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Miguel Servet Conesa

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Biografía

Servet Conesa, Miguel. Villanueva de Sijena (Aragón), 29.IX.1511 – Ginebra, (Suiza), 27.X.1553. Sabio renacentista en teología, medicina y filosofía de la naturaleza, condenado a muerte por hereje.

Hijo de Antón Serveto Meler, notario de Sijena e infanzón descendiente de los Revés del pueblo pirenaico de Boltaña, y de Catalina Conesa, hija del infanzón Pedro Conesa y Beatriz Saporta (quizá emparentada con la familia judioconversa de Gabriel Zaporta de Tudela, mercarder y banquero del emperador y mecenas). Se puede dar por seguro su origen en Villanueva de Sijena, localidad de Huesca en la comarca de los Monegros de Aragón, y no en Tudela de Navarra como han sostenido algunos biógrafos, siendo el hermano mayor de otros dos varones: Pedro, que llegaría a ser notario como su padre, y Juan que fue sacerdote. Las discrepancias sobre su origen, fecha de nacimiento, familia y otros datos biográficos elementales radican en el hecho de que Miguel Serveto ocultó su nombre hispano cambiándolo por el francés de Michel de Villeneuve en 1533, borrando desde entonces las huellas de su trayectoria biográfica para defenderse de la Inquisición católica o de la hostilidad protestante.

Formado en su infancia en lenguas clásicas (latín, griego y hebreo), a los catorce años entró al servicio del erudito franciscano Juan de Quintana, doctor por la Universidad de París y futuro confesor del emperador Carlos V, con quien viajaría entre 1525 y 1526 a Valladolid, Toledo y la Alpujarra, representando en esta etapa juvenil de Servet el ideal del sabio humanista, un ideal incubado en plena ola del erasmismo (1527-1533) que provocó en España una fuerte corriente de libertad religiosa. A sus diecisiete años, Miguel Servet fue enviado a estudiar Leyes a la Universidad de Toulouse de Langedoc, donde estudió Antiguo y Nuevo testamento, textos prohibidos a los fieles devotos, y libros de doctrina luterana, como los del antiguo rector de esta universidad, Ramón Sabonde (Sibiude), cuyas ideas se han identificado en su correspondencia posterior con Calvino. Su estancia en Toulouse acabó bruscamente al ser perseguido por la Inquisición como cabecilla de un grupo de cuarenta fugitivos heterodoxos, regresando a España (Barcelona) en 1529 junto a su mentor Quintana, integrándose en el séquito del Emperador, que entonces emprendía viaje naval hacia Italia (Roma) donde Carlos V fue coronado por el papa Clemente VII como emperador de Alemania en San Petronio de Bolonia en febrero de 1530. El ambiente cortesano y lujoso del Papa no gustó nada al joven Servet, que ya alimentaba deseos de sencillez evangélica y culto cristiano íntimo. De ese episodio crucial diría veinte años más tarde en su Restitución del Cristianismo: “Con mis propios ojos he visto yo mismo cómo lo llevaban con pompa sobre sus hombros los príncipes, cómo lo adoraba todo el pueblo de rodillas a lo largo de las calles, llegaban al extremo de que quienes podían besarle los pies o las sandalias se consideraban más afortunados que los demás y proclamaban que habían obtenido numerosas indulgencias, gracias a las cuales les serían reducidos largos años de sufrimientos infernales. Oh, bestia, la más vil de las bestias, la más desvergonzada de las rameras!”.

Servet continuó con la comitiva imperial llegando a Estrasburgo donde entró en contacto directo con teólogos protestantes, como Melanchthon o Bucero de quienes se ganó pronto su enemistad, en el contexto de la primera exposición pública de las tesis reformistas, que había sido promovida por el propio emperador con la esperanza de poner fin a las controversias religiosas y evitar la temida escisión política de sus territorios. Como es sabido, la división política fue un hecho inevitable, y el enfrentamiento de los ejércitos católicos y protestantes duró finalmente veinte años, hasta la firma de la Paz de Augsburgo en 1555; un conflicto bélico que acabaría durando tantos años como la vida de Servet y que se resolvió al conceder a los príncipes luteranos no sólo la libertad de culto y el derecho de imponer su religión a sus súbditos, sino también la propiedad definitiva de las tierras que habían quitado a la Iglesia.

En aquel contexto político-religioso prebélico, de la primera memoria pública de la reforma luterana que fue entregada al emperador el día 25 de julio de 1530 en Augsburgo —la Confesión escrita por Melanchthon en veintiocho artículos—, Miguel Servet sólo podía compartir la exposición de motivos de la Reforma: el poder terrenal de la iglesia de Roma. Ni siquiera la primera tesis, compartida unánimemente por católicos y luteranos, sobre la unidad de Dios, era aceptable para Servet. Todos afirmaban condenar por herejes las tesis contrarias a la Santísima Trinidad tal y como fueron declaradas en el concilio de Nicea: que sólo hay un ser divino, eterno, indivisible, infinito y todopoderoso, en el que hay tres personas igualmente divinas y eternas, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Este fue el motivo y contexto por el que discretamente se apartó Servet de la corte imperial y de la compañía de fray Quintana. Para evitar la Inquisición, se trasladó a la pacífica y tolerante ciudad de Basilea, donde un año y medio después entregó a la imprenta una obra por la que Servet aparece en la lista de los herejes más buscados por la Inquisición.

De Trinitatis erroribus (1531) es el libro que inició la espiral de desgracias de Servet, por plantear cuestiones que hicieron de él un hereje tanto para los protestantes como para los católicos. No es fácil entender desde nuestra cultura científica la sutileza de las teorías teológicas en liza. Sobre los errores de la Trinidad es un libro escrito en un estilo ciceroniano en ciento diecinueve páginas, que contiene siete libros cuyas tesis podrían ser resumidas de un modo sencillo: Cristo fue un hombre histórico real, pero más que un simple hombre porque era el Hijo de Dios. El Espíritu Santo no es un ser desunido, pues no hay una pluralidad de dioses. Cristo es la palabra de Dios y del Espíritu Santo. El Verbo se encarnó en Jesús como primogénito de Dios y su representante en la tierra, que por su resurrección probó ser el Hijo de Dios. El Espíritu de Dios anima todos los hombres y a todas las cosas. Nosotros conocemos a Dios no por nuestras concepciones filosóficas, sino a través de Cristo que se manifiesta en él. Sólo a través de la fe podemos conocer a Dios. La fe en Cristo, como Hijo de Dios, es la que nos conduce a la salvación. Es el libro cuarto el que trata de las tres personas y cómo actúan, defendiendo que en las tres personas hay una sola divinidad, la del Padre. La diferencia entre las personas vendría dada por las formas de aparición, y no por la pluralidad metafísica de seres de una sola naturaleza. El Espíritu Santo sería, pues, la actividad de Dios en el espíritu del hombre. El último libro reafirmaba la deidad y la realidad de Cristo. Cristo fue un ser visible y no una mera hipóstasis. Dios no tomó forma corpórea sino en Cristo.

Este primer libro de Miguel Servet revela una amplia cultura filosófica y teológica, pero en una síntesis de pensamiento no suficientemente sistematizada. Además de la amplitud de sus lecturas, asombra la adecuada genealogía del problema: la selección de las escuelas de pensamiento sobre la Trinidad que hoy siguen considerándose las principales de su época: la del siglo IV-V, que afirmaba tratarse de una doctrina conocida sólo por revelación, como aparece implícitamente en las Escrituras; la escuela medieval, que entendía que la doctrina trinitaria puede ser demostrada, basándose en el pensamiento neoplatónico de un Dios en su dinamismo incontenible y autodifusivo; y la escuela tardomedieval que desistía tanto de la demostración como de la explicación y se limitaba a apelar a la autoridad de la Iglesia en la actitud fideísta típica del nominalismo.

Como era habitual en su época, Servet se encargó de distribuir su libro entre sus amigos y la comunidad de intelectuales de su época, esperando una acogida elogiosa que no se expresó tanto como lo hizo la crítica furibunda o temerosa. Hubo una amplia gama de reacciones adversas desde el desabrido “pestilentísimo” de su antiguo mentor fray Quintana, pasando por el silencio de Erasmo, hasta la descalificación desde el púlpito o la condena severa de los reformistas, como Martin Bucer que diría que Servet “merecía que le arrancasen las entrañas”, o Felipe Melanchton, que escribió en carta privada: “¡Buen Dios!, qué tragedias va a suscitar esta cuestión”.

A pesar de la reacción adversa que había provocado su libro, al año siguiente publicó su Dialogorum de Trinitate libri duo, escrita en estilo divulgativo o dialogado, defendiendo su antitrinitarismo y contestando a las críticas recibidas, definiendo esa posición intelectual que le acompañaría toda su vida, la de la fidelidad absoluta a su libertad de conciencia, con un frase final del libro que ha sido muy citada: “Ni con éstos ni con aquellos estoy conforme ni disiento en todo”. La persecución de las obras de Servet comenzó en 1532 cuando el Tribunal de la Inquisición española envió cartas a la Inquisición de Zaragoza mandándole registrar todas las librerías “para ver si tenían libros de Lutero, de Colampadio (sic) o del maestro Revés o de otros reprobados”, y solicitando, incluso, la colaboración de su hermano religioso, aunque sin éxito. Servet había firmado los dos libros con todas las letras de su nombre. Desde entonces ocultará su identidad bajo seudónimos, cambiará su residencia pasando de una ciudad a otra (Basilea, París, Lyon, París, etc.) en un cronología no bien aclarada todavía, hasta construirse otra identidad profesional, la del médico Michel de Villeneuve.

Tras pasar por París y continuar estudios en el Colegio Calvi donde debió de conocer a Calvino, Servet se trasladó a Lyon en 1533, importante centro intelectual y editorial, donde trabajó en una nueva edición latina comentada de la Geografía de Ptolomeo en la imprenta de los hermanos Melchor y Gaspar Trechsel, para publicar en 1535 una reedición de la versión latina de Pirckheimer de 1525. La importancia de esta actividad se comprende bien si se tiene en cuenta que la Geografía de Ptolomeo, de la que se hicieron cincuenta y seis ediciones desde 1475 y sólo dos en Francia hasta la de Servet, desempeñó un papel fundamental en las lucubraciones teóricas que impulsaron el descubrimiento de América, ya que reducía las auténticas dimensiones de la tierra y atribuía una exagerada extensión a las tierras situadas al este del mapamundi. Por esta razón, los navegantes españoles pensaron que navegando hacia el oeste llegarían a China y Japón más rápido que siguiendo la ruta portuguesa por el Cabo de Buena Esperanza; un error que, como se sabe, permitió a Colón toparse con América cuando en realidad iba al encuentro de las Indias. La edición de Servet, ricamente ornamentada con xilografías y con los cincuenta mapas de la edición anterior, corrigió errores de coordenadas de longitudes y latitudes y añadió unos escolios con los nombres modernos en francés, alemán, español e italiano de las antiguas regiones, ciudades y accidentes geográficos. Pero lo más destacable fueron las anotaciones sobre los hombres, las costumbres y temperamentos de los habitantes de diversas naciones europeas, por lo que algunos lo consideran el padre de la Geografía Comparada o el fundador de la Etnografía. Por ejemplo, de Alemania, añadirá en la Tabla IV: “En la sociedad civil no riñen fácilmente los germanos si no están intoxicados por el vino; pues entonces, echando primero las mesas al suelo rompen la vajilla y finalmente pelean con puños y cuchillos. Pasan el invierno en subterráneos, por la vehemencia del frío. La condición de los campesinos es mísera, pues viven esparcidos por los campos en cabañas poco elevadas de la tierra, construidas sobre maderos y cubiertas de ramaje. El pan que comen es de harina de avena o legumbre cocida, y su bebida, agua o suero. Presiden cada una de las ciudades unos sujetos a quienes llaman escultetos (alcaldes o corregidores), los cuales sometiendo al pueblo a servidumbre irremisible, ejercitan, vejan y oprimen. Por esto ocurrió en nuestros tiempos la sedición y la guerra de los campesinos contra los nobles, pero siempre pierden los pobres”.

Posteriormente Miguel Servet desarrolló estudios y suscitó polémicas entre tradición y modernidad referidas al mundo de la medicina, sin desvincularse nunca de la filosofía y teología. El erudito Servet participaría en algunas de las grandes polémicas científicas de la época: en la de la sífilis y la de los jarabes, y en la de la circulación de la sangre, tras su muerte.

Su inclinación a la medicina se debe a la amistad con el ilustre médico, abogado, teólogo y astrónomo lionés Sinforiano Champier (¿1472-c. 1535), a quien ayudó a corregir un libro de botánica y una biografía del gran médico Arnau de Vilanova editados en las prensas de los Trechsel. Pero antes de volver a París para estudiar Medicina, Servet publicó un opúsculo polémico en 1536, de un género muy extendido en la época, sobre el origen divino o cósmico de la enfermedad social emergente del momento: la sífilis. Servet defendió las tesis de su maestro y amigo Champier contra el boticario y profesor de Heildelberg, el protestante Leonardo Fuschsium (descriptor de la planta que llamamos fuscsia), defendiendo Servet que la sífilis o morbo gálico (o mal español) era una enfermedad nueva y no un rebrote más virulento de una antigua como sostenía el alemán.

No sabemos exactamente cómo llegó Miguel a obtener el título de doctor. Figuraba inscrito en la Facultad de Medicina de París en el registro de 25 de marzo de 1537. De acuerdo con sus declaraciones en el proceso de final de Viena, fueron sus maestros de Medicina, Silvio (Jacques Dubois, 1478-1555), un afamado profesor de medicina y reputado cirujano; Gonthier, anatomista autor de unos comentarios hipocráticos de aquellos años, y el humanista y astrólogo Fernel (1487-1558), conocido como el galeno francés, de quien se conocen nada menos que noventa y siete ediciones de sus obras completas publicadas entre 1554 y 1680. Pero los incidentes provocados por un curso de astrología que dictaba Servet le obligaron a interrumpir sus estudios y parece probable que obtuviera el título en la antigua y afamada Escuela de Medicina de Montpellier. El incidente le obligó a dejar París y volver a Lyon donde proseguiría su tarea de editor con la segunda tirada de la Geografía de Ptolomeo (1541) y la corrección de sendas ediciones (1542 y 1545) de la Biblia latina de un discípulo de Savonarola, el dominico Sante Pagnini, de quien Servet había heredado biblioteca y notas a su fallecimiento en 1541.

Su dedicación a la medicina le proporcionó el sustento en la última fase de su vida que discurrió en Vienne del Delfinado (Francia), llevándole a una prestigiosa situación profesional, finalmente en casa del obispo Pierre Palmier. Esta actividad médica fue causa de aportaciones científicas que ilustran su memoria: un libro de contenido farmacológico y, sobre todo, la original descripción de un hecho fisiológico que ha sido clasificado como el descubrimiento de la circulación pulmonar; un mérito que la investigación historiográfica no puede avalar sin matizar.

El único libro íntegramente consagrado a la medicina de Miguel Servet fue su “Doctrina general de los jarabes” (Syruporum universa ratio), publicado en París en 1537, bajo el seudónimo Michaele Vilanovano. Es una obra que analiza, sobre la base de una sólida erudición libresca (Galeno, Aristóteles, Razes, Avicena, Manardo), un problema concreto como es el mejor tratamiento para pulmonías y otras calenturas, cuestionando la medicina oficial del momento. Servet inició con ella una viva discusión científica —la polémica de los jarabes— que provocó nada menos que cuatro ediciones entre 1545 y 1548, dos de ellas en Venecia. Servet se opuso a la tesis galénica arabizada de forzar la asimilación de los humores pecantes o nocivos propios de las afecciones febriles mediante fármacos, proponiendo, por el contrario, más acorde con las tesis hipocráticas, que no se tratara de digerir o asimilar los humores pútridos y biliosos, sino de evacuarlos sin tardanza y con jarabes purgantes. Sorprende en la obra la profusión de expresiones de los textos originales impresos en caracteres griegos, que no deben atribuirse a petulancia erudita o ánimo de lucro, sino al carácter polémico de la obra, como afirma Paniagua. Cuando estimaba que las traducciones que manejaba desvirtuaban la correcta lectura del clásico, Servet ofrecía su propia versión, siempre introducida por las palabras id est, contribuyendo a esa función restauradora del clásico propia del Renacimiento, que en este caso fue de Galeno, despojándolo de lo árabe (“barbari”, en su expresión): “¿Cocer antes que purgar? Jamás se leyó tal cosa en Galeno, ni en Rufo, ni en Aecio. Hay que llamar enemigo de la naturaleza al que se empeña en asimilar lo que ella quiere expulsar, es cosa ajena a la mente de Galeno, incluso ridícula.” (fol 16r.). JAP p. 125.

El descubrimiento del paso de la sangre por los pulmones es el que ha dado fama universal al nombre de Miguel Servet en la medida en que se ha puesto en relación con el descubrimiento —un siglo después— del mecanismo de la circulación de la sangre por William Harvey en De motu cordis et sanguinis (1628); una revolucionaria teoría calificada entonces como el “nuevo sol de la medicina” en alusión a la copernicana, y cuya aceptación fue tan comprometida que sus seguidores fueron tildados despectivamente de “novatores”. Sin embargo, la aportación servetiana al respecto fue una mera referencia que no se halla siquiera en una obra médica sino en la página 170 de un tratado teológico de setecientas treinta y cuatro páginas, Cristianismi Restitutio, publicada clandestinamente en Vienne del Delphinado con las solas iniciales de su nombre M:S:V y la fecha: 1553 y que acabaría en la hoguera junto con su autor.

La primera parte contiene cinco libros sobre la Trinidad y en el quinto se trata del Espíritu Santo. Fue ahí donde Servet expuso su punto de vista sobre la animación, que es una de sus específicas contribuciones teológicas. Suponía Servet que así como le fue infundida el alma a Adán mediante el soplo divino que entraría en su cuerpo por la nariz, así el alma —que concebía como una chispa que viene del Espíritu Santo— penetraría en el hombre con su primera respiración, incorporándose a la sangre, en la que, según la letra del Deutoronomio, tendría asiento la vida. Por eso le interesaba tanto a Servet el proceso fisiológico de la inspiración del aire y de su penetración en la sangre. Y fue este interés, de raíz religiosa, el que le llevó a transferir los saberes médicos adquiridos en la practica disectiva a la teología, para afirmar, en el estilo finalista de la época, y consciente de la novedad de su aserto —pues sabía que esta doctrina no estaba en Galeno— que: “Se hace esta comunicación, no por el tabique del corazón como vulgarmente se cree, sino a través, de un complejo sistema —sed magno artificio— desde el ventrículo derecho, la sangre sutil se ve agitada a través de los pulmones y, así preparada, toma un color rojo vivo; y de la vena arteriosa es transfundida a la arteria venosa. Confirma esto la amplitud de la arteria venosa que no sería tan grande si solo sirviera para la nutrición de los pulmones[...] Luego para otro uso se infunde la sangre del corazón a los pulmones, desde el momento del nacimiento del hombre, de modo tan copioso. Y de los pulmones al corazón no va sólo aire por la arteria venosa, sino mezclado con sangre [...] Además el ventrículo izquierdo es demasiado angosto para tan amplio proceso de espiritualización hemática” (pág. 170).

Se ha discutido mucho acerca de la atribución a Servet de la prioridad de este “descubrimiento”, si hubo tal descubrimiento, o si éste fue múltiple o independiente, porque sabemos que ya había sido descrito en 1245, por el árabe Ibn Al Nafis, en unos “Comentarios al Canon de Avicena” cuyo manuscrito que circulaba en Venecia en 1521; pero que no se menciona esa circulación en De humani corporis fabrica (Padua, 1543), la obra del reformador Andreas Vesalio y probable compañero de estudios de Servet en París, mientras que diez años después ya se hallan perfectamente integrados estos hechos anatómico-fisiológicos en los manuales de sus discípulos Juan Valverde de Amusco (Composición del cuero humano, 1556) y Realdo Colombo (De Re Anatomica, 1559). En cualquier caso, nadie duda de que, a diferencia de los médicos científicos nombrados, en la base de esta original contribución de Miguel Servet a la teoría de la circulación, se hallaría un interés teológico, una mentalidad galénica, una práctica disectiva, una metodología filológica y una visión renacentista del cuerpo humano.

Esta obra de Miquel Servet sería la última, y de los mil ejemplares impresos sólo tres han llegado hasta nosotros, burlando el secuestro decretado por la Inquisición francesa, por Calvino y por la Inquisición católica en Alemania, pues los libros fueron quemados con su autor. El proceso comenzó al delatarle Calvino, gracias a un vienés protestante huido a Ginebra, de ser el autor real de Cristianismi Restitutio, que contenía cartas a Calvino. Fue juzgado y encarcelado por la Inquisición francesa, logró huir y anduvo errante durante cuatro meses, pero, incomprensiblemente, en lugar de refugiarse en el ambiente liberal de Padua o Venecia, Servet reapareció en Ginebra (quizá de paso) donde fue reconocido y delatado ante Calvino comenzando, así, un proceso inquisitorial de herejía que duró dos meses, el más famoso de la historia, objeto de numerosos estudios, dramas y películas. Finalmente, Miguel Servet murió quemado vivo, a fuego lento de leña húmeda, en la mañana del 27 de octubre de 1553 en Champel, extramuros de Ginebra, junto a sus libros.

Restitución del Cristianismo —un océano de sugerencias, lo calificará Ángel Alcalá— es la síntesis mejor estructurada de los principios teóricos de crítica a la corrupción del cristianismo oficial a los que dedicó toda su vida. Organizando cientos de citas de procedencia clásica, bíblica, rabínica, científica, esotérica, Servet restituye la doctrina trinitaria, mostrando que “verbo” o palabra y “espíritu” o dinamismo, no son en la Biblia dos personas distintas, sino meros aspectos del que es siempre un “Dios escondido”, para posibilitar su manifestación y comunicación (sustanciales y formales), lo que culmina en Jesús el Cristo, un hombre real hijo de Dios y de María; demostrando que Cristo inició, así, el “reino del espíritu”, frente al pagano y judaico “reino del mal”; y justificando, en definitiva, la propuesta de esperar a la edad adulta o consciente para alcanzar esa divinización del hombre, la conversión en “hijos de dios” que significaba originalmente el misterio o sacramento del bautismo (“analogía ad Cristum”). Servet propuso una teología y una reforma esencialmente radicales, afín a la de los anabaptistas, pero mejor estructurada e inmensamente superior técnicamente. Debía ser suprimida toda estructura burocrática y jerárquica de la Iglesia, ya que cada cristiano bautizado es igualmente sacerdote y ministro. Cual comunidades espirituales sustentadas en la corresponsabilidad, sin más imposiciones legales autoritarias ni castigos corporales que la pena espiritual que significaba originalmente la “excomunión”, la Iglesia que quería restituir Servet sería una comunidad —sin templos, ni ritos, ni ceremonias— presidida por la convicción personal, la sinceridad, la pureza, el desinterés, la humildad y la tolerancia.

La memoria de Servet fue mantenida, aparte de por sus adversarios, por grupos secretos de seguidores. El servetismo pervivió en amplias zonas de Europa oriental, de Lituania a Hungría y Rumania, de donde bajo la forma moderna de unitarismo, despojado de sus fundamentos filosóficos y científicos, fue llevado a Inglaterra y posteriormente a Estados Unidos. Aunque se discute el origen servetiano de algunas doctrinas unitarias, los unitaristas actuales reconocen a Miguel Servet como uno de sus grandes inspiradores. Una versión simple de su polémica con Calvino constituye hoy lectura recomendada, y accesible por Internet, para la millonaria en seguidores American Unitarian Association. Y la casa natal de Servet en Villanueva de Sigena en Aragón, museo y sede de un activo centro de estudios, se ha convertido en lugar de peregrinación y visitas de ámbito internacional.

 

Obras de ~: De Trinitatis erroribus, Hagenau, 1531, 119 págs.; Dialogi de Trinitate et de iustita regni Cristi, Hagenau, 1532, 48 págs.; Geografia de Ptolomeo (ed. crítica), Lyon, 1535 y Vienne 1541, 298 págs.; In Leonardum Fuchsium Apologia, Lyon, 1536, 8 págs.; Syruporum universa ratio, Paris, 70 págs.; Dysceptatio pro astrologia, Paris, 1538, 8 págs.; Biblia de Sante Pagnini (ed. crítica), Lyon, 1542 y 1545, 7 vols.; Christianismi Restitutio, Vienne, 1553, 734 págs. (incluye Treinta cartas a Calvino, Tratado del Anticristo y Apología contra Melanchton); Obras Completas, 4 vols, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003-2006 (ed. de Ángel Alcalá).

 

Bibl.: R. Bainton, Hunted heretic: the life and death of Michael Servetus, Boston, Beacon press, 1972; Baron Fernández, J. Miguel Servet. Su vida y su obra, Madrid, Espasa Calpe, 1989 (1.ª ed. 1970); F. Gómez del Val, “Miguel Servet. El azufre y el fuego”, en Historia y Vida, 265 (1990); M. Hillar, Michael Servetus, intellectual giant, humanist and martyr. Lanham- New York-Oxford, University Press of America, 2002; J. A. Paniagua Arellano, “Miguel Servet, médico renacentista”, en Miguel Serveto o Miguel de Villanueva, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2004, págs. 119-140; A. Alcalá, “Servet: vida, muerte y obra”, en Miguel Servet. Obras completas, vol. I, Zaragoza, Prensa universitaria de Zaragoza, 2003, págs. IX-CLVIII.

 

Consuelo Miqueo