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Antoni Tàpies i Puig

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Biografía

Tàpies i Puig, Antoni, Marqués de Tàpies (I). Barcelona, 13.XII.1923 – 6.II.2012. Pintor.

Antoni Tàpies nació en el seno de una familia ilustrada barcelonesa. Su padre era abogado y su madre pertenecía a una familia de libreros y políticos catalanes muy enraizados en la ciudad. Aunque sus primeros estudios no estaban relacionados con las artes plásticas, con poco más de veinte años ya estaba vinculado a los primeros grupos artísticos de posguerra, con una primera inclinación hacia la figuración surrealista y definiendo, posteriormente, un estilo abstracto y matérico por el que se le ha reconocido como uno de los pintores españoles con más fuerza espiritual y proyección internacional.

Estudió en diferentes colegios de su ciudad natal.

En 1934 inició el bachillerato que continuó durante la Guerra Civil en el Liceo Práctico. Fue en esos años cuando empezó a dibujar de manera autodidacta.

Una dolencia pulmonar entre 1942 y 1943 le obligó a permanecer internado en los sanatorios de Puig d’Olena, Puigcerdà y La Garriga. Fue durante este período cuando aumentó su interés por el arte, realizando copias de Van Gogh y Picasso, entre otros.

Durante esta convalecencia, también se aficionó a la lectura y mostró inclinación por el romanticismo.

En 1944 emprendió los estudios de Derecho en la Universidad de Barcelona, que no acabaría, a la vez que asistía a clases de Dibujo en la Academia Valls y experimentó tímidamente con sus primeros cuadros matéricos, el collage y el grattage. En 1947 conoció al poeta Joan Brossa, un encuentro que fue clave en su posterior evolución. El crítico Sebastià Gasch publicó un primer artículo sobre su incipiente obra en la revista Destino y expuso en el Salón de Octubre de Barcelona. Con Brossa, Joan Ponç, Modest Cuixart, Joan Josep Tharrats y Arnau Puig —posteriormente se adhirió el poeta Juan Eduardo Cirlot— y la inspiración del poeta y cónsul brasileño en Barcelona, João Cabral de Melo, fundó el grupo Dau al Set, nombre a su vez de una revista, que fue pieza clave para vincular el arte catalán y español en general con las corrientes de vanguardia procedentes de Europa, sobre todo con el surrealismo. El grupo desapareció en 1954. Su primera exposición en Madrid fue en el Salón de los Once de 1949, seleccionado por Eugenio d’Ors.

Pero fue en 1950 cuando tuvo su primera muestra individual, en las Galerías Laietanes de Barcelona, de la mano de Joan Brossa, que publicó un artículo en Dau al Set con motivo de la exposición. Su pintura era todavía figurativa y muy vinculada con la tradición surrealista y referencias muy directas a Joan Miró —a quien conoció personalmente en 1948—, a Paul Klee y a Max Ernst, sobre todo por la creación de espacios cerrados, oscuros y misteriosos. Ya por entonces había mostrado interés por las culturas primitivas, tendencia que en otros lugares de España también tenía influencia a través de la Escuela de Altamira, creada en 1949, a la vez que seguía con atención los últimos hallazgos de la física y del terrorífico uso de la bomba atómica y sus efectos en la apreciación de la realidad.

Gracias a una beca del Gobierno francés, entre 1950 y 1951 se instaló en París, donde vivió de cerca los debates en torno a la figuración, la abstracción y el realismo social frente a un individualismo libre de todo compromiso jerárquico. En su obra también quedó constancia el interés que mostró por las texturas de los cuadros de artistas como Jean Fautrier y Jean Dubuffet, además de su descubrimiento de Brassaï, cuyas fotografías de graffitis callejeros y anónimos realizados en las paredes tendrían un evidente vínculo con su obra posterior. Esta etapa parisina sirvió también para tomar perspectiva sobre la situación política española y realizar algunas obras de tinte social. Aprovechando su estancia, visitó a Pablo Picasso en su estudio de Grands Augustins.

En 1953 se casó con Teresa Barba, fecha en la que realizó un viaje a Nueva York que marcó su trayectoria y donde expuso con Martha Jackson, galería con la que se mantendrá vinculado hasta la muerte de ésta. Este viaje no sólo sirvió para presentar su obra en lo que se acabaría convirtiendo en el gran centro del arte internacional, sino que supuso conocer directamente a los expresionistas abstractos, la gran corriente de las décadas de 1950 y 1960. Aunque reconoce que, por edad, está más cercano a los poetas de la Beat Generation, Franz Kline y Mark Tobey, sobre todo, son los artistas que más le interesaban, a pesar de que ya conocía, gracias a Michel Tapié, las obras de Pollock y Clyfford Still. A través de Tobey, cuya obra descubrió en el Museo Whitney de Nueva York, confirmó su incipiente interés por la cultura Oriental, inclinación que compartía con Robert Motherwell, otro de los grandes nombres del expresionismo abstracto neoyorquino. Este aspecto ha sido capital en la pintura de Tàpies, cuya inclinación por la religión y lo sagrado es una constante en su obra. De hecho, en 1967 realizó los decorados para Semimaru, una pieza de teatro Nô, forma de escenificación tradicional japonesa del siglo xiv.

Tàpies siempre defendió que su pintura es un medio para la meditación. La cruz es un elemento pictórico que aparece en pinturas de 1954, un signo que le produce alegría cuanto lo pinta en el lienzo, según su propia expresión. “El interés por la filosofía oriental nació de mi deseo de conocer el mundo científico. La vía científica, aunque parezca una paradoja, me despertó las inquietudes del orden espiritual muy paralelas a las filosofías del Extremo Oriente”, confesó en una larga entrevista con Manuel Borja-Villel. La utilización de la “X” tiene el doble significado de la afirmación, del misterio y la incógnita, sabedor además de que, aún siendo un signo muy sencillo y gestual, confiere al cuadro una gran fuerza. De otra parte, Tàpies ha aceptado su interés por el arte románico por su carácter mágico y comunicativo y por su capacidad, según encontró en las pequeñas capillas románicas, para invitar a la trascendencia a quien las contempla, tendencia que comparte con el Grupo de Taüll, que funda junto a Cuixart, Jaume Muixart y Josep Guinovart, entre otros.

Salvando su exposición individual en la Galería Biosca de Madrid, en el año 1953, momento en el que además conoce al poeta Vicente Aleixandre, su carrera está centrada sobre todo en ámbito internacional.

Ese mismo año es premiado en la II Bienal de São Paulo y, en 1954, participa en la XXVII Bienal de Venecia y es elegido para la exposición Reality and Fantasy celebrada en el Walker Art Center de Mineapolis. En 1955, durante un viaje a París, conoce al poeta y crítico Édouard Jaguer, que lo incluye en la exposición Phases de l’art contemporain en la Galerie R. Creuze, pero sobre todo toma contacto con el crítico Michel Tapié, con el que mantiene una fructífera relación. En 1951, Tapié publicó un manifiesto muy radical contra las formas academicistas aparecidas en el París de posguerra y propuso desvincular el arte de cualquier sumisión política, algo que a Tàpies interesó mucho por su afirmación de la individualidad y por preconizar un artista nuevo que se busca un territorio desconocido, y que expresó en su libro Un Art Autre. Con este mismo título, Tapié promueve, en 1957, una exposición en la Galería Gaspar de Barcelona en la que se da a conocer en España la obra de Pollock, Kline, Dubuffet, Fautrier y Fontana, artistas con los que Tàpies ya había coincidido, un año antes, en la muestra Recent Abstract Painting en la Whitworth Art Gallery de Manchester.

Pero, además, con Tapié le unía otro hecho capital: la figura de Antoni Gaudí, por la que el teórico francés sentía pasión, la misma que el Tàpies de la década de 1950, precisamente por su afán de trascendencia y mística que, bajo su punto de vista, aportaba el arquitecto, además de un aspecto más “material”, como era el uso de elementos de desecho en sus construcciones, desde el empleo de maya de un somier a su célebre “trencadís” (o racholas rotas) para revestir superficies con mosaicos irregulares.

Tapié publicará, en 1954, Antoni Tàpies et l’ouvre complète. Este momento coincide con su primera exposición individual en París, en la Galerie Stadler, donde presenta las pinturas matéricas que dominan todo este periodo y que definirán su lenguaje posterior y un distanciamiento de lo que él denominaba “arte comercial”.

Para entonces, la obra de un Antoni Tàpies con los treinta y cinco años recién cumplidos había interesado a reconocidos especialistas y poetas, como fue el caso de Roland Penrose, Jacques Dupin o Juan Eduardo Cirlot, a la vez que las autoridades culturales españolas, todavía reacias a abrir el arte nacional a las nuevas corrientes internacionales, reconocen la indiscutible aceptación de la obra de Tàpies en los grandes centros mundiales del arte. En ese contexto, es elegido para participar en la XXIX Bienal de Venecia, de 1958, y es galardonado por el Premio de la UNESCO, además de conocer a Luigi Nono, Emilio Vedova, Alberto Burri o a Marcel Duchamp, que era el presidente del jurado del certamen. A la vez que su trayectoria internacional prosigue con una exposición en la Galería Martha Jackson de Nueva York; conoce a pintores como Franz Kline, Willem de Koonig, o Robert Motherwell; es seleccionado para la II Documenta de Kassel (1959) y Michel Tapié le dedica la edición de una monografía, y en España Cirlot publica a su vez Tàpies, y Papeles de Son Armadans, revista que funda y dirige Camilo José Cela, le dedica, en 1960, un número, con textos de Giulio Carlo Argan, Pierre Restany o el propio Dupin, entre otros. Es un momento, en el que se debate sobre la irrupción del informalismo en la tradición pictórica española, incluso en el contexto de la Guerra Fría, al considerarse la aceptación de la obra de Tàpies como un triunfo de la influencia del expresionismo abstracto norteamericano, como sostenía la prestigiosa Dore Ashton, crítica de arte del The New York Times.

La década de 1960 supone el afianzamiento de Tàpies como uno de los artistas de referencia internacional, de un lado; de otra parte, estos años suponen la formalización y la depuración, si cabe, de su lenguaje pictórico. Él mismo reflexionará sobre su proceso creativo con la publicación, en 1970, de La práctica de l’art, una recopilación de sus textos y reflexiones.

En sus pinturas utiliza elementos no “nobles”, como un zapato, pelos, un pie o esas partes de cuerpo que el hombre rechaza. Se produce aquí una aceptación del lado sagrado, aquel que no puede ser entendido sólo en un sentido material y productivo.

A finales de la década de 1960, a la vez que su obra adquiere un carácter muy introspectivo, Antonio Tàpies muestra su preocupación por el compromiso cívico del artista y realiza obra de denuncia política, numerosos carteles y escribe muchos artículos sobre las obligaciones del arte en España. Es reclamado para participar en foros en defensa de la democracia en España, a la vez que su actividad expositiva es constante en Europa y Estados Unidos. Desde 1967 trabaja con la Galería Maeght, relación que se prolongará durante muchos años. Obtiene el Premio Rubens en 1972, en la ciudad alemana de Siegen, y el del British Arts Council en 1974 con motivo de la Exposición Internacional del Grabado. En 1976, se inaugura una retrospectiva en la sede la Fundación Maeght de Saint- Paul-de-Vence.

En 1978 publica el libro autobiográfico Memoria personal y prosigue su colaboración con poetas en la edición de libros de bibliófilo, con Pere Gimferrer (Antoni Tàpies y el espíritu catalán, 1974), Edmond Jabès (Ça suit son cours, 1975), Shuzo Takiguchi (Llambrec material, 1975), Rafael Alberti (Retornos de lo vivo lejanos, 1977), Octavio Paz (Petrificada petrificante, 1978), José-Miguel Ullán (Anular, 1981), Jean Daive (Tàpies, répliquer, 1978), Jorge Guillén (Repertorio de junio, 1980), J. V. Foix (L’Estació, 1984), José Ángel Valente (El péndulo inmóvil, 1982), publica el largo proyecto Llull-Tàpies (1985) iniciado en 1973 y realiza tres aguafuertes para el libro El árbol de la vida.

La sierpe (1989) con textos de María Zambrano. Su vinculación con los libros quedó recogida en la exposición Tàpies. Escritura material. Libros, celebrada en La Casa Encendida en 2003.

La década de 1970 supone un reconocimiento de su obra. Especialistas e historiadores del arte le dedican estudios monográficos, como los de Alexandre Cirici, Sebastià Gasch, Vera Linhartova, Mariuccia Galfetti, Pere Gimferrer, Werner Schmalenbach, Georges Raillard o Roland Penrose a los que se sumarán más tarde los de Victoria Combalía, Barbara Catoir, Anna Agustí o Démosthènes Davvetas.

A mediados de ese decenio, Antoni Tàpies intensifica una actividad comprometida con la situación política española, que inicia su transición hacia la democracia.

En 1974 presenta en la Galería Maegh de París una serie de monotipos motivados por la ejecución del joven anarquista Salvador Puig Antich, un año más tarde realiza un cartel con el que se promueve una campaña en demanda de la abolición de la pena de muerte y colaboró con numerosas asociaciones cívicas, como el Comité de Artistas del Mundo contra el Apartheid (1983) o el cartel “Solidaridad con Bosnia” (1995). A partir de este momento, empezaron a realizarse las primeras retrospectivas de su obra. En la Fundació Maeght de Sait-Paul-de-Vence y en el Seibu Museum of Art de Tokio, ambas en 1976; una itinerante por todo Estados Unidos (1977), hasta que diez años después el Guggenheim de Nueva York le dedicó una gran muestra. La última de ellas, tuvieron lugar en el Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, en el año 2000, y el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, en 2004.

En la década de 1980 inicia la realización de esculturas públicas, algunas de las cuales fueran especialmente impactantes, como la pieza monumental en homenaje a Picasso instalada en Barcelona. En 1992, su escultura basada en un calcetín, de 18 metros, para el Salón Oval del Museo Nacional de Arte de Cataluña levantó una gran polémica, tras la cual el proyecto fue retirado. En 1990 coronó la sede de la Fundación Tàpies con la pieza Núvol i cadira. Fue precisamente con la creación de esta Fundación en el un edificio modernista de Domenech i Montaner con lo que Tàpies culminó la idea de crear un centro dedicado al estudio de su obra y del arte del siglo xx en general. Recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, que coincide con el momento en que empiezan a realizarse exposiciones de tesis sobre su obra, que arrojan nuevas lecturas más allá de las visiones cronológicas. Es el caso de las muestras Tàpies. Celebració de la mel, producida por la su propia Fundación, Comunicació sobre el mur y Tàpies. Tatuatge i el cos.

Su interés por reflexionar por los límites de la espiritualidad y el dolor quedó plasmado en dos obras. La primera es Rinzen, pieza que presentó en el Pabellón Español de la XlV Bienal de Venecia, en 1993, y con la que ganó el León de Oro. La segunda es una “sala de reflexión” realizada en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en 1996. En 1989 fue elegido Académico de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ingresando en la misma en 1990.

En 2003 fue nombrado comendador de la Orden Nacional de la Legión de Honor por decreto del presidente de la República Francesa y recibe el Premio Velázquez de Artes Plásticas. En 2010 el S. M. el Rey le concedió el título de marqués de Tàpies. Falleció el 6 de febrero de 2012 en su casa de Barcelona.

 

Obras de ~: Porta metàl·lica i violí, 1956; L’esprit catalán, 1971; Assemblage amb graffitti, 1972; Creu I R, 1975 Núvol i cadira, Fundación Tàpies (Barcelona), 1990; Muro, 1881; Rinzen, 1993; Sala de reflexión, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), 1996.

Escritos: La práctica de l’art, Barcelona, Ariel, 1970; El arte contra la estética, Barcelona, Ariel, 1978; La realitat com a art, Barcelona, Laertes, 1982; Per un art modern i progresista, Barcelona, Empuries, 1985; “Cultura y modernitat”, en Revista de Catalunya, n.º 2, (1986), págs. 3-8; Art i espiritualitat. Barcelona, Universidad, 1988; La realidad como arte: por un arte moderno y progresista, Murcia, Comisión de Cultura del Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, 1989; Tàpies, Valencia, Rayuela D.L., 1992; Memòria personal, fragmento para una autobiografía, Barcelona, Empúries/Fundación Tàpies, 1993; Valor de l’art, Barcelona, Empuries, 1993; “Recordando a Guillén”, en Revista de Occidente, n.º 144 (1993), pág. 100; L’experiencia de l’art, Barcelona, Edicions 62, 1996; El arte y sus lugares, Madrid, Siruela, 1999.

 

Bibl.: M. Tapié, Antoni Tàpies, Barcelona, R. M., SADAG, 1959; J.-E. Cirlot, Tàpies, Barcelona, Omega, 1960; S. Gasch, Tàpies, Madrid, Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1971; V. Linhartova, Tàpies, Barcelona, Gustavo Gili, 1972; M. Galfetti, Tàpies. Obra gráfica 1947-1972, Barcelona, Gustavo Gili, 1973; P. Gimferrer, Antoni Tàpies i l’espirit català, Barcelona, Poligrafía, 1974; W. Schmalenbach, Antoni Tàpies. Zeichen und Strukturen, Berlin, Propyläen Verlag, 1974; G. Raillard, Tàpies, Paris, Maeght, 1976; R. Penrose, Tàpies, New York, Rizzoli, 1978; V. Combalía, Antoni Tàpies, Barcelona, Polígrafa, 1984; B. Catoir, Gespräche mit Antoni Tàpies, München, Prestel-Verlag, 1987; A. Agustí, Tàpies. Obra completa, 1943-1960, catálogo razonado, Barcelona, Fundació Antoni Tàpies, Polígrafa, 1989; G. Moure, Tàpies. Objetos del tiempo, Barcelona, Polígrafa, 1994; D. Davvetas, Tàpies, Paris, Cercle d’art, 1994; M. Borja-Villel, El tatuaje y el cuerpo. Conversaciones con Antoni Tàpies, Barcelona, Ediciones de la Rosa Cúbica, 2005.

 

Manuel Calderón Romero

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