Núñez de Prado y Susbielas, Miguel. Montilla (Córdoba), 30.III.1882 – Pamplona (Navarra), 22.VII.1936 (desaparecido). Militar del Arma de Caballería, general.
Muy distinguido en el campo de batalla, obtuvo cuatro ascensos por méritos de guerra y la Medalla Militar individual entre otras recompensas y fue el general que el día 18 de julio de 1936 viajó de Madrid a Zaragoza para hablar con el general Miguel Cabanellas, jefe de la 5.ª Región, en un intento de evitar que se sumara a la rebelión militar, gestión que fracasó con la mala fortuna de ser capturado. Retenido en Zaragoza, desapareció en circunstancias nunca esclarecidas, tras ser encarcelado en el fuerte de San Cristóbal (Pamplona).
La actitud de Núñez de Prado, al optar por defender el orden legal establecido en una situación nada recomendable para su integridad física, no sólo pone de manifiesto su extraordinario temple, sino que contribuye a pulverizar algunos de los argumentos más queridos por sus compañeros levantados en armas, desmontando así el mito de unas Fuerzas Armadas sublevadas en bloque contra la República y el de un Ejército republicano formado por milicianos y mandos no profesionales.
Pertenecía a la tercera generación de los Núñez de Prado montillanos, siendo su abuelo capitán de Infantería y su padre general de Caballería. En el año 1897, el joven Miguel viajó a Puerto Rico, donde se encontraba destinado su padre, siendo filiado allí como obrero voluntario del Cuerpo de Ingenieros. Un primer destino que le permitiría hacer méritos y en el que, si la metralla le respetaba, le abriría una buena vía de entrada en el Ejército. El día 12 de mayo de 1898 intervino en su primera acción de guerra soportando, en el puesto que le fue asignado, el bombardeo que tuvo lugar contra Puerto Rico, regresando poco después a España para ingresar en la Academia de Caballería.
Pasados cuatro años de estancia en la Academia, fue promovido al empleo de teniente y, tras una serie de destinos en Alcalá de Henares, León y Madrid, en el año 1908 contrajo matrimonio con Aurora Bermejo, siendo destinado, al año siguiente, al Escuadrón Real del Cuerpo de Alabarderos, donde no permanecería mucho tiempo.
Destinado a la plantilla del Grupo de Escuadrones de Melilla, se incorporó en el mes de marzo de 1910, prestando los servicios de su clase en guarnición. Durante el año 1911, el teniente Núñez de Prado dio la medida de su valía en las operaciones de campaña que se desarrollaron, interviniendo en numerosos combates siempre en extrema vanguardia hasta que, finalizando el año, pidió el traslado al Cuerpo de Regulares, de reciente creación. En este destino recibió su primera herida de guerra, que le mantendría de baja varios meses, tiempo de inactividad en el que se interesó por la aviación, un nuevo y atractivo servicio que había sido creado el mismo año que el Cuerpo de Regulares.
El capitán Núñez de Prado, que reunía sobradamente las condiciones exigidas para acceder al curso de pilotos —“una buena condición física, no haber cumplido los treinta años de edad y haber tenido ocasión de acreditar valor sereno y dominio de sí mismo”—, se presentó voluntario obteniendo plaza para asistir a las prácticas previas de aviación en Guadalajara, formando parte de la que sería cuarta promoción en el año 1913. Realizó ascensiones en Guadalajara y Cuatro Vientos, siendo declarado apto para ser llamado a la Escuela de Pilotos, cuando la capacidad de la misma lo permitiera, pero no constan, en su hoja de servicios, las razones por las que no continuó en aviación. En el mes de junio de aquel mismo año se reincorporó a su anterior destino en las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla.
Con motivo del ascenso a general de su progenitor y los cargos que éste ocupó (entre otros gobernador militar de Jerez de la Frontera), se desempeñó como ayudante de su padre hasta el año 1919, volviendo a África para mandar el Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas n.º 2, donde desarrolló una intensa actividad sin problemas, hasta la tragedia del que bien podría ser calificado annus horribilis para el Ejército español.
El comandante general de Melilla, general Silvestre, tras un espectacular avance sobre el Rif en el verano del año 1921, había llegado a Sidi Dris en un intento de ocupar Alhucemas y asegurar las comunicaciones de la posición costera con Melilla. Muchos profesionales pensaron que Silvestre había extendido más de lo prudente sus líneas de abastecimiento, cometiendo el error de subestimar a las tribus rifeñas acaudilladas por Abd-el-Krim. Iniciada la reacción rifeña, y producidos los reveses de Sidi Dris y Abarrán, en los que perdió la vida un gran número de soldados, se llegó al mes de julio en las peores condiciones imaginables para las tropas españolas acosadas por Abd-el-Krim al mando de los Beni Urriaguel, encontrándose la posición de Igueriben (muy cerca de Annual) sitiada y en condiciones angustiosas. El comandante Núñez de Prado, al frente de su columna de Regulares, tenía la misión de llegar hasta Igueriben protegiendo un convoy de aprovisionamiento, lo que intentó denodadamente sin éxito, hasta que recibió un balazo en el brazo izquierdo que le dejó fuera de combate, siendo trasladado urgentemente al hospital militar de Melilla. A la caída de Igueriben y Annual, que sucumbieron los días 21 y 22 de julio, siguió la de Monte Arruit y el derrumbamiento de la Comandancia de Melilla, con enormes pérdidas materiales y un espantoso número de bajas. Repuesto de sus heridas, el teniente coronel Núñez de Prado se reintegró a su destino en Regulares en un momento de gran actividad, con la agradable pausa que se produjo el día 12 de enero de 1923, cuando le fue impuesta la Medalla Militar (junto al comandante F. Franco y al sargento Rancaño) en un protocolario acto celebrado en Dar Drius.
En el mes de abril fue objeto del gran homenaje que le tributó la ciudad de Melilla, del que se hizo eco toda la prensa local y también, por aquellas fechas, se dio de alta en la masonería, afiliándose en la logia de la Africana con el nombre simbólico de Lafayette, avalado por los honorables miembros Victor Hugo, Viriato y Sócrates, pero, sorprendentemente y argumentando su traslado a Madrid, pasados seis días solicitó “le fuera concedida la correspondiente placa de quite”, causando baja.
De regreso a la Península, asistió a un curso de aviación al que fueron convocados los coroneles González Carrasco, Lombarte y Núñez de Prado, los tenientes coroneles Balmes, Barbero, Borbón de la Torre, Campins y Cuartero y el comandante Társilo Ugarte. Un curso organizado para estos nueve jefes por estimar la superioridad que, debido a sus brillantes carreras, estaban llamados a ocupar altos puestos en la cúpula militar al mando de futuras unidades aéreas y, en consecuencia, debían conocer un arma como la aviación cada vez más importante en la batalla. Contando con dos ilustres pilotos como profesores, Gómez Spencer e Hidalgo de Cisneros, Núñez de Prado obtuvo los títulos de piloto y observador de aeroplano, realizando las prácticas reglamentarias en los teatros de operaciones de África. En el Anuario Militar de España del año 1924, el coronel Núñez de Prado figuró como afecto al 1.er Regimiento de Aviación a las órdenes del general en jefe del Ejército de España en África, situación ambigua que pronto sería clarificada. Pero antes fue objeto de un gran homenaje en su Montilla natal.
En el mes de enero de 1925, la Comisión Municipal Permanente de Montilla acordó que el nombre de la calle Fuente Álamo cambiara a calle del Coronel Núñez de Prado, distinción que se sumaba a la de Hijo Predilecto que le había sido otorgada poco antes.
Producido su ascenso a general aquel mismo año 1925, fue rectificado el rótulo que quedó como calle del General Núñez de Prado, pero en el mes de junio del año 1931, el nuevo régimen entendió que debía cambiar la denominación, quedando ésta como calle de los Generales Núñez de Prado, rindiendo así homenaje a padre e hijo, ilustres montillanos y generales de Caballería.
Finalizando el año 1925, fue nombrado gobernador general de los territorios españoles en el golfo de Guinea, un cargo dependiente de la Dirección General de Marruecos y Colonias bajo la dirección del vocal del Directorio Militar, el general Francisco Gómez- Jordana y Sousa. En el mes de febrero de 1926 se incorporó a su nuevo destino en Santa Isabel, para iniciar una vida muy diferente a la que conocía en el Ejército. Cuando llegó a Guinea tenía instrucciones, recibidas de Primo de Rivera y de Gómez-Jordana, de desarrollar una política de imposición colonizadora y a ello se atuvo, no sin problemas.
El gobierno de la colonia consistía principalmente en mantener los servicios y el orden público y garantizar a los colonos, para sus negocios de madera y cacao, mano de obra barata a cargo de braceros nativos que trabajaban en condiciones infrahumanas rayando el esclavismo. Sin buenos colaboradores ni suficientes medios materiales, el gobernador no pudo o no supo evitar que un oficial a sus órdenes, el teniente Ayala, buen conocedor del medio, traficara con el suculento negocio de los braceros. Sobre la gravedad de estos asuntos y la responsabilidad de Núñez de Prado, la prensa española, especialmente El Socialista, desató una intensa campaña denunciando la corrupción en Guinea, de la que el gobernador no podía quedar al margen.
En cuanto a su vida social en Guinea, lo más destacable fue su relación con Luisa Beaux, viuda de un colono, con la que no tardó en emparejarse, y el gran acontecimiento que significó la llegada de la Patrulla Atlántida (cuatro hidroaviones Dornier) y el cañonero Cánovas del Castillo, que servía de apoyo a los hidros y cuyo capitán era el joven Luis Carrero Blanco.
Finalizando el mes de septiembre de 1930, viajó a la Península con motivo de su ascenso a general de división, encontrándose en Madrid a mediados del mes de diciembre cuando se produjeron los intentos de sublevación en Jaca y Cuatro Vientos. Hidalgo de Cisneros ha dejado escrito que Núñez de Prado estuvo en la trama del intento de Cuatro Vientos, sin embargo, en la lista de militares sospechosos de estar preparando la intentona, que el entonces director general de Seguridad, Emilio Mola, entregó en el mes de noviembre al Gobierno, no se encontraba Núñez de Prado. En el mes de enero de 1931 regresó a Santa Isabel.
Durante el Gobierno de la República desempeñó los cargos de gobernador militar de Baleares (1932- 1934), jefe de la 2.ª División con residencia en Sevilla (1934), jefe de la 2.ª Inspección General del Ejército (1935) hasta que, el día 12 de enero de 1936, fue nombrado director general de Aeronáutica, sustituyendo al general Manuel Goded.
Es durante el gobierno de Portela Valladares cuando Jesús Salas relaciona a Núñez de Prado con la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), mientras que Paul Preston afirma que Núñez de Prado era el jefe de la Policía en Madrid durante las elecciones del 16 de febrero de 1936. Sobre esto, se debe tener en cuenta que la historiadora María Teresa Suero Roca no considera probable que el general Núñez de Prado estuviera comprometido con la UMRA, mientras que el desempeño de la Jefatura de la Policía de Madrid, precisamente en el mes de febrero del año 1936 cuando acababa de hacerse cargo de la Dirección General de Aeronáutica, carece de toda lógica. Además, los autores que atribuyen al general esas supuestas actividades no aportan referencia documental alguna que avale sus afirmaciones.
Lo que sí se sabe con certeza es que tomó posesión de la Jefatura Aeronáutica y que, por los nombramientos que realizó a lo largo de su mandato, se comprueba que, posiblemente con la idea de una posible sublevación bullendo en su cabeza, tomó las medidas que consideró oportunas, situando en puestos clave a profesionales de aviación que ofrecían garantías de lealtad al Gobierno.
El día 17 de julio, cuando se inició la sublevación con el asalto a la base de hidros de Melilla (Atalayón), Núñez de Prado tuvo conocimiento de ello a través de Hidalgo de Cisneros, que se encontraba en el cuarto de ayudantes del ministro de la Guerra y presidente del Consejo, Santiago Casares Quiroga. Apreciando la gravedad de lo que estaba ocurriendo, Núñez de Prado tomó las medidas que le parecieron más urgentes y necesarias, telefoneando a los jefes de las bases y cursando instrucciones, en ese momento muy generales.
La actitud del ministro de la Guerra, ante la constatación de que la sublevación militar era un hecho que él se había negado a aceptar, se tornó vacilante, dubitativa y, peor aún, se mostró incapaz de adoptar medidas. El general Núñez de Prado no dudó en hacerse cargo de la situación impartiendo órdenes desde el mismo despacho del ministro.
Según Hidalgo de Cisneros, el general Núñez de Prado dio prueba de una gran capacidad para reaccionar y tomar decisiones y que propuso al ministro que le autorizase a volar a Tetuán para organizar una fuerza de resistencia con los militares leales y las organizaciones obreras, para lo que tenía ya un avión preparado. Todo en vano, porque el aeródromo de Tetuán había sido tomado aquella misma noche.
A media mañana del día 18, el ministro habló por teléfono con el jefe de la 5.ª División, general Cabanellas, pidiéndole que viajara de inmediato a Madrid para informarle de la situación en Zaragoza. No hay constancia de la respuesta de Cabanellas, pero es evidente que hizo caso omiso a la petición de su ministro; sin embargo, éste especuló con el posible desplazamiento de Cabanellas a Madrid y decidió mandar a Núñez de Prado a Zaragoza con el envenenado encargo de evitar la sublevación de la 5.ª División.
Para ello nombró de urgencia a Núñez de Prado jefe de la 2.ª Inspección General del Ejército, poniéndose éste en camino por vía aérea en un avión militar DH- 89 Dragón Rapide (idéntico al que utilizó el general Franco para volar de Canarias a Tetuán) que estaba preparado en Getafe, todo ello quizás con un punto de exceso de confianza y sin tener un buen conocimiento de la situación.
Confiscado el avión a su llegada a Zaragoza, Núñez de Prado y sus acompañantes fueron capturados: el mecánico se pasó a los sublevados, el piloto sería fusilado meses más tarde, el escolta desapareció misteriosamente, sin que se haya podido encontrar documento o referencia alguna, y el comandante ayudante fue cosido a tiros, el día 26 de noviembre de 1936, con el pretexto de que había intentado fugarse.
Conducido a Capitanía General, el general Núñez de Prado quedó retenido durante los días 18, 19, 20 y 21. Todo apunta a que poco pudo hacer y bastante tuvo con mantener su dignidad, acosado por Cabanellas, Álvarez-Arenas, Monasterio y otros jefes y oficiales. Si llegó a plantear abiertamente a Cabanellas que no se sumara a la rebelión o que tenía órdenes de relevarle, el ambiente era tan hostil y poco oportuno que le pudieron haber pegado un tiro allí mismo. El inicio del fin de aquella situación fue su traslado a Pamplona.
El viernes día 24 de julio de 1936, el Heraldo de Aragón publicó en primera página la noticia del ingreso del general Núñez de Prado en la prisión de Pamplona y decía luego (pág. 4): “Pamplona, 22 (por teléfono). El general Núñez de Prado ingresa en la prisión de San Cristóbal de Pamplona. A las siete y media de la tarde ha llegado a esta ciudad en automóvil, procedente de Zaragoza, el General Núñez de Prado, acompañado por cuatro oficiales que le escoltaban. En calidad de prisionero ha ingresado en la ciudadela a disposición del general militar”.
La mera publicación, en aquellos momentos y en una prensa sometida a la férrea censura militar, de que un jefe del Ejército se encontraba encarcelado en Pamplona, que era la sede del cerebro de la sublevación —el general Mola— que había difundido unas contundentes instrucciones de eliminar sin miramientos a los tibios que no estuvieran dispuestos a apoyar la sublevación, equivalía a una sentencia de muerte. Sin embargo, al ser la noticia periodística la última información que existe sobre el general Núñez de Prado y no haber aflorado prueba documental alguna que permita verificar su paradero vivo o su defunción, éste sólo puede ser declarado oficialmente en estado de desaparecido. Pero, si el general no fue objeto de abducción ni sometido a un proceso de sublimación y desaparición espontánea.
Supuesto que en el viaje por carretera de Zaragoza a Pamplona no sufrió daño irreparable y fue depositado en San Cristóbal, cabría esperar que fuera sometido a juicio sumarísimo y fusilado, procedimiento que, por su naturaleza, siempre deja algún rastro documental, como son las actas de la sentencia y fusilamiento. Pero esta vía de investigación está cegada porque, como se ha comprobado, no se localiza en los archivos militares indicio alguno de ello, aunque no se puede descartar que el juicio se celebrara y se ocultara o se hiciera desaparecer la documentación relativa a la causa, una maniobra que tampoco sorprendería a nadie.
Es difícil imaginar, tanto que le dejaran escapar como que el general consiguiera evadirse y que, a salvo en algún lugar seguro, no hubiera dado señales de vida. Es también posible que enfermara y muriese, o que se resbalara en la ducha y recibiera un golpe mortal y tampoco se puede descartar que se suicidara, pero su fallecimiento en estas circunstancias seguramente no hubiera sido silenciado. Analizadas todas las posibilidades, sólo quedan dos: que entregado a alguna cuadrilla de no tan incontrolados asesinos fuera “paseado”, o que fuera sometido a un suicidio asistido en la cárcel, ambos actos, por supuesto, discretamente realizados y oportunamente silenciados.
Finalizada la guerra, su viuda Aurora Bermejo inició un auténtico peregrinaje tratando de determinar el estado legal de su esposo para, confirmada su desaparición o muerte, poder solicitar la pensión de viudedad, pero no lo consiguió. El Ejército, que siempre ha atendido a sus viudas de manera ejemplar, no cumplió con ésta, a la que entretuvo mareándola con respuestas e interminables trámites incoherentes y carentes de interés.
Hubo altas instancias militares que llegaron a poner por escrito que el general Núñez de Prado “podía haber fallecido en zona nacional” o “que debió ser juzgado en algún consejo de guerra” o “que se le suponía ejecutado”, pero en ningún caso facilitaron a la viuda datos concretos y menos aún el certificado que necesitaba.
Por la correspondencia que mantuvo su viuda con los distintos estamentos militares y éstos entre sí, se aprecia que todos miraron hacia otro lado en una especie de conspiración de silencio para ocultar la ominosa desaparición del general.
La actitud de la cúpula militar aparentando no tener conocimiento de la suerte que pudo haber corrido un prisionero tan relevante como el general Núñez de Prado, la falta de un procedimiento penal, la evaporación de cualquier prueba (como ocurrió en la muerte del general Balmes en Las Palmas) y, sobre todo, el silencio culposo exhibido para eludir la responsabilidad de su desaparición, son indicadores que no deben ser ignorados y que llevan a la conclusión de que el caso del general Núñez de Prado puede ser considerado como uno de los primeros crímenes de los sublevados.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico del Ejército del Aire; Archivo General Militar (Segovia); Archivo Histórico Nacional de Salamanca, Masonería; Archivo General Militar de Ávila; Archivos Territoriales: Primero (Madrid), Tercero (Barcelona) y Cuarto (La Coruña); Archivo Dirección General de Instituciones Penitenciarias y Archivo Municipal de Montilla.
Anuario Militar de España, años 1910-1936; J. Gomá, Historia de la Aeronáutica Española, vols. I y II, Madrid, Editorial Prensa Española, 1946 y 1951; J. Salas Larrazábal, La guerra de España desde el aire, Barcelona, Ariel, 1970; G. Cabanellas, Cuatro Generales, Barcelona, Planeta, 1977; VV. AA., Grandes vuelos de la aviación española, Madrid, Seminario de Estudios Aeronáuticos, Espasa Calpe, 1983; J. Pando Despierto, Historia secreta de Annual, Madrid, Temas de Hoy, 1999; I. Hidalgo de Cisneros, Cambio de rumbo, Vitoria, Editorial Ikusager, 2001; G. Nerín, Un guardia civil en la selva, Barcelona, Ariel, 2007; J. García Fernández, 25 militares de la República, Madrid, Ministerio de Defensa, 2011.
Cecilio Yusta Viñas