San Martín y Burgoa, Antonio de. Lequeitio (Vizcaya), p. m. s. XVIII – ? f. s. XVIII. Clérigo, director principal de la Escuela de Vergara y escritor.
Beneficiado de la Villa de Ondárroa. Después de realizar sus estudios eclesiásticos en España, estuvo ejerciendo como profesor de buenas letras, física y matemáticas en Francia y en 1776 se hallaba trabajando en un centro de enseñanza localizado en Bayona (Francia). Afín al movimiento científico y docente renovador característico del siglo XVIII, mantuvo por entonces contacto personal con el profesor y científico portugués Teodoro Almeida, también docente de física y matemáticas en Bayona, cuya obra trató de que fuera traducida y divulgada en España. En esos mismos años estableció su primer contacto personal con la Sociedad Bascongada de los Amigos del País, la institución señera de la Ilustración en el País Vasco. Ingresó en ella en 1776 como socio de Mérito, título que completó un año después con el de Benemérito. En septiembre de ese mismo año se trasladó a vivir a Vergara, tras ser nombrado maestro principal de la Escuela Provisional que la Sociedad Bascongada había fundado en ese pueblo guipuzcoano, antecedente inmediato del pionero Real Seminario Patriótico Vascongado de Vergara (1777). Además de dirigir la Escuela, impartió en ella clases de religión, filosofía moral, metafísica, física experimental y nociones de historia natural, economía, cronología y política. Asimismo, participó en las reuniones que la Sociedad Bascongada celebraba con periodicidad semanal en Vergara y de manera más ocasional, en las que reunían en Bilbao a los socios vizcaínos de la institución. Figuró inscrito en la Comisión dedicada al fomento de las “ciencias y artes útiles” junto al conde de Peñaflorida, director de la Sociedad, y los hijos de éste y el marqués de Narros, secretario de la misma. Fruto de esa participación fue su implicación personal en la erección en Vergara de una fábrica dedicada a manufacturar botones, en las labores de coordinación para la realización de la colección de “flora vascongada”, en la dirección de diversas experiencias agrícolas y en otras de naturaleza científica realizadas en diferentes ferrerías de la localidad y relacionadas con la modernización de la industria siderúrgica.
San Martín abandonó Vergara en 1778, alegando motivos de salud y la imperiosa necesidad de atender a asuntos personales. La auténtica razón pudo hallarse en la llegada al emblemático Seminario Patriótico Vascongado de la primera generación de científicos profesionales (L. Proust, Fausto y Juan José Elhuyar), que pasaron a encargarse de la enseñanza que se impartirá en sus cátedras de Química, Mineralogía y Metalurgia. En cualquier caso, hay que suponer que durante los dos años que duró su estancia en Vergara, su dedicación principal fue a las labores docentes. Así lo refleja el frontispicio del único libro que se le conoce, en el que se presentaba a sus lectores como “primer Director Principal, que ha sido, y uno de los fundadores del Real Seminario Patriótico Vascongado”.
Las fuentes de la Sociedad Bascongada consignan que en 1787 San Martín trasladó su residencia a Madrid, donde hubo de redactar el libro al que se hace referencia, El labrador vascongado, ó antiguo agricultor español, que vio la luz cuatro años después. Aunque concebido originariamente para mediar en una agria polémica mantenida entre junio y octubre de 1789 por dos colaboradores anónimos en la publicación ilustrada el Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa acerca de la situación por la que atravesaba la economía guipuzcoana, su propósito era en realidad más general: San Martín trataba de mostrar las “mejoras de que es susceptible la agricultura en las provincias vascongadas” y, unido a ello, las “grandes ventajas que se podrían lograr en todo el Reino observando las reglas de la antigua labranza”. Su finalidad estaba, por tanto, más próxima a un tratado de agricultura práctica que de economía agraria, eso sí siempre desde la consideración de la agricultura como el sector económico prioritario. San Martín, lo dedicó a las Sociedades Económicas del Reino, consciente de que el fomento de la agricultura constituía una de sus ocupaciones principales y de que albergaban en su seno un importante contingente de hacendados.
Buen conocedor de la literatura agronómica española y europea, así como testigo directo de las reformas agrarias ensayadas de la mano de la Sociedad Bascongada en el ámbito vasconavarro, San Martín entendía que existía un “verdadero método de labrar” de carácter universal, que identificaba con la realización, con la ayuda de “brazos” y la tracción animal, de una labor “profunda y continua” sobre la tierra. El abandono de esa labor constituía la razón principal de la enorme grieta que se había abierto entre las agriculturas periférica e interior españolas, así como de la situación de subdesarrollo agrario y despoblamiento rural padecidos en esta última. También representaba la principal causa de los escasos resultados que atribuía a la reciente y prolongada fase de extensión del cultivo a lo largo de toda la Monarquía. La llamada de atención de San Martín era, por tanto, muy clara: la salida al estancamiento que se cernía sobre la agricultura española en el tramo final del siglo XVIII debía proceder no tanto de seguir extendiendo el cultivo, cuanto de recuperar hábitos agrarios intensivos. El símil que daba título a su libro era especialmente adecuado para describir este propósito: la agricultura española debía generalizar los usos de la “antigua labranza” —no siempre bien comprendidos por los modernos y muy influyentes autores de la nueva agronomía ilustrada—, propios de la “antigua feliz época” de la agricultura castellana y ahora constreñidos a unas pocas de sus provincias, entre ellas, las dos costeras vascas; es decir, debía retratarse en el actual “labrador vascongado”, lo cual era lo mismo que hacerlo en el no menos laborioso “antiguo agricultor español”.
A la recuperación de estos hábitos agrarios, se debía unir una serie de reformas estructurales de carácter moderado, muy cercanas al programa agrario que había venido defendiendo y tratando de desarrollar la Sociedad Bascongada desde 1765. San Martín abogaba por la implantación del pequeño cultivo y el trabajo familiar; la reestructuración parcelaria con el fin de convertir en productivas tierras marginales; una moderada política de desvinculación de determinadas tierras de labranza; la repoblación de las comarcas deshabitadas; la construcción de las viviendas rurales junto a las tierras de labor; el destierro del uso de las mulas en las labores del campo, sustituyéndolo por el de los bueyes; la implicación de curas y párrocos en labores educativas y de formación técnica de los labradores; y, por último, la difusión de diversas medidas propias de los “nuevos agrónomos”, como la introducción de nuevos abonos —la marga—, los prados artificiales o los cercamientos. En cualquier caso, aunque muchas de estas medidas fueran compartidas por numerosos contemporáneos, San Martín perteneció a la corriente agronómica ilustrada española partidaria de respetar la diversidad del cultivo peninsular y de desuniformar conforme a ella las reformas necesarias, mostrando escaso interés en la realización de una Ley Agraria. En la opinión de este prototipo del clérigo ilustrado que, si bien desde posiciones moderadas, asumió su cuota de responsabilidad en el desarrollo del programa de reformas característico de la segunda mitad del siglo XVIII español, el énfasis reformador debía ponerse en trasladar aquellos usos agrarios que hubieran mostrado su eficacia —los vigentes en las provincias costeras vascas— a la deteriorada agricultura del interior peninsular y emprender las reformas estructurales necesarias para que esos usos arraigaran —el eje axial era la combinación del pequeño cultivo y el trabajo familiar—.
Obras de ~: El labrador vascongado, ó antiguo agricultor español. Demostración de las mejoras de que es susceptible la agricultura en las Provincias Vascongadas y de las grandes ventajas que se podrían lograr en todo el Reyno observando las reglas de la antigua labranza, Madrid, Benito Cano, 1791.
Bibl: J. Astigarraga, Los ilustrados vascos. Ideas, instituciones y reformas económicas en España, Barcelona, Crítica, 2003, págs. 218-223.
Jesús Astigarraga Goenaga