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Luis de Benavides Carrillo de Toledo

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Biografía

Benavides y Carrillo de Toledo, Luis de. Marqués de Caracena (III). Valencia, 1608 – Madrid, 6.I.1668. Gobernador y capitán general del Milanesado y de los Países Bajos, consejero de Estado y de Guerra y presidente del Consejo de Flandes.

Nació en Valencia en 1608 donde su abuelo, Luis Carrillo de Toledo, I marqués de Caracena, conde de Pinto, señor de Inez, gentilhombre de Cámara de Felipe III, presidente del Consejo de Órdenes y consejero de Estado, ejercía el cargo de virrey. Su madre, Ana Carrillo de Toledo, hija primogénita y heredera de los títulos y honores de don Luis, había casado en 1606 con Luis Francisco de Benavides y Cortés, IV marqués de Frómista y caballero de Calatrava, matrimonio del que también nacerían sus dos hermanas, Isabel, que, casada con el VII conde Fuensalida, se convertiría en la garante de sus intereses en la corte durante sus largos períodos de ausencia de Madrid, y Ángela, que permanecería soltera. Sucedió en los títulos como V marqués de Frómista y III conde de Pinto.

Según informa el barón de Vueorden en sus memorias, Luis Benavides Carrillo de Toledo entró a formar parte del séquito del príncipe de Asturias, el futuro Felipe IV, en 1615 junto a Luis de Haro y con el conde de Fuensaldaña. Su sólida formación en las pautas de la cortesanía propias de la elite nobiliaria exigía asimismo un adiestramiento militar necesario para ponerse al servicio del rey en los numerosos cargos y oficios que requería el adecuado funcionamiento de una Monarquía compuesta por un complejo agregado de territorios y en permanente estado de guerra. En 1621 recibió el nombramiento como caballero de Santiago, orden en la que llegaría a alcanzar la máxima dignidad de caballero Trece y, con tan sólo veintiún años, se incorporaba al ejército real en el norte de Italia. Con su designación como capitán de caballería y maestro de campo en 1633 daba comienzo una fulgurante carrera militar que le desplazaría a lo largo de su vida a los principales frentes bélicos de la Monarquía. En efecto, al año siguiente, se puso al servicio del marqués de Aytona en el ejército de Flandes donde permaneció hasta el estallido de la guerra con Francia en 1635. Ese mismo año, y tras ser nombrado miembro del Consejo de Guerra por Felipe IV, volvía de nuevo al norte de Italia para ponerse a las órdenes del marqués de Leganés, gobernador del Milanesado, que le distinguirá con el cargo de maestre de campo y gobernador de la caballería gracias a su valeroso comportamiento en los sucesivos choques militares derivados de la presión conjunta de los ejércitos al servicio del rey de Francia y del duque de Saboya en Lombardía. La muerte en 1637 de Vittorio Amadeo de Saboya permitió al marqués de Leganés pasar a la ofensiva y lograr importantes triunfos como la toma de la fortaleza de Trino, cuyo éxito se debió a la decidida acción del marqués de Caracena. Menos fortuna tuvo el nuevo intento de asediar la estratégica plaza de Casale donde Luis de Benavides Carrillo de Toledo recibió una grave herida de mosquete. Además de su activa vida militar, el marqués de Caracena lograría acceder al Consejo Secreto, principal órgano consultivo en la toma de decisiones del gobierno de Milán, lo que le permitió adquirir una importante experiencia política junto al nuevo gobernador, conde de Siruela, y mantener un contacto directo con algunos de las principales figuras políticas del ducado como el conde Bartolomé Arese o el cardenal Teodoro Trivulzio.

La caída de Olivares y la sustitución del conde de Siruela por el marqués de Velada en el gobierno del ducado de Milán se concretaron en un nuevo cambio de destino. Caracena volvió a dirigirse a los Países Bajos donde no tardaría en convertirse en capitán general de la Caballería del ejército de Flandes, puesto que constituía un importante paso previo para lograr su futura promoción en la cúspide del Estado de Milán. No hay que olvidar que la circulación de las elites políticas y militares en el seno de la Monarquía se caracterizaba por el cumplimiento de un riguroso cursus honorum que se constituía en uno de los principales mecanismos de cohesión de tan heterogéneos territorios y en una palanca de promoción personal y de establecimiento de lazos y redes de relación familiares que aseguraban una adecuada difusión de valores y pautas de comportamiento comunes así como de formas de gobierno y de administración esenciales para dotar de cierta estabilidad al conjunto del sistema.

En 1645, año en el que por el fallecimiento de su padre heredaba el marquesado de Frómista, Felipe IV mostró su intención de llamarlo al frente de Cataluña pero tuvo que dar marcha atrás ante la presión del marqués de Castel Rodrigo, gobernador de los Países Bajos, que lo consideraba una pieza clave para mantener la posición de la Monarquía en la zona. El 1 de enero de 1646, Caracena era nombrado maestre de campo general de los Ejércitos de Flandes y a los pocos meses se le encargaba la dirección de las maniobras militares en la frontera con Francia que, ante el comienzo de las negociaciones de paz con las Provincias Unidas, se había convertido en el principal frente de batalla en Flandes.

El empeoramiento del estado de salud del condestable de Castilla, gobernador de Milán, y la necesidad de asegurar la estabilidad de la posición española en Lombardía, obligaron al gobierno de Madrid a buscar una persona más adecuada para tal cometido. Aunque en un principio el candidato mejor colocado para el puesto parecía ser el conde de Fuensaldaña, que contaba con el apoyo del influyente conde de Monterrey, el decidido sostén del Consejo de Guerra a favor de Caracena y las malas relaciones de este último con el nuevo gobernador de Flandes, el archiduque Leopoldo, inclinaron a Felipe IV a nombrarle como gobernador general del Milanesado el 8 de septiembre de 1647. Caracena no tomaría posesión de su nuevo cargo hasta la primavera de 1648, una vez concluida la paz con las Provincias Unidas que permitía desviar parte de los efectivos militares españoles hacia los frentes italiano y catalán. No obstante, la crítica situación de las finanzas reales como consecuencia de la bancarrota de 1647 le obligó a buscar todo tipo de expedientes para reordenar la situación del ejército y volver a tomar la iniciativa en Lombardía. Las negociaciones con Génova para proceder a la venta de Pontremoli y del marquesado de Finale parecían ser el único modo de conseguir los fondos necesarios para frenar una nueva ofensiva de las armas francesas en la zona y respondían a los deseos de aquellos sectores que en el seno de la república apostaban por reforzar su autonomía con respecto a Madrid y ejercer un control directo sobre toda la costa ligur. El estallido de la Fronda en Francia permitió a Caracena dar al traste con dichas tratativas y cortar de raíz las pretensiones soberanistas genovesas. Con motivo del paso por Milán de la futura mujer de Felipe IV, Mariana de Austria, el gobernador castigó con dureza a todos aquellos que habían dado el trato de “excelencia” a los embajadores de la república y obligó ante toda la corte a quitar dos de los seis caballos en los que hicieron su entrada en el palacio los delegados genoveses. El enfrentamiento protocolario no era más que el preámbulo de una escalada de tensión que culminaría en 1654 con el secuestro de los bienes de los genoveses residentes en los dominios italianos de la corona como castigo por el apresamiento de una serie de naves finalinas acusadas de ejercer el contrabando y de no pagar los pertinentes derechos sobre la venta de la sal sobre los que la república pretendía ejercer el monopolio. La dureza con la que Caracena aplicó el embargo y su pretensión de construir una dársena en el puerto de Finale que permitiese a la Monarquía contar con una vía alternativa de entrada de los efectivos militares hacia el ducado de Milán, provocaron las críticas del virrey de Nápoles, conde de Castrillo, y del duque de Medina de las Torres que desde Madrid insistió sobre la necesidad de llegar a un acuerdo que evitase una ruptura de la tradicional alianza genovesa.

El tono desafiante mostrado por el marqués de Caracena y su deseo de restaurar la autoridad del monarca católico en Italia respondían a los éxitos que las armas de la corona habían obtenido tras la recuperación de los presidios toscanos en 1650 y la resonante victoria que, bajo su mando, había supuesto a finales de 1652 la conquista de la inexpugnable fortaleza de Casale. Ese mismo año, contrajo matrimonio por poderes con la hija del conde de Arcos, Catalina Ponce de León, que además de aportar una dote de nada menos que 50.000 ducados parecía abrirle el camino para la obtención del título de grande de España. Sin embargo, la muerte de su hermana Isabel, encargada de promover su causa en la corte de Madrid, y el paulatino empeoramiento de la suerte de las armas españoles, una vez que los franceses pudieron restaurar el orden en el interior del reino, acabaron por frustrar las aspiraciones de Caracena. La desastrosa campaña de 1655 agravada por la entrada de Inglaterra en la guerra a favor de Francia, le enajenaron el apoyo de los sectores más influyentes del ducado de Milán como el presidente Arese o el arzobispo de la ciudad, con el que se enzarzó en una serie de estériles conflictos de precedencia. La debilidad de su posición se sumaba a la obstinación con la que, en contra de las advertencias realizadas desde Madrid, se embarcó en una acción punitiva contra el duque de Módena para la que no contaba con los necesarios recursos y que estuvo a punto de provocar la expulsión de los españoles del ducado de Milán. Ante estas circunstancias, e impulsada por el enfrentamiento abierto entre el conde de Fuensaldaña y el Archiduque Leopoldo en los Países Bajos, la corona optó a finales de 1655 “por mudar la persona del marqués a Flandes y trocar la del conde al gobierno de Milán.

El 7 de enero de 1656 se publicaba el nombramiento de Caracena como gobernador de las Armas del ejército de Flandes. El nacimiento de la que se convertirá en su heredera y futura esposa del duque de Osuna, Ana Antonia, y la necesidad de unirse al séquito del nuevo gobernador de los Países Bajos, Juan José de Austria, le hicieron permanecer en Milán hasta junio de ese mismo año. La inicial victoria de Valenciennes no permitía presagiar el desplome general de la posición española en Flandes que, ante el acoso conjunto franco-británico, se pondría de manifiesto dos años después en la abultada derrota de Las Dunas y la consiguiente pérdida de Dunkerque. El acuerdo de paz con Francia coincidió con el nombramiento de Caracena como consejero de Estado y su designación, el 13 de noviembre de 1659, como gobernador ad interim de los Países Bajos.

Se abría de este modo un inusitado período de paz en los dominios noroccidentales de la Monarquía que se prolongaría hasta el estallido de la Guerra de Devolución en 1667 y que permitió a la corona acometer una consistente reducción de los efectivos militares en Flandes con objeto de desplazarlos a la frontera portuguesa. De manera paradójica, Caracena, conocido por sus dotes de condotieri, era encargado del gobierno de los Países Bajos para llevar a cabo una política de profundas reformas destinada a restaurar la autoridad de la corona y adoptar las medidas necesarias para impulsar la reactivación económica de una zona asolada hasta entonces por un permanente estado de guerra. Su primer cometido consistió en estabilizar la situación en la ciudad de Amberes que, desde 1655, vivía sumida en una situación de tintes revolucionarios como consecuencia de las protestas derivadas de la abusiva presión fiscal. Las reformas democratizadoras impulsadas por los gremios provocaron el recelo del patriciado del resto de las ciudades del condado de Brabante lo que sumado a la firma de la paz con París permitió al marqués de Caracena sitiar la ciudad de Amberes con un ejército de ocho mil infantes y tres mil caballeros. Ahora bien, en lugar de entrar por la fuerza de las armas e imponer el orden de modo violento, optó por la vía pactista tan cara a la monarquía de los Austrias. El gobernador se contentó con restablecer el peso de la oligarquía urbana mediante la instauración de un nuevo sistema de elección de magistrados que, sin ser lesivo con los privilegios de la ciudad, permitiese a la Monarquía contar con el apoyo de los sectores dirigentes. Se pretendía evitar una presencia permanente de efectivos militares que no harían más que erosionar la necesaria recuperación del comercio y obligar a la corona a multiplicar el tamaño de las guarniciones en un momento en el que los soldados eran necesarios en otros frentes de guerra. Ante el éxito de la operación, el propio Felipe IV envió una serie de misivas a Caracena en las que le felicitaba por su destreza a la hora de resolver el conflicto con una hábil mezcla de condescendencia y energía. El acierto de su política al frente del gobierno de los Países Bajos no fue óbice para que en septiembre de 1661 el rey optase por remplazarle por el conde de Fuensaldaña que, hasta el momento, se había hecho cargo de la embajada en París. La prematura muerta del nuevo gobernador evitó que Caracena se trasladase a Galicia donde había sido nombrado gobernador y generalísimo de los ejércitos que combatían contra Portugal. Consolidada su posición a la cabeza del gobierno de Flandes, coordinó sus esfuerzos con el todopoderoso embajador en La Haya, Gamarra, para poner coto a las negociaciones entre la república de las Provincias Unidas y Francia que tenían por objeto proceder a una posible división o acantonamiento de los Países Bajos Católicos. Aunque no logró evitar la firma en 1662 de un tratado de comercio entre París y La Haya, Caracena impulsó la resolución de los contenciosos fronterizos con la república en Limburgo mediante la firma de los acuerdos de Ultramosa ese mismo año. Además, los regentes holandeses, que ejercían un férreo control en el gobierno de las principales ciudades de la república, habían visto con buenos ojos la habilidad con la que el gobernador de Flandes había sofocado la deriva revolucionaria desatada en Amberes y, ante el fortalecimiento de la posición de Luis XIV, parecían inclinarse por el mantenimiento de una barrera protectora entre las Provincias Unidas y Francia.

Las malas relaciones con Inglaterra, derivadas del matrimonio de Carlos II Estuardo con Catalina de Braganza, sirvieron igualmente como un estímulo para acercar posiciones con La Haya. Entre 1661 y 1663, Caracena orquestó desde Bruselas una campaña de desestabilización en Inglaterra con la colaboración del barón de Bateville y de Pedro Moledy desde Londres, Gamarra desde La Haya y Alonso de Cárdenas que, desde su llegada a los Países Bajos en 1655, se había convertido en su asesor en asuntos británicos. Además de amagar con un nuevo cierre de los mercados españoles, se enviaron importantes sumas de dinero para sobornar a algunas figuras influyentes en el Parlamento y apoyar bajo cuerda las aspiraciones del duque de York o un nuevo levantamiento en Irlanda o Escocia. Los prolegómenos del segundo enfrentamiento naval anglo-holandés, que estallaría en 1665, sirvieron como un acicate para reactivar el comercio de los Países Bajos que se había visto beneficiado por la decidida política mercantilista aplicada por Caracena. La construcción de un nuevo dique en el puerto de Ostende y el ensanche de las riveras que comunicaban Gante y Brujas con el mar, así como la ampliación del canal que unían ambas ciudades y el que comunicaba Plasschendaele con Brujas facilitó el acceso a todos estos puertos de barcos de entre 100 y 120 toneladas. Se pretendían paliar en parte los negativos efectos del cierre del Escalda requisito impuesto por los holandeses a la Monarquía para evitar la recuperación económica de los Países Bajos. En efecto, la coincidencia de intereses geoestratégicos en la zona contrastaba con una férrea rivalidad mercantil agravada, en palabras de Caracena, por las concesiones ofrecidas a los mercaderes de la república en los puertos españoles en condiciones más favorables que las que disfrutaban los propios súbditos de la corona.

El empeoramiento de la situación en la guerra con Portugal tras el fracaso de la última ofensiva dirigida por Juan José de Austria y la insistencia de Felipe IV por someter al reino rebelde a pesar del decidido apoyo que Francia e Inglaterra ofrecían a Lisboa impulsaron a Madrid a llamar al marqués de Caracena para que se hiciera cargo del frente de Extremadura. En septiembre de 1664 dejaba Bruselas acosado por sus acreedores para convertirse, en febrero del año siguiente, en capitán general de la Artillería de España, gobernador de la provincia de Extremadura y capitán general de las Armadas y Flotas de la Carrera de Indias y todo navío que se encontrase en los puertos andaluces. Se trataba de realizar un último esfuerzo conjunto por mar y tierra para someter Portugal. Intento que se frustró de manera dramática en la contundente derrota de Villaviciosa el 17 de junio de 1665.

A finales de 1667 el marqués de Caracena volvía a Madrid donde sería nombrado presidente del Consejo de Flandes pocos días antes de su muerte, el 6 de enero de 1668. El espléndido epitafio colocado en su tumba en la iglesia parroquial de Pinto era un elenco de los valores y atributos que todo servidor del Rey debería ostentar: “Ejemplo y ejemplar de Generales y Consejeros Católicos en quien resplandecieron unidas la Religión, la Piedad, la Justicia y la Clemencia. Siempre vencedor, vencido nunca; amado y temido de amigos y enemigos y venerado de neutrales de esta Católica Monarquía. Héroe valentísimo y sabio y no menos eminente por la pluma que intrépido por la espada.”

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Sección Nobleza, Frías, 83; 123; 1689; 1708; 1721; Archivo General de Simancas, Estado, leg. 2095; leg. 2103; leg. 2273; leg. 2532; leg. 3606; leg. 3607; leg. 3612; Estado, Embajada de España en La Haya, leg. 8525 a 8529; leg. 8578; leg. 8710; leg. 8745-8746; Secretarías Provinciales, leg. 2471; Archives Générales du Royaume Bruxelles, Secrétairerie d’État et de Guerre, leg. 265; leg. 268; leg. 270; leg. 271; leg. 273; Archivio di Stato di Napoli, Segreterie dei Vicerè, leg. 202; Biblioteca Nacional de España, ms. 2387.

L. de Salazar y Castro, Advertencias históricas sobre las obras de algunos doctos escritores modernos, Madrid, Matheo de Llanos y Guzmán, 1688, pág. 237; L. P. Gachard, “Caracena”, en VV. AA., Biographie Nationale Belgique, vol. III, Bruselas, 1872, págs. 297-304; G. Piccinini, L’invasione spagnuola dello Stato estense e l’assedio di Reggio (1655), Reggio Emilia, Brusoni, Historia, 1925, págs. 610-658; P. Vindel, El marqués de Caracena, gobernador y capitán general de los Países Bajos y Borgoña, Madrid, Imprenta de los sobrinos de la sucesora de M. Minuesa de los Ríos, 1923; G. Signorotto, “Il marchese di Caracena al governo di Milano (1648-1656)”, en L’Italia degli Austrias. Monarchi católica e domini italiani nei secoli XVI e XVII, en Cheiron, IX, n.º monogr. (1993), págs. 135-181; M. Herrero Sánchez, El acercamiento hispano-neerlandés (1648-1678), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000; D. Maffi, “Potere, carriere e onore nell’essercito li Lombardia: 1630-1660”, en VV. AA., La espada y la pluma. Il mondo militare nella Lombardia spagnola cinquecentesca (Actas del congreso de Pavía, octubre de 1997), Viareggio-Luca, M. Baroni, 2000; G. Signorotto, Milán español. Guerra, instituciones y gobernantes durante el reinado de Felipe IV, Madrid, La Esfera de los Libros, 2006; J. I. Benavides, Milicia y diplomacia en el reinado de Felipe IV. El marqués de Caracena, pról. de M.-Á. Ochoa Brun, Astorga, Editorial Akron-Csed, 2012.

 

Manuel Herrero Sánchez

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