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Beato Tomás del Espíritu Santo

Biografía

Zumárraga Lezcano, Tomás. Beato Tomás del Espíritu Santo. Vitoria (Álava), 9.III.1577 – Nagasaki (Japón), 12.IX.1622. Sacerdote dominico (OP) y beato.

Llamó a las puertas del Convento de Santo Domingo de su ciudad natal cuando tenía dieciséis años y, terminado el noviciado, hizo la profesión religiosa (1594). Primeramente en el Convento de San Pablo de Valladolid y después en el prestigioso Colegio de San Gregorio de la misma ciudad, realizó con éxito los estudios filosóficos y teológicos y recibió el presbiterado cuando contaba veintitrés años de edad.

Ya en su tiempo de estudiante había solicitado ir al Extremo Oriente donde numerosos religiosos de la Orden realizaban una ejemplar labor evangelizadora. Los dominicos estaban ya en Filipinas desde 1587 pero por las fechas en que el padre Tomás estudiaba en Valladolid, no habían entrado todavía en Japón aunque los martirios sufridos por los primeros misioneros en ese país ya eran conocidos en España. En todo caso, joven aún, era virtuoso, prudente y dotado de gran capacidad intelectual, que mostraba un espíritu de apertura a la misión universal de la Iglesia.

En 1601 salió de España para llegar a Manila, vía México, en abril de 1602, cuando precisamente se estaba celebrando el capítulo provincial que le designaría a él y a otros cuatro hermanos de hábito para fundar la misión de Japón. Este grupo, encabezado por el padre Francisco Morales, saldría de Manila (1602) con la esperanza de encontrar favorable acogida en el país del sol naciente. Tenían motivo para abrigar estas esperanzas puesto que el superior del grupo había tenido previamente algunos contactos con japoneses residentes en la capital filipina.

En efecto, siendo prior del convento de Santo Domingo de Manila, el padre Morales se encontraba un viernes santo ensayando una escena del descendimiento de Jesús de la cruz, escenificación que solía realizarse ese día a modo de cuadro plástico, cuando vio en la iglesia a unos jóvenes japoneses que seguían con atención e interés el ensayo y se arrodillaban en actitud de oración. En otra ocasión, observó cómo los mismos japoneses, vestidos de blanco, velaban el sepulcro de la Soledad. Ante estos hechos, el prior se acercó a los nipones y preguntó a uno de ellos, Juan Sandayu, sobre su país y sobre si serían bien recibidos en caso de ir a Japón. Sandayu respondió con aplomo que serían acogidos con mucho gusto.

El padre Morales tomó buena nota de estas entrevistas y propuso a los superiores la idea de ir a fundar misión en Japón. No contentos con haber oído la opinión del joven japonés, el superior provincial envió una carta al señor feudal de Satsuma, hoy provincia de Kagoshima, para exponerle su proyecto de ir a Japón. Al cabo de un tiempo (1602) llegó la respuesta del señor de Satsuma, en que pedía con mucho interés que fuesen a su feudo hasta veinte dominicos. La respuesta positiva del daimyô fue recibida con gran alegría en Manila y movió al capítulo provincial a aprobar y promover la fundación en Japón. Después de resolver el problema de la prohibición decretada por el papa Gregorio XIII, por la que sólo se permitía a los jesuitas la evangelización de Japón y se excluía a los demás religiosos, se procedió al envío de cinco dominicos a aquel país.

Con estos precedentes esperanzadores, el padre Tomás de Zumárraga y sus cuatro compañeros se hicieron a la mar en Manila (1602) rumbo a Japón en un barco de León Kichiyemon expresamente enviado por el señor feudal de Satsuma. Fue un viaje accidentado por causa de los vientos fuertes y las corrientes marinas que amenazaron de tal forma que los pasajeros recurrieron a la intercesión de la Virgen María y de los santos Juan Bautista y Domingo de Guzmán. Tras superar el peligro, la nave alcanzó puerto japonés en Nagahama, población situada en la parte sur de la isla Shimo-Koshiki, en el suroeste de la provincia actual de Kagoshima (1602).

El padre Zumárraga y sus compañeros establecieron su primera morada en un local que había sido casa de culto budista, de la cual habían sido desalojadas imágenes budistas y sustituidas por un cuadro de la Virgen María. Sin embargo, su residencia en este lugar no duró más de dos semanas ya que el daimyô Shimazu Iehisa envió a la isla vasallos suyos provistos de medios necesarios para trasladar a los religiosos por mar y tierra hasta Chôsa, población cercana a Kagoshima, donde residía el señor feudal. Los dominicos fueron recibidos con muestras de afecto y recibieron regalos y toda clase de facilidades para establecer residencia propia donde iniciarían el aprendizaje de la lengua y la labor misionera.

Todavía en sus primeros pasos de vida misionera, el P. Zumárraga fue llamado a Manila en noviembre (1602) para informar a los superiores sobre el estado de la reciente fundación. Mas no pudo llegar a Filipinas porque unas tormentas desviaron la embarcación hasta Conchinchina donde tuvo que permanecer durante algún tiempo hasta que se le ofreció ocasión de regresar a Japón. La oportunidad se la ofreció la necesidad de prestar auxilio espiritual a unos japoneses afectados de peste que navegaban hacia su país. En septiembre (1603), se encontraba de nuevo en suelo japonés.

Dos años más tarde, fue destinado a Kyoto con el fin de fundar allí una iglesia pero no pudo realizarse este proyecto y se vio obligado a permanecer en Ômura y Hirado para atender a los cristianos. Nombrado superior de la misión de Kyôdomari, en Kagoshima (1606), realiza una gran labor con la ayuda de catequistas que contaban con mayores facilidades de movimiento de acción entre el pueblo. En esta labor se encontraba cuando tuvo que asistir al capítulo provincial de Manila (1608), compromiso que le apartó de Japón hasta el año siguiente en que, por el mes de julio, se encontraba de vuelta en la misión de Hizen, actual provincia de Saga.

La idea de fundar iglesia en Kyoto no había sido abandonada y a los dos meses de regresar de Filipinas, volvió a la capital del imperio, esta vez con la suerte de poder permanecer activo en esta gran ciudad que albergaba cientos de templos budistas y sintoistas. Su actividad tendría como base la casa de Nuestra Señora del Rosario de Miyako. Efectivamente, allí desplegó su labor apostólica apostólico en un ambiente de relativa libertad y calma pero el panorama cambió radicalmente a mediados de octubre de 1613. Eran vísperas de la publicación del decreto fechado en enero de 1614, por el que no sólo se prohibía el cristianismo sino que además se expulsaba del país a los misioneros. Nombrado superior de la misión como vicario provincial, el padre Zumárraga tuvo que regresar a Nagasaki por algún tiempo para atender, siquiera fuera en la clandestinidad, a los fieles cristianos que, no obstante la persecución, manifestaban una actitud valiente y decidida en defensa del mensaje cristiano. Además, frente a la orden de expulsión y a pesar del rigor de la persecución, logró permanecer en Japón. Libre de su cargo de superior (1615), pudo regresar a Kyoto 1615 para ayudar al padre José de Salvanés que se encontraba solo y enfermo. Consiguió edificar una sencilla hospedería para los misioneros en Fushimi, dentro de capital y no lejos del lugar donde Toyotomi Hideyoshi había edificado un suntuoso castillo.

Pero el acoso a los misioneros fue haciéndose cada vez más insoportable y, obedeciendo una orden del superior, El padre Zumárraga se trasladó a Nagasaki (1617) y luego a Ômura donde los cristianos estaban dando ejemplo de fidelidad a sus convicciones cristianas incluso con el supremo testimonio del martirio. Su actividad, consecuencia de un probado espíritu de oración y entrega a la causa del Evangelio, estaba dando fruto pero no podía pasar desapercibida a los ojos de los perspicaces vigilantes que sin duda estaban al tanto de la actividad apostólica del misionero vasco.

El 23 de julio del mismo año fue capturado e internado en la cárcel de Suzuta donde, “estando desnudos como estaban, sin cama, sin vestidos y sin abrigo alguno en aquel jaulón que daba paso libre al viento, a la lluvia y a la nieve”, padeció toda clase de penalidades. Aun así, no dejó de aconsejar y dirigir a sus cristianos sirviéndose de catequistas que se movían con más libertad y lograban llegar a todos los rincones. La difusión de la fe cristiana tuvo en los laicos unos eficaces predicadores que con la palabra y sobre todo con el ejemplo movieron a la conversión a numerosos infieles.

Finalmente, después de los prolongados sufrimientos del ergástulo, fue condenado a morir en la hoguera, el día 12 de septiembre de 1622 en un islote llamado Hokobaru, situado en la bahía de Nagasaki y conocido como lugar bastante usado para ejecutar sentencias de muerte. Fue beatificado por el papa Pío IX el 7 de julio de 1867. Su fiesta se celebra el 10 de septiembre.

 

Obras de ~: Cartas, 1605-1622 (inéd.), Archivo de la Provincia del Santo Rosario (APSR), ms., t. 19 y 301 (en J. López, Historia de Santo Domingo y su Orden, Valladolid, 1625); Relación sobre la situación geográfica y política de Japón, y primeros años de la Orden de Santo Domingo en Japón, 1608, APSR, ms., t. 301, fols. 237-238; Relación entregada al P. José de San Jacinto Salvanés para el P. Francisco Herrera, O. P., 1619, APSR, ms., t. 19, fols. 252-254; Relación entregada al P. José de San Jacinto Salvanés para el Padre Francisco Hurtado, O., 1619, APSR, ms., t. 19, fols. 243-244.

 

Bibl.: H. Ocio, Compendio de la Reseña Biográfica de los Religiosos de la Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas, Manila, 1895, págs. 43-44; J. Delgado, El Beato Francisco Morales, O. P., mártir del Japón, Madrid, Instituto Pontificio de Teología, 1985; P. G. Tejero y J. Delgado, Mártires de Japón, en Testigos de la fe en Oriente, Madrid, Secretariado de Misiones Dominicanas, 1987, págs. 47-49; H. Ocio y E. Neira, Misioneros Dominicos en el Extremo Oriente, vol. I, Manila, Life Today Publications, 2000, págs. 83-84; J. G. Valles, “Beato Alfonso Navarrete y 19 compañeros mártires”, en Nuevo Año Cristiano, Madrid, Edibesa, septiembre de 2001, pág. 186.

 

Jesús González Valles, OP