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Gómez Suárez de Figueroa y Córdoba

Biografía

Suárez de Figueroa y Córdoba, Gómez. Duque de Feria (III). Guadalajara, 30.XII.1587 – Múnich (Alemania), 11.I.1634. Político, general y diplomático.

Era hijo de Lorenzo Suárez de Figueroa, que fue virrey de Sicilia y Cataluña, y de Isabel de Mendoza, hija de Íñigo López de Mendoza, V duque del Infantado.

Contrajo un primer matrimonio en 1607 —año en que heredó el título— con Francisca de Cardona y Córdoba, hija del duque de Sessa. Fallecida ésta, se casó en 1626 con Ana de Córdoba, hija de Alonso Fernández de Córdoba, V marqués de Priego; de este matrimonio nació Lorenzo Suárez de Figueroa que heredó el título, pero muerto en noviembre de 1634 a temprana edad, pasó a su abuelo materno, que descendía del III conde de Feria. Además de III duque de Feria, fue II marqués de Villalba, y I conde de Zafra.

Inició su carrera política desempeñando embajadas extraordinarias: a Roma en 1607 para prestar obediencia en nombre de Felipe III al nuevo papa, Paulo V, y a París en 1610 a dar el pésame a la reina María de Médicis por la muerte de Enrique IV y a cumplimentar al nuevo rey Luis XIII por su elevación al trono, pero sin orden de tratar de los matrimonios entre ambas casas reales que se negociarán más adelante.

El primer cargo de importancia fue el Virreinato de Valencia, en el que reemplazó al marqués de Caracena, figura clave durante la expulsión de los moriscos y los inicios de la repoblación. Tomó posesión el 18 de noviembre de 1615 y permaneció en Valencia hasta el 16 de julio de 1618, en que se embarcó para Milán. Durante su virreinato continuó la política de fuerza aplicada por Caracena contra el bandolerismo nobiliario y las bandositats. Consiguió consolidar la pacificación del Reino e incluso colaboró activamente con el virrey de Cataluña, duque de Alburquerque, en la persecución del bandolerismo catalán en auge por entonces. Promulgó un edicto contra los gitanos (1616), dándoles quince días para abandonar el Reino, y promulgó ordenanzas para las cárceles reales.

Su primer mandato como gobernador de Milán (1618-1626) supuso su consagración como gran político, y estuvo ligado al problema de la Valtelina. Se trata de los valles del Adda y la Egandina que constituyen una vía de comunicación clave para la Monarquía Hispánica entre la Lombardía y el Tirol, en particular después del cierre del “camino español” por el Ródano, pero también lo era para Francia y Venecia, a las que unía a través de Suiza. Su población católica estaba sometida a los Grisones, de religión protestante.

En 1603 el conde de Fuentes había construido el poderoso fuerte de su nombre en la salida del valle hacia el lago Como, que protegía la Lombardía y amenazaba a los Grisones. En julio de 1620 los católicos de la Valtelina se levantaron contra sus señores protestantes de los Grisones y pidieron ayuda a España. Feria actuó de inmediato, enviando sus tropas a la Valtelina y estableciendo una serie de fuertes, en un momento en que ni Francia ni Venecia podían apoyar a sus aliados los Grisones. El duque presionó al Gobierno para que no se cediera a la presión francesa pero no pudo impedir que por el tratado de Madrid (abril de 1621) se devolviera el territorio a los grisones, que deberían conceder una cierta autonomía a los católicos de la Valtelina. No obstante, el tratado no llegó a aplicarse y Francia y España negociaron un nuevo acuerdo (Aranjuez, 1622) por el que se cederían los fuertes a las tropas papales mientras se llegaba a un entendimiento definitivo. En 1623, una vez superados sus problemas internos, Richelieu firmó un acuerdo con Saboya y Venecia para expulsar a los habsburgo de la Valtelina e imponer las pretensiones de Saboya en Génova y el Monferrato. En noviembre de 1624, un ejército franco-suizo marchó a los Grisones para recuperar la Valtelina; las tropas papales fueron expulsadas del territorio y sólo resistió la fortaleza de Riva, donde el duque de Feria había instalado una guarnición española. Las peticiones de ayuda del gobernador de Milán tropezaron con la reticencia de Olivares, que prefería no enfrentarse a Francia y solicitó la mediación papal. No tuvo éxito, y en marzo de 1625 el ejército franco-saboyano atravesó el neutral Monferrato y atacó la república de Génova, sitiando la capital. Su caída hubiera significado un golpe enorme en el sistema imperial español, al cortar las comunicaciones de la Península con Milán.

La respuesta española no se hizo esperar, y el marqués de Santa Cruz por mar, y el duque de Feria por tierra, levantaron el cerco de Génova. Francia abandonó a sus aliados y firmó con España el tratado de Monzón (1626) por el cual ambas partes se comprometían a retirar sus tropas y se reconocía autonomía política y libertad religiosa a la Valtelina bajo la soberanía de los Grisones. Nada se aclaraba sobre los derechos de paso.

En los años siguientes permaneció Feria en la Corte y, aunque opuesto como otros Grandes al control que Olivares ejercía sobre Felipe IV, defendió durante bastante tiempo en el Consejo de Estado la política de dureza propugnada por el conde-duque frente a las Provincias Unidas. En efecto, la presencia en Madrid de Ambrosio Spinola tenía como objetivo convencer al Rey de la necesidad de llegar a un acuerdo con las Provincias Unidas; política apoyada también por la archiduquesa Isabel, gobernadora de los Países Bajos.

Olivares era partidario de mostrar firmeza con la esperanza de que con la ayuda militar del Emperador podría obligar a los holandeses a aceptar una paz que mejorara, desde el punto de vista español, las condiciones de la Tregua de los Doce Años. Sin embargo, la angustiosa situación económica y militar de 1629, caracterizada por la pérdida de la flota de Nueva España y la nueva invasión francesa del Monferrato, obligó a un cambio de prioridades: para poder hacer frente a la amenaza francesa en Italia se autorizó a la archiduquesa a firmar un acuerdo con los holandeses.

Como señala Elliott, Feria “se había mostrado en todo de acuerdo con el Conde-duque hasta sucumbir a los halagos de Spinola”. En este momento se produjo una nueva tanda de nombramientos, recibiendo Spinola el de gobernador de Milán, en lugar del fracasado Gonzalo Fernández de Córdoba, y Feria el de virrey de Cataluña; Olivares se deshacía, así, de dos consejeros que no controlaba, si bien es cierto que ambos podían resultar más útiles en puestos militares.

Juró el cargo de virrey de Cataluña el 11 de junio de 1629, puesto que ya había ocupado su padre entre 1596 y 1602, y lo desempeñó hasta octubre de 1630.

El envío de Feria estaba ligado al proyecto, pronto desechado, de un ataque a Francia desde la frontera catalana que sería dirigido por el propio Felipe IV.

Eran momentos críticos para el Principado por la actuación del famoso bandido Serrallonga, a quien la presión de Feria obligó a cruzar los Pirineos, y por la política de Olivares para lograr la aceptación de la Unión de Armas en un momento en que las necesidades financieras de la guerra de Mantua y la captura de la flota por Piet Heyn lo hacían muy necesario.

Olivares deseaba presionar a las dos instituciones más ricas y poderosas del Principado: la Diputación y el Ayuntamiento de Barcelona. Se pensó en poner de nuevo en vigencia el decreto exigiendo a Barcelona el pago de los quints —quinta parte de sus rentas—.

Para doblegar a la Generalitat se estudió la posibilidad de quitarle la administración de los condados del Rosellón y la Cerdaña, a pesar del informe en contra del regente del Consejo de Aragón, Salvador Fontanet. La tensión entre Perpiñán y Barcelona, enfrentadas por la pretensión de la primera de cobrar impuestos a los suministros de carne que iban hacia Barcelona, y que amenazó con desembocar en enfrentamiento armado, dio ocasión a Feria para presionar a las autoridades del Principado con la amenaza de que Felipe IV accediera a la separación de los condados del Rosellón y la Cerdaña.

No concluyó su virreinato en Cataluña, ya que tuvo que partir hacia Italia para hacerse cargo, de nuevo, del gobierno de Milán a la muerte de Ambrosio Spinola.

Su llegada coincide con el final de la guerra de Mantua, desastrosa para los intereses españoles; Feria sólo pudo intervenir corrigiendo ciertas ambigüedades de la redacción del tratado de Cherasco firmado el 6 de abril de 1631. Al año siguiente, se decidió enviar al cardenal-Infante don Fernando a Flandes, junto con el duque de Feria, al frente de un gran ejército. La gestación del proyecto fue laboriosa y el duque consiguió convencer a Madrid de la necesidad de constituir un poderoso ejército de veinte mil soldados de infantería y cuatro mil de caballería con que poder recuperar Alsacia, defender el Franco-Condado y, en definitiva, garantizar el paso del cardenal-Infante a Flandes. En abril de 1633, don Fernando embarcaba en Barcelona camino de Génova. A comienzos de julio, el ejército estaba casi listo, pero costó conseguir del emperador Fernando el permiso para que atravesara Austria; la amenaza sueca sobre Constanza y Breisach le decidieron finalmente a autorizarlo. El cardenal-Infante debía permanecer en Milán mientras Feria acudía en socorro de Breisach con el apoyo de tropas alemanas al mando del lugarteniente de Wallenstein, Aldrigen.

El duque de Feria partió de Milán el 22 de agosto de 1633 con un ejército compuesto por unos ocho mil infantes y mil trescientos jinetes. El itinerario hacia Alemania siguió el camino militar abierto durante su primera gobernación de Milán: por Como y la Valtelina, remontando el curso del río Adda, entraron en el Tirol, donde se le unieron tropas imperiales al mando del conde Aldringer. Desde allí, partieron hacia Constanza, ciudad asediada por el general sueco Horn, que liberaron a principios de octubre. Tras perseguir infructuosamente a las tropas suecas en retirada, continuó su avance por la orilla del Rhin ocupando numerosas poblaciones. La principal acción de guerra tuvo lugar en Rheinfelden, la única ciudad que se resistió y que tomaron al asalto el 17 de octubre, ejecutando a toda la guarnición por no haberse rendido.

Llegaron a Basilea, que les concedió libre paso y víveres. Se dirigieron entonces a su objetivo principal, levantar el asedio de Brisach, en Alsacia, importante paso del Rhin. Ante el ejemplo de Rheinfelden, los sitiadores levantaron el sitio y las tropas de Feria entraron victoriosas en la ciudad el 21 de octubre. Tras liberar la ciudad empezó la verdadera campaña de Alsacia. No pudo contar Feria con las tropas imperiales al mando de Aldringer, que tuvieron que regresar precipitadamente ante las noticias de que el ejército de Bernardo de Sajonia-Weimar, tras retirarse de Costanza, había avanzado por la orilla del Danubio y ocupado Ratisbona. Las tropas españolas tomaron varias localidades sin que los suecos se decidieran a presentarles batalla. A fines de octubre, Feria abandonó Alsacia y se dirigió hacia Baviera al objeto de apoyar a Maximiliano frente al ataque sueco, y de retirar sus tropas agotadas a cuarteles de invierno. Por desgracia, una epidemia de tifus las diezmó, y el propio general, enfermo, tuvo que dejar el mando y retirarse a Múnich, donde murió en los primeros días de 1634. Los éxitos de la campaña se vieron, sin embargo, frustrados por la ocupación francesa de Nancy, en Lorena, lo que significaba el bloqueo del camino español tan laboriosamente mantenido abierto. Tampoco pudo el duque de Feria asistir al triunfo del cardenal-Infante frente a los suecos en Nördlingen (6 de septiembre de 1634), en su desplazamiento triunfal a Flandes.

Como es sabido, la derrota sueca empujó a Richelieu a implicar a Francia abiertamente en la guerra.

La campaña de Alsacia de 1633 tuvo su reflejo en el programa iconográfico del Salón de Reinos, como respuesta directa del conde-duque a las acusaciones de que la reputación de los ejércitos españoles estaba decayendo. Los triunfos del duque de Feria en Constanza, Rheinfelden y Breisach merecieron cuadros —los dos primeros obra de Vicente Carducho y el último de Leonardo Jusepe— que, como apostilla Elliott “resultarían más duraderos que las victorias en ellos celebradas”. No obstante, los contemporáneos tuvieron en alta consideración la capacidad política y militar del duque de Feria y sintieron su pérdida en un momento en que la desaparición de importantes figuras hizo lamentarse a Olivares de la falta de “cabezas”.

 

Bibl.: P. Marrades, El camino del imperio. Notas para el estudio de la cuestión de la Valtelina, Madrid, Espasa Calpe, 1943; A. Van der Essen, Le Cardinal-Infant et la politique européenne de l`Espagne 1609-1641, Bruxelles, Editions Universitaires- Les Presses de Belgique, 1944; J. Reglà, Els Virreis de Catalunya, Barcelona, Vicens-Vives, 1956; J. Mateu Ibars, Los virreyes de Valencia. Fuentes para su estudio, Valencia, Ayuntamiento, 1963; G. Parker, El Ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659, Madrid, Revista de Occidente, 1976; J. H. Elliott, La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España (1598-1640), Madrid, Siglo XXI, 1977, págs. 237-239; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984; Q. Aldea Vaquero, “Introducción”, en España y Europa en el siglo xvii. Correspondencia de Saavedra Fajardo, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1986, págs. LVIII-LXXIV; J. H. Elliott, El conde-duque de Olivares. Un político en una época de decadencia, Barcelona, Crítica, 1990; S. García Martínez, Valencia bajo Carlos II, Villena, Ayuntamiento, 1991, págs. 133-136.

 

Rafael Benítez Sánchez-Blanco

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