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Bartolomé Bravo de Laguna

Biografía

Bravo de Laguna, Bartolomé. Gran Canaria, 1789 – ?, s. XIX. Militar y caballero Laureado de San Fernando.

Ingresó en diciembre de 1808, en clase de cadete, en el Regimiento Provincial de Telde, con el que combatió en la Guerra de la Independencia, formando parte del ejército de Extremadura y defendiendo la isla de León como agregado al Cuerpo de Artillería.

En 1809 alcanzó el empleo de teniente y en 1812, perteneciendo al batallón de Granaderos Provinciales de Canarias, se le concedió la licencia absoluta para retirarse del servicio.

De vuelta al servicio, pasó al Ejército del Perú intervino en 1823 en la batalla de Moquehua, en las filas del Regimiento de Cantabria.

Una vez en España pasó destinado al Regimiento de Borbón, con el que en 1835 participó en la defensa de Maestu entre el 30 de enero y el 3 de abril.

Maestu había sido fortificada en 1834, y en el mes de marzo quedaron encargadas de su defensa nueve compañías del Regimiento de Borbón, al mando del primer comandante Álvarez del Manzano; era entonces gobernador de la plaza el coronel Juan José de Caula.

El enemigo puso sitio a la plaza en varias ocasiones, pero su guarnición resistió bravamente. El 30 de enero de 1835 sufrió un primer ataque en presencia de don Carlos y dirigido por Zumalacárregui al mando de siete batallones, caballería y varias piezas de artillería, pero fue rechazado el asalto.

En el mes de febrero se produjo otro ataque de tres batallones, que se repitió el 7 de marzo; el más duro fue el que tuvo lugar el 3 de abril, en el que resultaron vencidos los carlistas tras doce horas de combate y después de haber hecho más de doscientos disparos de cañón.

El gobernador militar de Maestu, el teniente coronel Juan José Caula, relata así estas últimas acciones al general Fernández de Córdoba, comandante general de las Provincias Vascongadas: “El día 1.º del actual pasó por estas inmediaciones la facción navarro-alavesa ostentando su numerosa fuerza, que el mismo día traspusieron la sierra que conduce a la llanada de Álava; muy lejos estaba yo de persuadirme que este movimiento se dirigía contra Maestu; pero muy pronto salí de la duda: la parte de facción destinada al bloqueo desde el día 13 del mes pasado, lo estrechó, tomando tales posiciones que logró su intento: en este estado, y al favor de la noche sumamente tempestuosa por el mucho viento que soplaba, principiaron sus trabajos, que no fueron oídos por nuestros centinelas hasta pasada la una de ella: inmediatamente dispuse que en aquella dirección se hiciese fuego de fusilería para incomodarlos; amanecido que fue el día 2, ya tenían hecho un parapeto de tierra movediza, que los ponía a cubierto de nuestros fuegos a pesar de estar a medio tiro de fusil; probé igualmente tirarle algunos tiros de artillería; pero era también inútil: ellos continuaban adelantando sus trabajos sin poderlo yo impedir de manera alguna; mas conociendo su intento por los preparativos, que no podían menos de ser para colocar artillería, di por supuesta abierta ya la brecha, atendiendo a la debilidad de las tapias; a su consecuencia dispuse se hiciese con los elementos de que podía disponer una contrabrecha según la dirección que presentaba la batería enemiga, cuya operación desempeñó a toda mi satisfacción, como propio de su instituto, el capitán de zapadores José Luciano Campuzano, y se pasó este día y parte de la noche trabajando, así los enemigos como la guarnición.

Al amanecer del día 3 ya tenían los facciosos colocada su artillería, sostenida por los dos batallones del bloqueo, otro más y cien caballos que dejó la facción navarra a su paso.

”A tropas menos bizarras que las que componen esta guarnición, sin duda hubiera arredrado la gran superioridad de fuerzas y medios de ofensa de los contrarios; pero solo sirvió para aumentar el ardor y entusiasmo de todos los individuos que me glorío tener a mis órdenes: eran dadas las seis de la mañana, y aún el enemigo no había dado principio al ataque, y mandé lo hiciese nuestra artillería: a este fuego toda la guarnición prorrumpió en vivas a Isabel II, repitiéndolo en el instante en que el enemigo contestó con sus tres piezas a la vez; seguidamente nuestra fusilería lo hizo sobre la batería enemiga, y ya continuó el ataque sin intermisión de una y otra parte hasta las seis y media de la tarde. La bala rasa nos hacía mucho destrozo en los parapetos, y las granadas en lo interior de la población: a esta perspectiva ruinosa desplegó nuestra tropa un valor y decisión incomparable; vitoreaban a nuestra Reina, a proporción que el peligro era mayor, de suerte que se disputaban el sitio que el cañón enemigo dejaba derribado, para ponerse a pecho descubierto a dirigir sus tiros, mientras otros levantaban a sus compañeros de entre los escombros.

”Los enemigos redoblaban sus fuegos; pero nuestros valientes, siempre impávidos, contestaban con una serenidad indecible, y corrían en pos de las granadas, que lograban apagar, pues hasta este estado llegó su intrepidez, y las presentaban al enemigo provocándolo y convidándolo a que entrase por los boquetes que tenían abiertos: este valor sin igual presagiaba el triunfo; a las cinco de la tarde, después de todos sus esfuerzos, hubieron de abrir brecha, no pudiendo lograrlo antes, a pesar de la debilidad de las tapias, a causa del incesante fuego de las tres compañías destinadas a la defensa, que impidieron el que acertasen tres tiros en un mismo punto. Llegó la noche, y el enemigo no intentaba practicar la brecha, y se pasó con la mayor vigilancia sobre la contrabrecha que se perfeccionó durante la noche, haciendo otros trabajos que eran muy del caso para resistir un nuevo ataque, como era de esperar, y tanto deseaban nuestros valientes.

”Amaneció el 4, y noté que no existía la artillería enemiga ni la facción: inmediatamente mandé que la compañía de zapadores con otra de infantería fuesen a destruir la batería, lo que verificándolo con premura, a causa de haberse vuelto a presentar la facción navarra que marchaba hacia Onraita, quedando los que bloqueaban ocupando los mismos puntos que no abandonaron hasta la llegada de V. E. Nuestra pérdida en esta gloriosa defensa consiste en un sargento y dos soldados muertos de bala de cañón, dos heridos y seis contusos de bala de fusil; la del enemigo en un oficial, cuatro artilleros y cuatro paisanos muertos, y 27 heridos que llevaron al pueblo de Apellániz.

”Yo, Excmo. Sr., que constantemente he permanecido en el punto atacado, he visto con admiración el valor con que se han portado estos valientes. Todos son dignos de recompensa, particularmente los individuos de las tres compañías de Borbón, destinadas a la defensa, los artilleros y compañía de zapadores; pero faltaría a la justicia si no recomendase a V. E., como recomiendo, al valiente capitán graduado de teniente coronel de la 3.ª compañía D. Antonio Frías, y al subteniente de la misma D. Ambrosio Álvarez, al teniente D. León González, y al sargento 1.º con grado de subteniente de la misma D. Santos Pierriahini; a los subtenientes de la 4.ª compañía D. Ramón Vázquez, y al intrépido D. Pío Aces, al sargento 2.º de la 6.ª compañía Mariano Fraile, y al soldado de la 3.ª compañía Mariano Calvo; también es muy digno de la consideración de V. E. por el valor con que se portó en dicho día el subteniente de celadores de Álava D. José Entrena.

Todo lo que participó a V. E. para que se digne proponer las recompensas que juzgue oportunas”.

Como consecuencia de todo lo anterior, el 15 de abril, el general Luis Fernández de Córdoba daba parte al ministro de la Guerra de los siguientes hechos: “Según anuncié a V. E. en mi oficio del 5, a las doce de aquel mismo día salí de esta ciudad [Vitoria] con el objeto de salvar la guarnición de Maestu, haciendo al mismo tiempo una falsa demostración por el camino de Salvatierra, la cual alucinó al enemigo, que se hallaba en fuerza sobre la sierra, y le hizo bajar los puertos con toda su caballería, de suerte que pude yo ganar a Maestu por caminos desusados, sin el menor contratiempo, y poniendo en precipitada retirada a los batallones rebeldes que habían quedado en Apellániz y Mecha, bloqueando el expresado punto, los que advertidos como siempre de nuestros movimientos, se replegaron unos por Bernedo y los otros por Ornaita. Yo llegué al fuerte a las dos y mi retaguardia a las cuatro de la mañana.

”Acabé de emplear el día en destruir las obras del fuerte y del castillejo contiguo, y en evacuar los almacenes de víveres, municiones y demás efectos, los que así como la artillería, los enfermos y hasta el proyectil mismo arrojado por el enemigo, cargué en las pocas acémilas que llevaba, y entre la tropa que se prestó gustosa a este penoso servicio”.

El día 7 de abril, el general Fernández de Córdoba publicaba la siguiente orden general alusiva a los defensores de Maestu: “La guarnición de Maestu se ha hecho digna del aprecio de la Reina nuestra Señora, de la admiración y gratitud de la patria.

”Durante 15 meses de continuo sitio o bloqueo ha visto estrellarse contra sus débiles fortificaciones los perseverantes esfuerzos del enemigo, ha sufrido con heroica constancia las mayores privaciones y fatigas.

En completa incomunicación con todas partes, ha sacrificado a su Reina y a su patria todas las afecciones privadas del ciudadano; un solo desertor, un solo hombre débil o cobarde no ha empeñado la gloria de sus brillantes armas: la disciplina se ha conservado en toda su pureza: oficiales, sargentos y soldados, todos han rivalizado en bravura y decisión: todos se han hecho merecedores de que el ejército los conozca como el verdadero modelo de las virtudes que siempre le caracterizaron. Su noble ejemplo no puede dejar de excitar la admiración, y de hallar imitadores entre los militares españoles.

”Para hacer justo homenaje al relevante mérito de dicha guarnición hasta donde alcanza mi autoridad, y mientras imploro de S. M. las debidas recompensas, he resuelto: 1.º.- Dar las gracias en nombre de S. M. y del Excmo. Sr. General en jefe del ejército, al gobernador, señores jefes, oficiales, sargentos y tropa de la benemérita guarnición de Maestu, y que esta orden se publique en la general del ejército que opera en las provincias de mi mando, hasta que el Excmo. Sr.

General en jefe mande hacer extensiva a la de todo el ejército del Norte. 2.º.- Que el gobernador y los jefes de la guarnición me pasen con toda brevedad noticia de las personas y acciones más sobresalientes, para que recaiga sobre ellas la debida recompensa y estímulo. 3.º.- Que el primer día que formen las tropas de aquella guarnición con las que se hallan a mis inmediatas órdenes en la ciudad de Vitoria, y a presencia de su vecindario, pasen formadas en columnas con distancia por delante de todos los cuerpos, y que éstos, con las armas presentadas y banderas desplegadas, saluden a tan bizarros compañeros de armas a la voz de sus respectivos jefes por la aclamación de viva la guarnición de Maestu, honor a sus virtudes”.

Nombrado el general Valdés ministro de la Guerra y comandante general en jefe de los Ejércitos de Operaciones y Reserva, se dirigía a éstos desde Vitoria el 18 de abril de 1835, recogiendo el artículo 3.º de la orden general de dicho día las siguientes concesiones: “Quedan condecorados con la cruz de S. Fernando de segunda clase todos los oficiales, y con la de Isabel II los demás individuos de las guarniciones de Olazagoitia y Maestu, sin perjuicio de otras recompensas [...]”.

La concesión de esta cruz a todos los oficiales que participaron en la citada defensa fue muy polémica, ya que no se realizó el preceptivo juicio contradictorio, no obstante lo cual les sería concedida por Real Orden de 16 de mayo de 1840.

Poco más se sabe de su vida militar, únicamente que en 1837 se hallaba con licencia en Puerto Rico, donde continuaba en 1848.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), secc. 1.ª, leg. B-3657.

A. Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, t. I, Madrid, 1889, págs. 461 y 462.

 

José Luis Isabel Sánchez

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