Bohórquez, Pedro de. El falso Inca. Andalucía, f. s. xvi - p. s. xvii – Lima (Perú), 3.I.1667. Conquistador y aventurero.
Es interesante comenzar la biografía de Pedro de Bohórquez con una cita textual de su biógrafa más importante, Ana María Lorandi: “Impostor, fabulador, pícaro, héroe, visionario. Cualquier adjetivo es posible para calificar a este andaluz de reacciones inesperadas, emocionalmente inestable pero astuto u seductor. Pero era un personaje de su tiempo, ejemplo de las pasiones y deseos de todos los conquistadores”. En efecto, si hay un rasgo definitorio fundamental de Bohórquez es la cantidad de juicios, opiniones y versiones contradictorias sobre su vida y sus obras, emitidas tanto por sus contemporáneos como por los especialistas que han estudiado su historia y la época que le tocó vivir. Sirva de ejemplo la cita de fray Melchor de Maldonado, obispo de Tucumán, que en 1658 escribía al Rey en los siguientes términos: “Noble de entendimiento, no de recta prudencia, pero sí de astucia”. (Archivo General de Indias, Charcas, 122).
Pedro Bohórquez, según sus propias palabras, era español, oriundo de Granada e hijo ilegítimo de Pablo Bohórquez Girón y de Ana María de Guzmán. Estos datos han sido facilitados por Lorandi y extraídos del Archivo General de Indias (AGI). Fundamentalmente se trata de una probanza presentada en Lima en 1663 por un lugarteniente de Bohórquez, el capitán Andrés Salgado, solicitando licencia del virrey para realizar una entrada al valle de Chanchamayo. En dicha probanza está incluido un memorial, además de otros documentos presentados por Bohórquez, en los que él mismo aporta estos datos sobre sus orígenes. Idéntica información vuelve a aparecer en el pleito homenaje realizado por Bohórquez en Pomán (Tucumán, Argentina) en 1657. Por el contrario, el historiador y jesuita Pedro Lozano aporta datos muy diferentes sobre los orígenes e incluso sobre los auténticos apellidos de Bohórquez. Partiendo de que las declaraciones anteriormente mencionadas son falsas, defiende que era oriundo probablemente de la villa del Arahal “entre las villas de Morón y Morales, estados del duque de Osuna”, hijo de Pedro Chamijo o Chamizo, “hombre ordinario y del común”, y de madre desconocida, sin saber nada seguro sobre su condición de ilegítimo. Siguiendo al padre Lozano, el cambio de apellidos se llevó a cabo durante un viaje de Bohórquez a Potosí y a Porco (Alto Perú) donde conoció a un cura llamado Alonso de Bohórquez. Similar información ofrece Teresa Piossek. La investigadora defiende la existencia de un Pedro Chamijo, nacido en el Árahal en 1602 y que adopta el apellido por el que la Historia lo conoce hacia 1630 a raíz de su encuentro con el clérigo Alonso Bohórquez.
En suma, los biógrafos no lo retratan precisamente como un caballero, sino más bien como un hombre del común con orígenes muy oscuros y según algunas opiniones, como un bastardo repudiado. Manuel de Mendiburu localiza a un Francisco Bohórquez en el oriente peruano. Al mismo tiempo habla de un Pedro Bohórquez en los valles Calchaquíes, protagonista principal de la posterior rebelión de los curacas de Lima en 1666 donde encontraría la muerte. Por su parte, Constantino Bayle menciona a Jerónimo Bohórquez y Guzmán, escribano de Potosí (Alto Perú) en 1636. Quizás, y siempre siguiendo a Lorandi, esta opinión podría ser conjugable con la del padre Lozano. En una de las cartas del obispo de Tucumán al virrey del Perú se afirma que Pedro Bohórquez Girón era natural de Granada, aunque “su casa Bohórquez está en Utrera a cinco leguas de Sevilla”. Los datos son muy confusos. Hay información sobre los duques de Osuna que en realidad se llamaban Téllez Girón. En este sentido, el padre de Bohórquez podría haber estado emparentado con ellos. Según Lorandi, hay noticias sobre la emigración de varios Bohórquez hacia el Perú procedentes de Utrera, pero ninguno en la fecha aproximada de la llegada de Pedro. En definitiva, hay muchas dudas sobre su lugar de origen, aunque obviamente todas las hipótesis señalan Andalucía, quizás Granada, y hasta la fecha con una filiación poco segura y una infancia oscura, al parecer desarrollada en un colegio de la Compañía de Jesús donde recibió la educación primaria.
Las primeras huellas de Pedro de Bohórquez en el continente americano se pierden entre la ficción y la realidad. Fue, como tantos otros, buscando El Dorado, las leyendas heredadas de los mundos anteriormente conocidos y, sin duda, su destino tenía que ser el Perú, tierra de quimeras, ilusiones y también de guerras. El padre Lozano sostiene que llegó al Perú hacia 1620 en compañía de un tío suyo llamado Martín García. A pesar de que estos datos no están constatados documentalmente, es cierto que a principios de la década de los veinte estaba viviendo en la jurisdicción de Castrovirreina (Perú), casado con Ana de Bonilla y dedicado seguramente al pastoreo de los rebaños de la familia de su mujer. Fueron años en los que Bohórquez vivió entre los indígenas, aprendiendo sus costumbres y su lengua y, sin duda, forjando ese imaginario que lo llevaría a ser un inca y, al mismo tiempo, un traidor. Todos sus biógrafos hablan de otras mujeres y de dos hijos. También sobre actividades no del todo legales e, incluso, de delitos, causantes de su huida a Huancavelica y al valle de Guanta (virreinato del Perú). Según Lorandi, fue en estos viajes donde mantuvo contactos con los indígenas que conocían el Oriente y que pudieron informarlo sobre ese otro Dorado, el Paytiti, que al parecer estuvo ubicado para la mayor parte de sus visionarios en Mojos (actual departamento del Beni en Bolivia).
Según el memorial dirigido por Bohórquez al virrey del Perú, el conde de Chinchón, en 1651, su primera entrada al oriente peruano se remonta al año 1630. Muchas son las noticias sobre su regreso a Lima “mostrando piedras que contenían oro”, procedentes del Cerro de la Sal, otro de los puntos importantes en el imaginario colectivo de conquistadores y aventureros que no tardaron en recubrirlo con oro. En el ya citado memorial de 1651, Bohórquez afirma su participación en varias entradas a la zona, algunas de ellas con el acuerdo tácito del virrey, y lo que resulta más interesante, como el protagonista fundamental para que las incipientes misiones del Oriente lograran sus objetivos en las conversiones de los infieles. Una vez más, los datos son contradictorios. Mientras que algunos autores dudan de su participación en estas expediciones, otros, como es el caso de Constantino Bayle, llegan incluso a mencionar otro matrimonio de Bohórquez, celebrado en una de estas entradas en 1636- 1937, con la hija de uno de los caciques principales. Cabe destacar que esta información pudo ser obtenida del proceso encausado contra él en 1659 y cuyos datos se encuentran en el Archivo General de Indias (Charcas, 122). De cualquier modo, en el memorial de 1651, Bohórquez va a presentarse como el único interlocutor válido entre los indígenas y los españoles, precisamente por voluntad de los nativos. En este sentido, el no cumplimiento de las peticiones indígenas fueron la causa de la muerte de los misioneros, y en suma, del fracaso de las expediciones. Ésos fueron sus testimonios. Sus biógrafos siguen sin esclarecer cuáles fueron los acontecimientos correctos en estos años. Lo que sí parece evidente es que Bohórquez, a raíz de su actuación en las citadas expediciones, tuvo que huir al Collao, a la zona selvática situada entre la frontera cuzqueña y la boliviana, siempre buscando El Dorado, siendo capturado a su regreso a la Plata (Alto Perú) por el presidente de la Audiencia, Juan de Lizarazu, según órdenes expresas del virrey de Lima. A partir de aquí, y a pesar de su sentencia a prisión, Bohórquez conseguirá convencer a Lizarazu para que no sólo le deje libre, sino que, además, se interesó por la organización de una expedición en busca del Paytiti, contando como apoyo fundamental con un mapa de la gran región legendaria, donde, y según el padre Lozano, se señalaban las zonas de influencia incaicas en un mundo sin duda inexistente, pero con un atractivo indudable para todos aquellos que aún seguían buscando las fuentes del poder y de la riqueza en el continente americano. Juan de Lizarazu simplemente creyó en el proyecto de Bohórquez, aunque ello le terminara costando su puesto.
La idea de Bohórquez y del presidente de Charcas fue, sin embargo, retomada por el virrey de Lima, el conde de Salvatierra, que obtuvo en 1650 una autorización formal para realizar otra entrada al Paytiti. La relación de esta entrada, la única expedición autorizada oficialmente según todas las fuentes consultadas, da la sensación de ser un viaje forzado por el olor del oro, sin mención expresa a fundaciones y a ningún asentamiento estable en el territorio. Y, sobre todo, sin ningún título ni nombramiento de Bohórquez. En suma, un viaje de reconocimiento sin mayores pretensiones por parte de las autoridades coloniales.
Bohórquez rompió el pacto establecido con el virrey. Fundó villas, se autotituló gobernador y descubridor; tomó posesión de una misión dominica donde llevó a cabo todo el ritual establecido en la fundación de las ciudades de la colonia y sometió a su autoridad a varios cacicatos, a cambio de cumplir las peticiones de los indígenas (entre ellas estaba la supresión de los trabajos forzados). Existen testimonios contemporáneos sobre la actuación de Bohórquez como líder de los indígenas, incluso, presentándose como descendiente de los incas. El final de esta aventura, una vez más, se pierde entre la realidad y la ficción. Sobre todo faltan los datos necesarios y precisos y los biógrafos no terminan de ponerse de acuerdo ni en los hechos ni en las fechas. En realidad, Bohórquez fue deportado a Valdivia (Chile), con una condena que oscilaba, según las fuentes, entre los seis y los diez años, aunque también se desconocen las fechas exactas de su entrada y salida de la prisión chilena. Iba a luchar, como tantos otros, en la guerra del Arauco. Ésa era su condena.
La principal información de la prisión de Bohórquez en Chile procede de la relación del padre Torreblanca, corregido a su vez por el padre Lozano. Sin duda, y gracias a sus cualidades personales, logró con cierta rapidez el respeto de sus compañeros de prisión, de sus guardianes y autoridades y de los jesuitas allí establecidos. Ello le permitió ciertas licencias, como el poder realizar algunos viajes como acompañante de los padres jesuitas. De nuevo, la imprecisión e inseguridad de los datos es manifiesta. Por ello, y obviando cualquier tipo de opiniones personales, parece seguro que, en uno de estos supuestos viajes, se fugase en compañía de una mestiza, llegando a Mendoza (Argentina), hacia fines de 1656 o principios de 1657.
A partir de este momento, la historia de Pedro Bohórquez es mucho más nítida, fundamentalmente porque sus años en el Tucumán colonial están bien documentados, tanto por la existencia de fuentes primarias en el Archivo General de Indias (Charcas 58, 121 y 122) como por una mayor precisión por parte de sus biógrafos. En principio, intentó con su huida volver al Perú para recobrar sus pretendidos derechos sobre la region visitada en su expedición de 1650. Pero, poco a poco, y en ese viaje por el norte argentino, sus perspectivas fueron cambiando y decidiendo su último destino. Los relatos de este viaje son bien expresivos. Bohórquez fue conversando con los pueblos y las comunidades indígenas que iba encontrando. Se presentó como el descubridor del Paytiti, donde había sido reconocido como descendiente de los incas y donde había dejado a un hijo suyo como su delegado. De esta forma, recobraba la memoria indígena sobre un pasado glorioso, pero irrecuperable, al menos hasta su llegada. En este sentido hay que tener en cuenta que la zona montañosa situada al poniente de la gobernación tucumana fue un núcleo fuerte de resistencia a la conquista española desde sus inicios. En 1562, la agrupación de numerosas comunidades indígenas en torno a varios caciques, entre los que destacan, Juan Calchaquí, Chumbicha y Viltipoco, dieron lugar al primer alzamiento calchaquí que ocasionaría la destrucción y el abandono de algunos de los iniciales núcleos de españoles, pero sobre todo fue el origen de una frontera en guerra hasta finales del siglo xvii. Los especialistas en el tema registran un segundo alzamiento indígena entre los años 1630 y 1637, cuyo fin vendrá dado con la ejecución de uno de los caciques principales de la revuelta. En 1656 comenzaba a gestarse el tercer alzamiento de las parcialidades indígenas del valle coincidiendo con la llegada de Pedro de Bohórquez. Es decir, justo en esos años se conjugaba una tradición de insumisión al Imperio español en los valles Calchaquíes con la añoranza de un pasado, quizás, falsamente idealizado, pero lo suficientemente importante para mantener la resistencia indígena. Pedro de Bohórquez hará realidad todos estos sueños, presentándose primero como el único interlocutor con los incas de la selva boliviana, refugio de algunos reductos incaicos según las fuentes orales indígenas de los valles, y posteriormente, como descendiente del linaje real incaico, habiendo sido reconocido y agasajado por las poblaciones de la selva. Todos los mitos sobre la recuperación del pasado incaico, sobre todo el de Inkarri, recobraron toda su fuerza y vigor con la llegada a los valles tucumanos de Pedro de Bohórquez. No faltan opiniones sobre el conocimiento y la utilización por su parte de los memoriales presentados por los auténticos descendientes de los incas ante los tribunales limeños con el objeto de conservar sus ancestrales privilegios en el nuevo espacio colonial. Según Lorandi, estos pleitos eran bien conocidos en Lima y muchos de estos descendientes eran mestizos, lo cual otorgaba una cierta credibilidad al discurso de Bohórquez ante los indígenas.
En San Miguel de Tucumán negoció con Pedro Pivanti, cacique de los Paciocas, descendientes de antiguos Mitmaqkunas del sur del Cuzco (Perú) (grupos de emigrantes forzados y controlados por el Imperio inca en diversas zonas como colonizadores, guarniciones de fronteras, asentamientos de tipo político para garantizar el orden del Estado, y como castigo, en cuyo caso estaban sometidos a una auténtica esclavitud) y, al parecer, con cierto poder en tiempos de los incas. De cualquier manera, Pedro pudo prometer ese liderazgo ya perdido y, sin duda, el mantenimiento de la resistencia a los españoles en los valles. Su carta de presentación era el ser descendiente directo del Inca Paulo y, en consecuencia, su legítimo sucesor, idea que defendió hasta su muerte. Por su parte, el cacique citado lo introdujo en sus posesiones y colaboró en el reconocimiento que los pueblos de la zona le hicieron a Bohórquez. Su camino hacia el nombramiento como Inca era cuestión de tiempo y él lo supo aprovechar. Resulta bien difícil hacer un relato objetivo de esta etapa de su vida, puesto que su modo de proceder fue siempre ambiguo. Por un lado, se convirtió en la esperanza de los pueblos indígenas de la zona. Por otro, negoció con las autoridades coloniales la pacificación de la región. Todo ello con un tono claramente providencialista, como enviado del dios de los cristianos y, al mismo tiempo, de los dioses andinos, y elegido para encontrar el camino definitivo de la paz de la región.
Los efectos de su hábil política no tardaron en ser visibles. El gobernador Alonso de Mercado y Villacorta decidió convocarlo a un encuentro en Poman (Catamarca, Argentina), que se llevó a cabo en julio de 1657. Son realmente apasionantes los relatos existentes sobre las negociaciones y los actos llevados a cabo en dicho encuentro. En síntesis, y después de varios días de festejos, se firmaron una serie de pactos entre Bohórquez y las autoridades españolas. Podría regresar a los valles con el nombramiento de teniente de gobernador, capitán general de la Guerra y justicia mayor, todo ello consagrado en una ceremonia mencionada por todos los especialistas sobre el tema como un auténtico pleito homenaje. Al mismo tiempo obtuvo expresa autorización para utilizar el título de inca, rey de los indios y funcionario de España. Como relata Lorandi, “los dos títulos y poderes que su fantasía había buscado durante años”. Por su parte, Pedro prometió a las autoridades coloniales el cumplimiento de las mitas (trabajo forzado indígena en turnos), la organización de las comunidades indígenas para que por fin “vivieran en policía” y, lo que quizás más interesaba a los españoles, el reconocimiento del terreno para averiguar dónde los indios tenían escondidos los preciados tesoros incaicos.
A partir de aquí, Bohórquez, vestido con su traje de inca y transportado en andas en varias ocasiones según el ritual incaico, se puso en contacto con las comunidades de los valles. Sus discursos incitaban a la rebelión contra los extranjeros, organizando una defensa general de los valles, así como la alianza de todos los indígenas. Los objetivos eran claros: aunque siempre prometió fidelidad al Rey, su proyecto en los valles iba dirigido a la liberación de los nativos y a la restauración del Imperio de los incas, por supuesto, con él como máximo y legítimo descendiente. Sin entrar en más detalles, después de varios intentos de entendimiento por parte de las autoridades españolas y de algunas acciones violentas como el incendio de las dos misiones que tenían los jesuitas en los valles Calchaquíes, Alonso de Mercado, después de haber declarado traidor a Pedro, de varios intentos frustrados de matarlo y de finalmente apresarlo en el fuerte San Bernardo, recibía en enero de 1659 la resolución del Gobierno superior de Lima por la que se ordenaba el envío de un ministro de la Real Audiencia de la Plata para resolver definitivamente la situación con Pedro Bohórquez. El virrey mandaba a Juan de Retuerta, oidor de Charcas en virtud de todos los informes remitidos y de la propia solicitud de Pedro alegando su lealtad a la Corona española. En principio se garantizaba su indulto y la seguridad de su familia y bienes siempre y cuando quedara aclarada su inocencia. Para ello, Retuerta debía conducir al falso Inca a Potosí, Charcas y Lima. Por su parte, Mercado y Villacorta debía tener sus fuerzas preparadas por si fracasaban las negociaciones.
El 1 de abril de 1659 el oidor Retuerta y el Inca Bohórquez se encontraban en la quebrada de Escoipe (Argentina). Pedro llegó con ciento treinta hombres a caballo, todos indios Pulares que rindieron sus armas. De ahí fueron a Salta (Argentina), donde el Inca pidió perdón y prometió la paz. Por su parte, sus seguidores aceptaron volver a pagar sus tributos y asistir a los trabajos organizados por los españoles. A los indígenas se les permitió regresar a sus comunidades, consolidándose el pacto con los nativos en una solemne ceremonia celebrada en Salta presidida por el gobernador Mercado con la participación del cabildo de la ciudad y de buena parte de los vecinos. Un intérprete leyó los autos donde se especificaban el indulto de Pedro y sus condiciones. “En señal de acatamiento los indios rindieron sus arcos y flechas a los pies del gobernador.
En un gesto de reconciliación, el oidor Retuerta de su propia mano, se los devolvió para que las tuviesen en su propia defensa y de la Real Corona y públicamente encargó a sus encomenderos que tuviesen buen trato con ellos, permitiéndoles volver a sus pueblos en el valle” (Lorandi. AGI, Charcas 58).
El 5 de abril, Retuerta y Bohórquez salían con destino a Potosí, donde el Inca debía presentarse ante la justicia para dar cuenta de su conducta. Su reinado había terminado definitivamente. Ante un intento de fuga, según algunas opiniones por ser consciente de que las autoridades coloniales nunca iban a cumplir lo pactado sobre su indulto, la Audiencia de Charcas ordenaba conducirlo directamente a Lima, sin duda ante el temor de una nueva conjura indígena.
Una vez en la capital del virreinato, ingresaba en prisión a pesar del indulto. Por su parte, la resistencia al interior de los valles Calchaquíes continuó hasta 1664 cuando Mercado y Villacorta, nombrado de nuevo gobernador de Tucumán, en una nueva campaña consiguió finalmente someter a las poblaciones de los valles aún rebeldes, dando lugar a la desnaturalización de las comunidades indígenas, rompiendo los lazos con los grupos étnicos originales. Se acababa así con una resistencia de más de ciento treinta años.
Curiosamente, Teresa Piossek aporta un dato que no está contemplado por otros autores. Se trata de la participación de un hijo de Pedro en el alzamiento de los valles. En efecto, Francisco de Medina Bohórquez marchó a Tucumán en 1662, al parecer por orden de su padre, para colaborar con los indígenas. Según la misma autora, un cacique lo denunció y el muchacho murió en la horca.
En lo que respecta a Bohórquez, su estancia en la cárcel fue bien larga, fundamentalmente porque ninguna de las autoridades estaba dispuesta a dar una solución definitiva. El Consejo de Indias terminó por aprobar el indulto pero al mismo tiempo recomendaba al nuevo virrey, el conde de Santisteban, que lo mantuviese en prisión, que buscase a la familia para que estuviera bien atendida y que se mantuviese en secreto lo del indulto para evitar problemas. Sobre las actuaciones del fiscal de Lima, sólo se han encontrado resúmenes parciales enviados al Consejo. Por ellos se sabe que fue acusado de su huida del presidio de Valdivia y responsable directo de incitar a los indios de los valles a rebelarse, usando además atributos que no le pertenecían, como el traje y el título de Inca. Se le imputaron además delitos más graves, como el incendio de la iglesia de los jesuitas y el encuentro armado con el gobernador Mercado. Pedro presentó un memorial de descargos, al parecer no revisado aún por sus biógrafos, pero en el que sin duda negó todas las acusaciones. La resolución de la fiscalía fue contundente. Lo consideró culpable de todos los cargos emitidos y además le negaba el derecho al indulto. El 30 de noviembre de 1661, el virrey informaba de la prisión de Bohórquez hasta que el Consejo dictaminara lo más conveniente. La lentitud de la burocracia española, unida a las dificultades de comunicación entre España y Lima, dio lugar a que no se produjeran novedades importantes en unos años.
A fines de 1666 era denunciada la preparación de una importante conjura de los curacas de Lima unidos con otros de las sierras vecinas y del sur de Perú. Parece que el denunciante fue el gobernador de la provincia de Cajamarca, aunque también se opinaba que la conjuración fue descubierta en un velatorio donde se encontraban varios alcaldes de las parroquias indígenas que andaban conversando sobre “la muerte de todos los españoles en pocos días” (Lorandi. Archivo del Concejo Municipal de Huancavelica). Se trataba de un movimiento basado en el retorno del Inca con claros tintes violentos, pues, además de la masacre de los españoles, otro de los objetivos fundamentales era el incendio y destrucción de la ciudad de Lima. El cabecilla del movimiento limeño era Gabriel Manco Cápac, que había convocado a los curacas de la sierra central y se contaba con la participación de mulatos y negros. En el movimiento se mezclaba también el descontento ante la actitud de los corregidores y el abuso del trabajo mitayo. Parece que fue el fiscal protector Diego de León Pinelo quien los denunció.
No se sabe en realidad la responsabilidad de Bohórquez en esta conjura. Movimientos de este tipo eran familiares en los Andes desde la vuelta de los dioses andinos y de los incas hasta aspectos más cotidianos, como el descontento generalizado entre el mundo indígena por el sistema compulsivo de trabajo y los abusos constantes de algunos funcionarios coloniales. Según Lorandi, pudo ser posible que Pedro se identificase con el programa, pero hasta dónde pudo implicarse en el mismo y qué tipo de contactos pudo tener desde la cárcel con los curacas hasta el momento no ha sido posible averiguarlo. Lo cierto es que las autoridades coloniales vieron el camino perfecto para justificar su ejecución. Las fechas son inciertas. El padre Lozano, que publicó la sentencia, dice que está fechada el 3 de diciembre de 1666, pero Bohórquez no fue ajusticiado hasta el 2 de enero de 1677, “a garrote hasta que muera naturalmente y el cuerpo expuesto en una horca por 24 horas y pasado se le corte la cabeza donde estará en el arco que mira al barrio de San Lázaro” (Lozano, 1875). El 21 de enero fueron ahorcados ocho curacas de Lima; el resto de los acusados fueron enviados a galeras.
El 5 de enero sus restos de fueron depositados en la parroquia del Sagrario de Lima. Las palabras que figuran en su partida de defunción son las “de pobre ajusticiado”. Aún hoy resulta muy difícil para los historiadores definir la vida de este hombre y cuáles fueron realmente sus auténticas motivaciones, desde la picardía, la soberbia, la arrogancia hasta la locura, la quimera, el valor.
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Carmen Gómez Pérez