Soldevila Romero, Juan. Fuentelapeña (Zamora), 20.X.1843 – Zaragoza, 4.VI.1923. Teólogo, canónigo, predicador real, obispo de Tarazona, arzobispo de Zaragoza, cardenal y senador.
Estudió con aprovechamiento la carrera eclesiástica en el Seminario de Valladolid después de haber hecho en la misma ciudad la segunda enseñanza. Ordenado sacerdote en 1867, se dedicó al ministerio parroquial en las iglesias de San Nicolás de Bari y de Santiago, de Valladolid, donde dio pruebas de celo y actividad. Amplió sus estudios de Filosofía y Teología en los seminarios de Toledo y Santiago de Compostela, de modo que en 1868 consiguió el doctorado en Teología.
En 1875 Cesáreo Rodrigo, nombrado obispo de Orense, que conocía estas cualidades, se lo llevó consigo como secretario, y más tarde lo nombró canónigo, así como adscrito en calidad de vocal de la Junta de Beneficencia. La oración fúnebre que pronunció con motivo de la muerte de la esposa de Alfonso XII (1878) le valió el nombramiento de predicador de Su Majestad y la distinción de caballero de la Orden de Isabel la Católica. En 1883 volvió a Valladolid como canónigo de aquella metropolitana y en 1887 fue nombrado dignidad de arcipreste de la misma. En ambas ciudades, demostró ulteriormente su laboriosidad y celo, predicando y confesando con satisfacción común.
El 14 de febrero de 1889 fue designado para el obispado de Tarazona, ministerio que compartió con el de administrador apostólico de Tudela hasta que el 16 de diciembre de 1901 fue promovido a la sede arzobispal de Zaragoza, como sucesor del cardenal Cascajares.
Cuando era obispo de Tarazona fue elegido senador del Reino por aquella provincia eclesiástica.
Su predecesor en Tarazona, Cosme Marrodán Rubio, fue sin duda un prelado de excelente espíritu eclesiástico, caritativo hasta el punto de quedarse él mismo en una ocasión falto de lo más imprescindible para vivir, y muy preocupado por el bien de aquella diócesis que había regido durante más de treinta años; sin embargo, obligado por los achaques de la vejez a vivir encerrado en su palacio, no había podido hacer la visita pastoral en los últimos veinte años, y los fieles no habían podido ver a su pastor. Por esta razón, era necesario que el sucesor supliese esta deficiencia, reanimase en el clero y en el pueblo el fervor que languidecía, diese un impulso más fuerte a los estudios del Seminario y consiguiese una más rigurosa vigilancia disciplinar.
Juan Soldevila desarrolló una gran actividad, visitando las parroquias, predicando en todas las oportunidades y afrontando las necesidades de cada una de ellas; tomó medidas prudentes y aptas para reorganizar algunos monasterios de religiosas; sostuvo y fomentó lo mejor que pudo las obras de piedad; dispuso los ejercicios espirituales para el clero y se dedicó al mejoramiento del Seminario diocesano. Siendo sacerdote joven fue carlista exagerado; pero poco a poco cedió en su intransigencia y se hizo muy amigo del político Gamazo, diputado por Valladolid, a quien le debió también su apoyo. Después pareció más inclinado a las ideas de la Unión Católica, y no vio con buenos ojos que sus sacerdotes leyeran El siglo futuro, periódico de Cándido y Ramón Nocedal, considerado un exponente emblemático del integrismo, cuyas ideas penetraban y eran aceptadas en muchos seminarios, conventos y parroquias así como entre los católicos contrarios a la dinastía reinante. Por ello, existió inicialmente en el clero de Tarazona una prevención general hacia el prelado respecto a este punto. No obstante, el mismo clero reconoció que el obispo había sido fiel a su lema Omnibus idem. Una primera prueba la tuvieron cuando confirmó en sus respectivos cargos a todos los curiales de la administración anterior; y tuvieron otra más en Calatayud, donde trató indistintamente a los partidarios de ambos bandos. El prelado tuvo además índole firme y enérgica, a lo que se añade una percepción clara de los problemas, una memoria tenaz, saber consultar en las dudas y escoger los medios más aptos para llegar al fin. Se notaba en él, sin embargo, que, al parecerle todo fácil, se precipitaba a veces en sus decisiones. Sus relaciones con las autoridades locales fueron excelentes y gustaron de favorecerse mutuamente.
En Zaragoza impulsó las obras del templo del Pilar, consiguió que se declarase monumento nacional, organizó peregrinaciones, reunió un concilio provincial en el Pilar, llevó a Roma en la visita ad limina la corona que los españoles habían donado a la Virgen y la expuso en la Basílica vaticana. Consiguió que toda la América hispana, por intermedio de sus prelados, ofreciera homenajes a la Virgen. El mismo papa Pío X pronunció una alocución antes de bendecir las banderas de los distintos países llevadas a su presencia.
Fundó el Montepío del clero, unificó el régimen de parroquias, elevó al Ministerio de Hacienda un informe sobre los beneficios de coadjutores de parroquias en el Reino de Aragón y otro sobre el estado mísero de los locales de enseñanza primaria. Para el primer centenario del sitio de Zaragoza organizó una exposición hispano-francesa de arte retrospectivo.
Todo Aragón le tributó un homenaje de admiración y gratitud por este acontecimiento.
Como senador, apoyó el programa gubernamental del proyecto de riegos del Alto Aragón; sus intervenciones senatoriales fueron efectivas en los debates sobre la cuestión religiosa y sobre la Ley de Asociaciones; redactó el informe colectivo de las diócesis sufragáneas de Zaragoza sobre las asignaciones al culto y clero; colaboró en el Congreso Eucarístico de Madrid en 1911; y escribió cartas pastorales sobre la Guerra del Riff y la instrucción religiosa. Fue creado cardenal el 15 de diciembre de 1919, del título de Santa María del Popolo. En enero de 1923 el presidente del Gobierno, García Prieto, anunció la reforma del artículo 11 de la Constitución, pero al tratar de la libertad de cultos se produjo una protesta del episcopado español y, por ello, desistió de la reforma.
En el Senado había intervenido Soldevila sobre el particular y anteriormente con una carta protesta al presidente del Consejo sobre los sucesos de Barcelona. Fuera por eso, fuera por la ola de disturbios y terrorismo que inundaba el país, el hecho fue que mientras se dirigía a su casa en compañía de sus familiares cayó víctima de varios disparos. El atentado quedó impune. Fue enterrado en la Basílica del Pilar.
Bibl.: R. Ritzler y P. Séfrin, Hierarchia catholica, vol. VIII, Padua, Il Messaggero di S. Antonio, 1978, pág. 166; F. Díaz de Cerio, Regesto de la correspondencia de los obispos de España en el siglo xix con los nuncios, según el fondo de la Nunciatura de Madrid en el Archivo Vaticano (1791-1903), vol. III, Città del Vaticano, Archivo Vaticano, 1984, págs. 416-422; V. Cárcel Ortí, León XIII y los católicos españoles. Informes vaticanos sobre la Iglesia en España, Pamplona, Eunsa, 1988, págs. 327-329; “Los nombramientos de obispos en España durante el pontificado de León XIII. Primera parte: 1878-1884”, en Analecta Sacra Tarraconensia (AST), 69 (1996), págs. 141-279; “Los nombramientos de obispos en España durante el pontificado de León XIII. Segunda parte: 1885-1903”, en AST, 70 (1997), págs. 321-504; Z. Pieta, Hierarchia Catholica, vol. IX, Padua, 2002, págs. 18, 24, 27, 98, 138, 363.
Vicente Cárcel Ortí