricas y epiciclos, aunque los sitúa en la superficie de la esfera y en la zona del polo, adaptando, probablemente, ideas derivadas del tercer modelo de trepidación de Azarquiel. Esto implica que no todos sus movi­mientos circulares tienen por centro el centro de la Tierra. Pese a ello, es muy po­sible que, tal como apuntan Kennedy y Mancha, una de sus fuentes de inspiración fuese el sistema homocén­trico de Eudoxo de Cnido.

Uno de los aspectos más originales de las ideas astronómicas de este autor es su planteamiento de la causa física de los movimientos celestes y de la transmisión de la energía desde un primer motor, situa­do en la novena esfera, hacia las esferas inferiores. La novena esfera gira con el movimiento más rápi­do, más fuerte y más simple, en dirección E-W, 360° cada veinticua­tro horas. Este movimiento es transmitido a las esferas inferiores que resultan cada vez más lentas: de este modo, y siguien­do una idea que aparecía ya en Ibn Rušd, la esfera de las estrellas fijas tiene una rotación más rápida que la de Saturno y ésta que la de Júpiter. Esta disminución progresiva sigue hasta llegar a la esfera de la Luna que es la más lenta de todas las esferas planetarias. La velocidad de giro de las distintas esferas constituye el criterio obje­tivo adop­tado por al-Biṭrūŷī para proponer su orden característico de las esferas planeta­rias. La transmisión del movimiento hacia las esferas situadas por debajo de la novena se explica recurriendo a conceptos derivados de la dinámica neoplatónica (no de la aristotélica). Así, esta transmisión puede explicarse (a pesar de no existir un contacto directo entre las distintas esferas planetarias y el primer motor) recurriendo a la teoría del impetus desarrollada por Juan Filópono (s. VI): el primer motor imprime una “inclinación violenta” (mayl qaṣrī) en las esferas inferiores similar a la fuerza que imprime el arquero en la flecha y que permite que ésta siga en movimiento, aunque haya perdido el contacto con su motor (arco). Esta referencia es importante, en cuanto constituye la primera mención andalusí de la teoría del impetus que, curiosamente, no parece haber conocido Ibn Bāŷŷa, a pesar de que la mayor parte de sus ideas dinámicas derivan del neoplatonismo. Por otra parte, esta teoría fue formu­lada, en un principio, para explicar los movimientos violentos del mundo sublunar y no para justi­ficar los movimientos naturales de las esferas celestes. Parece claro, pues, que al-Biṭrūŷī parece estar utilizando la misma dinámica para los dos tipos de movimien­tos, así como para la totalidad del cosmos, enfrentándose con ello a la idea aristotélica de la existencia de una dinámica específica para el mundo sublunar y de otra para el supralunar. La fuerza del primer motor llega hasta el mundo sublunar: hasta la esfera del fuego en la que hace girar a las ašbāh al-kawākib (similibus stellarum, ¿es­trellas fugaces?, ¿cometas?); a la esfera del aire en la que pro­duce movi­mientos asistemáticos; finalmente, a la esfera del agua en la que da lugar a las mareas. Ideas similares se encuentran también en Ibn Rušd.

La influencia neoplatónica en al-Biṭrūŷī no termina con el impetus sino que nuestro autor, al igual que Ibn Rušd, explica también la transmisión del movimiento recurriendo a la “pasión” o “deseo” (šawq, desiderium) que sienten las esferas celestes por asemejarse a la esfera más perfecta, la del primer motor, y a imitar sus movimientos tratando con ello de alcanzar la perfección (kamāl). Las esferas que se encuen­tran más próximas al primer motor son las que más se le asemejan y, por tanto, las más rápidas, mientras que el movimiento se va lentificando a medida que nos alejamos de la novena esfera y nos aproximamos a la Tierra, centro de todo el sistema. El origen de este šawq parece encontrarse en el tašawwuq desarrollado, de manera muy similar, por el filósofo neoplatónico oriental Abū l-Barakāt al-Bagdādī (muerto después de 561/1164), cuyas ideas fueron, tal vez, introducidas en al-Andalus por Abū Sa‘d Isaac, hijo de Abraham b. Ezra, quien fue discípulo de Abū l-Barakāt en Bagdad.

Estos dos conceptos servirán a al-Biṭrūŷī para intentar resolver un problema irresoluble: ¿cómo explicar que el movimiento transmitido por un único primer motor dé lugar, en cada una de las esferas planetarias, a dos movimientos que se producen en sentido contrario y en planos diferentes? Me estoy refiriendo, por una parte, al movimiento diurno (rotación de la Tierra, en términos copernicanos) en el plano del ecuador y en dirección E-W, que produce una revolución de 360o cada 24 horas. A esto hemos de añadir, por otra parte, los movimientos en longitud de los cuerpos celestes en el plano de la eclíptica y en dirección W-E. Estos movimientos en longitud son lentísimos en el caso de las estrellas fijas (del orden de unos 52” por año) pero se van acelerando a medida que nos aproximamos al centro del sistema: una revolución de 360o cada 30 años, en el caso de Saturno, cada 12 años para Júpiter etc., hasta que llegamos a la Luna que lleva a cabo su revolución en algo más de 27 días. La explicación de al-Biṭrūŷī no deja de ser ingeniosa: si partimos de que el movimiento perfecto transmitido por la novena esfera es precisamente el movimiento diurno, los movimientos en longitud pueden explicarse como un “retraso” (taqṣīr, incurtatio), cada vez más sensible a medida que la esfera planetaria se encuentra más alejada de la novena. Con esta base teórica, al-Biṭrūŷī empieza a construir sus modelos geométricos que no voy a tratar con detalle y me limitaré a reconocer que, en ellos, aparecen algunos rasgos de ingenio pero que son notoriamente insuficientes. En el caso de las estrellas fijas, el modelo descrito pretende justificar una precesión de los equinoccios con velocidad variable, con lo que se aprecia un eco de las teorías andalusíes de la trepidación de los equinoccios, así como otro de la hippopede de Eudoxo. En el caso de los planetas, cada uno de ellos se desplaza, en la zona de la eclíptica, porque su movimiento está regulado por el polo de cada planeta, situado a 90o del mismo: este polo gira en torno a un pequeño epiciclo polar cuyo centro, a su vez, se mueve, en virtud del taqṣīr, sobre un deferente polar. Este uso de deferentes y epiciclos permite a al-Biṭrūŷī justificar, del mismo modo que Ptolomeo, las irregularidades de los movimientos planetarios (movimiento directo, estación, retrogradación). Lo malo es que nuestro autor pretende justificar, me­diante el movi­miento en anomalía (giro del polo del planeta sobre el epiciclo polar), las alteraciones en latitud de los planetas y esto entra ya en el terreno de lo inaceptable.

Si, tal como hemos visto, el taqṣīr corresponde al desplazamiento del centro del epiciclo sobre el deferente polar, cabe plantearse qué justificación física da al-Biṭrūŷī al desplazamiento del polo del planeta sobre su correspondiente epiciclo (movimiento en anomalía). Parece claro que al-Biṭrūŷī identifica anomalía con šawq. Nuestro autor afirma repetidamente que el movimiento en anomalía es el que el planeta lleva a cabo con el objeto de alcanzar la per­fec­­­­­­ción. Ahora bien, este movimiento de com­pensación al taqṣīr, realizado en virtud del šawq, debería producirse en el sentido del movimiento diurno. Aquí se plantea el problema de que nuestro autor no es precisamente claro en lo que respecta al sentido de sus giros e incurre en abundantes contradicciones e incoherencias. Ahora bien, si consideramos que, aquí, como en otros muchos lugares, está siguiendo a Ptolomeo, tenemos que constatar que, en el Almagesto, el movimiento en anomalía se produce precisamente en sentido contrario al del movimiento diurno. Sólo en el caso de la Luna en el que —en el modelo ptolemaico— los movimientos en longitud y en ano­malía tienen lugar en sentido opuesto, al-Biṭrūŷī se siente a sus anchas y se apresura a subrayar el hecho. Finalmente, hay que señalar que el šawq debiera redu­cirse progresiva­mente a medida que las esferas planeta­rias se alejan del primer motor, en la misma medida en la que au­menta el taqṣīr, y esto debiera dar lugar a una reduc­ción progresiva del mo­vimiento medio en anomalía. Este principio se cumple con los tres planetas superiores pero, desgraciadamente, el fenómeno con­trario se produce con Venus, Mercurio y la Luna ya que —de acuerdo con los pará­metros ptolemai­cos que menciona el propio al-Biṭrūŷī — la velocidad del movi­miento en anomalía de Venus es mayor que la de Mercurio y ésta, a su vez, mayor que la de la Luna. Al-Biṭrūŷī evidentemente, omite todo comentario.

 

Bibl.: F. J. Carmody, al-Biṭrūjī, De motibus celorum. Critical edition of the Latin translation of Michael Scot, Berkeley - Los Angeles, University of California Press, 1952; B. R. Goldstein, al-Biṭrūjī On the Principles of Astronomy, New Haven - London, Yale University Press, 1971, 2 vols.; E. S. Kennedy, “Alpetragius Astronomy”, en Journal for the History of Astronomy, 4 (1973), págs. 134-136; A. Cortabarría, “El astrónomo Alpetragio en las obras de S. Al­ber­to Magno”, en La Ciudad de Dios, 193 (1980), págs. 505-535; “Deux sources de S. Al­bert le Grand: al-Biṭrūjī et al-Battānī”, en Mélanges de l`Insti­tut Dominicain d`Etu­des Orien­tales, 15 (1982), págs. 31-52; A. I. Sabra, “The Andalusian Revolt against Ptolemaic Astronomy. Averroes and al-Biṭrūjī”, en E. Mendelsohn (ed.), Transformation and Tradition in the Sciences, Cambridge, Mass., 1984, págs. 133-153; R. S. Avi-Yonah, “Ptolemy vs. al-Biṭrūjī. A Study of Scientific Decision-Making in the Middle Ages”, en Archives Internationales d`Histoire des Sciences, 35 (1985), págs. 124-147; J. Samsó, “On al-Biṭrūjī and the haya tradition in al-Andalus”, en J. Samsó, Islamic Astronomy and Medieval Spain, Aldershot, Variorum, 1994, n.º XII, págs. 1-13; J. T. Robinson, “The first references in Hebrew to al-Biṭrūjī’s On the principles of astronomy”, en Aleph, 3 (2003), págs. 145-163; J. L. Mancha, “al-Biṭrūjī’s Theory of the Motion of the Fixed Stars”, en Archives for the History of the Exact Sciences, 58 (2004), págs. 143-182; J. Samsó, Las Ciencias de los Antiguos en al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Tufayl, 2011, págs. 330-356; R. G. Morrison, Joseph Ibn Naḥmias, The light of the world. Astronomy in al-Andalus, Berkeley - Los Angeles, University of California Press, 2016.

 

Julio Samsó

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