Bernardo Calbó, San. Mas Calbó (Tarragona), 1180 – Vic (Barcelona), 26.X.1243. Monje cisterciense (OCist.), abad de Santes Creus, y obispo de Vic.
Se ignora el nombre de su padre, que puede considerarse hombre noble que formaba parte de los “homes de paratge” (al modo quizá de la nobleza de segunda categoría, la de los infanzones castellanos), y que, posiblemente, es uno de los repobladores de Tarragona, y coincide con el “Calveti” —opina Juan Serra Vilaró—, que firma, entre otros, el 12 de febrero de 1162, un documento que da testimonio de la cesión por parte del rey Roberto a la ciudad de Tarragona y al conde de Barcelona, de dos tercios del señorío sobre la ciudad y su comarca. Sería él, y no al revés, quien daría nombre a su noble mansión gótica, hoy todavía conservada en lo esencial en el propio lugar. Se conoce bien, en cambio, el nombre de su esposa, la madre del santo, Beatriz, y el de sus hermanos: Guillermo, el primogénito; Calbó; el futuro san Bernardo; Guillerma, casada después con Guillermo de Barberà; y Geraldo, más tarde canónigo regular en Santa María de Solsona.
Poco o nada, igualmente, se sabe de su infancia y juventud. Dada la época en que le tocó vivir, en plena vigencia del feudalismo, y el carácter de su noble linaje, como caballero, sería militar, y consta además, como confirmará su dedicación posterior, que se dio a los estudios jurídicos, probablemente en Tolosa del Languedoc, en Bolonia o incluso en París (Lérida no tenía por entonces establecida todavía su universidad).
Hombre, pues, de pluma y espada, cumplió su función en la curia eclesiástica tarraconense, lo que suponía, además de lo que corresponde al gobierno eclesiástico propiamente dicho, la complicada administración de los feudos y posesiones de la mitra.
Así, en un documento, aparece ya el 20 de septiembre de 1209 con la función de asesor del obispo Ramón de Rocabertí. Mas, contra lo que algunos han aventurado, nada indica que perteneciera por entonces, antes de hacerse monje en Santes Creus, al estado eclesiástico, y menos, que ostentara prebenda alguna en ese campo. Era un seglar sin más.
Los caminos de Dios en su providencia son misteriosos y, así, seguramente a raíz de una grave enfermedad que padeció, con probabilidad, entre 1212 y 1213 (él mismo habla de ella en el testamento que redacta en 1215), el día de Pascua, 30 de marzo de 1214, pide ser admitido como monje en Santes Creus. Viste ya el hábito cisterciense el 18 de mayo del mismo año. Antes de profesar como monje, tras el preceptivo año de noviciado, estaba obligado a disponer de sus bienes, lo que hace efectivamente con su disposición testamentaria, documento conservado y muy conocido, de 21 de julio de 1215.
Poco después, en plena madurez, tendría lugar ya su profesión como monje de Santes Creus, monasterio presidido entonces por su homónimo, el abad Bernardo de Àger, que lo era desde comienzos de siglo, y había dado un fuerte impulso a la casa. Muy escasa es la documentación de que se dispone para esos primeros años como monje. Es fácil que interviniera, como jurista que era, en la amplia salvaguardia que Ramón de Cervera, señor de esa importante villa, concedía al monasterio sobre los bienes que en ella tenía y pudiese adquirir en el futuro. Posiblemente interviniera también en el testamento de Ramón de Montcada, vizconde del Bearn (de hecho, son los Montcada los fundadores de Santes Creus, en 1150, en su emplazamiento primero de Valldaura de Cerdañola, cerca de Torrelavit después, y, hacia 1167, definitivamente en Santes Creus, y allí yacen en sendos sepulcros, en el claustro, con su escudo de armas conocido), que expresa su voluntad de ser enterrado en Santes Creus, y hace diversos legados al propio monasterio, como también a los femeninos de Vallbona o de El Pedregal; y nombra heredero universal a su hijo Guillermo. Intervendrá todavía más tarde, de 1216 a 1218, en otros documentos. Consta que el 3 de enero de 1219 figura ya como prior de su casa, hasta 1222, y como tal interviene lógicamente en diversos documentos importantes. Se siguen, por la misma época, diversas y generosas donaciones nobiliarias para la casa.
Es un hecho curioso, y hasta aquí no explicado, habida cuenta del prestigio que Bernardo se había ganado en el monasterio, que deje de ser prior a principios de ese mismo año de 1222, y así figura como simple monje en un documento firmado el 3 de marzo, sobre el señorío de Pacs, lo mismo que en otro de 24 de mayo, por el que desiste Berenguer de Villafranca de todas sus pretensiones contra Santes Creus por las propiedades del monasterio a la otra orilla del Gayá, aguas arriba, hacia Cabra y Santa María del Pla.
El 2 de septiembre de 1224, el hijo y sucesor de Guillermo Ramn de Montcada confirma todas las donaciones que hiciera su padre en 1215. Interesa aquí particularmente el hecho de que firme el documento junto al abad y al prior Pedro, y tras ellos, la de Bernardo Calbó, siguiendo luego las firmas también de otros tres monjes, entre ellos el subprior.
El 22 de marzo de 1225 era inaugurado el coro de la iglesia mayor, donde la comunidad rezó ya maitines el día anterior. Sin duda, Bernardo había intervenido activamente en esas obras antes, pero sería erróneo atribuirle el solemne acto.
El 1 de octubre siguiente, el papa Honorio III concedía a Santes Creus el privilegio de que tanto el arzobispo de Tarragona como sus sufragáneos debían ayudar al monasterio y a sus monjes contra los malhechores que les perjudicaran.
¿Cuándo consta que empezó Bernardo su abadiato? Buck, por el hecho de atribuir a Bernardo Calbó la inauguración citada en la iglesia mayor el 22 de mayo de 1225, ponía en esa fecha el comienzo de su gobierno abacial, dato que recogió también Junyent en su Diplomatari. Pero hay que hacer caso aquí más bien al historiador del monasterio, fray Isidro Domingo, del siglo xviii, cuando sitúa correctamente el hecho en 1226, como hará igualmente Villanueva, o el padre Jaime Pasqual, premonstratense de Bellpuig de les Avellanes.
El primer documento que de él se conoce como abad de la casa es, concretamente, del 24 de febrero de ese año de 1226, cuando él y toda su comunidad establecen a Ramón Ferrer d’Oluja y a su esposa Elicsendis y los suyos, perpetuamente, en una pieza de tierra, para que la cultiven debidamente en provecho propio y del monasterio mismo. Es un típico contrato de medianería. El monasterio, con todo, pagará siempre la simiente a sembrar en ella, y si no lo hiciere, percibirá únicamente un cuarto de la cosecha. Esa tierra no puede ser retomada por el monasterio, más que cuando constare que los aparceros la mantenían inculta y abandonada. De manera sumaria, aunque precisa, señala el documento las confrontaciones de la tierra que el abad cede en alodio perpetuo. Dicha pieza se sitúa en el término del castillo de Montfalcó, y como añadidura a este contrato de aparcería, hasta cierto punto modélico, según Fort, se restablece que, antes de segar y trillar, ha de avisarse al monasterio.
Lo firman, con el abad, fray Pedro, prior, fray Arberto de Pontons, fray Ramón de Montpalau y fray Pedro Arnau, subprior, que actúa como notario.
En realidad, y como acostumbra a acontecer, se ha conservado de la documentación de Santes Creus, sólo lo relativo a los títulos de propiedad o lo que con ellos se relaciona, de modo que es muy poco lo que se sabe de la actuación del santo como abad de su monasterio, aunque bien puede decirse que el contrato citado muestra ya claramente la moderación de Bernardo, que evita gravarlo con minucias onerosas u ofensivas para los aparceros, dicho sea esto de acuerdo con lo que hoy se conoce de las circunstancias agrarias del primer tercio del siglo xiii en Cataluña.
Su abadiato durará hasta su renuncia a mediados de 1233, cuando los canónigos de Vic lo eligen como obispo de esa sede. Se trata, pues, de siete años y algunos meses de gobierno abacial solamente. Consta, en todo caso, que el 18 de diciembre de 1233, Santes Creus ya era gobernador por su sucesor el abad Arnaldo.
Como es lógico en un señorío de la extensión del de Santes Creus (que sólo cedía en esto al de los Cardona y al de su monasterio hermano, vecino y rival, de Poblet), no dejó el abad de tener problemas y enfrentamientos al respecto. Es el caso del pleito y posterior amigable composición, debida a la acertada y prudente intervención del árbitro maestro Pedro, con la Orden Militar del Hospital y, en concreto, con el castellano de Amposta, acerca de las confrontaciones de la granja del Codony y la conservación y restauración de las acequias, embalses y exclusas, etc., así como el reparto equitativo en el aprovechamiento del agua, documento de composición entre ambas partes de 28 de julio de 1226.
Otro enfrentamiento parecido se produce con los benedictinos de San Pedro de Casserres, por interferencia entre los derechos dominicales de unos y otros. Un amigable laudo resolvió ese problema el 22 de junio de 1230.
A veces se han confundido dos personas muy diversas. Es la primera, Pedro, el primer abad de Santes Creus, y Pedro de Puigverd, más tarde, la otra. Éste era obispo de Urgel, a partir de 1205, el cual renunció a su obispado para retirarse a Santes Creus en 1230 en pleno abadiato de Calbó. Consta que un breve de Gregorio IX fechado en San Juan de Letrán el 14 de junio de 1233 mandaba a los abades de Poblet y al pavorde de Tarragona que obligaran al nuevo obispo de Urgel a pagar sus deudas, para que no fuera gravoso al monasterio donde había ingresado. Fue ciertamente san Bernardo quien le vistió la cogulla monástica. Sobrevivió a su abad, ya que no murió hasta el 1 de junio de 1250.
Una extraordinaria obra social del santo abad, de acuerdo con lo que establecía la regla de San Benito, fue la construcción del Hospital de Pobres de Santes Creus, de comienzos del siglo xiii, obra considerable en la que intervino positivamente el linaje de los Alamany. La donación que hace en ese sentido Ramón d’Alamany el 25 de marzo de 1229 insiste en la perpetuidad de la donación, de manera que el Hospital la tenga y posea (se establecen muy claramente las demarcaciones de su terreno) al servicio de los pobres allí acogidos. El 14 de junio del mismo año viene a confirmar todo lo anterior, su voluntad de ser enterrado, si lo permiten las leyes de la Orden, en la misma puerta del Hospital, al que lega además su señorío de Pont d’Armentera.
El Capítulo General encomendaba al abad junto con el de Valmagne, diócesis de Montpellier, en 1228, la incorporación a la Orden de la abadía de Raimut (?), como la de Raremont, tampoco identificada, en 1229. En 1233, de manera parecida, encomendó a Bernardo junto con el abad Vidal de Alguaire de Poblet una fundación cisterciense en la isla recién conquistada de Mallorca, como había pedido Nuño Sanç, conde del Rosellón. La fundación iría a cargo de Fontfroide, la abadía madre de Poblet. De hecho, sin embargo, acabó siendo el monasterio de La Real de Mallorca, filial de Poblet, de 1233.
El obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, el 29 de marzo de 1226, da a perpetuidad la iglesia monástica femenina de Santa María de Valldonzella, entonces en Santa Creu d’Olorde, a la Orden Cisterciense. Si bien sujeta de momento ese monasterio a la autoridad ordinaria de la mitra barcelonesa, para él y sus sucesores, dispone que, para lo que hace al régimen regular, la comunidad se sujete al abad Bernardo Calbó de Santes Creus.
Corresponde también al mérito de este santo varón la reforma de la relajada vida que llevaba la casa canonical de San Pedro de Àger, por disposición de Gregorio IX, en 1231, que establece severamente esa reforma en documento fechado en Santes Creus el 3 de febrero ya del año siguiente, 1232.
Se conocen diversos privilegios concedidos por el mismo Papa al monasterio (aunque no sólo a él), de exención respecto a la autoridad episcopal, de 1228 a 1234 (cuando Bernardo había dejado ya la abadía y era obispo de Vic).
Se ha especulado con exceso sobre la posible presencia de Bernardo en la conquista de Mallorca, sin el menor apoyo documental. En ningún momento le nombra la Crónica o Libre dels Feyts del rey Conquistador... Sí es verdad, en cambio, como demuestran muy bien Fort y Pujals, que el Salou de la época, de donde zarparía la famosa expedición de 1229, era un lugar en la costa, muy apto para alojar las naves en su rada, protegida al norte por el cabo, pero prácticamnente desierto, de modo que, con toda probabilidad, el Rey mismo y los caballeros principales que le acompañaron (para morir la mayoría en la conquista) se alojaran entre tanto en el Mas Calbó, muy cercano, en el interior; y es seguro, además, que esos caballeros, íntimamente relacionados con el monasterio, estuvieron antes en Santes Creus, para aconsejarse con su sabio y santo abad, que no era hombre de armas, sino de consejo, e incluso testaron a favor de la casa, previendo una muerte posible (como así ocurrió), y establecieron también que en Santes Creus se les sepultase (como en efecto se hizo). He aquí la impresionante lista: los hermanos Guillermo y Ramón de Montcada, Ramón Alamany, Geraldo de Cervelló y Guillermo de Claramunt. Otros también intervinieron en la expedición, con más suerte, como Galcerán de Pinós, Guillermo de Tarragona, Guillermo de Banyeres o los hermanos Guillermo y Berenguer de Cervera.
De vuelta de la conquista, y contra la opinión del obispo de Barcelona Berenguer de Palou, que pretendía todo el derecho de nombrar al futuro obispo de Mallorca, el Rey pone el asunto, en octubre de 1230, en manos de dos árbitros: los abades de Poblet y Santes Creus, precisamente; esto es, Arnaldo de Gallart (1229-1231) y Bernardo Calbó, que resuelven salomónicamente que corresponderá al propio Rey el primer nombramiento y en adelante al Capítulo Canonical de Barcelona, que someterá el nombre del elegido a la anuencia del Papa. El documento se firma en Poblet el 6 de noviembre del propio 1230, firmándolo además, entre otros, el nuevo monje de Poblet, y antes cortesano real, fray Guillermo de Cervera, o el sacristán barcelonés Pedro de Centelles. Mas la solución final, con la autoridad del papa Gregorio IX, no se dará hasta octubre de 1238, en la persona de Ramón de Torrelles.
Ya para entonces, hacía años que Bernardo Calbó era obispo de Vic. Habiendo renunciado antes su predecesor Guillermo de Tavertet (quien, retirado en el monasterio de Casserres, moría en agosto de 1233), el Capítulo Canonical de Vic elige a Bernardo el 10 de septiembre de ese mismo año. Tomó posesión de su obispado el 22 de enero de 1234, aunque no sería consagrado sino en octubre de ese mismo año (concuerdan en ello Buck y Junyent), y firma ya como obispo efectivo en un documento del 7 de diciembre siguiente.
En realidad, continuó sintiéndose siempre monje por encima de todo y, por eso, la familia episcopal la forman sobre todo algunos monjes de Santes Creus que le acompañan. Responsabilizó de la tesorería a fray Pedro de Pacs, monje ya anciano, y tuvo que hacer frente de inmediato a una economía muy precaria, que sólo pudieron solucionar el préstamo en dinero del vicense Bernardo de Bosc (parece que, muy generosamente, sin interés), y de buena cantidad de grano por parte de Bernardo de Santa Eulalia.
Uno de los primeros problemas que se le presentaron en mayo de 1234 fue el conflicto entre el abad Ramón de Sant Benet, del monasterio de Sant Benet de Bages, y el señor feudal Guillermo de Calders. El obispo se abstiene, invocando la exención monástica, aunque insiste ante el abad en que el pleito se resuelva según fuera de justicia. Y otra vez encomienda al jurista Pedro de Gualba la solución de un nuevo conflicto del monasterio, en junio de 1243 (poco antes de su muerte), con la parroquia vecina de San Fructuoso.
En agosto de 1234, un breve de Gregorio IX, emitido en Spoleto, a petición del obispo Calbó, decreta que el prior de San Pablo del Camp de Barcelona y un canónigo de esa sede resuelvan acerca de los diezmos de la iglesia del Salvador de Nalec, retenidos por el Capítulo de Tarragona, y que Vic reclamaba. Más complicado fue el caso del castillo de Torroella, en la parroquia de Santa Eulalia de Riuprimer, cuya jurisdicción pretendía Bernardo de Malla contra la diócesis. La cosa no se resolverá hasta 1239-1240 a favor de la mitra episcopal. Sin duda, el obispo se sentía mucho más a gusto en el gobierno espiritual de la diócesis que en la siempre complicada administración material de su economía. Así, consagrará el 19 de marzo de 1235 la iglesia de Santa María de Caselles, en el límite oriental de la diócesis, iglesia que fue donada al prior del bello monasterio de canónigos agustinos de Santa María de l’Estany. Firman el acta, con él y los esposos donantes, entre otros, el arcediano Dalmacio de Sabassona y fray Pedro de Pacs. Poco más tarde, y al norte del obispado, el 6 de septiembre, consagraba la iglesita de San Pedro d’Auïra, después sufragánea de San Quintín de Puig-rodon; y el 3 de diciembre de 1236 dedicaba y consagraba a su vez el altar de San Andrés de la propia sede episcopal.
Consta que fue muy severo con los clérigos concubinarios, aunque también hay que decir, más positivamente, que se preocupó por su debida formación eclesiástico-científica (se sabe cómo les dio la posibilidad de viajar al extranjero —París, Tolosa del Languedoc, Bolonia— para graduarse en Teología o Derecho Canónico) y religiosa, adjudicándoles capellanías idóneas para poderse pagar dichos estudios. Así ocurrió, por ejemplo, con Dalmacio de Subirats, y la capellanía de la parroquia de Santa María de Seva.
Y miraba igualmente, con exquisito cuidado, por su congrua sustentación. Se preocupó también de solucionar los enfrentamientos que a veces se producían en su clero diocesano, hasta la avenencia o la amigable composición que satisficieran a ambas partes, sin merma de la justicia. Si fustigó los actos de indisciplina, se enfrentó igualmente contra las ofensas al fuero eclesiástico. Así, llama a juicio a Beatriz de Castellbó y a su bailío, que habían actuado indebidamente en perjuicio de la iglesia de San Hipólito de Voltregá, el 24 de julio de 1239.
Su obispado coincide con el auge de la canónica catedral, de modo que los canónigos llegan ya en 1230 a la treintena, aunque suplicarán en 1246 al Papa su reducción a sólo veinte. Se ha citado ya al arcediano Sabassona, que morirá en 1239. Otros canónigos destacados son Pedro de Aireis, notario capitular a partir de 1235, o Arnaldo de Gurb, arcediano después y obispo de Barcelona (1254-1284). En 1242 será promovido Pedro de Gualba, que había estudiado Derecho en Bolonia. En 1243, concedió el obispo el cargo de sacristán al canónigo Pedro de Gavarret, más tarde obispo de Oloron, en Francia.
Fue siempre un obispo justo amigo de los pobres. Sabía defender con fuerza sus derechos y siempre fue benévolo y ecuánime. No parece que asistiera al concilio provincial de Lleida de 1229. Sí lo hizo, en cambio, al de Tarragona de febrero de 1235, cuyas actas se firmaron y promulgaron en 1239. La mayoría de las decisiones se referían al peligro de la herejía valdense de allende los Pirineos, y eso fue lo que decidió a Jaime I a convocarlo a instancias de san Raimundo de Peñafort.
El Papa autorizó a todos los obispos a nombrar inquisidores dominicos contra las incursiones heréticas en Cataluña y, en concreto, promulgó en 1235 una bula en la que encomendaba a Bernardo Calbó, junto con san Raimundo de Peñafort y fray Guillermo de Barberà, de la misma Orden, la inquisición en todas las casas religiosas de la provincia tarraconense donde hubiera necesidad de corregir la herejía, si bien es una exageración llamar a san Bernardo Calbó inquisidor general de Cataluña. Era, sobre todo, pastor de sus fieles. Asistió, con todo, a las Cortes de Monzón, convocadas por el Rey con vistas a la conquista de Valencia, en 1236. Acudieron todos los obispos de la Corona, los maestres del Temple y del Hospital, san Raimundo de Peñafort, los condes Nuño Sanz y Blasco de Alagón, entre otros (documento firmado el 15 de octubre).
Iniciada la empresa con el coloquio habido en Alcañiz, en 1232, donde destacaron el maestre del Hospital Hugo de Forcalquer y el noble aragonés Blasco de Alagón, tomada Burriana en 1233, rendida Peñíscola y tomadas Castellón y otras villas y ciudades, las Cortes de Monzón definieron claramente el objetivo de la ciudad del Turia. Los efectivos militares habían de reunirse al efecto en la primavera de 1237, pero no lo hicieron hasta 1238. El obispo estaría presente, más que como tal, como señor feudal. Seguramente no se había incorporado a la hueste real en el Puig de Santa María, pero lo haría inmediatamente después, y consta que el 13 de junio estaba con el Rey, que había sido solicitado por el Papa entonces para dejar esa cruzada y acudir en su ayuda a Roma contra los lombardos. Pero el Rey decidió ir primero a Valencia, que, rendida y evacuada por los musulmanes, era ya constituida en nueva sede episcopal el 17 de octubre de 1238, oficiando el nuevo arzobispo de Tarragona, Pedro de Albalat, los obispos Bernardo de Vic, Berenguer de Barcelona, Ponce de Tortosa y Guillermo de Tarazona. El 13 de diciembre ya estaba de nuevo en Vic el obispo. En todo caso, está claro que no ahorró ni perdonó sacrificios con tal de salvaguardar los bienes valencianos de la mitra de Vic, bienes que su sucesor intentó permutar por otros más cercanos en 1246.
Ya a mediados de 1243, el santo se sintió enfermo, y otorgó un detallado testamento con fecha de 14 de julio.
Finalmente, murió el 26 de octubre de ese mismo año, y fue enterrado con honor en su sede de San Pedro de Vic, junto a las fuentes bautismales. Su cuerpo estuvo expuesto a la veneración de los fieles toda una semana, con gran asistencia de gente que lloraba su muerte y lo proclamaba ya santo. Su cuerpo estaba revestido de pontifical, y se conservan todavía milagrosamente la mitra y fragmentos de los tejidos de las tunicelas y casulla, mientras el báculo de madera policromada desapareció en 1936.
Su memoria fue adquiriendo cada día más relieve, y pronto fue glorioso su sepulcro y hecho centro de peregrinación. Así comenzó su fama de milagrero y se abrió la prueba evidente de su santidad, que fue reconocida por decreto papal de 25 de septiembre de 1710, y el día 23 de octubre de 1723 el Papa estableció la celebración de su santa memoria.
Bibl.: V. de Buck, “De Sancto Bernardo Calbonio”, en Acta Sanctorum Octobris, t. XII de los Bolandistas, Bruselas, Typis Polleunis, Ceuterick & Lefebvre, 1884, págs. 21-102; D. Willi, Päpste, Kärdinale und Bischöfe aus dem cistercienser-orden, Bregenz, Teutsch, 1912, n.º 127, pág. 35; J. Ricart, San Bernardo Calvó, pról. de S. Rial, apénd. de E. Junyent, Barcelona, 1943; E. Junyent, Diplomatari de Sant Bernat Calbó, abat de Santes Creus, bisbe de Vic, pról. de R. d’Abadal i de Vinyals, Reus, 1956; “Vich, Diócesis de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1975, pág. 2753; E. Fort i Cogul, Sant Bernat Calbó, Abat de Santes Creus i Bisbe de Vic, Vilaseca-Salou, Agrupació Cultural, 1979; J. M.ª Pujals i Vallvé, Sant Bernat Calbó i el seu temps, Montserrat, 1980 (col. La Xarxa, 28).
Alejandro Masoliver, OCist.