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Francisco Suárez

Biografía

Suárez, Francisco. Granada, 5.I.1548 – Lisboa (Portugal), 25.IX.1617. Jesuita (SI), teólogo, filósofo, jurista, polemista.

Francisco Suárez era el hijo menor del abogado Gaspar Suárez de Toledo y de su mujer Antonia Vázquez de Utiel. Siguiendo la tradición de su padre, se trasladó a Salamanca para estudiar leyes. Efectivamente, en 1561 se inscribió como estudiante de Derecho en la Universidad salmantina, en cuyos claustros seguían resonando los ecos de las enseñanzas de Vitoria continuadas por sus discípulos. El joven estudiante va a cambiar el rumbo de su vida impresionado por la ardiente predicación del jesuita P. Juan Ramírez en la Cuaresma de 1564. En este año, y no sin ciertas resistencias por parte de quienes no veían claras las cualidades intelectuales del joven solicitante, fue admitido como novicio en Medina del Campo. Prosiguió luego, hasta el año 1570, su ciclo de estudios en el colegio que tenía la Orden en Salamanca, completando su formación en filosofía, teología y derecho.

Si Suárez ingresó en la Compañía con reticencias sobre su capacidad intelectual, es tradición bastante autorizada que en estos años de estudios se produjo la sorpresa de que aquel estudiante de comprensión lenta se acabó convirtiendo en el alumno más destacado de la clase. De ahí que se le encomendara la tarea de ayudar a los alumnos que encontraban dificultades en seguir las clases regulares. Muy pronto pasó al colegio de Segovia parta impartir cursos de filosofía. En esa ciudad, se ordenó sacerdote en 1572. Desde allí, con breve estancia en Ávila como profesor de teología, pasó a Valladolid. En el Colegio jesuítico de esta ciudad, de 1576 a 1580, en sus lecciones teológicas se dedicó a comentar la I parte de la Suma de Santo Tomás, iniciando así una línea clara de su trayectoria intelectual que, por otra parte, estaba en la línea doctrinal recomendada por los superiores de la Orden, línea que el Eximio siguió con honestidad intelectual, aunque esta honestidad no le impedía distanciarse del Aquinate, cuando Suárez estimaba que el rigor de la razón así lo exigía. En el año 1580, su vida apacible de profesor en diversos colegios de ciudades de Castilla experimentó un cambio muy importante: fue llamado para ejercer de lector de teología en el Colegio Romano de Roma, antecedente de la Universidad Gregoriana. Como es sabido, se trataba de un centro cuidado con especial esmero por la Compañía. Esto, entre otras exigencias, implicaba que sus profesores debían seleccionarse con toda cautela. Esto conduce a una conclusión obvia: Suárez era considerado ya en 1580 como un destacado profesor de teología. En Roma permaneció hasta 1585 impartiendo diversos tratados de teología, de los que se conservan apuntes, algunos publicados y otros inéditos. El hecho de que a Suárez por parte de algunos de sus contemporáneos se le comenzase a llamar por aquellos años el “teólogo de la Gracia” lleva a pensar que entre otros temas tratados debió de destacar el De gratia, impartido en el curso académico 1582-1583. Académicamente el trabajo en el Colegio Romano tenía que resultarle agradable al granadino, porque agradable tenía que ser tener de compañeros de claustro al futuro cardenal Belarmino, con el que inició una duradera amistad, o al excelente matemático Cristóbal Clavio, por no hablar de humanistas como Torsellini u Orlandini.

También merece destacarse que tuvo entre sus discípulos a Mucio Vitelleschi, que fue superior general de la Compañía, o a un teólogo tan destacado como Leonardo Lesio. Pero el clima húmedo de Roma resultaba insano para su salud, aquejada de afecciones reumáticas y de peligro de tuberculosis. De ahí que en 1585 se tomara la decisión de trasladarlo a un clima más seco, buscando una ciudad donde siguiera brillando su docencia.

La elección recayó en Alcalá de Henares. Se resolvió el traslado intercambiando cátedra y residencia con otro jesuita ilustre, el P. Vázquez, cuyas relaciones con Suárez distaban mucho de ser cordiales. En Alcalá continuó su vida de docencia, simultaneada con la preparación de diversas obras para la imprenta. Como su salud no se acababa de recobrar, los superiores le dedicaron especiales cuidados, cuidados que no fueron bien vistos por el P. Vázquez cuando regresó a Alcalá desde el Colegio Romano, según se puede ver por la correspondencia de los dos religiosos con sus superiores.

Cabe, sin embargo, afirmar que Suárez no estaba a disgusto en Alcalá, de donde sólo se ausentó cuando así lo requirió la publicación de alguna de sus obras, por ejemplo, la impresión de las Disputaciones Metafísicas en Salamanca en 1597. Y es precisamente en ese año cuando el Rey Felipe II le comunicó su voluntad de que se trasladase a la universidad de Coimbra para hacerse cargo de la Cátedra de Prima de Teología.

Aunque Suárez se resistió, finalmente en ese mismo año 1597 hubo de trasladarse a Coimbra para hacerse cargo de la referida Cátedra. Fue recibido con reticencias debido básicamente a que, a pesar de su prestigio internacional, no estaba en posesión del título de doctor. Se buscó una honrosa solución al problema, que consistió en que la Universidad de Évora le otorguase el título por su actuación como padrino en el acto académico de doctorado del P. Gonzalo Luis, dejando de lado todas las otras formalidades requeridas en el procedimiento normal para conferir el título. Su estancia en Coimbra no le mantuvo ausente de la polémica De auxiliis que estaba levantando en España notable polvareda. Su intervención básica en dicha polémica la constituyó la publicación en 1599 de sus Opuscula theologica, en los que desarrolla y refuerza las doctrinas de Luis de Molina, por más que en algunos puntos las modifique. En los viajes que se vio obligado a hacer a España o incluso a Roma su sustituto en la cátedra fue el P. Cristóbal Gil, teólogo portugués por el que el Eximio tenía gran respeto intelectual, lo cual le permitía confiar en él. Su tarea docente se extendió hasta 1615, fecha de su jubilación y de su retiro a Lisboa, donde falleció el 25 de septiembre de 1617.

La comprensión de la figura prominente de Suárez exige situarlo en el contexto de la Europa y de la España de su momento. El ambiente de la Europa del xvi y xvii está muy lejos de la serenidad en el plano de la cultura: siguen sin encontrar acomodo algunas orientaciones del Renacimiento con sus inevitables consecuencias y, sobre todo, la conciencia religiosa y política sigue muy trabajada por los problemas derivados del luteranismo y otras posturas afines. Como es obvio, las repercusiones de esto serán de especial incidencia en el terreno de la teología, de la filosofía y del pensamiento jurídico-político, que son los campos sobre los que se proyecta de modo especial la figura de Suárez. España no sólo no puede ser ajena a esta situación, sino que su posición hegemónica recaba de ella un cierto protagonismo. Si este protagonismo en política correspondió a figuras como Carlos V o Felipe II, en el terreno de la cultura no dudaríamos en centrarlo en Salamanca y en los maestros que profesan en su universidad o que, formados en ella, llevan su impronta a diversas universidades de España y de Europa. Europa necesitaba una renovación, tanto de los problemas de los que debía ocuparse su pensamiento, como de su estilo de pensar.

La Escolástica clásica se había quedado desfasada y la “dialéctica” del xv era considerada como algo estéril.

Si se quiere ser fiel a la genuina Escolástica, se hace preciso renovar el elenco de problemas y, sobre todo, el método, tarea acometida con notable éxito por el pensador granadino, precedido por el magisterio de Vitoria, Cano, Soto, etc., en Salamanca.

Pero la figura de Suárez ha de mirarse también desde la perspectiva de la joven orden religiosa fundada por San Ignacio. Los jesuitas contaron muy pronto con notables teólogos y filósofos, Aunque Suárez sea la cumbre de todos ellos, no cabe olvidarlos porque de alguna manera le prepararon el camino. Así sucede con Toledo, Fonseca y Molina como figuras relevantes e influyentes en el Eximio.

Bien se puede decir que Suárez es el representante más destacado de lo que, con sentido generoso, cabría considerar como una escuela de pensamiento jesuítico. Si cabe hablar de perfiles de tal escuela, éstos son: un claro intelectualismo de inspiración aristotélica; un irrenunciable respeto a Santo Tomás, sobre todo en Teología; un cierto voluntarismo en el que habría resonancias desde Duns Escoto hasta los defensores de la libertad en el humanismo renacentista; a ello cabría sumar algo de pragmatismo, que habrá de ponerse de relieve en la casuística moral.

Suárez es para sus contemporáneos, por encima de todo, un teólogo que recibe de Santo Tomás su inspiración fundamental, sin que falten los Santos Padres, especialmente San Agustín, así como otros destacados escolásticos. No se comporta en su actividad teológica como un revolucionario o un rompedor, sino que, cuando lo considera necesario, actúa como un innovador, guiado siempre, como dice en la Admonitio al De verbo incarnato, por el amor de la verdad, poniendo la meta de su quehacer en la investigatio inventioque veritatis. Si el camino hacia le meta de la verdad le obligaba en algún caso a apartarse de la autoridad de los maestros consagrados, no le temblaba su pulso científico, sino que asumía con toda serenidad la justificación razonada de su posición personal, aunque ello le acarrearía en más una ocasión ser acusado de desviacionismo respecto del Aquinate. Siempre se defendía aduciendo que no buscaba la novedad, sino la verdad. El resultado de su prolongado trabajo (la teología contó con sus mejores esfuerzos por más de cuarenta años) es un sistema teológico armónico en el que lleva a cabo una síntesis de las principales doctrinas de los autores que le han antecedido en el tratamiento del tema. Su erudición asombrosa —a veces se diría que excesiva— no oculta las líneas que conforman la estructura del sistema. Son sus méritos los que le hicieron acreedor al calificativo de Doctor Eximio que la fue atribuido por la Sede Apostólica.

Sin embargo, por importante que haya sido, sobre todo durante su vida, la dedicación a la teología, parece tanto o más importante que este perfil, destacar otros dos de gran proyección en la cultura hasta nuestros días: Suárez como filósofo y Suárez como jurista. Como filósofo, Suárez es un metafísico, sin que esta afirmación haga olvidar que, aparte de su obra cumbre, Disputaciones metafísicas, es también autor de un tratado De anima, en el que, al tratar los problemas que se agrupaban bajo la rúbrica “psicología racional”, sigue casi siempre las líneas fundamentales de los grandes autores escolásticos. Nos ceñimos, pues, al Suárez metafísico. Y aquí hay que subrayar, como hacen todos los estudiosos, que la primera novedad proviene del replanteamiento metodológico. En efecto, frente al modelo medieval de hacer metafísica al hilo del comentario de los libros de la Metafísica de Aristóteles, teniendo que pagar un obligado tributo al desorden y repeticiones del Estagirita, el Eximio renuncia a tal comentario como método. En el proemio de la Disp. II, a la que cebe considerar como la principal y como la base de las cincuenta y cuatro que componen la obra total, se lee lo siguiente: “Para proceder con mayor concisión y brevedad, y para poder tratar las cosas con método apropiado, nos abstendremos de prolijas explicaciones del texto aristotélico, y consideraremos las mismas cosas de que se ocupa esta sabiduría con el método doctrinal y expositivo que mejor se acomode a ellas”. Esto no significa renunciar a Aristóteles, ya que a esas cincuenta y cuatro Disputaciones les precede un Index locupletissimus, un índice pormenorizado de todos los temas contenidos en los libros de la obra del Estagirita.

Él se dirige al examen de las cosas mismas, como dice en el mismo lugar. Cada una de la cincuenta y cuatro Disputaciones es una monografía sobre un tema fundamental de la metafísica. Si se acepta la frase manida de que Suárez es el último de los escolásticos y el primero de los filósofos modernos, hay que decir que todas las corrientes escolásticas desembocan en su obra como en un océano: agustinismo, tomismo, escotismo, ockhamismo; a todos se acude para exponer sus “sentencias”, que, una vez expuestas, son aceptadas o refutadas con procedimientos de rigurosa racionalidad. Es decir, se someten a análisis las opiniones de los autores importantes, para plantear luego su postura personal. Las Disputaciones, a la par que recogen la historia de todos los grandes tratadistas de la metafísica desde los griegos hasta los maestros de su tiempo, muy especialmente de los maestros salmantinos, constituyen una importante innovación en los tratados de metafísica, y ello no sólo por el método que en aquel momento merecería el nombre de revolucionario, sino también por las novedades contenidas en la obra, novedades que se van a proyectar en la filosofía moderna: replanteamiento del concepto objetivo de ser, una teoría de los modos bastante elaborada, la noción de acto virtual, la causalidad por resultancia, etc. Estos y otros temas son el motivo de que Heidegger haya podido escribir: “Suárez es el pensador que ha influido más fuertemente en la filosofía moderna” (Die Grundprobleme der Phänomenologie.

Frankfurt am Main, 1975, pág. 112). La extraordinaria talla filosófica de Suárez, especialmente en el campo de la metafísica, contó con reconocimiento casi general entre los estudiosos de esta disciplina. Este reconocimiento se echa de ver en la atribución al Eximio por parte de Heerboord y de otros autores del pomposo título de omnium metaphysicorum papa.

Otro destacado perfil de la figura de Suárez es el correspondiente a su pensamiento jurídico. Desde muy joven, en sus años de estudio en Salamanca, entró en contacto con el derecho, especialmente con el derecho canónico. Sin embargo, es casi seguro que, absorbido por sus preocupaciones teológicas y por la redacción de las Disputaciones, su dedicación específica a las cuestiones jurídicas se hace esperar hasta la madurez del granadino. Basta recordar que los temas básicos de su obra fundamental en este campo, De legibus ac Deo legislatore, no son objeto de su explicación hasta los primeros años del siglo xvii (1601-1602).

Y su publicación ha de esperar hasta 1612. Entre las obras que se pueden considerar complementarias de ésta, el De censuris había visto la luz en 1603, mientras que la polémica Defensio fidei se publicó en 1613.

Estos datos indican que las obras jurídicas deben de ser consideradas como uno de los frutos más logrados del talento y de la reflexión del Eximio. Por eso merece con toda razón un puesto de honor en la escuela jurídica salmantina. En las obras de pensamiento jurídico, especialmente en el De legibus, están presentes todos los grandes temas de este campo. Derecho privado, derecho público, derecho internacional, tanto en su consideración teórica como en su dimensión de aplicaciones prácticas, son objeto de su consideración.

Se discute la noción de ley, la ley eterna, la ley natural que tanto se empieza a discutir desde este momento. La tradición de la Escuela de Salamanca atrae la atención del pensador sobre el ius gentium y su vecindad con el derecho internacional. Tema de especial atención es el referente a la constitución del estado o, dicho con terminología de Hobbes y Espinosa, el paso del estado de naturaleza al estado civil.

Sugestiva es su presentación de la teoría de la comunidad como sujeto primero y natural de la autoridad, la cual, en conformidad con la tradición, trae su origen desde Dios. Asimismo, las relaciones y límites de la autoridad religiosa y la autoridad civil, como se verá al hablar de la Defensio fidei.

Otro aspecto que hace resaltar la figura de Suárez entre sus contemporáneos es su dimensión de polemista.

Puede decirse que él, de por sí, no era dado a la polémica, pero tampoco se retrae de ella cuando reclama su intervención la autoridad pontificia, como sucede en la polémica con Jacobo I o con los venecianos.

O también cuando cree que es una exigencia de conciencia para defender la verdad: tal sería el caso en su intervención en la polémica De auxiliis; algo semejante cabría decir de su doctrina sobre la limitación de la autoridad que sin suficiente fundamento se atribuía al Sacro Imperio, del que apenas quedaba nada en tiempo de Suárez. La Defensio fidei ocupa un lugar destacado en la actividad polemista de Suárez. La Santa Sede encontró en Suárez la pluma eficaz contra el regalismo de Jacobo I en Inglaterra, el cual seguía la línea inaugurada por Enrique VIII. La obra del granadino es una refutación de las doctrinas de Jacobo desde las más serias doctrinas teológicas y jurídicas. Se trataba de defender la libertad de conciencia como un derecho religioso y humano, referido directamente a la minoría católica de los súbditos del propio Jacobo I. La obra fue recibida en Inglaterra con un impacto tan negativo que fue condenada a la hoguera.

Desde la doble perspectiva teológica y filosófica adquiere notable relieve la intervención de Suárez en la polémica De auxiliis. Sus opiniones aparecen tanto en las Disputaciones como en diversas obras teológicas, muy concretamente en los Opuscula theologica publicados en 1599. Así tenía que ser, tanto por la necesidad de adoptar una noción de voluntad y de indiferencia activas, que sólo requiriesen de parte de Dios un concurso indiferente, como también por la necesidad de conciliar la libertad humana con la gracia divina enfrentándose con la doble noción de gracia eficaz y de gracia suficiente. En esta polémica, como es obvio, Suárez se pone de parte de su hermano en religión, el P. Molina, y se opone frontalmente al P. Báñez, cabeza del bando contrario que constituían los dominicos, con las tesis de la indiferencia pasiva y el concurso predeterminante.

Aunque las dos polémicas anteriores hayan sido las de mayor significado en el plano teórico y en el práctico, no fueron, sin embargo, las únicas. Así intervino también en las discusiones de la república de Venecia contra la Iglesia. Resultado de su intervención fue De immunitate ecclesiastica contra Venetos. Aires de polémica se pueden ver también en los volúmenes De Religione, en los que defiende la vida religiosa y muy especialmente la propia de la Compañía de Jesús. Y se dejan de lado ahora otras polémicas que parecen de menor monta.

No se puede olvidar, para finalizar, la vinculación de Suárez al Barroco. Vive en el contexto de la España barroca. Aunque Suárez se vale del latín para todas las obras que publica como resultado de su enseñanza y de su reflexión, ello no impide que su latín y sus formas de exponer y explicar tengan muchos ecos del Barroco.

No es Suárez un autor que destaque por su austeridad expositiva. Sucede más bien lo contrario, tanto en la búsqueda detallista de las opiniones que expone como en un latín, con frecuencia sobrado de recursos, que, a veces, más que ayudar, distraen al lector. A pesar de ello, hay que decir que hay constantemente un propósito de claridad, frecuentemente más logrado en el fondo que en la forma. Autor profundamente sistemático, pone en ejercicio un profundo rigor analítico que posiblemente se destaca de modo muy especial en las Disputaciones. Aunque ésta pueda ser, a juicio de muchos estudiosos, su obra más conocida, no debe engañarnos: es la obra de un teólogo que considera que sólo cabe un serio acceso a la teología si antecede una formación filosófica rigurosa y sistemática. Y todo ello ordenado y subordinado a las exigencias de la fe. Así lo hace constar en la advertencia “Al lector” que antecede a su obra metafísica: “Del mismo modo que es imposible que uno llegue a ser un buen teólogo sin haber sentado primero los sólidos fundamentos de la metafísica, así también pensé siempre, cristiano lector, en ofrecerte previamente esta obra diligentemente elaborada, antes de escribir los comentarios teológicos (algunos de los cuales ya vieron la luz [...]) Sin embargo, veía de día en día con total claridad en qué grado la teología divina y sobrenatural echaba de menos y exigía esta (ciencia) humana y natural, hasta tal punto que no dudé en interrumpir por un tiempo aquel trabajo comenzado, para conceder, mejor dicho, para restituir a la doctrina metafísica su lugar y su puesto [...] De tal manera desempeño en esta obra la función de filósofo, que tengo siempre, sin embargo, ante los ojos que nuestra filosofía debe ser cristiana y estar al servicio de la teología”.

 

Obras de ~: In tertiam partem divi Thomae. I, de Verbo Incarnato, Alcalá de Henares, 1590; In tertiam partem divi Thomae. II, Mysteria vitae Christi, Alcalá de Henares, 1592; Quaestio theologica utrum opera mortificata..., Salamanca, 1594; In tertima partem divi Thomae, III, De sacramentis in genere, Salamanca, 1595; Metaphysicarum Disputationum. Tomi duo, Salamanca, 1597; Varia opuscula theologica, Madrid, 1599; In tertiam partem divi Thomade, IV, de Poenitentia, Coimbra, 1602; De Censuris, Coimbra, 1604; De Deo uno et trino, Lisboa, 1606; De virtute et statu religionis, I, Coimbra, 1608; De virtute et statu religionis, II, Coimbra, 1609; Tractatus de legibus ac Deo legisalatore, Coimbra, 1612; Defensio fidei catholicae, Coimbra, 1613; De gratia, pars prima, De grartia, pars tertia Coimbra, 1619; De angelis, Lyon, 1620; De triplici virtute theologica, Coimbra, 1621; De opere sex dierum, De anima, Lyon, 1621; De statu religionis, III, Lyon, 1624; De religione, IV, Lyon, 1625; De ultimo fine hominis ac beatitudine, Lyon, 1628; De gratia pars secunda, Lyon, 1651; De vera intelligentia auxilii eficacis, Lyon, 1655.

 

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Sergio Rábade Romeo