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Juan Lozano Torreira

Biografía

Lozano Torreira, Juan. Santiago de Compostela (La Coruña), 28.XII.1814 – Palencia, 4.VII.1891. Obispo.

Este sacerdote compostelano que cursó sus estudios eclesiásticos en la capital de su diócesis, los concluyó como bachiller en Filosofía, licenciado en Derecho Canónico y doctor en Teología, doctorado que consiguió antes de cumplir los veinte años. Fue profesor y vicerrector de la Universidad santiaguesa y rector del seminario compostelano, canónigo lectoral de Astorga, diócesis en la que también ejerció el cargo de rector del seminario y, finalmente, lectoral y arcediano del Cabildo de Santiago.

Era, pues, uno de los clérigos más distinguidos de la ciudad del Apóstol cuando el 8 de enero de 1866 fue nombrado obispo de Palencia, siendo consagrado en la catedral de Santiago por el cardenal García Cuesta, metropolitano de Compostela, el 22 de abril de ese mismo año. Aquel gran arzobispo fue el valedor de Lozano para su promoción episcopal y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para convencerle de que aceptara la mitra, pues la modestia del electo rehusaba la aceptación del Obispado.

De cómo lo desempeñó, en los muchos años que rigió la diócesis palentina, se aporta el testimonio de quien después sería cardenal Vico, a la sazón eclesiástico de la Nunciatura en España, en su famoso informe de 1890, cuando ya el obispo estaba a las puertas de la muerte: “Es un verdadero padre, deseoso del bien de todos. Al avanzar los años, su conciencia se ha hecho delicadísima, meticulosa y casi escrupulosa, por lo que unido esto a su carácter un poco lento para actuar, frecuentemente rehúye tomar una decisión; y hoy, viéndose ya anciano, cree que su cargo pastoral es muy superior a sus fuerzas; por ello, en el término de 5 ó 6 años ha suplicado por dos veces al Santo Padre que se digne jubilarlo”.

Pero en Roma nunca aceptaron la petición de quien, aun con esas debilidades de la edad, era un excelente pastor. “Venerado y querido por todos sin excepción, continúa diciendo el informante, aunque es de índole modesta, y trata con las autoridades lo menos posible, sin embargo también de ellas recibe muestras de respeto”.

Le tocaron, en los inicios mismos de su pontificado, dificilísimos momentos de la Iglesia hispana y la universal. Y en todo momento estuvo el prelado a la altura que debía. Así, en 1867, prácticamente en la inauguración de su pontificado, no vaciló en acudir a Roma, en las solemnidades con motivo del centenario del martirio de san Pedro, en compañía de tantos obispos que quisieron expresar a Pío IX su solidaridad ante el despojo de sus Estados por la Monarquía saboyana.

La Revolución de 1868 que derrocaría a Isabel II e inmediatamente dirigió sus ataques contra la Iglesia tuvo en Lozano, bien con los demás obispos de la provincia eclesiástica burgalesa o de modo individual, un decidido adversario. Así se encuentra manifestándose contra los decretos anticatólicos de Romero Ortiz. Y contra los que después llegaron declarando naturales a los hijos habidos de solo matrimonio canónico, sobre provisión de deanatos, restablecimiento de la agencia de preces, pase regio, sostenimiento del culto y clero, etc. La profanación en 1874 de la iglesia de Nuestra Señora de la Calle, patrona de Palencia, hirió muy profundamente al prelado. Algunos años antes, se negó a oficiar un Te Deum por la Constitución de 1869, por establecer la libertad de cultos, Constitución que se negó a jurar y no permitió que lo hiciera su clero.

Cuando el decreto de Ruiz Zorrilla, que haciendo gala de un ya trasnochado regalismo, exigía a los obispos lo que éstos no podían prestar, la respuesta de Lozano fue, como la de bastantes otros, moderada.

Y, por ello, mereció ser de los prelados públicamente felicitados por el Gobierno. Pero enseguida se comprobó que esa felicitación, destinada a romper la unidad episcopal, no tuvo el menor éxito. Y si Lozano contestó con prudencia, ello no supuso la menor quiebra episcopal, pues todos ellos demostraron que eran un cuerpo sin fisuras.

Volvería junto a Pío IX con motivo del Concilio Vaticano, aunque obtuvo licencia para regresar a su diócesis poco antes de concluir el Concilio, en el que, como todos los demás obispos españoles, apoyó de todo corazón la infalibilidad pontificia. Y, desde Roma, firmó todas las protestas de sus hermanos contra el matrimonio civil y demás medidas antieclesiales. También firmará, ya desde España, como el resto de sus hermanos, la protesta por la conquista de Roma. La ojeriza a la dinastía de Saboya, como usurpadora de los Estados Pontificios, tendría su repercusión española. Y así, cuando el rey de España por obra de Prim, Amadeo I, hijo del Monarca que había despojado a Pío IX de su poder temporal, pasó por la diócesis de Palencia, camino de Santander, el obispo estaba ausente con pretexto de la visita pastoral. Curiosamente el hecho se repitió en Ávila, Valladolid, Burgos y Santander.

La Restauración, que es seguro no le desagradó, tampoco le encontrará débil ante el atropello a algunos de sus sacerdotes.

En 1880, pese a su avanzada edad, acudió a Zaragoza en la gran peregrinación nacional al Pilar que fue muestra inequívoca de la fuerza del catolicismo español.

En el tremendo enfrentamiento que vivieron los católicos españoles en el último cuarto de siglo, Lozano, muy anciano ya, no se significó de modo claro. Y ni carlistas, integristas o dinásticos pudieron contarle entre los suyos. Se puede hallar, ciertamente, alguna crítica a Pidal, algún apoyo a Nocedal, pero reclamando la exclusiva autoridad de los obispos, y poco más.

Durante su largo pontificado, de más de veinticinco años, fueron muy numerosas las Órdenes y Congregaciones religiosas que se establecieron en su obispado: Hermanitas de los Ancianos Desamparados, Hijas de la Caridad, Siervas de María, Hermanas del Santo Ángel, Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, Religiosas de la Sagrada Familia, Hermanos y Hermanas de San Juan de Dios, dominicos, trapenses. Con los jesuitas mostró una especial predilección, entregándoles el recuperado monasterio de San Zoilo en Carrión.

Concluyó la construcción del seminario que había iniciado su antecesor Fernández Andrés. Apoyó al sacerdote de su diócesis José Madrid Manso, uno de los pioneros del catolicismo social en España. Cuando se propagó el cólera de 1885, el obispo cedió su palacio para alojar a los afectados y vendió cuanto poseía para auxiliar a sus enfermos.

Fue senador por la provincia eclesiástica de Burgos, señal indudable de que sus cosufragáneos reconocían su superioridad moral.

 

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Francisco José Fernández de la Cigoña

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