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Pedro Urraca

Biografía

Urraca, Pedro. Jadraque (Guadalajara), 1583 – Lima (Perú), 7.VIII.1657. Mercedario (OdeM), asceta.

Hijo de padres labriegos, rústicos y piadosos, desde pequeño dio muestras inequívocas de estar destinado al sacerdocio y hacia 1600 cruzó el océano llamado por un hermano mayor, fraile en el convento franciscano de Quito. El obispo Luís López de Solís acababa de fundar el Seminario de San Luís, donde siguió estudios y no sabiendo a qué Orden ingresar, cierto día caminó al templo de la Merced y mientras oraba “vio y oyó que la efigie de la Virgen de las Mercedes le manifestaba su voluntad que se hiciera mercedario.”

Aún novicio, se lanzaba a predicar con gran simpatía y afabilidad por los ásperos y pedregosos caminos del norte, donde el cristianismo aún no era bien comprendido, ayudando a afianzar el régimen español. También pedía limosnas para la redención de los cautivos, ideal mediterráneo que no tenía aplicación en las tierras de Quito, de allí que las limosnas servían para ayudar a los pobres con quienes siempre fue muy caritativo.

El 2 de febrero de 1605 profesó de manos del obispo. Ya gozaba de cierta fama como gran caminador pues no quería ayudarse de una mula, y cuando sus toscas sandalias se destrozaban, continuaba a pie desnudo hasta que alguien le obsequiaba un nuevo par, casi siempre usadas. “Todo este sufrir llenaba de caridad su espíritu y de celestial frescura su alma, simple como el agua de la montaña” pues nunca se supo que se inclinara al mucho estudio.

Vivía en permanente penitencia, considerándose culpable de sus propias faltas y de las ajenas, lo cual le atormentaba al punto que no le dejaba vida. En esto era un obseso y su paso por el mundo fue un permanente remordimiento.

Acostumbraba a flagelarse todas las partes del cuerpo y durante treinta años llevó un silicio que se había hecho remachar por un herrero y que se llegó a incrustar tanto en el cuerpo, que la carne le creció por encima. A esto añadía otras mortificaciones.

Cuando salía de su convento en misiones y le cogía la noche en el camino, buscaba una iglesia o ermita y dormía sobre las gradas del altar. En alguna ocasión que visitó un obraje de aguardiente en el Chota, llegó en mitad de un castigo y como el Mayordomo no hiciera caso de sus súplicas para que no siga martirizando a varios negros esclavos con un látigo, imprecó al cielo y le amenazó de muerte. El mal hombre tuvo tanto miedo que le sobrevino un espasmo, pidió confesión y murió enseguida en los corredores de la casa. Coincidencias de esta naturaleza pronto le granjearon fama de santidad, pero él seguía siendo el más humilde de los mortales.

En 1648 viajó a Lima por orden de sus superiores y falleció en el convento mercedario el 7 de agosto de 1657 gozando del aprecio y admiración de sus hermanos de Orden y en olor de santidad, cuando la vejez, los continuos ayunos y abstinencias, habían debilitado sus miembros, pero no su espíritu. Tenía 74 años, el cuerpo delgadísimo y lacerado. Al poco rato, cuentan las crónicas, se esparció un suave aroma y el populacho se disputó sus vestiduras para conservarlas como reliquias.

Un mercedario escribió los principales rasgos de su vida bajo el título de El Job de la Gracia, pero se perdieron los originales. En Quito se conserva su retrato al óleo en tres cuartos y sobre la puerta falsa del convento de La Merced existe su estatua tallada en piedra y casi de tamaño natural, vistiendo el traje talar de los Colegiales de San Luís, la opa y la beca. La causa de beatificación fue iniciada en Roma el 18 de agosto de 1737 bajo el natural entusiasmo de quienes le conocieron y trataron, pero como entonces las distancias eran insalvables, el trámite no prosperó y hoy está en el olvido.

 

Bibl.: R. Pérez Pimentel, Diccionario Biográfico del Ecuador, t. 7, Guayaquil, Imprenta de la Universidad de Guayaquil, 2002 (2.ª ed.).

 

Rodolfo Pérez Pimentel