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Pedro Téllez-Girón

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Biografía

Téllez-Girón, Pedro. El Grande. Duque de Osuna (III), conde de Ureña (VII), marqués de Peñafiel (II). Osuna (Sevilla), XII.1574 – Madrid, 24.IX.1624. Virrey de Sicilia (1611-1616) y de Nápoles (1616-1620).

Pedro Girón —no usó casi nunca el patronímico Téllez— era hijo de Juan Téllez-Girón, II duque de Osuna y de su prima hermana, Ana María Fernández de Velasco, hija de Íñigo Fernández de Velasco, condestable de Castilla, V duque de Frías. El matrimonio tuvo tres hijos, de los que Pedro fue el único superviviente, y dos hijas, Ana y Leonor. Su esmerada educación en Nápoles, adonde habría acompañado a su abuelo, el I duque de Osuna, durante su virreinato (1582-1586) y, posteriormente, en Salamanca son leyendas que tienen su origen en la biografía de Gregorio Leti (Ámsterdam, 1699). Don Pedro no acompañó a su abuelo a Nápoles y no se ha encontrado constancia, ni se conoce testimonio de su paso por la Universidad de Salamanca. Es posible, sin embargo, que siguiese estudios en la Universidad de Osuna, fundada por su bisabuelo, Juan Téllez-Girón, en 1549, y posteriormente, quizá, en Alcalá de Henares.

En 1594 se casó con Catalina Enríquez de Ribera y Cortés de Zúñiga, hija del II duque de Alcalá de los Gazules y nieta, por vía materna, de Hernán Cortés. Su abuelo, el I duque de Osuna (título otorgado por Felipe II en 1562), murió en 1590 y en noviembre de 1594 murió su padre, heredando Pedro la casa de Osuna, la segunda en patrimonio y rentas de España (detrás de Medina-Sidonia), cuando aún no había cumplido veinte años. Ese mismo año, 1594, la casa de Osuna pasó a ser administrada por el Consejo Real, debido a su grave situación financiera y a sus problemas con los acreedores.

Durante sus años juveniles y de primera madurez, Pedro Téllez-Girón llevó una vida muy desordenada, con una sucesión de aventuras galantes, duelos —incluidas, parece, dos muertes en riñas callejeras o tabernarias—, pleitos, arrestos y destierros. En 1600 se planteó su posible salida de España para incorporarse al ejército del archiduque Alberto en Flandes, pero, debido probablemente a sus problemas judiciales, el proyecto quedó aplazado. Finalmente, en julio de 1602, con la complicidad o acuerdo de su tío político, Juan Fernández de Velasco, el condestable, casado con María Téllez-Girón, hermana de su padre, Pedro escapó de su confinamiento en Cuéllar y, acompañado sólo por un criado, salió en secreto para Flandes, llegando a Bruselas a finales de septiembre o principios de octubre. Se alistó, inicialmente de simple soldado, en el Tercio que mandaba el maestre de campo Simón Antúnez, pero pronto le dieron el mando de dos compañías de Caballería.

Entre 1602 y 1608, Pedro tuvo en Flandes una destacada actuación militar y política. Además de participar con distinción en diversas acciones militares (sitios de Ostende, Venlo, Roermond, Oudenarde, Lingen y batallas de Bois-le-Duc o Hertogenbosch, Mulheim, Broek y Rhinberg, siendo herido en dos ocasiones), jugó un papel muy importante en el apaciguamiento de los motines que se extendieron por Brabante entre las tropas del archiduque en 1603-1605, constituyéndose, con otros personajes del ejército católico, en rehén de los amotinados y financiando con cargo a su patrimonio parte de los pagos atrasados, cuya liquidación exigían. En 1604, se incorporó al séquito del condestable cuando éste pasó por París y Bruselas, camino de Londres, para la firma del tratado de paz entre Felipe III y Jacobo I de Inglaterra, pero no parece que le acompañase a Londres.

Pedro, igual que el condestable, fue contrario a las negociaciones de paz con los holandeses, iniciadas por Ambrosio Spínola en 1606, a pesar de las dudas de Felipe III, de acuerdo con las instrucciones del duque de Lerma, para quien poner fin a la guerra de Flandes era objetivo político y estratégico fundamental. Pedro volvió a España a comienzos de 1608. En julio, Pedro redactó, a petición del Rey, un amplio informe exponiendo sus argumentos en contra de las paces que se preparaban y señalando las condiciones que, en todo caso, tendrían que cumplirse en cualquier tregua o acuerdo. En octubre recibió, a propuesta del archiduque, la más alta condecoración de la Monarquía, el Toisón, y poco después acordó con el hijo mayor del duque de Lerma, Cristóbal de Sandoval, duque de Uceda, la boda de su hijo Juan, nacido en 1598, con Isabel, la hija de Uceda: este enlace sellaba la alianza de Osuna con el valido de Felipe III y le confirmaba como miembro prominente del núcleo nobiliario que dirigió la política de la Monarquía hasta la muerte de Felipe III en 1621.

Aunque no es imposible que se hubieran conocido antes, parece que Pedro y Francisco de Quevedo se vieron con frecuencia e intimaron en Madrid, en 1609, iniciándose entonces una amistad y una colaboración política que duró hasta 1621, y que sería muy importante para los dos.

En enero de 1610, fue nombrado virrey de Sicilia, tomando posesión en Palermo el 2 de abril de 1611.

Pedro consideraba que el peligro de agresión e invasión turca era real y que Sicilia debía no sólo defenderse a sí misma de ese peligro, sino, además, ser la avanzada en el Mediterráneo frente al poder turco y su clientela berberisca. En sólo dos años, consiguió reconstruir la escuadra de Sicilia —que prácticamente no existía cuando él llegó—, llevar a cabo con éxito una serie de acciones en el norte de África y su almirante, Octavio de Aragón, consiguió la victoria de Cabo Corvo (entre las islas de Samos y Kíos), la principal victoria contra los turcos desde Lepanto. Pero, la reconstrucción de la fuerza naval siciliana se llevó a cabo no sólo haciendo caso omiso de las instrucciones y normas emanadas de la Corte de Madrid y de la Hacienda Real, sino, además, dedicando parte importante de los recursos a la formación de su propia flota corsaria, siguiendo así, aunque a una escala mucho mayor, una corruptela tolerada a virreyes anteriores.

En otro terreno, Pedro tuvo que hacer frente a un grave conflicto con la ciudad de Mesina, originado en la imposición de nuevos tributos a la exportación de seda. Sin embargo, en conjunto, su mandato fue razonablemente exitoso en sentido económico, aliviando el grave problema de la escasez de moneda, mejorando la posición de los bancos y alcanzando un acuerdo fiscal favorable con el Parlamento de Sicilia en 1613. A finales de ese mismo año, llegó a Sicilia Francisco de Quevedo, y empezó a actuar como consejero y confidente del virrey, lo mismo que haría después en Nápoles.

En septiembre de 1615, fue nombrado virrey de Nápoles, para suceder a Pedro Fernández de Castro, VII conde de Lemos, tomando posesión en julio de 1616. Osuna fue también en Nápoles un gobernante muy activo, sobre todo en el terreno militar y naval, pero también en el económico y cultural. Durante su mandato, se publicaron los Estatutos de la Universidad de Nápoles, preparados por su antecesor, y aconsejado seguramente por Quevedo suavizó el régimen carcelario de Tomaso Campanella, en prisión desde el descubrimiento de la conjura de Calabria en 1599. Pero, los problemas más graves a los que tuvo que hacer frente tuvieron su origen en la ayuda que prestó al esfuerzo de guerra contra Saboya —iniciada en 1614, interrumpida con la Paz de Asti, en 1615, reanudada en 1616 y concluida con el acuerdo de Paz de Madrid de septiembre de 1617—. Por un lado, se planteó un grave conflicto con la nobleza napolitana, que consideraba contrario a las leyes y a sus privilegios el aposentamiento en Nápoles, a su costa y sin su consentimiento, de una numerosa fuerza militar; por otro, el conflicto con Venecia, enfrentada al archiduque Fernando, cuñado de Felipe III, y gran apoyo del duque de Saboya contra España en la guerra de Lombardía.

De estos conflictos surgieron los dos sucesos que han estado en el origen de la leyenda histórica y literaria sobre el III duque de Osuna.

El primero de ellos, es la llamada “Conjura de los españoles contra la República de Venecia”. En mayo de 1618, las autoridades venecianas afirmaron haber descubierto una conjura que tenía por objeto apoderarse de la ciudad, incendiar el Arsenal y saquear la ceca, en connivencia con los mercenarios holandeses y de otras nacionalidades que la República había reclutado en 1617. La tesis veneciana, nunca expresada oficialmente, era que esta conjura, en la que iba a tener un papel crucial Jacques Pierre, un corsario y supuesto espía al servicio de Osuna, había sido organizada y planeada por Pedro, de acuerdo con el embajador de España en Venecia, Alfonso de la Cueva, marqués de Bedmar. La cuestión se ha debatido durante cuatro siglos y todavía hay opiniones encontradas entre los historiadores. Lo que está en duda no es la hostilidad del duque de Osuna hacia Venecia y su deseo de someter la República a la autoridad del Rey de España —las flotas corsaria y real de Nápoles hicieron frente a los venecianos en el golfo Adriático, desafiando su pretensión al “dominio exclusivo” sobre ese mar, y Pedro propuso formalmente a Felipe III atacar y someter a Venecia— sino en qué medida planeaba, realmente, llevar a cabo un golpe de mano en combinación con alguna sublevación dentro de la misma ciudad, incluso sin la aprobación de Madrid. Considerado los indicios disponibles, puede concluirse que es posible que Pedro considerase un plan semejante, pero debía de estar lejos de poder llevarlo a cabo cuando los venecianos ejecutaron a Jacques Pierre y a varios franceses más ligados, supuestamente, a la conjura. De hecho, aunque Quevedo negó, en dos informes al Consejo de Estado, la implicación de Osuna en los sucesos de Venecia, el mismo Pedro nunca desmintió clara y rotundamente las imputaciones que se le hacían; más bien, en alguna ocasión pareció aceptarlas.

La segunda leyenda, según la cual Pedro habría pensado rebelarse contra Felipe III y apoderarse del Reino de Nápoles, nació de una intriga del duque de Saboya y se alimentó con el enfrentamiento entre Pedro y la nobleza napolitana y en las confusas circunstancias del fin de su virreinato. Debido a las cada vez más graves denuncias que llegaban a Madrid contra el virrey, el duque de Uceda, que había ocupado el lugar de su padre en la confianza y amistad del Rey, aconsejó a Pedro, de quien era ya consuegro, que viajase a Madrid para defenderse y dar explicaciones. Para sustituir a Osuna durante su ausencia se designó al cardenal Gaspar de Borja, embajador ante el Papa, como virrey interino. Pedro Téllez-Girón intentó atrasar su salida de Nápoles cuando el cardenal Borja ya había salido de Roma y esperaba en las cercanías de Nápoles para tomar posesión. Pedro había obtenido el apoyo contra la nobleza del único representante popular en la Asamblea de los Electos, el principal órgano político del Reino, Giulio Genoino, a cambio del suyo a algunas de las reivindicaciones de éste contra el estamento nobiliario, lo que no hizo sino acrecentar la alarma de los dirigentes napolitanos. Finalmente, el cardenal Borja tomó posesión del virreinato el 4 de junio de 1620 de acuerdo con las autoridades napolitanas y con el visto bueno de los comandantes españoles de las dos fortalezas de la ciudad, Castel Novo y San Telmo. A pesar de que lo ocurrido era irregular —un virrey interino no podía tomar posesión de su cargo si estaba presente el titular—, Pedro Téllez-Girón cedió sus poderes, apaciguó a los militares que le eran fieles y pretendían abandonar sus cargos o, incluso, resistirse al cardenal Borja y salió de Nápoles una semana después, a bordo de la Capitana Negra, la principal galera de su escuadra corsaria, que llevaba su estandarte —la imagen de la Purísima Concepción bordada en plata sobre raso negro—, no la bandera del Rey, en una flotilla al mando de Octavio de Aragón. Siguiendo las indicaciones de Uceda, Pedro dejó a la virreina, Catalina, en Nápoles, lo que indicaba que esperaba volver pronto.

Después de un accidentado viaje, llegó a España en septiembre, siendo recibido por el Rey y por toda la Corte con grandes consideraciones. Muchos pensaron que, apoyado por Uceda, y a pesar de todas las denuncias y acusaciones contra él, Pedro Téllez-Girón volvería a Nápoles con más fuerza que antes, aunque el Consejo de Estado, dominado por Baltasar de Zúñiga, tío de Gaspar de Guzmán, el futuro conde-duque de Olivares, le era hostil, como quedó patente con la prisión, en diciembre de 1620, de Quevedo, bajo acusaciones relacionadas con sus servicios a Osuna.

Sin embargo, la muerte de Felipe III, el 30 de marzo de 1621, cambió radicalmente el panorama político: ese mismo día, el nuevo Rey, el joven Felipe IV, ordenó a Uceda que entregase todos los papeles de su despacho a Baltasar de Zúñiga. Una semana después, Pedro Girón fue detenido por decisión del Consejo de Estado y permaneció ya en prisión hasta su muerte.

El arresto de Pedro inició la serie de prisiones, destierros y procedimientos judiciales que desalojó del poder al grupo Lerma-Lemos-Osuna y que tuvo su manifestación más dramática en la ejecución en Madrid, en octubre de 1621, de Rodrigo Calderón, durante años el principal secretario y hombre de confianza del duque de Lerma.

La causa contra Pedro Girón se inició días después de su arresto. Las acusaciones eran variadas y muy graves: corrupción, compra de voluntades en la Corte, nepotismo, intromisión en las decisiones judiciales, impiedad, incluso, traición o intento de traición —aunque esta imputación nunca fue considerada seriamente por los jueces—. La cuestión que más se investigó fue su manejo de los fondos de la Hacienda Real en Sicilia y Nápoles en relación con la formación de su poderosa escuadra corsaria, que en 1620 disponía de dieciocho navíos, con mil seiscientos marineros y quinientos setenta y nueve cañones.

La defensa de Osuna estuvo dirigida a demostrar que su escuadra había actuado siempre en defensa de los intereses de la Corona y que había sido disuelta entregando todos los navíos a las escuadras reales, de forma que Pedro Girón no había obtenido lucro alguno, lo que era cierto. La causa fue perdiendo fuerza debido a su complejidad —que obligaba a buscar pruebas y declaraciones de testigos en Nápoles— y, sobre todo, a que Olivares debió de convencerse de que Osuna no era ya ninguna amenaza para él. Parece que a partir de 1623, don Pedro dejó de colaborar con los jueces y se negó a defenderse. De hecho, nunca se dictó sentencia.

En 1623, su mujer, Catalina, le envió a Felipe IV un famoso y orgulloso alegato en defensa de su marido en cuya redacción es muy posible que interviniese Quevedo.

Pedro Téllez-Girón murió el 24 de septiembre de 1624 en Madrid. En su testamento reconoció, además de a sus hijos legítimos, Juan y Antonia, a tres hijos habidos “de madres honradas”: Pedro y Ana María, hijos de Elena de la Gambe, su amante en Flandes, a los que llevó a Nápoles y después, a Madrid, y Rodrigo, nacido en Sicilia: no se sabe quién fue su madre. Pedro fue enterrado en el Convento de San Felipe, de Madrid, pero, poco después, según había mandado en su testamento, se le llevó al Convento de Villalbin, cerca de Urueña, donde estaba enterrada su madre, que había muerto cuando él era niño, en 1583. Es posible que los restos de ambos, mezclados, se llevaran, en el siglo XVIII al panteón de la familia, en la Colegiata de Osuna, dado que en los registros de enterramientos en el panteón aparece, aunque sin tumba individual, Ana María de Velasco, la madre de Pedro.

El III duque de Osuna ha sido uno de los personajes de la historia de España más explotados por la literatura y el teatro (Mairet, Lope de Vega, Monroy y Silva, Vélez de Guevara, Otway, Bances, Lesage).

La obra decisiva para construir la leyenda sobre el personaje y sobre la “conjura contra Venecia” fue La Conjuration des espagnols contre la Republique de Venise en l’anée MDCXVIII, publicada en 1674, una historia novelada de los sucesos ocurridos en Venecia en mayo de 1618, escrita por César Vichard de Saint-Réal, el abate Sain-Réal, que inspiró Venice preserved (1682), de Thomas Otway (1652-1685). En el siglo XIX se estrenaron, en España e Italia varias comedias más sobre Osuna, Bedmar y los sucesos de Venecia y todavía a comienzos del siglo XX un escritor vienés, Hugo von Hofmannsthal, volvió al tema con un drama, Das gerettete Venedig (Venecia salvada). El último eco artístico de la “conjura contra Venecia” es una ópera bufa francesa, con letra de Georges Limbour y música de René Leibowitz, Les espagnols á Venise, de 1964.

 

Obras de ~: “[Cartas, informes y notas]”, en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España (CODOIN), vols. 44-47, Madrid, Viuda de Calero, 1842; “[Cartas]”, en L. Astrana Marín (ed.), Epistolario Completo de Quevedo, Madrid, Editorial Reus, 1946.

 

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Luis María Linde

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